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Delmira, genio y figura

Delmira

OMAR PREGO GADEA

Alfaguara, Madrid, 1998

262 págs.

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La página inicial del libro define muchas cosas. Me refiero a la página 9, de palabras liminares. En ella se citan versos de Delmira, pero encorsetados por el ordenador: la primera palabra del tercer verso, por mor del formato computadorizado, sirve para terminar el segundo. ¡Al carajo los alejandrinos en el altar de Macintosh y de IBM! Esto, que quede claro, no es imputable al autor. Pero luego viene una cita del indefenso Borges: «Más interesante aun» (sic) «que el empeño de abreviar o extender el tiempo es el de barajar el pasado y el porvenir». Con la cual cita el autor se autoextiende una patente de corso para circular por el espacio-tiempo en alas del azar de su inspiración. Y la consecuencia es que nos quedamos sin la novela o la tesis que Delmira se merecía con todo el buenísimo material que Omar Prego ha tenido a su disposición.

Vaya por delante que Delmira Agustini es uno de los personajes más novelescos de la historia de la literatura en lengua castellana, y no sólo de ella. A los lectores de Revista de libros no tengo por qué explicarles el porqué, pero por si las «que ni labráis como abejas / ni brilláis cual mariposas», una pequeña ayudita, que nunca viene mal un recordatorio.

Delmira Agustini nació en 1886 en Montevideo, en el seno de una familia de la clase media, de posición acomodada, donde creció como niña mimada y prodigio. Y la verdad es que sus versos son prodigiosos. Debe haber sido la primera voz lírica femenina en nuestro mundo hispánico, con la posible excepción de santa teresa (more sagrado), en elevar el tema de la consumación amorosa a la categoría de experiencia central de la vida; y eso, a los quince años. Casada el 14-8-1913 con Enrique Job Reyes, después de un noviazgo que se arrastró durante un lustro, a las pocas semanas abandona el domicilio conyugal y se reintegra al materno gritándole a su madre que no puede soportar tanta vulgaridad. El marido la ultima a balazos el 6-7-1914, y se suicida a continuación.

Entremedias del abandono del domicilio conyugal y su muerte, y a pesar de su rechazo de la vulgaridad del aún marido, contra quien ha interpuesto demanda de divorcio, se sigue viendo con él a escondidas en una pieza alquilada, se sospecha que alimenta otros amores carnales asimismo de tapadillo, mantiene correspondencia más o menos amorosa con el poeta y socialista argentino Manuel Ugarte (una especie de Regis Debray de aquellos tiempos); en fin, Delmira, genio y figura literalmente hasta la sepultura.

El libro de Omar Prego, magnífico periodista, adolece de un exceso de periodismo y un déficit de creación verbal en torno a alguien como Delmira que la está pidiendo a gritos. Resultan interesantes, ¡qué duda cabe!, los apuntes de interpretación de esa personalidad tan compleja o, por lo menos, tan dicotómica: la poetisa arrebatada de Los cálices vacíos y la firmante de unas cartas en un lenguaje infantil que nos hacen temer por su salud mental (y después de todo, ¡quién sabe!). Interesante, sí, la tesis que postula una escisión tipo Dr. Jeckyll/Mr. Hyde; interesante, también, aquella que intenta convertirla en un Pessoa rioplatense y con pollera. Resultan no ya interesantes, a veces incluso apasionantes, ciertos datos que Prego dice haber logrado rastrear en los archivos más recónditos, aunque no descuento que algunos formen parte de la carpintería novelesca más que de la documentación biográfica. Pero…

Pero el libro no acaba de agarrar nunca. Amén de que presupone unos conocimientos que no todos tenemos ni tenemos por qué tener (y eso sería lo de menos), no acaba de definirse en ningún momento una línea narrativa. Somos ya algo mayorcitos para entrar a jugar el juego de una tesis universitaria que quiere escribir el autor y que es mejor que no la escribas, pibe, con ese tema mejor una novela, y que si en París me dijo Rodríguez Monegal, y que si mi abuelo me contó, y todo ello entreverado arriba y abajo con idas y venidas a que si el material recogido es para la tesis o lo que estoy narrando es parte de una novela…, no, por favor, ya basta de seguir saqueando a Einstein y montarse en el bolígrafo para navegar en el espaciotiempo al buen tuntún.

Lástima. Lástima grande, porque el tema es un temón. Y tengo un reproche más que no quiero que se me quede en el macintosh: la redacción es en ocasiones bastante descuidada. Valga un ejemplo de la pág. 32: «Reyes nació en Florida, un 11 de mayo de 1885» (el subrayado, ça va sansdire, es mío). Pregunta: ¿cuántos 11 de mayo tuvo aquel año de gracia de 1885? Y por lo que se refiere a «los golpes de los instrumentos» en el quinteto La muerte, en la bemol, de Schumann (pág. 226), si el pobre Schumann resucitase… Y luego, el eterno recurso al «como», por el que habría que hacerle pagar peaje no sólo a Omar Prego, pero en este caso estamos hablando de su texto: no menos de seis «como» en la pág. 18, bien que uno sea cita de Delmira.

Después de lo dicho, asegurar que el libro no se lee mal, que el libro entretiene y tiene escenas bastante logradas y abre el apetito por conocer más y más cosas de la gran poeta, parecería casi burla. Pero no lo es, sino mera justicia. Palabra de honor.

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Ficha técnica

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