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El escritor enamorado

LOS ENAMORAMIENTOS

Javier Marías

Alfaguara, Madrid

408 pp.

19,50 €

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Por qué diablos un libro que se titula Los enamoramientos empieza con una muerte? Y no una muerte cualquiera, sino el vil asesinato de un productor de cine a manos de un «gorrilla» [sic] indigente, cuya única emoción parece ser la rabia de un trastornado mental. La respuesta a esta pregunta solamente se dará bien entrada la segunda parte de esta nueva novela envolvente del prolífico Javier Marías. Después de haberse sumergido durante mucho tiempo en el mundo oscuro del espionaje británico en la trilogía de Tu rostro mañana, en esta novela vuelve a Madrid y a una trama que aparenta ser menos enredada.
La voz narrativa pertenece a María Dolz, de «treinta y algo» años, quien trabaja de editora en una casa editorial de la capital española. La profesión de esta le permite a Marías lanzar sus pullas habituales contra la industria del libro, luciendo a jefes sin ninguna imaginación y a autores engreídos (e incluye lo que quizá sea un guiño irónico hacia su propia persona, en la figura ridícula de Garay Fontina, aspirante al Premio Nobel que siempre está a la espera de la llamada de Estocolmo).

No obstante, las páginas dedicadas a los esperpénticos escritores españoles son pocas, y no de las más importantes para el desenvolvimiento del libro. Más pertinente es el hecho de que María Dolz conocía de vista al productor de cine (Julio Desverne) apuñalado, a quien había visto con su pareja muchas veces desayunando en el mismo café. Después de la muerte de Desverne, en un momento dado se acerca a su viuda, Luisa Alday, para darle el pésame. Las dos mujeres simpatizan, y quizá podrían haber llegado a iniciar una relación más cercana.

Sin embargo, no va a ser así. En lugar de esto, lo que ocurre es que, en la casa de Luisa, María conoce a un tal Javier Díaz-Varela, al parecer un amigo íntimo de la pareja Desverne. Y es ahora cuando Marías nos presenta el primer enamoramiento, el que María siente por Javier. Para el novelista, enamoramiento no es exactamente el amor, sino un estado en el que «centramos nuestras energías en cuestiones que no nos afectan más que vicariamente o por hechizo o contaminación, como si decidiéramos vivir en una pantalla o en un escenario o en el interior de una novela, en un mundo ajeno de ficción que nos absorbe y entretiene más que el nuestro real, el cual dejamos temporalmente en suspenso o en un segundo lugar».

El autor da entonces otra vuelta de tuerca al desarrollo narrativo. Tal y como sucede en las canciones populares, Javier Díaz-Varela está a su vez enamorado hasta la locura, no de María, sino de la viuda Luisa, quien a su vez sigue fiel al recuerdo de su marido. Aunque le resulta doloroso, María se resigna a aceptar esta situación, puesto que otro componente del enamoramiento es la debilidad de la persona que lo padece. Pero se desestabiliza cuando se entera por casualidad que Javier sabe mucho más de la muerte de su amigo de lo que ha querido contarle hasta este momento.

La intriga y el suspenso van en aumento hasta un desenlace en el que María decide por fin callar todo lo que sabe: «que la materia pasada sea muda y que las cosas se diluyan o escondan, que se callen y no cuenten ni traigan otras desgracias». Esta es la primera vez que Marías elige la voz de una mujer para narrar su novela en primera persona. Sin embargo, como siempre en su obra, los personajes son más bien como la pantalla vacía de los psicoanalistas, en la que Marías proyecta todas las emociones, fantasías y divagaciones que suscitan los hechos. Dice de uno de los personajes que «tenía una fuerte tendencia a disertar y a discursear y a la digresión». Pues este es exactamente el credo literario de Marías: dar un empuje para que el mecanismo de la ficción empiece a andar, para después considerar de manera hiperdetallada las posibles consecuencias, sobre todo en cuanto a las repercusiones éticas de la conducta de cada persona. En Los enamoramientos esta investigación no solo se centra en los efectos de la muerte de una persona y en todos los que fueron de alguna manera cómplices de su desaparición, sino también en los extremos a los cuales nos lleva la renuncia de nuestras capacidades críticas en el amor.

El hecho de construir su mundo ficticio alrededor de este tipo de preocupación ética –que al mismo tiempo se revela a sabiendas como un ejercicio lúdico con palabras– parece no ser del agrado de mucha gente en España (es notable, por ejemplo, que todas los elogios de sus libros anteriores citados en la cubierta de este libro provengan del mundo anglosajón). Y, sin embargo, Marías ha de tener razón cuando dice en esta novela: «Lo interesante son las posibilidades e ideas que [las novelas] nos inoculan y traen a través de sus casos imaginarios, se nos quedan con mayor nitidez que los sucesos reales y los tenemos más en cuenta».

Esta profesión de fe en el poder de la ficción se ve plenamente corroborada en esta novela escrita para cautivar. Al fin y al cabo, el gran enamorado resulta ser el propio Marías, que revela aquí una vez más su pasión por las palabras y los esfuerzos constantes que hacemos por enfrentarnos al desafío de adecuar el mundo a nuestro deseo.

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Ficha técnica

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