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De naciones, expertos y ombligos

NACIONALISMO: TEORÍA, IDEOLOGÍA, HISTORIA

Anthony D. Smith

Alianza, Madrid

Trad. de Olaf Bernárdez Cabello

208 pp.

14,42 €

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En el actual contexto político español, en el que de forma recurrente se debate sobre lo que son las naciones y los nacionalismos, puede ser de especial interés prestar atención a lo que nos dicen sus estudiosos. Para ello contamos con este libro de Anthony D. Smith, presentado como «una breve introducción al concepto de nacionalismo» y que apareció en su versión original inglesa en 2001 como parte de una colección sobre conceptos claves de las ciencias sociales. La obra se estructura en seis capítulos, cada uno de los cuales lleva por título una de las palabras clave en que se concentran los principales debates sobre el nacionalismo: conceptos, ideologías, paradigmas, teorías, historias y perspectivas. En ellos, Smith lleva a cabo una doble tarea: presentar y evaluar las principales contribuciones teóricas al estudio del nacionalismo al mismo tiempo que ofrecer su propia aproximación en tanto que uno de los principales protagonistas de dichos debates.

Desde sus inicios la ciencia social ha construido sus esquemas interpretativos sobre la idea de que la modernidad marca una nítida línea de demarcación en el acontecer de la humanidad. ¿A qué lado de esa línea debemos situar el origen de las naciones y de los nacionalismos? O, dicho de otro modo, ¿la modernidad inauguró un «mundo de naciones» radicalmente nuevo o, por el contrario, no fue más que una puesta al día de algunos principios que ya se encontraban en el mundo premoderno? Los estudiosos del nacionalismo han resuelto este interrogante de tres maneras. Para los modernistas, las naciones son fenómenos intrínsecamente modernos, pues son el resultado de la acción de unos protagonistas emergentes como la industrialización, el Estado, las ideologías, el capitalismo, etc. En los últimos años esta ortodoxia ha sido desafiada por los llamados perennialistas, quienes, en sus diversas variantes, defienden el carácter premoderno, perenne y recurrente de las naciones. De este modo, autores como Hastings o Grosby acusan a los modernistas de no haber contado más que la mitad de la historia del nacionalismo. Frente a modernistas y perennialistas, Smith ofrece una visión que pretende ser equilibrada y en la que se retienen algunas de las propuestas centrales de ambos paradigmas. A su entender, el nacionalismo y la mayoría de las naciones son hijas de la modernidad, pero esto no quiere decir que en el mundo antiguo y medieval no existieran unas pocas naciones de «otro tipo». No obstante, el objetivo principal de Smith no es tanto dar cuenta de la existencia de «naciones antes del nacionalismo» como de indagar en «la forma en que los vínculos étnicos anteriores, y a menudo premodernos, así como las etnias, han influido en las naciones y nacionalismo ulteriores, y en algunos casos han construido su base» (p. 79). Ese interés por buscar los «orígenes étnicos de las naciones» nace del convencimiento de que éstas no son el fruto exclusivo de la modernidad, ya que sus raíces se encuentran en una serie de elementos etnosimbólicos, como son los mitos, las memorias colectivas, las tradiciones o los símbolos, que encontramos en otras formas de identidad colectiva premodernas, especialmente las comunidades étnicas.

Si Smith otorga un estatuto privilegiado a los orígenes es porque considera que en ellos podemos encontrar la clave para explicar las naciones, su persistencia y vitalidad. En este sentido su obra puede entenderse como una variante del «esencialismo metodológico» del que nos hablaba Popper en La miseria del historicismo, consistente en pensar que en el origen de una entidad podemos ya encontrar sus características esenciales posteriores. No obstante, el planteamiento de Smith no se reduce a un evolucionismo estrecho que considere que el desarrollo de una entidad es un simple despliegue de lo preexistente. En el desarrollo de las naciones y de las identidades nacionales desempeñan un papel fundamental los nacionalistas, quienes, generación tras generación, reproducen y reinterpretan el legado etnosimbólico heredado. Para Smith, el nacionalismo no es el fruto inevitable de la industrialización; no puede ser explicado a partir de la elección económica racional; no puede quedar reducido al terreno político ni a sus componentes cognitivos. Frente a ello, hace una defensa del paradigma etnosimbolista y propone prestar más atención a los elementos emocionales, simbólicos y culturales que derivan del origen étnico de las naciones. Cuando atendemos a estos componentes, el nacionalismo nos muestra otros rostros. No es solamente una ideología fundamentada en los ideales de autonomía, unidad e identidad nacional, sino también una forma de cultura pública y un sustituto de la religión, pues la nación es una «comunidad sagrada de ciudadanos», en definitiva, una promesa de la inmortalidad en un mundo secular.

Son muchas las aportaciones de Smith que en tan breve espacio no pueden ser evaluadas con la profundidad que requieren.Todas ellas derivan de su hipótesis central sobre el origen étnico y premoderno de las naciones. Su interés por fundamentar esa hipótesis es en buena medida fruto del debate con el que fue su maestro, el modernista Ernest Gellner, quien en una conferencia que tituló ¿Tienen ombligo las naciones? ilustró esta polémica retomando el enfrentamiento entre evolucionistas y «creacionistas» sobre si Adán tenía o no ombligo. Las naciones son el resultado de una serie de transformaciones (en el Estado, la territorialidad, la temporalidad, la estructura social, etc.) que trae consigo la modernidad y que son las que hacen plausible imaginar esas comunidades de masas. Pero los orígenes de las diferentes naciones deben ser investigados en cada caso específico, sin poder establecer una teoría general al respecto. Mientras se indaga en ellos, la investigación del nacionalismo podría recibir una oleada de aire fresco si se desplaza el foco de atención para dar cuenta del desarrollo y especialmente del mantenimiento de las naciones y de las identidades nacionales. En este sentido, la obra de Smith puede aportar luz, ya que nos sitúa ante el trasfondo etnohistórico que alimenta el vínculo nacional.

Si queremos dar cuenta de la persistencia y vitalidad de las identidades nacionales, debemos dejar a un lado las grandes narraciones y centrarnos en las representaciones y prácticas nacionalistas de la vida cotidiana que tienen lugar en contextos sociohistóricos específicos. La sociología puede proporcionarnos un buen instrumental analítico para dar cuenta de ellos y de las distintas socializaciones (familiares, escolares, mediáticas o en el grupo de pares) que van cimentando esas representaciones y prácticas nacionalistas. Son estos procesos de socialización los que dan lugar a un habitus nacional(ista) a partir del cual la nación se nos muestra como una realidad de sentido común. Este habitus no sólo nos explicaría la persistencia de los nacionalismos periféricos, étnicos o calientes, sino también de los nacionalismos cívicos, a los que algunos prefieren denominar patriotismos.

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