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ESCRIBIR BIEN, Y JOSEP PLA

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Josep Pla lo ha dicho siempre: escribir, cosa difícil. Los miles de páginas de la obra de Pla son, ante todo, testimonio de su propósito ––obstinado ylúcido– de luchar contra esta dificultad, de su deseo de vencerla. Escribir es difícil desde el momento en el que se rechaza el cliché –la lengua mecánica que lo da todo hecho– y se aspira a la precisión. Dos actitudes morales: buscar la expresión en una forma exacta y buscar la expresión en una forma personal. Una búsqueda de libertad y una de responsabilidad.

En catalán, es posible escribir «tan bien» como Josep Pla; con estilos muy distintos y en diferentes registros, lo consigue un Josep Carner, lo consigue un J. V. Foix. No es posible, sin embargo, escribir «mejor» que Pla, en ningún estilo. Un día, en una calle de Buenos Aires, se encontraron dos escritores argentinos: Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges. El primero preguntó al segundo qué llevaba entre manos en aquel momento y Borges le contestó: «Intento llegar a escribir una página que no sea un borrador». Lo mismo que le ocurría a Flaubert, que empleaba dieciséis horas en terminar una página y, más de una vez, tuvo que resignarse, al hablar de un agua oscura en la noche, a decir que era «negra como la tinta». ¿Trivialidad? No: acierto. Si la tinta es la comparación más precisa, es la que se debe utilizar. No se trata de buscar el adorno –la «voluta», como diría Pla–, sino la eficacia.

En un poema sarcástico, que escribió en sus años de vejez, Ezra Pound nos presenta al presidente Eisenhower –popularmente conocido por el sobrenombre de «Ike»– «muy cerca (casi) de tener una idea». A muchos escritores –catalanes e hispanos en general– les ocurre algo parecido. Se mueven por una zona incómoda e inhóspita en los aledaños de la literatura; en el mejor de los casos, vislumbrarán como una posibilidad muy confusa y remota el hecho de poder tomarse la molestia de intentar escribir bien, o, simplemente, de intentar escribir, es decir, realizar alguna cosa que pueda parecerse un poco a la literatura de verdad. Sin embargo, éste ha sido el eje de la vida entera de Pla.

A menudo las literaturas hispánicas causan cierto efecto por un porte altisonante, un dudoso camino: la crispación, el lujo verbal intempestivo, el pathos. Ya Américo Castro lo sentenciaba así: «Flatus vocis y gesticulación». Causar efecto es una cosa; escribir bien es otra, que no siempre coincide con lo primero y muy a menudo se le opone. El temple moral del escritor tiene mucho que ver –por sintonía y por reacción– con el de la sociedad. Toda la faramalla de las restauraciones francesas del XIXda a Stendhal su enjuta lucidez;el despropósito de los demagogos suscita la altivez rigurosamente cerrada de Flaubert y de Mallarmé. Todo se plantea en términos morales. Es desde este punto de vista, creo, desde el que se debe leer a Pla: examinando la responsabilidad que él quiso contraer. La responsabilidad de escribir bien.

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