Buscar

Una enfermedad moral

El país del alma

NURIA AMAT

Seix Barral, Barcelona

384 págs.

2.500 ptas.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Nadie puede evadirse de la historia. Confinada en el rincón al que le relegan su condición de mujer, de habitante de un «país pequeño» con idioma propio, de superviviente de una guerra y objeto de una dictadura, Nena Rocamora ve pasar los días y los años. Desde su atalaya doméstica percibe el pulso de la vida latiendo a contramano de un tiempo que parece haberse detenido –la obra habla de «vida adormecida»– y busca refugio en un espacio interior –el país del alma– que alimenta con los frágiles frutos del amor y la palabra. A su alrededor se apiñan un conjunto de personajes que forman parte sobre todo del reducto familiar y que describen la intrahistoria de un núcleo burgués catalán en los años más difíciles de la postguerra. Nuria Amat escribe este libro desde la memoria colectiva de un tiempo trazado en tinta plana, ya que sólo «se habla seriamente cuando se escribe y las palabras hay que cantarlas y buscarlas en el rincón oculto del recuerdo».

Asimilados a la novela como retazos de vida cotidiana, diversos episodios dan cuenta del clima público de los días en que transcurre la fábula: el cierre de las fronteras, la prensa censurada, la que es siempre llamada elusivamente «lengua del país pequeño» prohibida, la presencia amedrentadora de las fuerzas del orden, etc. Como un mosaico incompleto, diversos personajes desgranan el rosario de una humanidad azotada por los vientos de la historia: uno muerto en un campo de exterminio alemán, otro enterrado en vida, huido en su propio país, otros más que han sobrevivido a la pena de muerte. La falsilla de los días acaba soportando noticias impensables: una paliza a un anciano por hablar privadamente en su propio idioma, un hombre que confina a su esposa en el psiquiátrico con falsos pretextos y el dinero que libra de posibles responsabilidades penales, se reflejan en las hojas del tiempo que viven los personajes del relato. Ante esta situación abrumadora, los conatos de resistencia no pasan de tener un alcance meramente simbólico y la esperanza, alimentada de sí misma, languidece de inanición.

Como reacción, en parte, a la opresión cultural, tanto la protagonista de la historia como su marido, Baltus Arnau, buscan un lenguaje común –discuten palabras y se las entregan «el uno al otro como obsequio»– y persiguen en la literatura el estímulo que la vida no les ofrece. Leer se revela, a veces, una actividad dolorosa –los versos «son punzadas en el corazón»–, pero salvadora también en la medida en que permite exiliarse en la realidad inmediata pues leer es como «ser también un extranjero del mundo, alguien que se mueve por la vida en un país desconocido». Juntos intentan construir un espacio humanamente habitable, pero mientras Baltus va renunciando a sus sueños e integrándose en los aspectos prácticos de la realidad cotidiana, Nena parece más remisa a dimitir del incierto conjunto de quimeras que la habitan, mientras el curso del tiempo las socava, con imperceptible pero segura mano. La renuncia de Baltus pertenece a una cadena asociativa: primero es una renuncia privada que actúa en el personaje como extensión de las muchas renuncias que la situación histórica le impone; pero su renuncia no le afecta en exclusiva, ya que su mujer, imposibilitada también en la época para alimentar la posibilidad de una realización profesional propia, acaba enterrando sus viejos sueños en la dejación de sí que ha hecho su pareja. Entonces, ni el amor de su marido, ni la familia que ha formado, ni la ofrenda de la casa proyectada en común –único proyecto personal cumplido– son suficientes para equilibrar una balanza lastrada por el endémico «si pudiera» que Baltus pronuncia. La joven enamorada «presa del verbo en tiempo futuro se descubre de pronto en un mañana que es ya ayer» o, dicho de otro modo, en un presente inaceptable para un ser humano frágil cuyo espíritu enfermo va mostrando, cada vez más, indicios alarmantes.

«Tenemos dos vidas. La vida que nos piden y la otra», dice un pasaje de la novela. Haciendo cierta esa afirmación, Nena Rocamora acaba reconociendo que se ve como si fuera «dos personas a la vez». También en la sintaxis narrativa el personaje se percibe como dos voces: una que habla en primera persona y otra en tercera persona, a veces en un mismo párrafo, y de forma más desconcertante al final de la obra. Las frases breves e incluso cortantes en que se desarrolla la historia son como el negativo del lenguaje alambicado del poder, caricaturizado ocasionalmente en el libro. Frente a éste, algunos personajes –y sobre todo Nena– buscan el lenguaje del afecto, de la imaginación y de la libertad. La palabra adquiere así protagonismo en el relato: cartas, discursos, poemas, narraciones de grandes autores o comentadas, producen cierto efecto de collage sobre un discurso narrativo que va empastando frases bruscas o de desgarrado lirismo, fragmentos de diálogo, historias de la historia y otras especies narrativas que acaban componiendo una polifonía superpuesta a la voz principal que escribe desde una subjetividad acorralada por el hecho objetivo.

El país del alma es la fábula de un espíritu atormentado que se aferra a cualquier vestigio de palabra que le ayude a remendar o interpretar lo que va quedando roto en su interior. Sus poemas –que no escribe, sino que pronuncia a modo de ofrenda, súplica o exabrupto– son como un síntoma más de su enfermedad moral, cuya asfixia traslada a la intimidad individual los agravios de un tiempo en el que cada día «era como una novela hueca». Nuria Amat muestra en esta obra los efectos de la vida pública sobre el individuo, logrando el difícil equilibrio de superponer a la mirada de un ser desquiciado, la inteligencia y sensibilidad de lo esencialmente humano.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

4 '
0

Compartir

También de interés.

Mirar al pasado, explicar el presente