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El concepto ideal de novela

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Soy lector de la Revista de libros desde su primer número y me había acostumbrado a fiarme de ella, aunque después de leer la crítica sobre el libro de Elvira Lindo Algomás inesperado que la muerte, titulada «Retales» y firmada por Emilio Peral, supongo que tendré que replantearme esa confianza.

Si el señor Peral hubiera sido sincero consigo mismo, no tendría que haber escrito sobre esa novela, que al parecer reúne todo lo que él más odia. Y si hubiera sido un buen crítico, tendría que haber explicado por qué, en su opinión, falla el libro y no cómo le habría gustado que fuera. A pesar del lenguaje seudoacadémico que usa en el texto –que en principio debería haber estado dirigido al lector común, no al técnico o intérprete universitario: un error de partida imperdonable–, he podido entender que al señor Peral le producen sarpullidos que la novelista tenga la suerte de poseer «una prosa fluida, irónica, a ratos sarcástica». Por si fuera poco, el crítico, ya puesto, no se limita a echar la bronca a la escritora, sino también al lector, que según él se rinde como un miserable literario ante ese tipo de prosa.

Al señor Peral tampoco le gusta lo folletinesco, o más bien le parece algo despreciable, y exige la desaparición de lo «anecdótico» para ser «sustituido por una vertiente más especulativa del relato». Pero, ojo, cuando Lindo se acerca a la Transición y a las actitudes inéditas y aún coleantes que en la época se forjaron, al señor Peral le da la sensación de estar escuchando «una canción pasada de moda».

El problema de quienes hemos leído su crítica reside en que no sabemos qué canción es la que le gusta a él. Es lo que tenía que haber planteado de partida: su concepto ideal de novela, con el que al parecer juzga la de Lindo, aunque no se nos diga nunca cuál es exactamente y por tanto no sepamos el porqué de sus airados comentarios.

Creo que el texto del señor Peral condensa los peores humos de la crítica: esa infantil actitud de «se va a enterar», que el lector percibe desde el primer momento, y que le hace pensar en una venganza no se sabe por qué motivos, ninguno de los cuales le interesa. Por lo demás, me extrañan algunas imprecisiones conceptuales del señor Peral, que comienzan con la primera frase de su texto, al decir que «una inquietante llamada telefónica sirve de "marco narrativo" de la novela, cuando debería haber dicho arranque, inicio o algo similar, a menos que pongamos marcos a todas las escenas».

Entre estas y otras cosas, me podría tomar a risa el texto si no creyera en la función de la crítica, que en un «marco» como el de la Revista de libros, debería ser el de informar al lector sobre el contenido y realizar un juicio sobre ella no en relación con los propios gustos, sino con los objetivos que se propone la novela y si los alcanza o no. Es esta función la que el señor Peral ha despreciado en su texto, un ejercicio de formalismo universitario y de imposición de unos gustos que, por mucho que le pese, no tienen por qué ser los de los lectores de la publicación.

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