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Con fecha de caducidad

La montaña mágica

THOMAS MANN

Edhasa, Barcelona, 934 págs.

Trad. de Isabel García Adánez

Trad. de Mario Verdaguer

THOMAS MANN

Edhasa Pocket, 5.ª ed., Barcelona, 976 págs.

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La segunda y, para muchos, la más emblemática novela de Thomas Mann (Lübeck, 1875-Zúrich, 1955) no precisa del márketing de los aniversarios para llegar a sus lectores. Sin embargo, la editorial Edhasa aprovechó el cincuentenario del fallecimiento de este gran narrador épico para lanzar una nueva traducción de su alegórico retrato de una moribunda clase ociosa en vísperas de la Primera Guerra Mundial, de un mundo donde se pierde la noción del tiempo y de la realidad, al que tituló alusivamente Der Zauberberg (La montaña mágica).

Concebida como réplica satírica a Lamuerte en Venecia, la idea inicial de la novela fue transformándose en un largo proceso de creación, desde la breve visita del autor a un sanatorio antituberculoso en 1912, como factor desencadenante, hasta su publicación en 1924. Este período resultó tan catártico para el autor como el dilatado septenio en el sanatorio Berghof lo fue para el protagonista de la novela, el joven ingeniero Hans Castorp, descendiente de una próspera dinastía de patricios de la ciudad de Hamburgo. En aquel lapso crucial, el escritor esteticista, nacionalconservador y declaradamente apolítico, que en un principio había celebrado la guerra como fuerza renovadora, se convirtió en demócrata y defensor de la República de Weimar, en cuya política cultural participó activamente hasta que el nacionalsocialismo le obligó a exiliarse. El nuevo vínculo del artista con la vida y su orientación racionalista quedan plasmados en esta obra, que pretende prevenirnos de las tentaciones irracionales que conducen al terror.

La autora de la nueva versión castellana, Isabel García Adánez, apostó por la modernidad de la novela y quiso presentar un texto que «suene igual de fresco» en castellano que en alemán. Resulta obvia su intención de contrastar la versión anterior del escritor y traductor Mario Verdaguer (Mahón, 1885-Barcelona, 1973), cuya traducción de primera hora –aparecida en 1934– determinó la recepción de la novela en el mundo hispanohablante a lo largo de varias décadas. La misma editorial nos brinda la rara posibilidad de comparar y opinar –incluso nos obliga a ello–, ya que continúa ofreciendo también, en rústica, la veterana versión de Verdaguer.

Es fácil cerciorarse de que hasta las buenas traducciones envejecen. Al parecer, el permanente desarrollo del lenguaje les afecta mucho más que al original. Walter Benjamin, en su ensayo La tarea del traductor (1921), explica este fenómeno con la posterioridad de la traducción. Esta última, de acuerdo con el filósofo, prolonga la vida del original en cuanto que lo adapta al actual estado mental de una época determinada. Su caducidad intrínseca se debe precisamente a su poder vital de madurar ciertos aspectos germinales y de descubrir tendencias latentes en el original.Tal observación bastaría para dar la bienvenida a una nueva traducción, sin mengua de los méritos de la anterior.

En cambio, las primeras manifestaciones por parte de la traductora y de la editorial apelaron al parricidio intelectual, empezando por el rumor de que Mario Verdaguer se había basado en la versión francesa, mientras que él mismo había indicado con exactitud la edición alemana empleada como texto de referencia.También se exageró la magnitud de algunas omisiones, que en realidad carecen de importancia. Esta actitud ingrata sorprende tanto más cuanto nos damos cuenta de que Isabel García Adánez se basa ostensiblemente en la labor de Mario Verdaguer que, entre otras cosas, le dejó resuelta la gran dificultad que presenta el léxico enciclopédico de los innumerables temas en que el autodidacta Thomas Mann luce su abrumadora erudición, particularmente cuando sus ilustres personajes discurren acerca de medicina, psicología, filosofía, teología, música, arte, astrología y botánica. Así mismo, la traductora reproduce algunos párrafos enteros de la traducción antigua, aunque por lo general suele variarla de una manera decisiva no exenta de hallazgos afortunados. Comparemos entonces, más allá de la polémica mercantil, las decisiones de ambos traductores.

La coherencia de las modificaciones a que García Adánez somete el texto de Verdaguer transparenta sus criterios. Resalta la voluntad de crear una versión que los lectores actuales puedan leer con naturalidad, evitando cualquier fricción entre la lengua de partida y la de llegada. Se manifiesta en un registro coloquial que descarta posibles alternativas cultas, así como en una sintaxis que se decanta por disolver los erráticos substantivos empleados por Thomas Mann en frases subordinadas en que predominan los verbos. Con todo ello, su versión gana en soltura e inmediatez. La traductora, por decirlo en palabras del escritor argentino José Bianco, «trae el autor al lenguaje del lector», mientras que Mario Verdaguer, mucho más cercano al admirado premio Nobel de 1929 en edad, estrato sociocultural y acaso también en pensamiento y percepción estética, parece haber optado por lo contrario, es decir, por llevar el lector al lenguaje del autor. El traductor confiesa que quiso conservar en la lengua española una particularidad del estilo de La montaña mágica que describe paradójicamente como «austero y copioso». De hecho,Thomas Mann, con su vocación epigonal de último novelista decimonónico, no escatimó descripciones detallistas e incluso pedantes, pero al mismo tiempo refrenó esa abundancia mediante un estilo elegante y distanciado, como tallado en piedra, muy contenido y en ningún momento coloquial. Entre los muchos párrafos que podrían ilustrar cómo Mario Verdaguer se aproxima a su objetivo, hemos elegido uno perteneciente al trascendente capítulo «Nieve», en el que Hans Castorp está a punto de entregar su vida a la seductora infinitud de la montaña nevada y donde la descripción de la naturaleza se carga de sentido metafórico:

A mediodía, el sol atravesaba un poco la bruma y se esforzaba en disolver la niebla en el azul. Pero estaba lejos de conseguirlo, a pesar de que por unos momentos se columbrase un trocito azul del cielo y que ese poco de luz bastase para hacer brillar, con reflejos diamantinos, el paisaje deformado por la aventura de la nieve.

En la versión de García Adánez el mismo párrafo se lee así:

A mediodía, el sol hacía esfuerzos por abrirse camino entre la niebla, como si quisiera disolverla en el azul. Pero estaba lejos de conseguirlo, a pesar de que, por unos momentos, llegaba a verse un trocito de cielo azul, y esa pincelada de luz bastaba para hacer brillar con reflejos de mil diamantes el paisaje mágicamente transfigurado por la aventura de la nieve.

Mientras que la primera versión busca la austeridad de un lenguaje ceñido, inusual, la segunda versión destaca por su naturalidad idiomática. Sin embargo, esta última sugiere una belleza placentera que el original rehúye. Se podrían citar otros ejemplos para mostrar que la frescura a la que aspira se consigue a cambio de una cierta adaptación al lenguaje común.Aunque no compartimos con la traductora la atribución de frescura al estilo de La montaña mágica, debemos reconocer que probablemente nunca ha sido tan fácil leer la novela como en este melodioso eco, tan a tono con nuestro tiempo.Todo un logro, si no se pone en duda el planteamiento de base, esto es, el criterio de que la traducción literaria tiene que aparentar la naturalidad de un texto original y hacer olvidar que se trata precisamente de una traducción.

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Ficha técnica

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