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En busca del Jesús histórico

Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. I. Las raíces del problema y la persona

JOHN P. MEIER

Estella, Verbo Divino, 1998

472 págs.

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Por un motivo u otro, la figura de Jesús de Nazaret está de permanente actualidad. Independientemente de la fe que se le profese, sin duda se trata de una de las personalidades históricas más fascinantes, que ha logrado cautivar a estudiosos, escritores y artistas de todos los tiempos.

El interés por indagar en la historicidad del personaje no es nuevo. En un excelente artículo en la revista Estudios Bíblicos (54 [1996] 433-463), Rafael Aguirre, decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto y presentador de la obra que nos ocupa, alude a las tres últimas «búsquedas del Jesús histórico». La primera arranca con la Ilustración y llega a su apogeo con la llamada teología liberal y sus numerosas «vidas de Jesús», que tanto abundaron a finales del siglo pasado y comienzos de éste. Esta primera búsqueda, debido a los decepcionantes resultados que obtuvo, acabó en el paradigmático escepticismo de R. Bultmann: es imposible acceder al Jesús histórico. La segunda búsqueda surge, a mediados de los años cincuenta de nuestro siglo, precisamente entre los discípulos de este importante teólogo alemán. En ella se afirma, como presupuesto metodológico, que debe existir una cierta continuidad entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe (por usar la distinción ya clásica), por tanto, la búsqueda de ese Jesús histórico no puede ser algo baladí.

Por fin, la tercera búsqueda, en la que se inscribe esta obra de Meier que presentamos, comienza alrededor de los años ochenta. En ella predomina la preocupación por situar a Jesús en su contexto sociohistórico; para ello se atenderá principalmente a los datos que proporciona la investigación arqueológica, las ciencias sociales, etc. Hay que hacer notar el relevante papel que en esta nueva búsqueda del Jesús histórico tiene el famoso grupo del Jesus Seminar, una reunión de biblistas e investigadores norteamericanos que se han propuesto establecer lo más rigurosamente posible los hechos y dichos del Jesús histórico.

J. P. Meier es sacerdote católico y actualmente enseña Nuevo Testamento en la Universidad Católica de América (Washington). Ha sido también director de la prestigiosa revista Catholic Biblical Quarterly y presidente de la Asociación Bíblica Católica de América. Sin embargo, al margen de la irrenunciable dimensión católica personal con que el autor se nos presenta, la obra quiere moverse en un terreno puramente histórico, es decir, en el de los medios científicos de la investigación histórica moderna. En la introducción, el autor lo formula con claridad: «Mi método sigue una sencilla regla: prescindir de lo que la fe cristiana o la enseñanza posterior de la Iglesia dicen acerca de Jesús, sin afirmar ni negar tales asertos» (pág. 29). En este sentido, para comprender mejor lo que pretende y significa su libro, Meier propone el ejemplo de un pequeño cónclave en el que cuatro historiadores modernos del siglo I –un judío, un protestante, un católico y un agnóstico– no podrían abandonar la Biblioteca de la Escuela de Teología de Harvard sin redactar una declaración escrita (que, naturalmente, habrían de firmar los cuatro) sobre quién fue Jesús de Nazaret y lo que intentó en su tiempo y lugar. Así pues, podemos decir que nos encontramos propiamente ante una obra de historia, no de teología (aunque sin duda al teólogo le será de suma utilidad).

El trabajo original de Meier contiene de momento dos volúmenes (aparecidos en 1991); hay en proyecto un tercero, pero por ahora no ha visto la luz. En la edición española, el volumen segundo (que ya está traduciéndose) y, presumiblemente, también el tercero se multiplicarán por dos, dada la vastísima paginación de los originales: 1.118 páginas el publicado (v. II); otras tantas previstas para el v. III. Así pues, serán cinco los volúmenes que acaben componiendo la edición española, muy cuidada y bien hecha, por cierto, por Verbo Divino, editorial especializada en el campo bíblico.

Este primer volumen está dedicado sobre todo a cuestiones introductorias, pero esenciales luego a la hora de apoyar sobre ellas un estudio serio sobre Jesús de Nazaret. El rigor científico de la obra se puede constatar en las notas, verdadero alarde de exhaustividad donde queda patente que Meier ha consultado todo lo que se ha escrito sobre el tema (y, ciertamente, es mucho). Esas notas aparecen al final de cada capítulo y no a pie de página, como ya va siendo norma en los libros norteamericanos. En este caso hay dos razones objetivas para ello: la extensión de algunas notas –las hay que ocupan una página completa– aconseja que se haga de ese modo; pero, más importante aún, de esta manera se tiene la ventaja de conseguir algo parecido a dos niveles de lectura: uno, el del cuerpo principal del libro: accesible para un público amplio (incluso llega a ser ameno, sin dejar de ser riguroso en lo científico); otro, el de las notas: reservado a los especialistas que quieran profundizar o entrar en la discusión de un punto determinado. Dado el carácter histórico de la obra, es evidente que los criterios de historicidad que han de aplicarse a los datos y las fuentes a las que se puede recurrir ocuparán una parte importante de este primer volumen. De hecho, hallamos en él dos partes claramente diferenciadas: «Raíces del problema», en que se tratan esos asuntos de naturaleza marcadamente introductoria y básica, y «Raíces de la persona», donde empiezan a estudiarse los orígenes históricos de Jesús de Nazaret.

En el capítulo introductorio propiamente dicho, Meier alude, entre otras cuestiones, a los motivos para intentar una nueva búsqueda –lo más objetiva posible– del Jesús histórico, máxime cuando el personaje ha sido presentado bajo todas las formas posibles: desde el violento revolucionario hasta el mago gay, pasando por el maestro de sabiduría o el filósofo cínico. Su respuesta no puede ser más contundente: «Dado el impacto de Jesús en toda la civilización occidental, ninguna persona, sea cual sea su creencia religiosa, se puede considerar hoy verdaderamente culta si no ha tratado de averiguar hasta cierto punto qué puede decirnos la investigación histórica acerca de ese enigmático personaje que desató una de las mayores fuerzas religiosas y culturales del mundo. La vida religiosa –o incluso antirreligiosa– sin preguntas no merece ser vivida» (pág. 32).

Por lo que respecta a la objetividad, es claro que ésta no existe en estado puro, y que toda visión de Jesús necesariamente ha de ser subjetiva (como lo prueban todas las imágenes que se han propuesto de él, en las que, consciente o inconscientemente, quedan proyectados los rasgos de aquellos que las trazan). Pero esto no significa que se deba renunciar a su búsqueda. La «fórmula» que propone Meier es sencilla de enunciar, pero no fácil de ser llevada a cabo: hay que «conocer las propias fuentes, disponer de claros criterios para formular juicios históricos sobre ellas, aprender de otros investigadores pasados y presentes y suscitar la crítica de los colegas» (pág. 33).

En el análisis de las fuentes susceptibles de hablarnos de Jesús de Nazaret, la postura de Meier es equilibrada. Se trata de una opinión que, de cara al gran público, quizá siga sin «venderse» bien; por desgracia, también en este tema lo que prima es el escándalo y el titular de trazo grueso. Así, mal que le pese a algunos, la principal fuente de conocimiento de Jesús continúa siendo el conjunto de libros canónicos del Nuevo Testamento (en especial los cuatro evangelios). Pero, como es natural, junto a éstos, Meier estudia asimismo los textos del historiador judío Flavio Josefo (en particular el llamado testimonium flavianum), las fuentes paganas (Tácito, Suetonio, Plinio el Joven y Luciano de Samosata), las fuentes judías aparte de Josefo (Qumrán y el corpus de literatura rabínica, incluyendo la Misná, el Talmud y los targumes) y los agrapha y evangelios apócrifos (con especial detenimiento en el material gnóstico de Nag Hammadi). En palabras del propio Meier, «los resultados de nuestro estudio se han revelado negativos y decepcionantes. Los cuatro Evangelios canónicos son al final los únicos documentos extensos que contienen bloques de material suficientemente importantes para una búsqueda del Jesús histórico» (págs. 158-159).

En cuanto a los criterios para determinar lo que verdaderamente procede de Jesús, Meier toma en consideración nueve: cinco primarios y cuatro secundarios o dudosos. Los primeros son: criterio de dificultad (acciones o dichos de Jesús que habrían desconcertado a la comunidad primitiva), de discontinuidad (palabras o hechos de Jesús que no pueden derivarse del judaísmo de su época ni de la Iglesia primitiva posterior a él), de testimonio múltiple (hechos y dichos de Jesús atestiguados en fuentes literarias independientes), de coherencia (dichos y hechos de Jesús que encajen bien en el marco establecido por los tres criterios anteriores) y de rechazo y ejecución (palabras y hechos de Jesús que puedan explicar su rechazo y muerte en cruz). Los criterios segundos (en todo caso siempre complementarios de los primeros) son: criterio de huellas del arameo (en la versión griega –canónica– de los dichos de Jesús), del ambiente palestino (similar al del arameo en lo literario, pero aplicado a costumbres, creencias, prácticas comerciales o agrícolas, etc.), de viveza narrativa (apuntarían a informaciones de testigos presenciales) y de presunción histórica (en el que, evidentemente, cabe todo tipo de subjetivismos).

La segunda parte del libro, «Raíces de la persona», la componen cuatro capítulos. El primero de ellos (cap. 8) trata principalmente del nacimiento y linaje de Jesús. Con verosimilitud histórica, se pueden resumir los siguientes elementos: que nació al final del reinado de Herodes el Grande (7-4 a. C.), probablemente en Nazaret; que se llamaba Yeshúa; que su madre se llamaba Miryam y su padre –putativo– Yosef. El dato de la concepción virginal hoy no es susceptible de comprobación histórica, aunque el del nacimiento ilegítimo, datado tardíamente, hay que situarlo claramente en un contexto burlesco y de polémica. El capítulo 9 se ocupa de la lengua hablada por Jesús, de su educación y estatus socioeconómico. Meier cree probable que el arameo fuera la lengua en la que enseñó Jesús, aunque, también, que comprendiera el hebreo y tuviera algunas nociones de griego. Desde el punto de vista económico y social, Jesús pertenecería a una familia de judíos piadosos, enmarcada en el tipo medio de familia campesina galilea. Durante sus años de vida estable en Nazaret, trabajaría de artesano relacionado con la madera (carpintero), es decir, sería un miembro de la «clase media» de su tiempo (que no conviene identificar con nuestra noción de clase media).

En el capítulo 10 se tratan las cuestiones de la familia, estado civil y lo que llamaríamos «condición laica» de Jesús. En el apartado dedicado a la familia, se repasan, entre otros asuntos, las diversas interpretaciones a propósito de los polémicos «hermanos» de Jesús. Según Meier, la conclusión a la que se llega es que se trata de auténticos hermanos, no de meros «parientes». Mucho más claro es el estado civil de Jesús: soltero. Finalmente, aunque resulte un dato a veces olvidado, también es evidente que Jesús fue un laico (por contraposición a clérigo, es decir, de familia sacerdotal o levítica).

Por último, el capítulo 11 intenta datar la vida de Jesús. Para Meier, es posible establecer un marco cronológico con las siguientes fechas: nacimiento de Jesús: pocos años antes de la muerte de Herodes el Grande (año 7 ó 6 a. C.); ministerio: habría comenzado entre los años 26 y 29 y terminado, con su crucifixión, entre el 28 y el 33. Más concretamente, se puede indicar el 7 de abril del año 30 como fecha probable de la muerte de Jesús, después de un período de actividad pública de alrededor de dos años y algunos meses.

A pesar de que se han hecho algunas críticas al libro, como la de relacionar escasamente el análisis de los textos neotestamentarios con la situación social de Palestina, lo cierto es que Meier quiere situarse en la perspectiva «objetiva» del historiador. Por tanto, lo que intenta, precisamente, es evitar en la medida de lo posible el empleo de modelos que, como ocurre con las ciencias sociales, conllevan una importante dosis de «subjetivismo». Y éste me parece el mayor mérito y acierto de la obra.

Para terminar, una palabra a propósito de la marginalidad que aparece en el título. Para Meier, aparte del cierto reclamo que se consigue con la utilización de ese término, Jesús es un judío marginal por varias razones: por la nula relevancia social que tuvo en su tiempo; por la consideración que de él se tenía desde la perspectiva judía y romana; por el estilo de vida que eligió, alejado de lo que en su tiempo era «políticamente correcto»; en último término, por sus prácticas y enseñanzas, que lo convirtieron en un sujeto «peligrosamente contrario a los poderes establecidos» (pág. 37).

En resumen, un libro que, sin duda, está llamado a ser –de hecho ya lo está siendo– un hito importante en la búsqueda del Jesús histórico.

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