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Dumbo ya está maduro

LA EVOLUCIÓN DE LA LIBERTAD

Daniel C. Dennett

Trad. de Ramón Vilà Paidós, Barcelona

384 pp.

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Dice el autor que el trabajo de esta obra le ha llevado más de treinta años. No se trata, por tanto, aunque sólo sea por respeto a la larga meditación que ha supuesto, de una obra escrita con ligereza.Todo lo contrario: es una obra compleja, con muchas aristas y que hace una aproximación multidisciplinar a la libertad. La cuestión es importante, especialmente ahora que corren versiones tan simplistas en torno a las bases genéticas de la determinación humana. Nuestros propios prejuicios, preconcepciones y ligerezas de pensamiento nos llevan a reflexiones triviales y poco maduras en torno a un tema de tanta enjundia. La obra de Dennett es un ejercicio fabuloso para aproximarnos al espinoso asunto de si somos libres, a pesar de todo. Los diez capítulos que componen la obra merecen una atención particularizada, porque su argumento en torno a la libertad «humana» es, ciertamente, un largo argumento.

Empezaré diciendo que Dennett es un filósofo que se califica, abiertamente, como «naturalista», es decir, que considera que el análisis filosófico no es previo ni, me atrevería a decir, posterior al de la ciencia. La filosofía, según él, no debe ser previa a la ciencia, porque la ciencia produce conocimientos demasiado preciosos como para que no los tengamos en cuenta desde el primer momento del análisis filosófico. Su percepción en torno a la consideración que la ciencia debe tener por parte de la filosofía es la de primos hermanos: con refriegas y amores continuos, tratándose de igual a igual. Por ello tampoco le resulta satisfactoria a Dennett la aproximación a posteriori del análisis filosófico. Comenta el autor que no es cuestión de esperar a que nos digan lo que «hay», porque probablemente podamos influir en lo que «va a hacerse» o, mejor aún, en poder interpretar lo antes posible aquello que «se nos muestra casi inmediatamente». Dennett quiere hacer filosofía con la ciencia más inmediata, no esperando a que sus frutos vayan consolidándose; no quiere esperar a tener la perspectiva que da el dejar tiempo entre medias, quiere mojarse cuanto antes contando, eso sí, con la herramienta de su racionalidad. Conviene matizar esta perspectiva porque en el panorama filosófico de nuestro país no puede decirse que abunden personajes de su talante. Él mismo comenta el recelo que sus colegas le muestran cuando se define como filósofo naturalista. Sobre esto versa su primer capítulo: no debe asustarnos lo que vayamos descubriendo sobre nuestros orígenes y la forma en que funciona nuestro cerebro, porque en el fondo lo que vamos a lograr es una tesis más sólida en torno al origen y evolución de la libertad en nuestra especie, más allá de ciertos mitos sobre los que viene asentándose. Dumbo está maduro y sabe que con sus orejas no puede volar.

En el segundo capítulo Dennett trata de mostrarnos, recurriendo al famoso Juego de la Vida, del matemático John Horton Conway, que determinismo y evitabilidad no son incompatibles. Lo resume en un argumento explícito, al que el lector puede llegar, como llega Dennett, aunque corriendo el riesgo de convertirse en un hacker del juego en cuestión. Dennett proporciona algunas direcciones de donde descargarse el juego de forma gratuita. El más completo y accesible puede encontrarse en http://psoup.math.wisc.edu./Life32.html. Nada más interesante que hacer el análisis ontológico de un mundo elemental con reglas perfectamente definidas que puedan servir luego, por analogía, para aproximarnos a las que gobiernan nuestro mundo biológico. Este es el argumento: «En algunos mundos deterministas hay entes capaces de evitar daños. Por tanto, en algunos mundos deterministas algunas cosas son evitadas.Todo lo que es evitado es evitable. Por tanto, en algunos mundos deterministas no todo es inevitable. Por tanto, el determinismo no implica la inevitabilidad» (p. 74). El mundo Vida se desarrolla en una cuadrícula bidimensional de píxeles o celdas. Cada celda admite dos estados: encendido o apagado, lleno o vacío, blanco o negro, vivo o muerto: es decir, siempre en clave dicotómica. Una celda está rodeada, lógicamente, por otras ocho vecinas y el estado de la misma queda definido por el siguiente conjunto, por otro lado arbitrario, de reglas: 1) contemos el número de celdas vecinas en un instante dado que están activas; 2) si son dos, la celda queda en su estado actual (encendido o apagado) en el instante siguiente; 3) si son tres, la celda pasa a estar encendida en el instante siguiente, con independencia de cuál fuera su estado actual, y 4) en el resto de casos la celda quedaría apagada en el instante siguiente. ¿Existe algo más determinado? Son las reglas físicas de un mundo particular, el mundo Vida. Pero podemos considerar, también, lo que ocurre en la cuadrícula cuando sobre ella definimos estructuras, morfologías o conjuntos de celdas a las que aplicamos las reglas anteriores. Los seguidores de Vida no sólo atienden a lo que les ocurre a tales diseños sobre la cuadrícula en instantes sucesivos cuando están solas, sino también, lo que es más importante si cabe, lo que sucede cuando son varias las estructuras presentes, así como la posición relativa de unas con respecto a otras. Una figura muy sencilla es el planeador, estructura que, tras cuatros pasos o instantes sucesivos, reaparece con la misma morfología o disposición de celdas activadas, como si hubiera encontrado el secreto de la persistencia. La variedad de estructuras es inmensa, por no decir ilimitada. Cuando, por ejemplo, otra forma, el comilón, choca de forma particular con un planeador, lo hace desaparecer: de ahí su nombre. Lo más interesante de este juego es que podemos «crear» morfologías bidimensionales que eviten hasta cierto punto el exterminio, la desaparición, anticipándose de alguna manera, probablemente gracias a un particular diseño, a una futura e hipotética agresión por parte de cualquier otra morfología. Es decir, evitando lo que parece inevitable. De hecho, no todas las morfologías corren la misma suerte, pues su particular diseño hace que algunas sean más persistentes que otras en ese peculiar mundo de morfologías en competencia y evolución. La desaparición es evitable, pero no sabemos exactamente cuánto.

El capítulo 3 lo utiliza para reflexionar en torno a las relaciones entre causalidad, probabilidad y determinismo.Y llega a dos conclusiones: la primera, que el determinismo es compatible con la noción de que algunos sucesos no tienen causa alguna; la segunda, e importante, que nuestra naturaleza no está fijada, precisamente porque, al igual que ocurre con algunos de los agentes que evolucionan en el programa Vida, nosotros hemos evolucionado hacia entidades diseñadas para cambiar nuestra naturaleza en respuesta a las interacciones con el mundo. Es decir: no todas las entidades evolucionan con la misma capacidad de cambio y, de alguna forma, podemos concluir que algunas son más libres que otras y que la libertad, a su vez, evoluciona. El trasfondo ontológico es espectacular: el programa Vida tiene unas reglas perfectamente definidas. En cambio, no podemos sostener en forma alguna que los comportamientos de las entidades que aparecen en el tablero bidimensional del juego son completamente predecibles. Eso depende de muchos factores, entre otros la ecología de las formas presentes en el mismo, así como el diseño de las mismas, pues algunas son más persistentes que otras. Puede razonarse de otra forma para llegar a una conclusión similar: la libertad es un logro evolutivo, algo que se impone en la historia de la materia y la vida en el universo.Algunos autores, critica Dennett, sostienen que la mecánica cuántica otorga la prueba inobjetable de que el determinismo es imposible. Pero él cuestiona que lo que es verdadero a nivel subatómico pueda mantenerse en niveles superiores. Pregunta Dennett: «¿Cómo podemos servirnos del indeterminismo de la física cuántica para ofrecer una representación clara y coherente de un ser humano en el ejercicio de su maravillosa libertad?» (p. 120). Simplemente no podemos, la cuestión es más compleja, necesitamos biología de por medio, y también de cultura cuando le llegue, en el ámbito de la historia del planeta, su turno, como se encargará de argumentar desde los capítulos 5 al 9. Por lo pronto, Dennett desarrolla en el capítulo 4 un largo argumento contra los libertaristas, o aquellos que sostienen la existencia de un agente con capacidad de causar algo, agente que es independiente de todo, sin «nada» que lo determine o condicione. El supremo acto de libertad, según los libertaristas, retrotrae a una situación donde un «ente» ejecutor decide sin ningún tipo de determinación. Es el pago que hay que hacer para justificar la naturaleza de la libertad, nuestro precioso tesoro.¿Es eso posible? ¿Podemos sostener realmente que el acto de decisión carece de condicionamiento alguno? Para Dennett tal idea es contraria a los resultados de la ciencia, pues presupone la existencia de un ente indeterminado e inmaterial,no localizable en parte alguna de nuestro cerebro. La libertad existe, dice Dennett, pero hay que pensarla en otro contexto, compatible con la determinación. El juego Vida nos proporciona claves para entender lo que es y va a ser la investigación neurobiológica de la conducta y la toma de decisiones. Ciertamente que hay reglas físicas, como las de Vida, y que las neuronas se activan o desactivan, como las celdas en el juego. Pero existe una escala diferente, formada por estructuras o diseños complejos, compuesto por esas unidades elementales, algunos más persistentes que otros, que muchas veces entran en conflicto y otras coexisten como si se ignorasen, y que constituye un punto de arranque importante para entender la naturaleza de una decisión libre compatible con una base física determinista. De nuevo lo evitable, una decisión en contra de lo que se espera, es compatible con lo determinado.

Dennett dedica los capítulos 5 al 7 a la exploración de la biología, por decirlo de alguna forma, de la génesis de la libertad, y hace un largo recorrido, reflexivo, sobre la naturaleza de los diseños aparentemente inteligentes, de I+D (Investigación más Desarrollo) dice él, que caracteriza a los organismos. Para comprender sus conductas debemos analizarlos bajo el supuesto de la intencionalidad, aunque el auténtico relojero ciego explicativo sea la selección natural. La aparente intención de los organismos es la de hacerlo bien o, dicho de un modo muy crudo, de no quedarse en el intento, como lo podrían hacer, con éxito diferencial, algunas de las morfologías del juego Vida. Algunos se quedan en el camino, otros no. Por ello, solamente la selección natural puede ayudarnos a entender ese programa de perfectibilidad creciente sin intencionalidad consciente, que responde correctamente tras millones de años de errores y aciertos. De esa forma nos aproximamos a la libertad. Los organismos parecen disponer, de un modo incrementado, de cotas mayores de libertad, aunque tal libertad difiera de la que caracteriza la que él denomina «de la agencia humana». Nosotros, ciertamente, dudamos, reflexionamos, la naturaleza de nuestra libertad tiene peculiaridades, si no queremos sostener que somos la única especie genuinamente libre. Cuestión de matiz, muy propia del pensamiento evolucionista, cuando trata de caracterizar cómo se produce la evolución, en general, y la de la libertad en particular: siempre con transiciones más o menos graduales, obviando cualquier referencia al pensamiento tipológico de «o blanco o negro».A juicio de Dennett, la cultura es un rasgo especialmente importante en nuestra especie. Sin entrar, de nuevo, en posibles grados de cultura, lo cierto es que la nuestra es particularmente eficiente, tan darwiniana es su evolución como los propios genes, por cuanto nos proporciona temas, herramientas y perspectivas desde las que pensar. Dennett suscribe las tesis de ciertos evolucionistas en torno a, por ejemplo, las raíces biológicas de la moral. He hablado, de hecho, de la relevancia de nuestra cultura, pero debería hablar también de lenguaje. Ambos componentes –especialmente claves en nuestra especie, si no únicos, el segundo probablemente sí– son responsables en buena medida de la aparición de «carreras armamentísticas» producto de las cuales se desarrollan algunos componentes fundamentales de la moral humana: cooperación, sensibilidad a los castigos, autocontrol, capacidad de adoptar compromisos altruistas, etc.A tales niveles no llegan organismos más simples. Las mencionadas carreras de armamentos son como estrategias de supervivencia que se heredan o transmiten con éxito diferencial. La historia evolutiva está repleta de tales estrategias, y conforme ascendemos desde organismos más simples hacia más complejos, la naturaleza de las mismas cambia. Dicho de otro modo: se van inventando. Una entidad A puede cambiar para evitar su desaparición frente a B. Pero B debería hacer lo mismo cuando A ha cambiado. Como en el país de la Reina Roja de Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, hemos de movernos para permanecer en el mismo sitio. En clave biológica diríamos que hemos de cambiar para sobrevivir. Sólo hay que pensar un poco para ver la generalidad de este tipo de situaciones, que van desde los conflictos de supervivencia entre organismos muy sencillos que compiten por el espacio, el alimento, la pareja, etc., hasta la propia carrera armamentística que se desarrolló entre los bloques occidental y del Telón de Acero durante la conocida como Guerra Fría.

En el capítulo 8 Dennett se pregunta sobre la naturaleza de cuándo y dónde tomamos las decisiones. Es obvio, por lo que ha examinado en los capítulos previos, que para Dennett la evolución humana nos ha hecho proclives a la duda, a la evaluación de posibilidades, a la anticipación o evaluación de futuros probables.Todo esto requiere la gestación de un «yo» referencial. Pero las decisiones, ¿dónde se toman? Ya no podemos sostener el cartesianismo de la res cogitans y que nuestro yo es algo distinto a nuestro cuerpo y a nuestro cerebro. De hecho, no llegaremos nunca a poder decir «ese es el lugar preciso donde el yo radica», si es que vamos a mantenernos en el ámbito de la materialidad del mismo, porque si volvemos de nuevo al mito de la inmaterialidad del yo, baja es la credibilidad que estamos otorgando a la ciencia.Y Dennett, ya lo decía al principio, es un filósofo naturalista. Ciertamente hay un «yo», y la mejor forma de reconocer la responsabilidad moral del mismo es asumir que sus tareas están distribuidas espacial y temporalmente en el cerebro.Aún no sabemos cómo, pero es cuestión de tiempo. Ya vemos que para Dennett la condición de ser libres pasa por la de ser agentes morales y que para llegar aquí la vida ha recorrido un largo trecho.

Que la libertad es un asunto bien complejo lo desvela en el capítulo 9,cuando llega a reconocer que solamente la combinación de los procesos causales que rigen el funcionamiento de nuestro cerebro y su integración con los procesos educativos y el intercambio de conocimiento en sociedades con altísimos niveles de interacción dinámica, es lo que puede darnos la respuesta de por qué somos agentes capaces de asumir responsabilidades. ¿Quiere Dennett decir con ello que el conocimiento amenaza la libertad? Bueno, ya es sabido que es el conocimiento lo que nos puede hacer libres, y son otras instancias, políticas y sociales, las que pueden paliar ese maravilloso logro de nuestra singular evolución. En el capítulo 10 abunda sobre el futuro que nos espera. ¿A qué mayores cotas de libertad podemos aspirar que poder decir que seremos lo que queramos ser? No cabe duda de que tendremos capacidad de intervenirnos en formas insospechadas en el momento actual, de forma similar, aunque muy mejorada, a como somos capaces de intervenir en la naturaleza. Permítame el lector recordar en este momento que la reflexión sartreana sobre que el hombre es un ser condenado a ser libre no parece quedar desacreditada por la ciencia.

En resumen, el ensayo pretende algo claro, aunque resulta difícil comprenderlo en toda su dimensión. Hay capítulos que son endiabladamente difíciles, incluso diría que demasiado técnicos, aunque Dennett se esfuerza por mostrarnos aquello que quiere explicarnos con un nivel exquisitamente pedagógico. La tesis de la obra puede resumirse en el siguiente aserto: determinismo y libertad no son incompatibles, y toda la obra gira en torno a esta cuestión. La perspectiva del análisis de Dennett es, cómo no, la de la evolución biológica y su mayor novedad podría resumirse de este modo: la libertad es producto de la evolución biológica, algo reciente, asociado a nuestra especie, y que sigue evolucionando.

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