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Cassio: el hombre de Franco que salvó a cientos de judíos en Varsovia

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Se me apareció entre los papeles que el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores guardaba de la Embajada de España en Berlín. Al principio sólo fue una extraña firma y su transcripción: Cassio. También una función: Encargado de los Intereses de España en Varsovia. Y un relato escrito en plena huida desde Varsovia a Praga en tres emocionantes cartas dirigidas a su amigo Ginés Vidal y Saura, embajador de España en Alemania.

Me interesaba mucho Vidal, un solterón elegante y metódico que trató de convencer al Gobierno franquista de que no podían dejar a los judíos españoles en manos de los nazis. Tuvo un final dramático. Los bombardeos aliados sobre la capital alemana minaron sus nervios y fue trasladado a Suiza, donde murió en abril de 1945. La dejadez burocrática retrasó la repatriación del cadáver, que no llegó a España hasta febrero de 1946, mientras la madre tenía que hacerse cargo de las facturas atrasadas del sastre. Y así, mientras yo trataba de reconstruir su vida y sus trabajos, se cruzó Cassio.

Las cartas a su amigo Vidal son algo más que el desahogo emocional de alguien que abandona una ciudad querida, Varsovia, presa entonces de la locura y la degeneración propia del final de una guerra. Unen en sus páginas el carácter franco de la correspondencia a un amigo y la estructura ordenada del informe remitido a un superior. Mientras Cassio le cuenta a Vidal las escenas de descomposición moral de quienes esperan aterrados la llegada de los rusos, el Encargado de los Intereses de España en Varsovia informa al embajador de España en Berlín de las consecuencias políticas del caos. Ambas cosas las hace con orden y mesura: el drama, sin drama, aunque con emoción. Y lo más importante: reconocía en ellas haber salvado la vida de varias personas.

Un libro de Matilde Eiroa sobre las relaciones diplomáticas franquistas me dio el nombre del representante español en Polonia antes de la República: el duque de Parcent. A partir de ese momento, tiré del hilo y todo fue rápido y precipitado. Un nieto de la escritora Sofía Casanova, residente en Polonia durante la guerra, hablaba de Casimiro Granzow, duque de Parcent, conocido familiarmente como Kazito (pronunciado Casyito). Esta fue la primera puntada que me permitió unir un hombre a lo que hasta entonces había sido una sombra. Un nombre puede abrir la llave de otros legajos en los archivos, de libros en bibliotecas, de hemerotecas digitales.

Casimiro Florencio Granzow de la Cerda nació en Varsovia el 27 de julio de 1895. Sus estudios los cursó en Cannes, París y en las universidades de Valladolid y Madrid. Hablaba perfectamente el español, el alemán, el francés y el polaco, y tenía conocimientos de inglés, portugués y ruso. Trabajó en las empresas de su padre en Polonia y en sus posesiones agrícolas en España. Su madre era María de la Cerda y Seco; su padre, el ingeniero Estanislao Federico Granzow, nacido en Varsovia en 1861. Los duques de Parcent aparecen en numerosas crónicas sociales de principios de siglo XX. Fueron los anfitriones de recepciones fastuosas y fiestas granadas. Grandes de España y retratados por Sorolla cuando Cassio contaba con diez años. El padre murió y doña María casó en segundas nupcias con Juan Megapano y Papanicoli, que fue asesinado durante la Guerra Civil en Gurrea de Gállego (Huesca), donde la familia tenía un palacio. Detenido en los primeros días de la contienda, abrieron su celda rompiendo el candado con una azada, lo sacaron de la prisión diciéndole que estaba libre y le pegaron un tiro por la espalda.

En 1919, Cassio se casó con Gracia Chaguaceda y Peñarredonda, española nacida en La Habana. Residieron en Varsovia y Francia. En ese mismo año publicó en San Sebastián el libro Polonia. Su gloria en el pasado, su martirio y su resurrección. Al menos desde el año anterior ya había escrito en el periódico La Época alguna crónica desde Varsovia. Pero fue entre 1919 y 1921 cuando se prodigó en La Correspondencia de España con artículos sobre la situación política tras la caída del Imperio Austrohúngaro. No faltarán en ellos las referencias a los judíos y a su integración en la sociedad polaca. Y es precisamente en 1921 cuando un Real Decreto, del mes de noviembre, le otorga a Cassio su nacionalidad española. Fue el responsable de la legación de España en Varsovia, con carácter honorario, hasta la instauración de la República. En 1931 cesó de su cargo diplomático y regresó con su mujer y su hijo a España. Su vida consular queda reflejada en un documento de abril de 1938 rescatado del Ministerio de Asuntos Exteriores:

En agosto de 1919, al crearse la Representación Diplomática de España en Polonia después de la Gran Guerra, y hasta el mes de abril de 1931, que vino la República, ha desempeñado el cargo de Agregado de la Legación de España en Varsovia y de Cónsul, ambos con carácter Honorario, prestando durante este tiempo relevantes servicios, tales como la protección a súbditos nacionales durante la guerra polono-bolchevista y repatriándolos a España; realizó las gestiones que le fueron encomendadas durante el plebiscito de Alta Silesia; así como en la delimitación de fronteras entre Polonia y Lituania; fue lazo de unión entre la policía española y polaca en las gestiones que se llevaron a efecto para la captura del asesino Casanellas refugiado en Rusia Soviética, intervino en las conversaciones y negociaciones para la firma de los Convenios Comerciales que han existido entre España y Polonia durante ese período […]

Su trabajo como diplomático le valió la concesión de la Cruz de Isabel la Católica y la Cruz de Carlos III y la Orden Polonia Restituta polaca.

Desde su dimisión en 1931 se dedicó exclusivamente a sus negocios. En verano de 1936 se encontraba en Ávila. Al estallar la guerra se puso a las órdenes de las autoridades militares de la provincia y formó parte de las avanzadillas de voluntarios que defendieron la ciudad del ataque republicano. Fue uno de los fundadores de las Milicias Ciudadanas de Ávila. Ese mismo año de 1936, en el mes de junio, fue elegido académico correspondiente a la Academia de la Historia. Trabajó en el Gabinete de Censura Militar del Gobierno en Ávila y fue nombrado jefe de las Censuras Militares de Correos, Telégrafos y Teléfonos. En 1938 volvió a hacerse cargo de la legación en Varsovia.

El drama de Varsovia

Los bombardeos alemanes sobre Varsovia habían sido continuos desde el inicio de las agresiones, una estruendosa sinfonía cuya obertura se inició el día 1, cuando los aviones nazis lograron alcanzar la capital polaca. El día 25, Cassio se encontraba en Varsovia. Ese «lunes negro» vino precedido por un ataque de artillería y aviación que reunió a unos mil doscientos aparatos, incluidos los aviones de transporte Ju-52, ya utilizados durante la guerra civil española para el lanzamiento de bombas incendiarias. Las batallas anteriores habían producido muchas nubes de humo y polvo, y eso provocaba que el bombardeo no fuera muy preciso; de hecho, cayeron algunos artefactos sobre las propias tropas del ejército alemán. La invasión terminó dos días después. El total de civiles asesinados rondó los cuarenta mil; los edificios destruidos fueron el diez por ciento y los dañados, el cuarenta por ciento. Entre ellos estaba el de la embajada norteamericana en Varsovia, el palacio Raczynski. Los estadounidenses habían colocado una enorme bandera sobre el tejado para señalar su posición y evitar, en vano, que fuera bombardeada. También habían protegido con sacos terreros los refugios subterráneos.

El palacio Raczynski era un edificio de nobleza imponente y magnífica, y tan pretencioso como el embajador estadounidense, Anthony J. Drexel Biddle Jr., que había decorado los salones con los numerosos trofeos conseguidos en sus cacerías en Austria y África. La prensa de su país daba cuenta de los fastos. Las rosas, decorado de las fiestas, se importaban en avión desde Holanda y llenaban habitaciones enteras. En una de las cenas ofrecidas por el matrimonio estadounidense se llegaron a consumir novecientas botellas de champán. Las reservas de espumoso debían de ser nutridas, y es de imaginar que el embajador no pudiera cargar con todas cuando abandonó Varsovia los primeros días de septiembre. Los sacos terreros que protegían los sótanos cumplieron con creces y se salvaron las botellas. Cassio cuenta qué se hizo de ellas:

El Palacio Raczynski, sede de la Embajada de los Estados Unidos, está ardiendo por todos sus costados. La bandera estrellada flota todavía hasta el asta del balcón principal. Una habitación de sus dependencias se ha transformado rápidamente en refugio para niños huérfanos y abandonados en la calle. El espanto por cuanto llevan viviendo se refleja en sus pálidos rostros. Tienen sueño, hambre, sed… y no es posible dormir, ni comer, ni beber… Entre unos escombros que recubren las bodegas del palacio, aparecen varias botellas de Champagne pertenecientes al embajador norteamericano… Beben con avidez el recalentado espumoso y sus efectos son fulminantes y deplorables… Este episodio resulta aún más conmovedor y trágico en medio de cuanto lo rodea.

Esta es una de las primeras estampas de la desolación que Cassio reunió en su libro, El drama de Varsovia: 1939-1944. Tuvo una tirada de dos mil ejemplares y se publicó con algunos pasajes suprimidos en trece páginas. La censura ocultaba la crudeza de algunas escenas, que debían de ser especialmente impresionantes, ya que aparecen otras igual de terribles contadas con todo detalle, como la decapitación de un soldado polaco por una granada.

Un conocido de Cassio, el funcionario Juan Zgoda, fue detenido por la Gestapo cuando acudía a una boda fuera de Varsovia y conducido a Treblinka. No he podido localizar referencia alguna sobre ningún Juan o Jan Zgoda, que daba detalles muy concretos de la vida del campo de exterminio: transportes, trabajo, organización, peluquería… y la presencia de un tal Zopf.

Si algún niño de corta edad, en brazos de su madre, se permite llorar, se acerca tranquilamente el jefe del equipo alemán, llamado Zopf, y, extendiendo su mano, aprieta con los dedos la garganta hasta que cesa el llanto… La madre sigue esperando su turno en la cola para el baño, teniendo en sus brazos el cadáver desnudo, como ella, de su hijo…

Sólo he podido encontrar una referencia a un Zopf que estuviera en Treblinka. La hace otro fugitivo del campo, Yankel Wiernik, en un folleto publicado en Nueva York en 1945. En ediciones posteriores y corregidas, el nombre Zopf aparece sustituido por Sepp, diminutivo de Josef. Se trata de Josef Hirtreiter. Hirtreiter fue condenado a cadena perpetua y excarcelado por enfermedad en 1977. Murió libre.

El drama de Varsovia incluye más narraciones de la crueldad nazi, como los hechos de Wawer, una localidad cercana a Varsovia donde los alemanes asesinaron a más de cien personas como represalia por el asesinato de un policía. Cassio dice que visitó la ciudad después de la matanza y pudo ver las tumbas.

Existe una publicación de 1942, German Occupation of Poland. Extract of Note Addressed to the Allied and Neutral Powers, que recoge un testimonio anónimo que sigue punto por punto lo que Cassio publicó en su libro cuatro años después, si bien es cierto que con algún error, o quizá errata: en el testimonio se habla de ciento siete tumbas y Cassio en su libro dice que fueron ciento setenta. El resto de sucesos narrados, como el asesinato de un comerciante por parte de un nazi que se quedó con su tienda, o las barbaridades cometidas contra enfermos mentales en Starogard, Owinsk o Dziekanna, aparecen también contados en las páginas de El drama de Varsovia de forma casi literal. Cassio contaba con amigos en la resistencia polaca, por lo que es probable que fuera el testigo de German Occupation of Poland. No tenía por qué inventar o copiar nada. De hecho, hay sucesos vividos por el duque de Parcent que no aparecieron en el libro y sí en las cartas que envió a su amigo Ginés Vidal.

Cassio convirtió su libro en una denuncia y una acusación: «Los horrores que he presenciado estos años me permiten asegurarles que, en la hora presente, no existen “buenos” o “malos” alemanes. Todos se han hecho cómplices de un régimen que han acatado ciegamente. Todos han estado conformes, en sus mínimos detalles, con cuantas disposiciones, por arbitrarias que fuesen, decretaba el nacional-socialismo todopoderoso».

La destrucción de gueto de Varsovia fue ordenada por Himmler el 22 de julio de 1942, unos días después de la redada del Vel d’Hiv en París. Casas quemadas con cientos de judíos dentro, el hambre, los asesinatos masivos, la rebelión y su represión. Habla Cassio:

Muchas veces he pensado, al ver desarrollarse los acontecimientos del «gheto» varsoviano, si el sistema educativo del Tercer Reich tenía por objeto fomentar en el pueblo alemán el fanatismo nacional-socialista o, al contrario, si los procedimientos puestos en práctica para el «nuevo orden de Europa» no eran más bien propicios para despertar un satánico sadismo en todo un pueblo.

La narración de esos días la hace en forma de diario, una fórmula que confunde al lector, porque Cassio ya no se encontraba en Varsovia. Cassio, por entonces, estaba en plena retirada. Sigamos su itinerario. Para ello tendremos que atenernos a las cartas escritas a su amigo Ginés Vidal y a las que escribe directamente al Ministerio de Asuntos Exteriores.

El día 26 de julio de 1944, Cassio salió de Varsovia en dirección a Cracovia en el último tren. El caos era indescriptible. La llegada de los rusos era inminente y la población alemana que había tomado la ciudad estaba sumida en el terror. Cuatro días antes habían llegado a la ciudad las noticias sobre el avance ruso y la toma de varias ciudades importantes. La orden de evacuación se dio por la noche. Todos salían con sus pertenencias, abarrotando hasta los carritos de los niños. Los organismos oficiales quemaban sus archivos en plena calle. El desbarajuste duró tres días. Los precios subieron de forma desmesurada. La estación se llenó de gente y todos querían subir a los vagones que se dirigían a Alemania. La gente se abría paso a puñetazos. Cassio sólo llevaba una maleta que utilizó de asiento durante las catorce horas que estuvo esperando el tren que lo llevó a Cracovia. Llegó a la ciudad un día después, sin poder comer y de la forma más incómoda posible. El convoy fue tiroteado por la resistencia polaca. En Cracovia la situación era igual de caótica que en la capital. De allí logró marchar a Zakopane, en la actual frontera con Eslovenia, un lugar montañoso que Cassio creyó más tranquilo, pero los alemanes, en su locura final, también perseguían de forma inclemente a la población. Cassio estaba allí el día 30 de julio, en misa. Los alemanes se llevaron detenidos a hombres y mujeres de entre quince y sesenta años. Cassio regresó a Cracovia, donde le llegaron noticias de la resistencia polaca en Varsovia. Cassio narra a Vidal la masacre que los alemanes estaban cometiendo con los habitantes de Polonia. Primero por los fusilamientos, luego por los traslados de los polacos para trabajar en Rusia. Habla también de Katyn, de cuya matanza ya culpa directamente a los rusos, pese a que la propaganda de estos acusaba a los nazis. En tercer lugar, habla de los judíos, de los que calcula que han muerto asesinados entre dos y medio y tres millones.

Cassio terminó por desplazarse a Praga. En octubre escribió de nuevo una carta a Ginés Vidal. Más reposado, pudo contarle las noticias que le llegaron de Varsovia, una ciudad «completamente muerta», una destrucción total, «escombros y cenizas». La legación española debió de quedar completamente arrasada. Los destacamentos de calmucos y cosacos a las órdenes de la policía y de las SS hicieron de Varsovia un capítulo del apocalipsis más grosero, amoral y bárbaro que se pueda imaginar. Tranvías convertidos en templos de la violación y las vejaciones más repugnantes, escenas propias de un relato de Isaak Bábel en las que sería imposible encontrar restos de lirismo alguno. Cassio hizo un relato descarnado, valiéndose de las palabras de manera cruda, limpia y veraz, como caja de resonancia de los hechos que llegaron a sus oídos:

Los actos de violencia, principalmente contra jóvenes y muchachas y hasta niñas, desencajadas por el terror de cuanto ya llevaban viviendo, han sido también muy numerosos, y se han realizado con una barbarie y salvajismo, acompañado de cinismo difícil de describir. Ante la vista de los propios alemanes, que nada han hecho para impedirlos, fueron convertidos algunos tranvías en verdaderos lupanares. En varios de los que fueron lugares céntricos de la ciudad, en plena calle y entre ruinas, instalaron estos vehículos y los amueblaron con camas, sofás y butacas robadas en las casas, y se dedicaron a la bebida y a violentar con los más bajos instintos, a mujeres y niñas indefensas, acompañando estas orgías con canciones a los acordes de «balalaikas»… Las autoridades alemanas, como digo –y tengo confirmadas estas referencias por un amigo mío, Director de un Banco varsoviano–, presencian sin inmutarse todas estas escenas, respondiendo algunas veces a las voces de socorro y súplicas que les dirigían estas inocentes víctimas; que nada podían hacer, por no estar bajo sus órdenes directas, aquellas hordas de salvajes…

Después de cinco años de barbarie, Cassio todavía esperaba de los alemanes un gesto de responsabilidad. Durante su huida, escribió numerosas cartas a Sofía Casanova, la antigua corresponsal de ABC, y hacía de intermediario entre ella y el ministerio en España. La funcionaria receptora de las misivas escribía de vuelta contando los horrores del Madrid de la posguerra: tranvías abarrotados y estraperlo.

A Ginés Vidal dio cuenta de un testimonio atroz, la matanza de Otwock, una ciudad situada a unos veinticinco kilómetros al suroeste de Varsovia, conocida entonces por el sanatorio Zofiówka. El gueto de la ciudad fue creado en 1940 y en él fueron internados unos doce mil judíos de la ciudad y los alrededores. Durante el tiempo que se mantuvo activo, murieron unas dos mil personas a causa del tifus y del hambre. El 19 de septiembre de 1942, los nazis liquidaron el gueto disparando contra cientos de judíos. Se calcula que unos dos mil. Gran parte de los supervivientes fueron enviados a Treblinka. En el pueblo quedaron algunos niños.

Hallándome, en el verano de 1942, pasando unos días en Konstancin [localidad vecina de Otwock], pequeña estación estival situada a veinte kilómetros de Varsovia, fui testigo presencial de una escena espantosa.

Después de haber efectuado un paseo, me senté a descansar cerca de un pequeño bosque de pinos. De pronto, a unos pasos de mí, salió de los espesores de una mata una niña de unos diez años. El aspecto era esquelético. La expresión de sus ojos y de su rostro, color de cera, reflejaban el hambre y el agotamiento. A duras penas, arrastraba a un hermanito suyo, de unos seis años, completamente extenuado. Tímidamente, se acercó a mí y me hablaron… Eran judíos y sus padres habían sido exterminados en un pueblo cercano… Ellos pudieron huir milagrosamente y esconderse… Así llevaban ya dos semanas, acechándoles constantemente la muerte y el hambre. Solicitaron les socorriese… Tres terrones de azúcar llevaba en el bolsillo, y me apresuré a dárselos, juntamente con un puñado de «zlotys» para que pudiesen adquirir algo de comida o de leche en la tienda más cercana. Con muestras inequívocas de agradecimiento, se alejaron. A los pocos instantes oí dos detonaciones. Al volver rápidamente la cabeza pude ver el espantoso cuadro. Los cuerpos de los dos inocentes se sacudían frenéticamente en el suelo: eran los estertores de la muerte…

Entre tanto, un uniformado alemán, orgulloso de haber cumplido la orden recibida de exterminar judíos donde los encontrase, se alejaba de aquel lugar silbando, a la vez que jugaba y acariciaba a un soberbio perro policía que le acompañaba…

Así lo narra en El drama de Varsovia. A Ginés Vidal le dio cuenta del suceso en su correspondencia con un breve párrafo. Suficiente para mostrar algo que iba más allá del sadismo: «era la locura de la exterminación».

El duque de Parcent no sólo fue un testigo de la barbarie nazi, un Don Tancredo ante los asesinos. A su amigo Vidal le confesó haber salvado vidas:

[m]e cabe la satisfacción de haber llevado a efecto, en nombre de España, una obra humanitaria, tratando de salvar muchas vidas, a veces con fortuna y otras sin ella […]. Y esta gestión no era siempre fácil, teniendo que maniobrar con gran habilidad, para mantenerme dentro de una estricta corrección y neutralidad, sin despertar sospechas, que pudieran acusarme de simpatizar con exceso con el vencido. Me cabe la alegría de haber salvado bastantes vidas, a fuerza de almuerzos y comidas con abundancia de bebida. Todo ello me ha costado bastante dinero y muchos nervios, pero he hecho lo que consideraba un deber elemental, y con ello ha salido también ganando el buen nombre de nuestra Patria.

Cassio regresó a España y fue requerido en 1947 por el Ministerio de Asuntos Exteriores junto a otros tres diplomáticos para informar sobre las acciones de salvamento de judíos. El historiador alemán Bernd Rother dice que, de los cuatro diplomáticos, sólo dos habían tenido algo que ver con esas tareas: Fernando Oliván [sic: se trata de Federico Oliván] y Miguel Ángel Muguiro. Los otros dos son Vicente González Arnao y el duque de Parcent. Rother, que desconoce las cartas de Cassio, se equivoca. Cassio salvó vidas en la Polonia ocupada por los nazis. No siempre tuvo éxito en sus gestiones, que fundamentalmente consistían en emborrachar a alemanes. En su libro habla de los cerca de trescientos amigos y conocidos que murieron o desaparecieron durante la guerra.

El duque de Parcent continuó con sus negocios en España y en Argentina, donde murió en 1968. Dejó inédita una novela sobre una familia que vivió los años de la Segunda Guerra Mundial, una historia que ha desaparecido y que su familia, lamentablemente, no ha podido encontrar. Queda su libro El drama de Varsovia, que merecería una reedición que recuperara los fragmentos censurados y que incluyera las cartas que escribió a su amigo Ginés Vidal Saura, uno de los testimonios más crudos de la abyección del siglo XX.

Sergio Campos Cacho es bibliotecario, coautor de Aly Herscovitz y colaborador de Arcadi Espada en su libro En nombre de Franco. Los héroes de la embajada de España en Budapest.

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