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El molino de la vida

El molino del Floss

GEORGE ELIOT

Alba Editorial, Barcelona, 559 págs.

Trad. de Carmen Francí

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La publicación reciente de El molino del Floss pone una vez más sobre la mesa de las novedades de las librerías una de las novelas mayores de George Eliot. La obra no sólo ocupa un lugar eminente en la historia literaria inglesa. Hoy continúa atrayendo lectores porque su argumento y sus personajes siguen avivando el fuego de las discusiones de los y las feministas, y porque la escritora trae a esta obra experiencias autobiográficas que quiso trascender en forma de novela ejemplar. El caudal que juntan todas estas fuentes sigue moviendo en el siglo XXI la rueda del molino a la orilla del río Floss.

George Eliot se propuso escribir una novela sobre la educación de unos jóvenes en una aldea perdida en algún lugar de las costas inglesas. La reflexión sobre la educación de estos dos personajes, hermano y hermana, se dirige a desmontar las opiniones más comunes sobre los rasgos tipológicos diferenciales de hombres y mujeres: la mujer irracional e impulsiva y el hombre responsable y racional no se ven negados por sus contrafiguras, sino por los modelos psicológicamente más aceptables de hombres y mujeres que comparten formas unisex de la racionalidad y la emoción en las que se injertan egoísmos crónicos o agudos, vanidad y humildad, ceguera y clarividencia, timidez y audacia, atavismos, pasiones heterodoxas y, en fin, todo lo que parece constituir la contradictoria vida de hombres y mujeres.

Por otra parte, la reflexión sobre la sociedad arroja una luz intensa sobre el campo de estudio que ha acotado la autora. El pueblo de Saint Ogg's, donde se halla el molino de la ribera del Floss, es un microcosmos que bien pudiera representar las virtudes y defectos de la clase media victoriana. Los habitantes de este pueblo, ¿quiénes son? ¿Qué hacen? ¿Qué saben? ¿Cuáles son sus ideales? ¿Qué idea se forman de sí mismos y del resto del mundo? Ni que decir tiene que George Eliot, quizá con una pizca de arrogancia, juzga con demasiada severidad las limitaciones de sus conciudadanos. Medidos desde el punto de vista de una persona más sabia, ¡qué provincianas y limitadas son las aspiraciones e ideales de los habitantes de Saint Ogg's! ¡Qué mezquinos o desinformados son sus móviles! Sin duda, escribir sobre asuntos de educación debe o debió de animar a muchos escritores del siglo XIX a sacar al profesor o al predicador moral que seguro que habrían podido ser si se lo hubieran propuesto. George Eliot no fue una excepción.

Las pretensiones de la Ilustración, las bondades del progreso social, juzgadas desde una experiencia histórica diferente –vale decir, reciente–, no permiten ser tan optimista como parece serlo o como finge serlo George Eliot. Desarraigar prejuicios y liberar al ser humano de las limitaciones de la convención y de la inevitabilidad de los vínculos familiares no lo es todo. Quizá ni siquiera la propia George saldría bien librada si alguien se decidiera a tomar a la escritora por su palabra. Tómense los ejemplos de los pretendientes de la protagonista de la novela, Maggie. Uno, contrahecho y enfermizo, retraído, es, sin embargo, un estudioso, un artista con talento, un intelectual y una persona cuya inteligencia alimenta su sensibilidad y viceversa. El otro, un joven rico y apuesto, deportista, sin aspiraciones intelectuales, melómano, bailarín, representa quizá el tipo de amante que más rápidamente podría poner de acuerdo a los defensores del orden por encima de la virtud, a los más puritanos censores de la moral social, a los intelectuales de izquierdas que abominaban de los parásitos sociales y a los evangelistas de ideales sublimes. ¿No da miedo semejante coalición? La posible unión de Maggie y el apuesto millonario, sin embargo, sacrificada sobre el altar del respeto a unos lazos que ni siquiera la valiente heroína se atreve a desatar, quizá ofrecía promesas de felicidad que en tiempos más cínicos –en los de Henry James, piénsese en Washington Square, por ejemplo–, más de uno y más de una habrían sabido reconocer o respetar en su justo valor. George Eliot sabe cómo hacer participar al lector de la añoranza de una imposible plenitud.

Los personajes de la obra pasan sobre las brasas de la negación del instinto natural, sobre la sequedad de las emociones, caminan sobre las arenas movedizas de la alegría que nunca pudo expresarse… Examina con rigor la escritora las muchas manifestaciones en las que se encarnan los diferentes sucedáneos de la vida, porque el arrinconamiento de la vida humana, la postergación de la felicidad en nombre de una promesa siempre diferida habían convertido la vida de una parte considerable de las clases medias y altas en la Inglaterra ochocentista en un delicado ascetismo de la renuncia y en un exquisito arte de la justificación.

George Eliot, mediante el melodramático final con el que cierra esta obra, parece dudar de las posibilidades de reforma o evolución del ser humano. Esta pirueta es la mejor crítica del optimismo ilustrado. El desenlace implica mutuamente al individuo y a la sociedad. El pesimismo parecía justificado. George Eliot se fue a vivir con un hombre que, aunque estaba casado con otra mujer, podía considerarse sentimentalmente divorciado. Por este motivo, el hermano de la escritora dejó de hablar con ella. La decisión de la novelista fue el gran escándalo para los victorianos beatos. George Eliot escribió esta obra para explicar su caso y para explicárselo a sí misma, y aunque pudiera parecer que las palabras reflexión y pensamiento se repiten demasiado cuando se habla de novelas de George Eliot, o cuando se habla de esta novela, se trata, sin embargo, de una obra de arte por los cuatro costados, y la lectura, sin apearse de sus pretensiones intelectuales, rinde homenaje a las artes narrativas de forma más que cumplida.

No son menos de cinco las traducciones que han precedido a esta que ahora llega a las librerías, y si en alabanza de sus méritos puede decirse que hace un esfuerzo notable por captar el tono y la fraseología de la poco o nada intelectualmente refinada clase media británica, habrá que reconocer también que en sus casi seiscientas páginas no dejará de zumbar en los oídos del lector, con más o menos intensidad, un menudo enjambre de fallos de traducción.

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Ficha técnica

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