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Enseñar al que no sabe

Aproximación al Jesús histórico

Antonio Piñero

344 pp. 23 €

Madrid, Trotta, 2018

El Jesús que yo conozco

Antonio Piñero

336 pp. 16,50 €

Sevilla, Adaliz, 2017

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Resulta difícil (un reto y un atrevimiento) valorar dos obras de quien es, para mí, mi maestro: Antonio Piñero. No soy imparcial, ni pretendo serlo, así que vaya mi declaración por adelantado y la solicitud de comprensión por parte del lector.

El primer libro, Aproximación al Jesús histórico, es una recopilación de numerosas entradas sobre Jesús de Nazaret que Piñero ha publicado de manera regular durante los últimos once años en varias redes sociales. El objetivo es doble: por un lado, intenta responder a una serie de preguntas que se le han formulado de manera repetida durante su larga vida como investigador. Piñero las formula y resume de este modo:

1. ¿Es verdad lo que muchos sostienen: que Jesús nunca existió?

2. ¿Cómo sabemos qué fue lo que dijo o hizo verdaderamente?

3. ¿Por qué usted y los estudiosos en general parecen rechazar arbitrariamente unos pasajes de los evangelios como «falsos» y aceptan otros como «verdaderos»?

4. ¿Cómo puedo juzgar su modo de criticar los evangelios?

5. ¿Qué sistemas o métodos tenemos para averiguar qué es histórico y qué no en lo que se cuenta de Jesús?

6. ¿Cómo lograr obtener algo que se acerque a la verdad de tanto como se ha escrito sobre él?

7. ¿Cómo trabajan ustedes, filólogos e historiadores, para analizar los textos del cristianismo primitivo?

8. ¿Qué valor tiene en general lo que se nos ha transmitido en tiempos tan remotos?

En estas ocho cuestiones se resume toda la razón de ser de la labor investigadora del especialista en el Nuevo Testamento y la justificación de sus teorías, afirmaciones y respuestas. Por otro lado, Piñero desea que el libro sirva también como ayuda e introducción al estudio de los evangelios, de manera que permita al lego saber qué puede haber de histórico en ellos y la razón de esta valoración, para eliminar, en la medida de lo posible, la sensación de arbitrariedad, intereses ocultos o creencias particulares que pueden intuirse, o sospecharse, en cualquier especialista en la cuestión.

Para la elaboración de este libro, Piñero menciona las principales fuentes de las que ha extraído el material, que son, básicamente, tres: su obra El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos (en colaboración con Jesús Peláez del Rosal; Córdoba, El Almendro, 1995); el inmenso material producido durante años en artículos del propio Piñero aparecidos en blogs y Facebook; sus propias críticas a libros dedicados al Jesús histórico escritos por otros autores, entre los que cito unos pocos, quizá los más conocidos para el público español, como los firmados por José Antonio Pagola, José Montserrat Torrents o Gonzalo Puente Ojea. Por último, Piñero considera esta obra como la presentación en sociedad de un futuro libro que aparecerá este mismo año: El Nuevo Testamento. Sus libros explicados desde el punto de vista histórico, que incluye una nueva traducción, introducción y comentarios explicados de todos los libros del Nuevo Testamento según la Biblia de San Millán.

Presentación de Jesús en el templo, Álvaro Pires de Évora, ca. 1430.

¿Existió Jesús de Nazaret?

Una vez inmersos en el contenido del libro, Piñero comienza por la cuestión más básica. ¿Existió o no Jesús de Nazaret? El hecho de que todavía haya quien dude o niegue la existencia del personaje en su faceta puramente humana exige un análisis sobre el que sentar las bases del resto de investigaciones.

Piñero comienza presentando los argumentos en contra, defendidos por los llamados mitistas. Según estos, Jesús no sería más que la transposición de otros personajes, míticos: desde Gilgamesh (Peter Christian Albrecht Jensen, Moses, Jesus, Paulus. Drei Sagenvarianten des babylonischen Gott-Menschen Gilgamesch, Fráncfort, Neuer Frankfurter Verlag, 1909) a Josué (John M. Robertson, The Historical Jesus. A Survey of Positions, Londres, Watts & co., 1916), además de tomar elementos de numerosas divinidades orientales, muchas de ellas de inspiración solar (Adonis, Osiris, Mitra, etc.). Para otros, Jesús es más bien una concreción literaria de un anhelo colectivo de libración, la personificación de un movimiento social (Charles Guignebert, Jésus, París, La Renaissance du Livre, 1933) que representaba a los desheredados dentro del mundo romano.

El principal defensor de Jesús como mito es Arthur Drews (1865-1935), al que Piñero dedica varias páginas a fin de exponer ampliamente sus ideas, reflejadas principalmente en su obra El mito de Cristo. Básicamente, la teoría de Drews se sostiene sobre dos pilares: 1) la afirmación de que existe una creencia en el Mesías o en un mediador entre Dios y la humanidad anterior al cristianismo entre persas, griegos y los propios judíos; 2) la constatación de que tanto los evangelios como las cartas de Pablo no hacen más que reflejar un personaje de rasgos míticos, no históricos.

Con un afán didáctico que recorre todo el libro, Piñero señala el punto débil del mitismo: el problema de esta postura es que concede igual importancia a todos los textos, sin establecer jerarquías de fiabilidad, lo que provoca un maremágnum de conceptos confusos que ocultan los posibles datos históricos de un personaje que, poco o muy «maquillado» por las influencias de mitos orientales, probablemente sí existió. En otras palabras, los mitistas cometen el error básico de no saber discernir entre dos personajes: 1) un carpintero galileo experto en las escrituras, buen orador, sanador y exorcista que predicaba la inminente llegada del reino de Dios, Yeshua bar Yosef; 2) el Mesías-Cristo, hijo de Dios, concebido por el Espíritu Santo en una virgen, que baja a la tierra para expiar los pecados de la humanidad mediante su muerte y resurrección. El primero probablemente existió; el segundo es una construcción teológica.

Toca el turno de la defensa, y Piñero presenta aquí los argumentos a favor de la existencia histórica de Jesús, que son, por una parte, las menciones en obras de autores cristianos y no cristianos, y por otra, el análisis interno de los evangelios. Respecto a las citas en obras ajenas al Nuevo Testamento, se expone como principal argumento la cita de Flavio Josefo de «Santiago, hermano de Jesús, llamado Cristo», en Antigüedades de los Judíos, XX, 200. Su valor probatorio se refuerza con un par de menciones en las cartas de Pablo respecto al mismo personaje en Gálatas. La reflexión es la siguiente: Pablo de Tarso, de quien nadie duda que existió, dice que conoció a Santiago. ¿Acaso estaba tan loco como para tratar con un hombre que era hermano de una ficción religioso-literaria? Evidentemente, no. Tanto Josefo como Pablo no tienen dudas sobre la existencia histórica de Jesús, aunque no lo conocieron personalmente.

El segundo pasaje es el famoso «Testimonio Flaviano» de Antigüedades de los Judíos, XVIII, 63-64. Piñero analiza el texto y llega a la conclusión de que en él hay una parte que debe ser considerada auténtica, aunque presente interpolaciones cristianas. En cualquier caso, se llega de nuevo a la conclusión de que Josefo daba por hecho que Jesús existió. Hay otras citas, como la de Mara bar Sarapión, Tácito o Suetonio que, con mayor o menor valor, parecen aportar más argumentos a favor de la existencia histórica del personaje.

Si Jesús fuese una ficción
obra de los mitistas, no
habría ocasionado unos
relatos tan problemáticos

Pero, a mi entender, el principal argumento a favor se encuentra en el análisis interno de los evangelios, y es aquí donde Piñero ofrece al lector interesado pero sin conocimientos profundos sobre el tema una reflexión obvia, pero profunda: los cuatro evangelios y los otros veintitrés libros que conforman el Nuevo Testamento nos presentan no a un Jesús monolítico, indiscutible e inmutable en sus rasgos, discurso y cualidades, sino muchas versiones diferentes, con matices a veces opuestos y, sobre todo, que chocan incluso con algunas de las doctrinas principales del cristianismo. Si Jesús fuese una ficción obra de los mitistas, no habría ocasionado unos relatos tan problemáticos. Piñero aporta un excelente ejemplo: el bautismo. Los evangelios dan testimonio de que Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán. Pero sabemos que el bautismo de Juan tenía como objeto el perdón de los pecados. Es decir, Jesús, hijo de Dios, nacido libre de pecado, ¡se bautiza para limpiar sus pecados! Que se trató de un hecho real lo prueba que los evangelistas no lo omiten a pesar de las complicaciones teológicas que comporta, y por eso se observa cómo un evangelista tras otro van remodelando la escena para adecuarla a las necesidades de la fe, pero sin poder eliminarla, ya que, en el momento en que se escribieron los evangelios, debía ser conocida por la comunidad cristiana primitiva la noticia de que Jesús (hombre, no Dios) había sido bautizado por Juan. Valga esta mención sobre el bautismo sólo como una muestra de los numerosos argumentos similares que pueden encontrarse a lo largo y ancho de los evangelios.

Creo, en cualquier caso, que Piñero muestra al lector una vía sensata y correcta, en la que se mezcla un análisis resumido (no puede ser de otra forma en una obra breve) de las principales teorías en contra y a favor de la existencia histórica de Jesús. A partir de aquí, cada uno puede optar por la que más le convenza, pero habrá de ser consciente de que detrás de la afirmación de su existencia no se oculta simplemente una «conspiración» cristiana ni un capricho de unos lectores sin espíritu crítico.

Conocer las herramientas

Una vez admitida la existencia histórica de Jesús, el estudioso se enfrenta al siguiente reto: separar dentro de los testimonios del Nuevo Testamento el grano de la paja, es decir, discernir qué noticias, especialmente de los evangelios, se refieren al Jesús histórico y cuáles son elaboraciones propias de la comunidad cristiana primitiva. Para ello, se hace imprescindible conocer correctamente el material que va a utilizarse. En el segundo capítulo del libro, «El Nuevo Testamento, fuente principal para el conocimiento del Jesús histórico», Piñero ofrece unas pinceladas sobre este conjunto de obras.

De modo muy sucinto, puede decirse que el Nuevo Testamento es un conjunto de obras escritas en su totalidad en griego por autores judíos y que pertenece, por tanto, a la historia de la literatura judía helenística. Así pues, todas sus obras deben ser estudiadas valiéndose de los métodos propios de la Filología, la Filosofía y la Historia que se aplican a cualquier libro considerado «no sagrado». Sólo de este modo se comprenderán adecuadamente las ideas y mensajes de los diferentes libros neotestamentarios. La pretensión de que se trata de libros sagrados, inspirados, y que deben ser tratados de forma diferente, pues únicamente los teólogos y los creyentes con formación adecuada pueden desentrañar su verdadero significado, no es más que una falacia intelectual. El argumento circular, de una sencillez que debería avergonzar a sus defensores, se expresa de este modo:

1) Estos libros son sagrados.

2) ¿Cómo sabemos que son sagrados? Porque son la palabra de Dios.

3) ¿Quién afirma que son palabra de Dios? La Iglesia, gracias a su poder sobrenatural.

4) ¿De dónde obtiene la Iglesia este poder? Del hecho de haber sido fundada por Jesús.

5) ¿Cómo sabemos que fue fundada por Jesús? Porque lo dicen los libros sagrados.

Evidentemente, a todo aquel que esté interesado en el verdadero estudio del Nuevo Testamento, esta pescadilla mordiéndose la cola no debe impresionarle, y puede aplicar, con toda tranquilidad, los métodos propios de cualquier otra obra del mundo antiguo. Una vez hecho esto, se observa y se aprende que las obras del Nuevo Testamento no son un producto construido como una manipulación de la Iglesia para acomodarlo a su ideología, sino que refleja, más bien, el ambiente ideológico, histórico y religioso de su época, a saber, los dos primeros siglos de nuestra era en el Mediterráneo oriental, y que por ello choca a veces, como veremos, con la ideología y el dogma que triunfaron en siglos posteriores en el seno de la Iglesia.

El tercer capítulo de la obra realiza un breve recorrido por la historia de la interpretación científica del Nuevo Testamento. Por una parte, se explican los principios básicos de la crítica textual, iniciada con la edición de la Biblia Políglota Complutense. La crítica textual tiene como objetivo establecer cuál sería el texto ideal (no existente en ninguno de los manuscritos conservados) que se acerca más al original perdido de la obra, eliminando posibles interpolaciones y añadidos, errores de copista, etc. Piñero ofrece en unas pocas pinceladas algunos de los criterios básicos de esta complicada disciplina. El premio consiste en disponer de un texto ideal reconstruido que se acerca enormemente a lo que debieron de ser los originales de todos los libros del Nuevo Testamento.

Bautismo de Cristo. Del taller de Veit Stoss, ca. 1480–1490.

A partir de la página 82 se nos introduce en uno de los temas más interesantes para la comprensión de los textos y el personaje de Jesús de Nazaret. Hermann Samuel Reimarus (1694-1768), desconocido para el gran público, tiene una importancia crucial en nuestra forma de estudiar la figura de Jesús. Su planteamiento básico, que puede parecer obvio hoy día, no lo fue en absoluto en su tiempo, y gracias a él los estudios del Nuevo Testamento tomaron para siempre el rumbo correcto. Resumida en pocas líneas, su idea básica es que en las narraciones sobre Jesús hay que distinguir entre lo que realmente dijo e hizo el Nazareno, y lo que dijeron, pensaron y propagaron sus discípulos, atribuyéndoselo a su maestro. Las diferencias entre uno y los otros pueden ser notables. Por ejemplo, y de forma muy simplificada, puede atribuirse a Jesús todo aquello que choca contra la doctrina de la Iglesia posterior, y a los evangelistas o predicadores todo aquello que por contexto histórico y religioso no puede encajar con el ambiente en que vivió Jesús («No está bien quitar el pan a los hijos y echárselo a los perros» de Marcos 7, 27 es una declaración probablemente auténtica de Jesús, pues parece ir en contra de la idea de universalidad propugnada por la Iglesia posterior; por otro lado, «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia», de Mateo 16, 18 es muy probablemente obra de un predicador posterior, y no palabras del propio Jesús, que nunca pretendió ni fundó una iglesia ajena al judaísmo de su tiempo). La crítica teológica de Reimarus abre un camino por el que luego han transitado infinidad de estudiosos que han perfeccionado el método y han aportado nuevos matices.

Otras vías de investigación mencionadas en este capítulo tienen que ver con la historia de las religiones y la comparación entre unas y otras, lo que acaba por ofrecer un cuadro en el que cada obra individual del Nuevo Testamento muestra sus influencias y deudas respecto a religiones tan variadas como los misterios de la religión griega, el culto al emperador en Roma, religiones mesopotámicas o el judaísmo del siglo I en sus múltiples variantes.

Crítica de los evangelios y del resto de obras del Nuevo Testamento

Pero hay que ahondar aún más en la investigación, y el siguiente paso es el análisis de cada libro en particular. Podría decirse que este análisis ofrece dos informaciones básicas: 1) ¿qué podemos saber del Jesús histórico por lo que nos cuenta esta obra concreta?; 2) ¿qué intereses religiosos, culturales y sociales tenían tanto el autor como la comunidad a que iba dirigida cada obra concreta?

El resultado de estos análisis nos muestra no uno, sino muchos estadios diferentes de la comunidad cristiana primitiva, y podría decirse incluso que no enseñan un único cristianismo, sino varios. El estudio de las cartas auténticas y pseudónimas de Pablo introduce además al estudioso en una red de influencias y relaciones entre los mensajes y teología de estas epístolas y la teología de los diferentes evangelios (por ejemplo, si Pablo de Tarso es quien presenta la muerte de Jesús como un sacrificio vicario por la humanidad, encontramos el reflejo de esta idea en «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día» de Lucas 24, 7 que, recordemos, fue escrito después de las cartas de Pablo).

El tercer capítulo concluye con una breve presentación de lo que es la Historia de las formas, cuyo pionero es Martin Dibelius y que conoce un gran desarrollo con Rudolf Bultmann. La Historia de las formas defiende como idea básica que en los evangelios pueden identificarse diversas formas literarias que nos remiten a la prehistoria oral de los mismos (pequeños relatos sobre milagros, discursos, polémicas, relatos históricos). Mediante su análisis puede conocerse el ambiente en que se generaron y también saber si su composición puede situarse dentro del Jesús histórico o más bien en el contexto de la comunidad cristiana primitiva.

Una vez entrado en materia, Piñero dedica el cuarto capítulo a explicar al lector el concepto de evangelio, y a trazar las líneas básicas de cómo se pasó del evangelio oral al evangelio escrito. Un aspecto especialmente valioso no sólo de este capítulo, sino de todo el libro, son los ejemplos concretos que Piñero ofrece a propósito de cada concepto. Son el fruto de decenios de estudio de muchos especialistas, pero se ofrecen aquí, con fácil acceso, en beneficio del lector que está sumergiéndose por primera vez en este complicado mundo. Por citar sólo un caso, poner en relación Lucas 4, 16-21 con Isaías 61, 1 es algo evidente para el estudioso, pero absolutamente fuera del alcance del lego. Piñero allana ese camino.

La explicación sobre el paso de la tradición oral a la escrita, la composición de las primeras unidades narrativas, y la historia de la redacción de los evangelios van fluyendo en las siguientes páginas con una gran facilidad. Creo que resulta de especial interés y sorprendente para el lector que quiere iniciarse en estos estudios la exposición de cómo unos evangelios dependen de otros. La llamada cuestión sinóptica y la reconstrucción especulativa de la Fuente Q, así como la relación de Juan con los otros tres evangelios son los tres pilares básicos para la comprensión de todo el proceso de redacción. Los ejemplos son muy iluminadores, la explicación, clara y convincente y, en pocas páginas, el autor consigue condensar el resultado de años de estudio.

Una vez entendido el proceso, puede pasar a enfrentarse a los textos con mayor confianza e intentar extraer de ellos la mejor información posible. Piñero resume primero los puntos básicos que hay que tener en cuenta a la hora de intentar extraer datos históricos de los evangelios. Señala el carácter teológico y doctrinal (no histórico) de las obras y pone en cuarentena el valor histórico de las narraciones de la infancia y la resurrección especialmente, así como los eventos sobrenaturales. Discute asimismo el valor de los pasajes relativos a la predicación de Jesús.

Con estas advertencias previas, el quinto capítulo se dedica a mostrar al lector cómo se trabaja en la actualidad para esclarecer cuestiones tales como las siguientes: ¿de qué manera se transmitió un escrito en concreto? ¿En qué época se escribió cada uno?  ¿Cuál es su orden cronológico respecto al resto de libros del Nuevo Testamento? Se indagan igualmente posibles autores (auténticos o pseudónimos), destinatarios del texto y otras cuestiones de tipo estilístico y literario.

Una de las herramientas más básicas es conocer la lengua en que se escribieron los textos del Nuevo Testamento. Confieso mi admiración por la saga cinematográfica de Indiana Jones, en una de cuyas películas, Indiana Jones y la Última Cruzada, un joven Indiana irrumpe en el despacho de su padre. Antes de que le sea permitido hablar, el padre le dice que debe contar hasta diez, pero cuando el muchacho comienza a contar, el progenitor levanta la mano para interrumpirle y le dice: «En griego».

Esta escena, que busca el punto humorístico en el capricho excéntrico del personaje interpretado por Sean Connery, esconde una importante verdad para cualquiera que se enfrente no sólo al Nuevo Testamento, sino a cualquier texto antiguo. La traducción mutila, traiciona, recorta, amplía, pero raras veces preserva el cien por cien del sentido original del texto (antes de que se me den por ofendidos en el gremio de traductores, vaya por delante que yo también lo soy desde hace más de veinte años). De ahí la importancia de enfrentarse al texto en la versión original, que en el caso de todas las obras del Nuevo Testamento es el griego. El análisis profundo del texto y el vocabulario ayuda a comprender a fondo el texto. De nuevo Piñero ofrece un ejemplo de análisis basado en la curación de un ciego en el capítulo octavo del evangelio de Marcos, pero los ejemplos son innumerables.

El capítulo sexto es una exposición de casos concretos para que el lector comprenda mediante la práctica cómo funciona la crítica textual y el estudio de la historia de las formas. Siempre teniendo en mente las preguntas que se formulaban en la introducción del libro, entre ellas la de saber separar entre lo que es propio del Jesús histórico y lo que no, entre la página 207 y la 219 se ofrece una lista de los criterios de autenticidad que se aplican a los Evangelios. De nuevo, Piñero no se limita a citarlos y explicarlos, sino que presenta casos y ejemplos concretos de cada uno (criterio de desemejanza, de atestiguación múltiple, de coherencia, de huellas del arameo, etc.). Uno, que ha sufrido la lectura de muchos manuales en los que todo se daba por sabido, no puede sino envidiar al lector de este libro por la gran ayuda que suponen todos los ejemplos que aporta el libro.

Las siguientes páginas (219-231) son una clase práctica de cómo se hace un comentario histórico-crítico de un texto evangélico, en concreto del capítulo 23 de Lucas. El análisis versículo por versículo descubre todo un mundo de matices imposibles de detectar para el lego. Desfilan por el análisis observaciones sobre el vocablo griego utilizado, citas de Derecho romano, legislación judía, referencias a otros textos evangélicos y de los Hechos de los Apóstoles, comentarios sobre la trama argumental, se descubren intenciones de la comunidad cristiana primitiva para cargar la culpa de la muerte de Jesús sobre los judíos y liberar de responsabilidad a Pilatos y a Roma, análisis del contexto histórico y de personajes reales concretos como Herodes Antipas y propuestas sorprendentes para los no versados en la materia, como la interpretación que se hace de los dos «ladrones» como seguidores de Jesús.

Como menciona el propio Piñero, este comentario «puede convencer al lector de que la tarea de hacer exégesis no es una cuestión de leer simplemente un texto y sacar nuestras conclusiones en el siglo XXI. Es bastante más complicada si se quiere hacer bien». Amén.

Los Evangelios de la Infancia son el germen de la literatura apócrifa:
una serie de «evangelios» tardíos que, con base en los relatos canónicos, intentaban rellenar los huecos de información que estos presentaban

El séptimo capítulo muestra las principales vías de interpretación del material existente sobre los llamados «años ocultos» de Jesús, es decir, los previos a su misión pública de adulto y concentrados especialmente en las historias relativas a la concepción y nacimiento de Jesús. Las líneas básicas de estos relatos que aparecen en los llamados Evangelios de la Infancia de Mateo y Lucas son conocidas por todos, porque, más allá de la estricta fe cristiana, pertenecen al acervo popular de las fiestas de Navidad. La anunciación a María, el nacimiento en el portal de Belén, la estrella, la visita de los Magos, la Matanza de los Inocentes perpetrada por Herodes, etc., son temas conocidos y asumidos como parte de la biografía de Jesús.

Pero, ¡ay!, Piñero echa un jarro de agua fría desde la primera página del capítulo. Para él (y para muchos investigadores actuales), los relatos sobre la concepción y nacimiento de Jesús son legendarios, y apenas puede extraerse de ellos información histórica, salvo, quizá, que los padres de Jesús se llamaban José y María, y que nació en tiempos de Herodes el Grande. Todo lo demás son creaciones de los evangelistas o de sus fuentes con una clara intención teológica: demostrar que Jesús es el mesías anunciado por el Antiguo Testamento y que su nacimiento fue milagroso. El desarrollo de las explicaciones es claro. Las contradicciones entre Mateo y Lucas, las inconsistencias cronológicas, la teología sobre el Mesías que defienden el Magnificat y los cantos de Zacarías y Simeón, y las escasas informaciones sobre la familia de Jesús desperdigadas por los evangelios dejan un panorama desolador desde el punto de vista histórico. Los Evangelios de la Infancia no sólo presentan un casi irrelevante valor histórico, sino que son, en realidad, el germen de lo que unos decenios más tarde será la literatura apócrifa, a saber, una serie de «evangelios» tardíos que, utilizando como base los relatos canónicos, intentaban rellenar los huecos de información que estos presentaban. La literatura apócrifa no tiene prácticamente valor para estudiar al Jesús histórico, aunque puede matizarse esta afirmación especialmente respecto a algunos dichos contenidos en el Evangelio de Tomás que coinciden con la Fuente Q. Poco más.

Conclusiones

El libro acaba con un octavo capítulo titulado Caminos seguros o sendas perdidas. A modo de conclusión. Por caminos seguros entiende Piñero aquellos que llevan a un conocimiento más profundo y probable del Jesús histórico, mientras que las sendas perdidas confunden y forman una imagen del personaje que no coincide con la figura histórica (Jesús de la Historia), sino con el producto teológico (Cristo de la Fe). En total, el autor resume estos caminos y sendas en treinta y un puntos que intentaré resumir de forma clara.

1) Para estudiar el Nuevo Testamento, hay que utilizar la razón y los instrumentos de la investigación moderna. Admitir los principios de la jerarquía eclesiástica según la cual «el justo conocimiento del texto bíblico no es accesible sino a quien tiene una afinidad vivida con aquello de lo que habla el texto» es caer en una trampa que carece de la más mínima lógica, pues se basa en el argumento circular mencionado anteriormente. La búsqueda del Jesús histórico es una labor en la que cada investigador se apoya en lo hecho hasta entonces por sus predecesores y, en realidad, existe un consenso bastante amplio entre investigadores confesionales y aconfesionales sobre la mayoría de los puntos básicos de la reconstrucción.

2) El camino seguro pasa por el estudio de los cuatro evangelios canónicos, especialmente los tres sinópticos, tomando como punto de partida el más antiguo, el de Marcos. A todos ellos se aplicarán los «criterios de historicidad» comentados en el capítulo sexto. Especialmente valiosas son las noticias recogidas por los evangelistas sobre Jesús a pesar de que iban contra sus intereses teológicos (por ejemplo, su Bautismo por Juan).

3) Una vez recogido el material considerado histórico, el resto debe pasar por un trabajo de análisis que explique por qué se ha tergiversado el personaje o el relato, algo que responderá normalmente a adaptaciones teológicas o de una comunidad concreta. Aquí, el principal responsable de las adaptaciones será el círculo de predicadores de la escuela de Pablo de Tarso.

4) Ya centrados en el personaje de Jesús, es probablemente seguro el camino que lo muestre como un judío cumplidor de la ley, discípulo del Bautista, consecuente con la fe y espiritualidad de su tiempo, profeta apocalíptico, condenado a muerte por los romanos por un delito de sedición (aunque esto no signifique que haya que ver en Jesús a un «galileo armado», valiéndonos del título de un libro de José Montserrat Torrents).

5) Es senda perdida retratarlo como un ser divino, mesías, fundador de una nueva fe, así como la idea de que Jesús planeó voluntariamente una muerte vicaria por el perdón de los pecados de la humanidad. También conducen a una senda perdida los datos sobre la vida oculta de Jesús, es decir, los anteriores a su vida pública. Esto apunta directamente en contra de la validez histórica de los evangelios apócrifos. Debe ponerse en cuarentena también la idea de que Jesús pensaba en la evangelización de los paganos, pues Jesús fue un estricto nacionalista judío. La carga de la culpa de la muerte de Jesús sobre los judíos y centrar el motivo en la blasfemia son también sendas perdidas.

6) La resurrección no pertenece al ámbito de estudio del Jesús de la Historia, sino exclusivamente al de la fe. Suscribo, por lo que toca a mi investigación personal, este punto, lo que no significa que no puedan estudiarse las causas y circunstancias que hicieron que un grupo de hombres y mujeres llegaran a forjar la creencia de que su maestro había resucitado. Ahí sí tienen algo que decir los estudios críticos históricos.

Llegados al final del libro, creo que Piñero ha respondido satisfactoriamente a las ocho cuestiones que planteaba al iniciar su camino. Y puede sentirse autorizado a defenderse de la injusta acusación que reciben muchos investigadores independientes de «sacarse de la manga» los datos aportados.

En este libro, Piñero realiza un esfuerzo didáctico único, se comporta como un auténtico maestro que tiene la paciencia de mostrar al lego todo el camino que él ha recorrido durante varios decenios y consigue condensar en menos de trescientas páginas lo fundamental para que cualquiera pueda, después de leerlas, comprender mucho mejor al Jesús de la Historia.

La Piedad, Sandro Botticelli, ca. 1495

*          *          *

El segundo libro, El Jesús que yo conozco, no es, en sentido estricto, un libro escrito por Antonio Piñero, sino la puesta por escrito de una larga entrevista, realizada a través de correos electrónicos durante casi dos años, que el académico mexicano Javier Ruiz de la Presa hizo a Piñero sobre la figura de Jesús de Nazaret y el cristianismo primitivo. Las preguntas, un total de ochenta y nueve, pretenden ofrecer una síntesis del pensamiento de Piñero sobre estas cuestiones. A modo de epílogo, hay otra serie de preguntas, siete en concreto, que se centran en la personalidad y carácter del propio Piñero.

Las preguntas pueden agruparse en varios bloques. Hay un buen número de ellas que tratan temas que Piñero ha abordado con anterioridad en alguna de sus obras: muchas repiten cuestiones ya tratadas en la crítica de Aproximación al Jesús histórico y creo que no merece la pena extenderse de nuevo sobre ellas. Otras desarrollan cuestiones relacionadas con la relación entre Jesús y las mujeres, en especial el papel de María Magdalena en la forja de la creencia en la resurrección; también se explica extensamente el significado del vocablo Hijo del Hombre, o los posibles contactos entre Jesús, Juan el Bautista y la comunidad esenia de Qumrán que produjo los llamados Manuscritos del Mar Muerto. Piñero contesta también a preguntas sobre la relación de Jesús con los diferentes actores sociales, religiosos y políticos de su tiempo, su carácter pacífico o violento, su condición de sedicioso (diferente al «galileo armado» de José Montserrat Torrents), si se sintió o no mesías de Israel y qué significaba eso en el siglo I y para sus compatriotas, su interpretación de la ultima cena o el papel de Pablo en la construcción teológica del Jesús de la fe.

Me parecen especialmente interesantes, porque no son tan frecuentes (o quizá no son las más conocidos por el gran público) en las obras de Piñero, los dos grupos de preguntas finales, uno sobre los evangelios apócrifos y otro sobre cómo se creó el canon de obras del Nuevo Testamento. Por medio de las preguntas adecuadas y la capacidad de síntesis de Piñero, uno puede hacerse una idea general sobre ambas cuestiones tras haber leído apenas cinco o diez páginas sobre el asunto. Como ya se ha mencionado en el caso de Aproximación al Jesús histórico, Antonio Piñero ejerce aquí de maestro más que de investigador.

La gran novedad

Pero si hay algo en este libro que lo diferencie de las obras firmadas por Piñero es que Ruiz de la Presa aprovecha la ocasión, y la confianza, para preguntar a Piñero sobre cuestiones que este no suele poner por escrito. La primera es una cuestión filosófica: ¿puede hoy leerse el Nuevo Testamento con honestidad intelectual y abrazar la fe cristiana ?sobre todo como la entiende Pablo? sin ser un creyente intelectualmente infeliz, como diría Ortega?

La respuesta no tiene desperdicio: «La inteligencia de toda persona sensata va evolucionando y madurando con el paso de su tiempo biológico. Creo que se puede ser creyente en un tiempo de irreflexión, de romanticismo y de ilusiones más o menos místicas. Pero a todo ser humano sensato le debe de llegar un momento de madurez en el que utilizar la razón, como su único instrumento de conocimiento […]. Cuando llega ese momento no se puede seguir creyendo en mitos irracionales, basados en una cosmovisión de hace miles de años, con un concepto de la divinidad que es contradictorio en sí, y quedarse tan feliz con uno mismo».

Relacionada con esta pregunta, surge la interrogante de cuál es la cosmovisión de Piñero. Su visión del mundo, de Dios, la Revelación, el diseño inteligente, etc. Piñero confronta la creencia en un Dios personal con la contradicción que esto supondría ante la existencia del dolor humano. Desde Epicuro se ha planteado así: el sufrimiento de los inocentes «absolutos» (es decir, aquellos que no han tenido ni siquiera la oportunidad de elegir dónde nacer, qué enfermedad padecer, etc.), pone en cuestión la existencia de un Dios (o unos dioses, en el caso de Epicuro) infinitamente justo y bueno. Y Piñero no la menciona, pero suena a broma de mal gusto la explicación que desde la fe se ofrece a esta paradoja (la voluntad de Dios de poner a prueba no se sabe muy bien a quién ni con qué objeto, castigo divino o designios inescrutables).

Descartado para Piñero ese dios personal, opina que, en todo caso, podrían buscarse esas ideas de divinidad en algo parecido a la idea estoica (Razón universal) o de Espinoza (deus sive natura). Para Piñero, la divinidad sería, quizás, una «mezcla» del Universo completo, eterno, y de la Razón universal que hay dentro de él. Respecto a la inmortalidad, no ve posible una inmortalidad personal del ser humano posterior a su muerte terrena, aunque se rebela contra la desaparición absoluta y quiere pensar que, quizá de nuevo, y tras su paso por esta vida, el ser humano regrese, «como una suerte de átomo, a la Razón universal».

Remata su respuesta Piñero declarando que, dentro de esta cosmovisión, «es difícil que haya un hueco para que un Dios se revele a una criatura creada a su imagen y semejanza, y para que sea el Creador de un diseño inteligente. Esto es sencillamente un mito».

Ahondando en esta idea de que no hay hueco para Dios y la paradoja planteada por Epicuro, Ruiz de la Presa pregunta algo que se le ha pasado por la cabeza a cualquier persona sensata que ha visitado un campo de exterminio y que Primo Levi ya expresó con su fórmula «Existe Auschwitz, por lo tanto no puede existir Dios». ¿Es así? Y Piñero se alinea con Levi y con Epicuro: bien los dioses (Dios) no existen, bien no se interesan por los hombres.

Ya en otro tono, Ruiz de la Prada toca uno de los temas estrella de Piñero, Pablo de Tarso, pero desde un punto de vista original. Lo formula así: si Antonio Piñero fuese contemporáneo de Pablo, pero de formación de raigambre griega, ¿habría encontrado motivos poderosos para creerle o, quizá, para dudar de él, suponiendo que tuviera la paciencia que los griegos no tuvieron en el Areópago?

Piñero se presta al juego y responde que, en ese caso, probablemente sería un esclavo o un liberto y que, si tuviera formación filosófica, hubiera admirado el estilo retórico y la fe de Pablo, pero se habría mostrado absolutamente escéptico ante su mensaje. Como proclaman los Hechos 17, 32: «Ya nos hablarás de eso en otra ocasión». No obstante, Piñero se muestra de acuerdo con la moral cívica de Pablo, aunque sólo por su deuda respecto al estoicismo y el epicureísmo. Por lo demás, dice no sentirse especialmente seducido por un personaje al que, sin embargo, ha dedicado gran parte de su actividad investigadora.

Vayamos a la última pregunta de Ruiz de la Prada: «Ud. mencionó en una entrevista (supongo que hace varios años porque entonces tenía en su haber treinta y siete libros publicados) que todavía no se había atrevido a escribir un libro sobre Jesús. Me dejó muy impresionado su comentario. ¿Quiere esto decir que el tema es tan complejo que es casi una tarea imposible? ¿O en qué sentido lo dijo?» Matizo la pregunta. Es evidente que Antonio Piñero ha escrito mucho sobre Jesús de Nazaret. A lo que se refiere Ruiz de la Prada es a una obra que abordase el tema como una especie de «vida» de Jesús, de principio a fin, centrada en el personaje desde todos los puntos de vista. Piñero se reafirma en su postura varios años después de haber hecho esta afirmación, y comenta que todavía no se siente competente para semejante tarea. Creo que, si en el futuro escribiese ese libro, resultaría de lectura altamente recomendable.

Javier Alonso López es profesor de la IE University, biblista, arqueólogo y escritor. Es autor de Las cinco caras de Dios. Guía breve para comprender las principales religiones del mundo actual (Barcelona, Viceversa, 2012).

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