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De fetiches y dioses mortales

La Religión de la Tecnología

DAVID F. NOBLE

Trad. de Laura Trafí Paidós, Barcelona

298 págs. 2.800 ptas.

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El 2001 de Kubrick: con el arte de nuestro tiempo y para el público de nuestro tiempo, pocas imágenes han retratado mejor el fenómeno. Unos simios descubren el poder devastador del artefacto; un hueso convertido en primer instrumento, lanzado al aire y transformado en nave aeroespacial. Más tarde un ordenador cobra autonomía y amenaza con aniquilar a la tripulación. Al fondo, siempre al fondo, un monolito, una roca pulida y sagrada, transmite toda la fascinación de que es capaz la creación, la intensa alianza entre la veneración y el temor que siempre hemos sentido, ante la posibilidad de crear y de haber sido creados.

El 2001 ha llegado. Y al hilo de la moda milenarista, el libro del profesor Noble aborda un tema tan amplio como antiguo, la relación entre ciencia y religión, tecnología y trascendencia, una relación tenida en el imaginario común tal vez por pretérita y desde luego por antitética. Primer gran objetivo, primer gran acierto: desenterrar un error común del vulgo (por emplear terminología de un Boyle o un Feijó), demostrar cuán equivocados están quienes sostienen que ciencia y religión, como las esferas cristalinas y el mundo sublunar para los peripatéticos, son mundos inconmensurables.

Cierto: no lo son, nunca lo han sido (ni concéntricos). Tampoco lo han sido la historia del arte y la de las mentalidades, ni el modo de producción y las formas de sociabilidad. Nadie se escandaliza de estos vínculos. Y sin embargo algo profundo suele removerse cuando se señala que sí, que efectivamente el mayor depositario de racionalidad y objetividad del mundo moderno –la ciencia– guarda relación (está contaminada, dirían) con cualquier segmento de la cultura que contenga vectores de irracionalidad o subjetividad. Y en este sentido, poner en juego la ciencia (moderna) con la (vieja) religión suele ser como mentarle a un demócrata occidental la miseria del planeta.

Bien escrito, y muy bien traducido por Laura Trafi, la lectura se divide en dos partes. La primera comprende un vasto recorrido histórico desde Erigena hasta Edward Bellamy, es decir, desde el siglo IX al XIX, desde un filósofo carolingio hasta un reformador social americano. Noble sostiene su argumento con tenacidad a lo largo del milenio: la restauración del parecido divino («creados a imagen y semejanza de Dios»), la promesa de perfección adámica, la recuperación del paraíso perdido, han inspirado el grueso de los programas destinados a conocer, manipular y dominar el entorno natural. No parece difícil sostener esta tesis cuando se habla de toda la pléyade de visionarios, profetas y magos que han conformado lo más granado de la prehistoria y de la propia constitución de la ciencia moderna.

La segunda parte estudia cuatro proyectos contemporáneos en los que resulta igualmente notable la impronta visionaria y milenarista. Los herederos de Joaquín de Fiore son ahora los apocalípticos pioneros de la bomba atómica. La ascensión de los santos y el misticismo cósmico de un Kepler cobran vida en los primeros pasos de la carrera espacial. La inteligencia artificial es la puesta a punto del sueño cartesiano de una mente inmortal desprovista de cuerpo. La ingeniería genética abriga un deseo de perfección prefigurado en la Nueva Atlántida, desde el momento en que el ADN fue descrito en el Cavendish como «la sustancia eterna, sagrada, el secreto de la vida», y hasta que el proyecto Genoma Humano fue identificado como «el grial de la genética» (en palabras de su director, Walter Gilbert).

Y este es un gran mérito del autor: no haber caído preso del sermón laico de los nuevos profetas, no contemplar el tiempo tan subido a hombros de gigantes que le impida ver que el suyo también es tiempo. La depuración por parte del conocimiento científico de toda implicación filosófica, política, social o religiosa no se ha realizado nunca más que programáticamente, lo cual es una buena noticia porque significa que, al fin y al cabo, ha sido hecho por hombres y mujeres, y no por ángeles.

Obviamente, en un repaso tan amplio siempre se pueden echar a faltar textos y argumentos. Así, parece justo seguir empleando al gran Lewis Mumford cuando se escribe sobre tecnología, pero Basalla está ausente y Segal (autor de un gran libro sobre tecnología y utopía en América) sólo es mencionado tangencialmente. Desde luego, se puede cruzar la gestación de la Revolución Científica sin Koyré, pero no es lo mismo, entre otras cosas porque la pérdida de centralidad del hombre y la infinitud del universo se podrían haber puesto al servicio de la tesis de Noble. Y otro tanto cabe decir de Shapin, cuya The Scientific Revolution (Chicago, 1996) arma de una manera consistente no sólo el problema suscitado por Noble a lo largo de su libro, sino, sobre todo, el que apunta en la conclusión; el carácter terreno y mundano que anida tras esa impostura trascendentalista de la religión de la tecnología, tras la promesa centenaria del imperio del hombre sobre la Naturaleza. Y en este sentido resulta saludable que Paidós, tras haber traducido las Imposturas intelectuales de Sokal, traduzca este más que buen libro sobre una de las más sonadas y perdurables imposturas científicas, a saber, que su reino tampoco es de este mundo.

Por todo ello, por desenmascarar con afán polemista el trasiego que existe entre dos discursos que pretenden abarcar la Verdad con mayúsculas y por señalar los peligros que alberga todo fundamentalismo, el libro de Noble merece ser leído y discutido. Estamos ante un libro académico y de alta divulgación. Los anglosajones dominan un tipo de relato por desgracia poco frecuente en nuestro país, pues aquí todavía se sospecha –como apuntaba uno de nuestros novatores allá por 1700– que la verdad pierde calidad al expandirse.

Academicismo y alta divulgación: dos géneros que sólo deberían ser inconmensurables (ahora sí) en el planeta de los simios, ese mundo paralelo y posible donde la información sustituye al conocimiento; donde los fetiches y los ídolos usurpan el lugar de la curiosidad, la crítica y el pensamiento; ese planeta, en fin, en el que sólo unos pocos saben y pueden opinar de su pasado y de su ciencia.

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Ficha técnica

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