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La GULAG de Evgenia Ginzburg

El vértigo

Evgenia Ginzburg

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona

Trad. de Fernando Gutiérrez y Enrique Sordo

848 pp.

25,50 €

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«GULAG» ha pasado a ser un término metafórico para expresar los horrores de la represión totalitaria en el siglo xx, semejante a palabras como «Gestapo» y «Holocausto». El sistema de prisiones y campos de trabajo soviéticos databa de los primeros años del régimen, aunque sólo alcanzó su dimensión plena durante la década de 1930. A pesar de los terrores y las privaciones extremas de la GULAGEl autor piensa (véase Revista de Libros, núm. 98 (febrero de 2005), p. 17) que el término debe traducirse en femenino, como la GULAG, puesto que la palabra clave en el acrónimo es Upravlenie, «Administración» en ruso. [N. del T.] y su alta tasa de mortalidad hasta 1945, la mayoría de sus prisioneros sobrevivieron tras esa fecha y unos pocos, como el español Valentín González («El Campesino»), consiguieron incluso escapar. Con el paso de los años, el sistema produjo una creciente literatura de memorias personales de antiguos prisioneros; las primeras aparecieron publicadas en Occidente en los años veinte.

La naturaleza fundamental del aparato represivo soviético quedó clara desde el principio, al menos para aquellos que se preocuparon de informarse. No obstante, los lectores occidentales, incluidos muchos de izquierdas, no repararon plena y dramáticamente en la realidad de este sistema de esclavitud del siglo xx hasta la publicación en Occidente en 1978 de los tres volúmenes de Archipiélago Gulag: un ensayo de investigación literaria de ­Alexandr Solzhenitsin. Esta obra, una combinación de reportaje directo y recreación literaria de la historia, consolidó firmemente por vez primera el siniestro acrónimo en la imaginación literaria e histórica.

La literatura memorialística de la GULAG había ido construyéndose desde hacía mucho tiempo en los idiomas occidentales por medio de numerosas traducciones. La mayor parte de las primeras memorias eran de rusos nativos, algunos de los cuales consiguieron escapar a través de una porosa frontera finlandesa durante los años veinte y comienzos de los treinta. Inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar lo que podría llamarse la «fase polaca», producto del millón aproximadamente de polacos deportados o encarcelados durante 1939-1940, pero liberados enseguida debido a los acuerdos alcanzados durante la guerra. El relato más vívido y gráfico del grupo polaco fue Un mundo aparte de Gustav Herling, publicado por primera vez en Occidente en 1951, y uno de los últimos, Noches blancas (1957) del político israelí Menachem Begin, que había logrado huir de Hitler, pero no de Stalin. Esta ya amplia literatura era conocida, sin embargo, fundamentalmente por los especialistas. Hacía suya la combinación de prestigio, investigación histórica y evocación literaria presente en la magna obra de Solzhenitsin para reclamar una mayor atención hacia la rea­lidad de la GULAG, e incluso eso fue posible únicamente gracias a que en los años setenta la Unión Soviética estaba siendo ampliamente criticada por la izquierda.

Las primeras memorias que se publicaron en ruso aparecieron principalmente en pequeñas editoriales de refugiados políticos rusos, inicialmente a finales de los años veinte y de manera más generalizada en décadas posteriores. Dentro de la Unión Soviética, la publicación de Un día en la vida de Iván Denisovich de Solzhenitsin, aunque no se trataba de unas memorias, supuso un gran avance temporal que no habría de repetirse, ya que después de aquella época las únicas memorias que se admitían para su publicación eran relatos «positivos» o «adeptos» de devotos comunistas que daban la mejor interpretación a los hechos y declaraban que el Gran Terror no había sido más que una aberración temporal estalinista del gran sistema leninista. Aunque copias de algunas memorias circularon en Samizdat (distribución manuscrita clandestina) por la Unión Soviética durante los años sesenta y setenta, las primeras memorias no se publicaron hasta los años de la Glasnost de finales de los ochenta, y en 1988 se convirtieron de repente en una avalancha. En la siguiente década siguieron apareciendo más en ruso.

El conjunto de memorias de la GULAG pasaron a conformar un género especial de escrito del siglo xx, flanqueado por memorias de víctimas de otras grandes dictaduras. Además, una serie de escritores rusos, a menudo antiguos prisioneros de la GULAG, hicieron de estas experiencias obras literarias de ficción, fundamentalmente en los escritos de Solzhenitsin y en los descarnados y gráficos Cuentos de Kolymá de Varlam Shalámov.

El único estudio completo de este género de literatura es el libro Return from the Archipelago: Narratives of Gulag Survivors (2000) de la experta israelí Leo­na Toker. Su original y muy útil tratamiento proporciona una breve historia de la GULAG, un examen global de la literatura memorialística, un análisis de ésta en términos literarios y capítulos especiales sobre las obras de Solzhenitsin y Shalámov, así como un repaso de la literatura de ficción basada en los temas de la GULAG.

Un subgénero de este tipo de escritos está integrado por las memorias de antiguos prisioneros españoles en la GULAG. No son numerosas, a no ser que se juzguen en relación con la reducida nómina de prisioneros españoles, que in toto no ascendieron nunca probablemente a más de quinientas-seiscientas personas, en su mayoría prisioneros de la División Azul y comunistas españoles que entraron en conflicto con el sistema soviético. En proporción con esta modesta cifra de prisioneros totales, la producción en español es comparativamente generosa, aunque las únicas memorias españolas que han llegado a un público amplio son el relato de «El Campesino», preparadas por el antiguo dirigente del POUM Julián Gorkin (seudónimo de Julián Gómez). Las memorias españolas son de un alcance y una variedad suficientes como para merecer ser elegidas como tema de una tesis doctoral por parte de algún estudiante imaginativo.

Desde la publicación inicial en ruso (en Occidente) del primer volumen de las memorias de Evgenia Ginzburg en 1967, esta obra ha sido reconocida como una de las más honestas, precisas y mejor escritas de todas las memorias de la GULAG, lo que resulta aún más relevante si tenemos en cuenta que son comparativamente pocas las que habían sido escritas por prisioneras. Las memorias de Ginzburg, como muchas otras, habían empezado a circular en versiones Samizdat dentro de la Unión Soviética varios años antes, y con el segundo volumen sucedió otro tanto durante los años setenta, publicándose en ruso en Occidente en 1979, dos años después de que la autora muriera de cáncer en Moscú.

Posteriormente, cada volumen se publicó por separado en español, pero el presente libro es la primera publicación unitaria de ambos volúmenes. Los dos traductores han realizado un trabajo meticuloso y presentan una versión fluida de un manuscrito largo y complejo. Han facilitado, además, la comprensión del lector español al proporcionarle numerosas notas a pie de página que describen los términos y nombres especiales, soviéticos e históricos, que aparecen frecuentemente en el libro y sus esfuerzos sólo se ven enturbiados por algunos errores tipográficos, como las cuatro veces en que el nombre de la revolucionaria del siglo XIX Vera Figner aparece como «Finger».

Esta es la más extensa de las memorias publicadas de la GULAG –la edición completa alcanza casi las novecientas páginas– y es también una de las mejor escritas. La inusual calidad de la escritura no radica en grandes florituras literarias –inapropiadas en una obra de estas características–, sino en su precisión, honestidad, atención al detalle, ausencia de digresiones innecesarias y expresión a veces elocuente de un punto de vista filosófico ricamente desarrollado que en ningún momento da cabida ni a una política adepta ni a una demonización instantánea, ni siquiera de la policía del régimen. Su estilo no es, sin embargo, el mismo que el de Shalámov, que pensaba que escribir sobre la GULAG requería una aproximación literaria especial, descrita por Toker como el rechazo de «cualquier embellecimiento estilístico, del paisaje por el paisaje, de detalles no funcionales y no simbólicos, de los esquemas tradicionales de argumento e idea, de la emotividad convencional, de todo lo que oliera a falsedades estereotipadas». Si bien el lector no encontrará «falsedades estereotipadas» en Ginzburg, no rechazó las típicas aproximaciones literarias en la misma medida que Shalámov, aunque las convenciones de las bellas letras ocupan en su relato una posición completamente subordinada. Su escritura es tan sensible y exacta que Ginzburg consigue enseguida que el lector confíe en que está abordando una experiencia carcelaria exactamente tal y como fue, a pesar de que en términos técnicos el lector inteligente sepa que esto no es estrictamente posible. La degradación y el sufrimiento intensos y prolongados más allá de cierto punto no pueden describirse plenamente, pero Ginzburg ha elevado, sin embargo, este tipo de escritura memorialística al nivel de un tipo especial de gran arte.

Esta es también una de las pocas memorias de la GULAG escritas por una mujer, algo que no resulta en absoluto sorprendente, ya que las mujeres no fueron tratadas «igualitariamente» en los arrestos políticos, ascendiendo a no más del diez por ciento aproximadamente del número total de prisioneros. Las primeras memorias de una mujer fueron The Woman Who Could Not Die (1928) de la aristócrata Iulia de Beausobre, aunque las únicas que pueden compararse en calidad con las de Ginzburg son Prisionera de Stalin y Hitler: un mundo en la oscuridad (1950)de Margarete Buber-Neumann, que han sido también publicadas en una nueva edición española por Galaxia Gutenberg.

El creador del género más amplio de las memorias carcelarias rusas fue, por supuesto, Fiódor Dostoievski, cuya La casa de los muertos (1861) presentaba la versión personal de los años de trabajos forzados que el gran novelista pasó en Siberia. Aunque Dostoievski está considerado como un novelista «realista», sus memorias po­seían también elementos de romanticismo y se trataba en gran medida, asimismo, de un relato «adepto» que fue aprobado por la censura moderada del régimen zarista. Al contrario que los memorialistas de la GULAG, Dostoievski consideraba que el sistema ruso de su tiempo era justo. Al igual que habría de sucederle a Solzhenitsin y a otros muchos, sin embargo, su experiencia en prisión marcó el punto de inflexión decisivo de su vida. En su caso, el largo viaje hasta Siberia y los numerosos padecimientos sufridos allí fueron el equivalente del Pilgrim’s Progress de John Bunyan, un itinerario espiritual que dio lugar a una iluminación interior y a la conversión a la religión ortodoxa rusa.

Las memorias de Ginzburg son, en un sentido, justamente lo contrario, ya que cuentan los sufrimientos de una devota marxista-leninista que se enteró de las mezquindades de un sistema en el que había creído antes devotamente, pero son similares a las de Dostoievski al dar cuenta también de un viaje espiritual, un «progreso del peregrino» desde el materialismo dialéctico a la iluminación espiritual, no de un modo tan específico al cristianismo ortodoxo, en la medida en que puede afirmarse algo así, sino a una creencia en Dios y en una realidad espiritual superior.

Aquí podrían ponerse objeciones al título de la nueva edición española, que ha utilizado El vértigo, título de la primera mitad del libro, como el nombre para el volumen completo. El título ruso original, sin embargo,es Krutoi marshrut, que podría traducirse como «Viaje áspero» o «Itinerario abrupto», en el sentido de un camino empinado que conduce hacia un paisaje más elevado. Ginzburg no era simplemente una comunista normal más, como lo era Solzhenitsin en el momento de su arresto en 1945, sino una devota marxista-leninista deseosa, como ella misma manifestó, de dar hasta tres veces su propia vida por el partido. Escritora y profesora de universidad, y madre de dos hijos pequeños, estaba casada con un funcionario soviético de alto rango destinado en Kazan, y disfrutaba de todos los beneficios y los privilegios de un sistema enormemente desigual basado en una igualdad teórica total. Unos años antes se había mostrado absolutamente ajena a las masivas atrocidades de la «guerra contra el pueblo» de Stalin, en la que los campesinos, entonces el grueso de la población soviética, se habían visto obligados a un sistema odiado y económicamente desastroso de agricultura colectivizada, en la que millones de personas fueron deportadas a campos de trabajo y se vieron sometidas a un duro reasentamiento, y en la que millones más habían muerto de una hambruna artificial y provocada por el hombre.

Así, cuando pensó en publicar inicialmente parte de sus primeras memorias en Rusia durante la última fase del «deshielo» limitado de Khrushchov, Alexander Tvardovski, el pa­trocinador inicial de Solzhenitsin, se negó incluso a mirar lo que suponía que era otro relato «adepto» de una en otro tiempo estalinista que había ignorado los crímenes masivos cometidos contra ciudadanos soviéticos de a pie, no comunistas.
Esa era realmente la perspectiva de Ginzburg en el momento de su arresto inicial en febrero de 1937, durante las primeras fases del Gran Terror. Ella proporciona una de las mejores descripciones de las reacciones de los comunistas recién arrestados, muchos de ellos funcionarios soviéticos o esposas de funcionarios soviéticos de alto rango, una gran parte de los cuales llevaban largo tiempo convencidos de que se trataba simplemente de algún tipo de «error». Se cuidaron muy mucho de rehuir todo lo posible el contacto regular con «contrarrevolucionarios» y con otros compañeros de prisión, ya que confiaban en que el sistema les devolvería pronto de alguna manera sus antiguos puestos y privilegios.

En prisión, a Ginzburg se le cayeron las vendas de los ojos. Aprendió rápidamente, dándose cuenta enseguida de que no estaba sufriendo una injusticia aberrante del sistema, sino que esa profunda injusticia era la naturaleza del sistema mismo. Empezó a aceptar su propio sufrimiento como un castigo necesario por haber sido en otro momento una ardiente cómplice de un régimen tan monstruoso, y su propio marshrut o viaje a la prisión se convirtió en un camino hacia la contrición moral y la redención espiritual, un krutoi o camino muy empinado hacia un nivel superior de entendimiento.

Uno de los capítulos más extraordinarios se titula simplemente «Mea culpa», y describe la profunda sensación de culpa experimentada por ciertos prisioneros, uno de ellos no un ruso, sino un joven y rubio nazi alemán, apodado «querubín» por otros prisioneros, que había participado en el Holocausto. Ginzburg expresa su propia sensación de culpa y la necesidad de expiación: «En el insomnio, la conciencia no se consuela por no haber participado directamente en los asesinatos y en las traiciones. Porque no sólo mata el que asesta el golpe, sino los que han agravado su odio. De uno u otro modo. Repitiendo irreflexiblemente peligrosas fórmulas teóricas. Levantando en silencio la mano derecha. Escribiendo cobardemente una verdad a medias. Mea culpa… Y creo, cada vez más, que dieciocho años de infierno en la tierra no bastan para una culpa como ésta».

Ginzburg pasó dos años en prisiones soviéticas normales antes de ser trasladada directamente a trabajos forzados en la GULAG. Su relato del típico etap, el trayecto de un mes de duración a Siberia en un vagón de ganado abarrotado con poco que comer y menos que beber, es una de las partes más gráficas del libro, quizás el mejor relato jamás escrito del atroz sistema de transporte de la GULAG. Una vez sumida en el duro trabajo, no habría sobrevivido de no ser por una fuerte constitución, pero tuvo además la suerte de que le asignaran durantebuena parte de su condena trabajos físicamente menos exigentes en hospitales de los campos.

La honestidad de su relato queda de manifiesto en sus retratos enormemente individualizados tanto de prisioneros como de guardias y oficiales de la prisión por igual, y en cada una de estas categorías pueden encontrarse todos los diferentes tipos de personas. Centenares de ellos aparecen mencionados por su nombre y más tarde se suscitó la pregunta de cómo era posible que hubiera recordado tantos detalles con exactitud. Su respuesta en años posteriores fue que una de sus motivaciones para la supervivencia fue confiar todo a la memoria, y lo cierto es que poseía, al parecer, una memoria fotográfica. Otros prisioneros han dado fe de su notable capacidad para entretener a sus compañeros de miseria durante el viaje recitando de memoria pasajes extremadamente largos de poesía clásica rusa, literalmente hora tras hora. Su extraordinaria memoria ha otorgado a este relato una riqueza y unos detalles probablemente inigualados en cualesquiera otras memorias de la GULAG.

Sus ángeles buenos particulares fueron dos devotos católicos alemanes. El primero la salvó de ser violada por un jefe del campo, aun a costa de recibir él mismo un severo castigo. El segundo fue el sorprendente Dr. Anton Walter, un médico alemán nativo de Crimea que sobrevivió a duras penas tres años en las minas de Kolyma antes de que se le asignara la función de médico del campo. Con el tiempo se convertiría en su segundo marido, al que permanecería unida hasta su prematura muerte en 1959. Aunque nunca se convirtió en una católica ortodoxa como Walter, no hay duda de que este hombre sabio, jovial y santo desempeñó un papel especial en su personal marshrut espiritual.

Otro logro es aportar el mejor y más exhaustivo relato que puede encontrarse en la literatura de la GULAG de los largos años de «confinamiento» –esto es, exilio forzado– en partes remotas e inhóspitas de Siberia o Asia Central impuesto a millones de antiguos prisioneros después de que hubieran completado sus condenas oficiales. Ginzburg describe la especial taxonomía establecida por un médico judío «confinado», que recogió todas las diversas categorías: «los zeká (los prisioneros comunes), los ex zeká privados de sus derechos civiles, los ex zeká no privados de sus derechos civiles, los deportados a perpetuidad, los confinados a perpetuidad, los deportados-confinados a perpetuidad, los confinados especiales a tiempo indeterminado y los confinados especiales a perpetuidad».

Este extenso libro comporta una experiencia especial para el lector, para quien puede llegar también a convertirse en ocasiones en un krutoi marsh­rut, aunque cautivador y fascinante en todo momento. Para alguien que no haya leído nunca unas memorias de la GULAG, éstas son las más importantes con las que empezar. En cierto modo, es una de las obras más sobresalientes de la literatura rusa. 
 

Traducción de Luis Gago

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