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Cohete o catacumba

EL FONDO DEL CIELO

Rodrigo Fresán

Mondadori, Barcelona

272 pp.

18,90 €

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Érase una vez una literatura latinoamericana que vivía feliz en sus casas: la casa verde por aquí, otra casa de los espíritus por allá y, en la plaza central, la casa señorial de la familia Buendía. Sin embargo, después de unos años, empezaron a rondar los lobeznos y comenzaron a socavar esta felicidad hogareña.

Primero fueron los del McOndo en Chile, con su insistencia en que la vida contemporánea de los latinoamericanos se desarrolla más en la selva de asfalto de las grandes ciudades que en la jungla amazónica o caribeña. Con ellos se reunían los de la generación del crack (que en inglés, entre otras cosas, significa grieta) en México. Para ellos, la novela debía rehusar cualquier sospecha de localismo, y reclamar al mundo entero como hábitat. Y, por supuesto, el trabajo más estrepitoso de demolición de las añejas certidumbres literarias fue llevado a cabo por el lobo estepario que fue Roberto Bolaño, que cada vez más parece consagrarse como el transmisor de esta corriente renovadora.

Asimismo, los jóvenes escritores argentinos no se quedaron atrás. Mientras Alan Pauls destripa las malas conciencias de su país en una prosa delirante, y Martín Kohan narra la historia argentina que se lee entre líneas, Rodrigo Fresán se dedica a construir nuevos mundos tan extraños como alucinantes. En libros anteriores como Mantra, una novela mexicana «que termina por morderse la cola y por presentarse a sí misma como una propuesta inacabada para la reconstrucción del lector», según reza un crítico astuto, o en los Jardines de Kensington, esa mezcla maliciosa de biografía y narrativa entrelazadas que trata de la niñez robada y la crueldad mezquina de los adultos, Fresán desmonta las estructuras de los géneros literarios para recrearlos utilizando su propio estilo único.

Este último libro de Fresán, El fondo del cielo, publicado seis años después de Mantra, adelanta un paso más en el proceso de desintegración de la novela «realista». Como ya parece ser una costumbre del autor, al final del libro incluye una lista de influencias posibles e inquietudes que inspiraron su escritura. Fundamental entre ellas es Kurt Vonnegut y su obra maestra Slaughterhouse-Five, donde el escritor norteamericano describe los libros producidos por los extraterrestres del planeta Tralfamador: «No hay principio, ni centro, ni final, ni suspenso, ni moraleja, ni causa, ni efectos. Lo que amamos de nuestros libros es la profundidad de tantos momentos maravillosos contemplados al mismo tiempo».

Esta frase podría ser el punto de partida para la construcción de la novela de Fresán. No hay muchas cosas certeras que puedan decirse de su argumento. El personaje principal parece ser un tal Isaac Goldman, cuya madre muere cuando él tiene sólo unos meses de edad, y cuyo padre se vuelve loco, poseído por alucinaciones religiosas. El joven Isaac es trasladado a Manhattan desde Brooklyn para vivir con su primo. Será éste, Ezra Leventhal, quien lo introduzca al mundo de la ciencia-ficción. Muy pronto, los dos jóvenes se encuentran ocupados escribiendo tebeos y llenando su tiempo libre con sueños de extraterrestres y planetas distantes. Refugiándose (otra vez la niñez robada) en escribir historias de universos remotos, se convierten en Los Lejanos.

Nos enteramos de todos estos detalles porque Isaac está (aparentemente) realizando una mirada retrospectiva sobre su vida como autor exitoso de ciencia-ficción, y a medida que envejece se da cuenta de que el pasado es tan remoto y sorprendente como el futuro, y que las otras personas pueden ser tan distantes y extrañas como los seres de un planeta lejano. Esta extrañeza surge sobre todo con la figura de Jefferson Washington Franklin Darlingskill y, al parecer, también incluye a la chica (la Chica Rara) de la que los tres protagonistas están enamorados. Según Fresán, la ocurrencia del libro surgió de una idea simple: «mujer arrasa como un tsunami a tres hombres / love story, TRISTEZA!!!», y en la parte final del libro es la chica rara quien narra el amor visto como invasión extraterrestre: el universo desconocido que todos llevamos adentro.

Sin embargo, este resumen es sólo una pequeña expresión de lo que Fresán está tratando de realizar en su novela. Por ejemplo, utiliza la reflexión acerca del género de ciencia-ficción como una analogía de la memoria: «La memoria es una máquina del tiempo en reversa tan potente como lo es –siempre hacia adelante, o en múltiples direcciones alternativas– esa otra máquina del tiempo que es la imaginación». Cuando miramos hacia atrás, lo que podría formar parte de los mundos extraños de ciencia-ficción, parece decir Fresán, es el pasado mismo. Más que un «país extranjero», es un planeta lejano cuyos habitantes y acontecimientos nos parecen totalmente ajenos. «La historia de lo que fue –toda teoría, o ensayo histórico– es también una novela de ciencia-ficción», nos dice Isaac Goldman.

Al mismo tiempo, El fondo del cielo es una reflexión sobre el fin de los tiempos, incluyendo la destrucción de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, la guerra de Irak, y el mundo al revés en el que cada vez más parecemos habitar todos. Los ET no han venido a conquistarnos desde otros planetas. Siempre han estado, están y estarán dentro de nosotros. Estamos tan empeñados en nuestra propia destrucción que no necesitamos la ayuda de fuerzas hostiles de mundos lejanos. Según Rodrigo Fresán, la nueva casa sería «o cohete o catacumba».

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Ficha técnica

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