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Una interpretación biográfica de la obra de Max Weber

Max Weber. Die Leidenschaft des Denkens

Joachim Radkau

Carl Hanser Verlag, Múnich y Viena

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Al comienzo del libro Vida de SchleiermacherWilhelm Dilthey, Gesammelte Schriften, vols. 13 y 14 (1985), editados por Martin Redeker, Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1979 y 1985., Wilhelm Dilthey afirma que «la filosofía de Kant puede comprenderse perfectamente sin ocuparse de su persona y de su vida», pero no así la de su biografiado, el famoso teólogo berlinés que perteneció al primer plantel de profesores de la Universidad de Berlín, fundada en 1810, padre de la hermenéutica que luego desarrolló el mismo Dilthey. El biógrafo pone énfasis en lo excepcional del caso de Schleiermacher, cuyo pensamiento únicamente cabría entender desde el conocimiento de su vida. En efecto, es prejuicio muy extendido que para la cabal intelección de la obra de un escritor o de un artista se precise de un conocimiento detallado de su vida, del que, en cambio, podría prescindirse en el pensador o en el científico. No sólo con la mezcolanza actual de los géneros no cabe ya trazar una línea nítida que separe pensamiento y ciencia de literatura y arte, sino que incluso para entender la obra de Kant resulta también útil, aunque tal vez en menor medida, conocer la vida metódica de una persona que no quiso moverse de su ciudad natal y ni siquiera fundó una familia, sin otras incidencias que las propias de un profesor universitario que, después de alcanzar un amplio reconocimiento internacional, ya en edad bastante avanzada –había rechazado algún llamamiento de otras universidades– accedió a la cátedra en la suya, como ponen de manifiesto las biografías que se escribieron en su tiempo o se han escrito en el nuestroEntre las coetáneas destaca la de Ludwig Ernst Borowski, Darstellung des Lebens und Charakters Immanuel Kants (1804), en Immanuel Kant. Sein Leben in Darstellungen von Zeitgenossen, Darmstadt, WBG, 1980. Entre los autores contemporáneos, vale la pena la biografía escrita por el filósofo ruso Arsenij Gulyga, Immanuel Kant, Fráncfort, Insel, 1981..

Joachim Radkau, profesor de historia desde 1980 en Bielefeld, especialmente cualificado para la empresa por haber escrito una historia del impacto social de las enfermedades nerviosas en la Alemania que va de Bismarck a HitlerJoachim Radkau, Das Zeitalter der Nervosität. Deutschland zwischen Bismarck und Hitler, Múnich, Hanser, 1998., ha publicado recientemente una extensa biografía de Max Weber, que no sólo calma nuestra curiosidad sobre muchos aspectos que la narración oficial de su esposa Ma­rianne oculta, o deja en una penumbra ambigua, sino que permite, y esto es lo verdaderamente relevante, una nueva interpretación de la obra sociológica de Weber. Para un científico social, la sociedad en la que se desenvuelve, así como los avatares de su vida, son elementos fundamentales de su comprensión de lo social.

A partir de la Segunda Guerra Mundial, y por mediación de la sociología norteamericana que había elevado a Weber a santo patrón de la cofradía –a este respecto, Talcott Parsons desempeñó un papel primordial–, goza de un reconocimiento internacional que ni de lejos tuvo en vida. Pero el Weber que adquiere una fama universal en los años cincuenta y sesenta (no se olvide, en tiempos de la «guerra fría») era más bien su caricatura, convertido en el prototipo del antimarxista que habría sustituido el materialismo, todo lo dialéctico que se quiera, por un espiritualismo que descubre en la religión el hontanar de la modernidad capitalista, a la vez que en el gran defensor de una ciencia «libre de valoraciones» que tendría la virtud de desenmascarar al marxismo como simple ideología.

A comienzos de los años setenta, en el Departamento de Ciencia Política de la Universidad Libre de Berlín se llegó al acuerdo de ofrecer como introducción cursos sobre Marx y Weber, dejando a los estudiantes que eligieran uno de ellos. Yo solía encargarme del de Weber y los estudiantes más capaces asistían a los dos. En efecto, a pesar de lo poco que lo citeEn la edición en CD-ROM de la obra de Weber encontramos el nombre de Marx 131 veces., el autor que más ha influido en Weber es Marx, hasta el punto de que la obra de Weber puede entenderse, no como opuesta o incompatible, sino más bien complementaria de la de Marx. Cuando el historiador en cuestiones militares de la Universidad de Berlín, Hans Delbrück (1848-1929), tildó a Marx de «un santón falso», Weber respondió que «alguien que escribe tal estupidez, tendría el deber moral de no mencionar el nombre de Marx» (p. 163)La página es siempre la del libro reseñado.. Parece que Joseph Schumpeter dijo que «todos los datos y argumentos que aporta Max Weber encajan perfectamente en el sistema marxiano» (p. 164). No puedo entrar en la relación de Weber con Marx, polémica sobre la que existe una amplísima bibliografía, sino únicamente recalcar que, acabada la «guerra fría», y no siendo ya el marxismo la ideología oficial de regímenes establecidos, se dan las condiciones óptimas para ocuparse de nuevo del capitalismo, tema en que ambos se centraron, y que no ha perdido nada de su vigencia.

Hoy somos más conscientes, si cabe, de la herencia genética y social que explica que seamos lo que somos. Toda biografía empieza por señalar los orígenes familiares y desde ellos se pasa a describir con algún detenimiento niñez y juventud, a cuyo término la personalidad está ya perfectamente definida. En el caso de Max Weber, los orígenes familiares marcan de manera tan profunda persona y obra, que él mismo los incluye en la categoría tan poco científica de «destino». Weber vive su vida como un destino, ante el que a menudo sucumbe con resignación y a veces –pocas– se rebela. Incluso atribuyó a sus antecedentes familiares la larga enfermedad que le mantuvo seis años apartado de toda labor intelectual.

Weber, por parte de padre, quien ya fue jurista y político de profesión, proviene de una familia de fabricantes, y por parte de madre, de una saga adinerada de la burguesía ilustrada, a la que distinguía una profunda religiosidad que procedía de la rama hugonota que se había extendido por media Europa. Souchay era el apellido de la abuela materna. Bienestar económico y apertura a la cultura humanista que modela el protestantismo marcan las coordenadas de una vida de intelectual independiente, dedicada a la ciencia, pero que admira al empresario capitalista, figura que encarna el abuelo paterno, propietario de una fábrica textil en Bielefeld, y con una férrea vocación política, herencia del padre, que ocupó cargos importantes en el ayuntamiento de Berlín y en el parlamento prusiano y luego en la dieta imperial, don que, sin embargo, no quiso darle el cielo. Por mucho que su mujer y un puñado de amigos pensasen que Weber era el mejor capacitado para conducir al país en la enorme crisis que originó la Gran Guerra, difícilmente se encuentra persona con menos dotes políticas, tanto para hacerse con el poder como para manejarlo, si milagrosamente lo hubiese conseguido. Y esto hay que decirlo del creador de la sociología política, autor de los ensayos más certeros sobre la política alemana de su tiempo.

Tanto los temas («el espíritu del capitalismo», «la racionalización de las formas de vida», «el papel de la religión en el proceso de racionalización económica y social») como el ámbito de sus relaciones personales se circunscriben a la familia. El tema del capitalismo se vincula a su abuelo, el de la religión, a su madre, la política, a su padre. Incluso únicamente se enamora dentro del círcu­lo familiar. En su primera juventud, su preferida era su hermana Klara, que se casó luego con un hijo de Theodor Mommsen; su primera novia fue su prima Emmy, hija de Ida, una hermana de su madre, y del historiador Hermann Baumgarten, profesor en la Universidad de Estrasburgo y su primer tutor político, con quien compartió una común animadversión a Bismarck. Se casó con Marianne Schnitger, nieta de un hermano de Karl August Weber, el abuelo paterno de Weber, con la que nunca tuvo relaciones sexuales, pero que fue siempre una compañera fiel que le apoyó, tanto en su carrera científica, en sus muchas polémicas con colegas, o en los años de profunda depresión. También pertenecía al estrecho círculo familiar su gran amor, Else von Richthofen, casada con su amigo y discípulo Edgar Jaffé, que financió el Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, la revista que dirigió Weber y en la que publicó largos ensayos, que a su vez era una amiga íntima de su esposa y, cuando se inició el idilio, la amante de su hermano AlfredLa relación con Else Jaffé, que había tenido un hijo con Otto Gross, puso a Weber en contacto con el psicoanalista anarquista, así como con el novelista inglés D. H. Lawrence, casado con Frieda, la hermana menor de Else. Para estas conexiones, véase el libro de Martin B. Green, The von Richthofen Sisters: The Triumphant und Tragic Modes of Love: Else and Frieda von Richthofen, Otto Gross, Max Weber and D. H. Lawrence in the Years 1870-1970, Nueva York, Basic Books, 1974.. La pianista Mina Tobler estaba también muy cercana a su ambiente familiar antes de que Weber estableciera con ella una relación amorosa. Si el edipo con su madre es el rasgo más característico de su psique, sus otras relaciones también confirman la tesis freudiana de que la libido en su origen es incestuosa.

La vida, pero también la obra de Max Weber, están partidas por la crisis nerviosa que sufrió al año de la muerte de su padre, a raíz de un duro enfrentamiento verbal el 14 de julio de 1897. Estando la madre de visita en casa del hijo en Heidelberg, adonde Max padre había acudido para obligarla a regresar inmediatamente a Berlín, sin lograr su objetivo, el hijo reprochó al padre un autoritarismo tiránico de gran patriarca. Frente a esta interpretación inspirada en Marianne, Radkau insiste en el carácter posesivo de la madre, ante la cual el padre no dejaría de ser una simpática figura marginal. A las pocas semanas, el 10 de agosto, el padre muere solo en Riga sin haberse reconciliado con la esposa ni con el hijo. La reacción inmediata es un viaje del matrimonio Weber a España, regresando al llegar a Burgos, al no poder aguantar por más tiempo las incomodidades del país y sobre todo el carácter de su gente. Desde el protestantismo heredado, el encuentro directo con España no hizo más que remachar los muchos prejuicios. Weber permaneció siempre ajeno a la cultura española, sin que ocupe, con la excepción de la Cataluña medieval, de la que trata en su tesis doctoral, ni siquiera un rinconcito en obra universal tan extensa.

Al año siguiente, en el verano de 1898 (el 30 de julio de 1898 muere Bismarck, el «padre» de la patria), aparecen los síntomas de la enfermedad que entonces se llamaba neurasteniaUna forma de neurosis, caracterizada por síntomas como abatimiento, cansancio, insomnio o irritabilidad., que le impide trabajar y lo mantiene varios meses internado en una clínica de Constanza. Tiene breves momentos de recuperación y recaídas continuas, que lo llevan a buscar reposo en clínicas o en viajes, sobre todo en su amada Italia. Convencido de que los síntomas, sobre todo el insomnio, se refuerzan ante la perspectiva de tener que cumplir un plazo o acudir a una cita, en 1903 pide la excedencia de la cátedra. Libre de las obligaciones docentes, en febrero de 1904 se siente con fuerzas para asistir al congreso mundial de la ciencia que con motivo de la exposición universal se celebra en Saint Louis (Estados Unidos), con la energía suficiente para pronunciar una conferencia, y a su regreso poco a poco vuelve a poder trabajar. Tras seis años de depresión, alejado de toda actividad intelectual –no pudo leer ni escribir durante este tiempo–, el Max Weber que retorna es muy distinto del que cayó enfermo, así como es muy diferente la obra sociológica que empieza entonces a escribir. El Weber que hoy conocemos es el que inaugura su libro más conocido, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905).

Contra la opinión de Marianne y de la sociología dominante hasta los años ochenta, Radkau considera el Weber anterior a la crisis una personalidad por completo distinta de la que nos encontramos tras su curación, pero al alto precio de tener que recluirse en un ámbito privado que en el fondo aborrecía, y del que sólo al final de su vida logró escapar, gracias a los enormes cambios que trajo consigo la Primera Guerra Mundial. Radkau pone incluso en duda una clara interpretación edipal de una crisis que parece encajar perfectamente en el esquema freudiano, tal como la había popularizado Arthur Mitzman en su biografía de WeberArthur Mitzman, The Iron Cage: An Historical Interpretation of Max Weber, Nueva York, Grossett & Dunlap, 1971.. El hecho es que, hasta la Primera Guerra Mundial, Werner Sombart, con una obra más extensa y ordenada en el estudio del origen del capitalismo, es la personalidad conocida, y después de la guerra, el libro que arrasa es La decadencia de Occidente de Oswald Spengler. El reconocimiento de Weber al final de su vida se reducía a personas marginales, como Georg Lukács, Ernest Bloch o Karl Jaspers que, sólo después de la muerte de Weber, se revelaron grandes figuras del pensamiento alemán.

Radkau distingue tres períodos en la vida de Weber, en cada uno de los cuales se traslucen una personalidad y una labor científica muy diferentes: el anterior a la crisis nerviosa de 1898; el que comienza con La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), idealización del ascetismo, virtud principal que habría originado nada menos que el capitalismo, obra coetánea de los estudios sobre los economistas Roscher y Knies (este último su maestro y antecesor en la cátedra de Heidelberg) publicados entre 1903 y 1906, o el ensayo sobre Objetividad del conocimiento científico social y socialpolítico (1904), en los que arremete en favor de una ciencia social «libre de valoraciones subjetivas», es decir, una ciencia social en la que quede claramente explícito el punto de vista del estudioso y no lo venda como si reflejara una «objetividad» siempre inalcanzable, una actitud que se expresa en su crítica del «naturalismo» en la ciencia social, que lo lleva a posiciones cercanas al neokantianismo, la filosofía que entonces prevalecía en los claustros universitarios; y, en fin, una tercera y última etapa, sin duda la más creativa y original, que Radkau vincula a su descubrimiento de la sexualidad en sus relaciones con Mina Tobler y sobre todo con Elsa Jaffé, el gran amor de su vida.

Ya desde los años de estudiante, lo que caracteriza a Weber es la enorme amplitud de intereses –historia, filosofía, economía–, aunque el derecho haya sido la carrera que termina con el examen de estado que le autoriza a ejercer como jurista, lo que nunca hizo tras no conseguir un puesto como síndico en Bremen. Escribe su tesis doctoral sobre las sociedades mercantiles italianas de la Edad Media, un tema histórico que dirige Levin Goldschmidt, uno de los creadores del derecho mercantil moderno, e incluso alguna vez se pensó en él como profesor de derecho mercantilFriedrich Althoff, el alto funcionario alemán, amigo de su padre, del que en última instancia dependía el nombramiento de los catedráticos, puso dificultades a que obtuviera la cátedra de economía en la lejana Friburgo, ya que quería mantenerlo en Berlín como profesor extraordinario de derecho mercantil (pp. 109 y 862). Weber siempre rehusó la ayuda de su influyente padre pero, obviamente, además de su brillantez, sobre todo oral (sólo había publicado la tesis doctoral y la habilitación, dos libros que, por su temática histórica, poco tenían que ver con la economía), el hecho de ser hijo de tal padre facilitó, sin duda, que fuera catedrático de economía poco antes de cumplir treinta años.. Nunca abandonó la filosofía –la lectura en sus años de estudiante de la Historia del materialismo del neokantiano Friedrich Albert Lange fue decisi­va– y, como Marx, mantuvo un diálogo con HegelConceptos básicos en Weber como racionalización o burocratización tienen un precedente en Hegel. Sobre la relación de Weber con Hegel, véase Eugène Fleischmann, De Weber à Nietzsche, Archives Européennes de Sociologie, vol. V (1964), pp. 190-238., en este caso implícito. Estudió historia de Roma con Theodor Mommsen, y escribió la habilitación sobre la estructura agraria de la antigua Roma (1891) bajo la dirección del historiador agrario August Meitzen y la supervisión de Mommsen, quien le aconsejó que se dedicara a la historia antigua y trabajase con él, oferta que el joven Weber rechazó. La historia de la antigua Roma le interesa únicamente para comprender mejor la Europa de su tiempo. La habilitación le abre las puertas a su primera investigación sobre la situación agraria al este del Elba, que le ofrece la Asociación para la política socialCasualmente su padre era miembro de la comisión parlamentaria que se encargaba de las relaciones con Polonia.. Weber empieza su obra científica como sociólogo agrario, con una encuesta que tuvo una amplia repercusión política, al criticar a los terratenientes que sustituyen la mano de obra alemana por la polaca más barata, con el alto riesgo de una creciente polonización de la Alemania oriental. La tesis de Weber es que el interés de la nación, que consiste en mantener estos territorios puramente germánicos, sin mezcla de razas inferiores, debe prevalecer sobre los económicos de los latifundistas. Pero como contribución a la ciencia el extenso trabajo es irrelevante, aunque muestre algunos aspectos, como el racismo entonces dominante, del que Weber se libró muy pronto, o el afán de libertad que, por encima de los intereses económicos, llevaba a los inquilinos alemanes a abandonar las fincas de los Junkers y emigrar al oeste. El emigrante no sólo busca un mayor bienestar material, sino principalmente la libertad, por la que arriesga mucho. Para dar cuenta del comportamiento humano, junto a los factores económicos habría que considerar los espirituales, como el afán de libertad, tesis que va a dar fruto en el Weber de la segunda fase.

En cambio, para su carrera universitaria esta investigación tuvo una gran importancia al proporcionarle en 1893 la cátedra de economía de la Universidad de Friburgo, que le permitió casarse una vez independizado económicamente; entre 1886 y 1894 Weber vivió en Berlín-Charlottenburg en casa de sus padres. En la lección inaugural, «Estado nacional y política económica», de la experiencia obtenida en la Alemania fronteriza con Polonia saca la conclusión de que la economía como ciencia debe encaminarse al estudio de «la lucha económica entre los Estados nacionales». «Sabemos muy bien que en su versión vulgar la política económica se entiende como un recetario para conseguir la felicidad de la gente y mejorar la balanza de gozo en la existencia humana, único objetivo comprensible de nuestro trabajo. Basta tomar en serio el problema demográfico para que no podamos barruntar, oculto en el futuro, paz ni felicidad, ni cualquier otra cosa que no sea dura lucha del hombre contra el hombre, y que cada vez serán mayores los ámbitos en que haya que sobrevivir a codazos». Por eso «la política económica de un Estado alemán, así como los criterios valorativos de una teoría económica alemana, únicamente pueden ser alemanes»Max Weber, Gesammelte politische Schriften, 2.ª ed. ampl., Tubinga, Mohr Siebeck, 1958, pp. 12 y 13..

Radkau describe al joven profesor ultranacionalista como encarnación del tipo medio alemán de la época, machista, orgulloso de su resistencia al alcohol, patriotero, duelista, obsesionado únicamente por la grandeza de Alemania. Si a esta arrogancia se une la impotencia sexual, no haría falta mucho psicoanálisis para dar cuenta de la catástrofe que se avecinaba. Radkau llega a sugerir que la crisis nerviosa, en último término, la explica el convencimiento de que, pese al triunfo social –en 1896 sucede a su maestro Karl Knies en la cátedra de economía de Heidelberg–, su única contribución a la economía era un folleto de divulgación sobre la Bolsa, que le había encargado su amigo, el pastor y popular político Friedrich Naumann. Tema que, como tantos otros, quedó aislado en su obra, sin antecedentes ni consecuentes. Es éste un rasgo característico de Weber: abandonar una línea de investigación para involucrarse de repente en una temática que impone la actualidad para la que no está ni siquiera medianamente preparado. En su segundo período, la revolución de 1905 en Rusia lo coge inmerso en el estudio de la relación del protestantismo con el capitalismo. Abandona esta línea de trabajo y empieza a estudiar ruso, convencido del alcance que los acontecimientos de la Rusia zarista tienen para Europa y, en particular, para AlemaniaEscribe dos artículos importantes: «Sobre la situación de la democracia burguesa en Rusia», en febrero de 1906, que no termina, y «La transición rusa al pseudoconstitucionalismo» en agosto de 1906.. Max Weber, el catedrático de economía, no ha dejado huella en la ciencia para la que fue nombradoEn 1919 Weber vuelve a la universidad, ocupando otra vez una cátedra de economía, ahora la de Lujo Brentano, pero que incluye ciencia de la sociedad e historia económica, que encajan mejor en su perfil. El que Max Weber ocupase cátedras de economía se explica sencillamente porque en su tiempo la sociología no era una ciencia que hubiera adquirido estatus universitario. No había cátedras de sociología y la economía, tal como la entendía la universidad alemana, incluía el saber sobre la sociedad.. A juicio de Radkau, un factor nada despreciable de la crisis sería el callejón sin salida en que se encontraría su labor investigadora y docente. Si no quería desaparecer en la inanidad, se imponía una ruptura tanto en su modo de vida como con la forma de hacer ciencia.

El verdadero Weber habría surgido después de la larga enfermedad, como el inventor de una nueva forma de hacer sociología que no fuese, como hasta entonces, filosofía de la historia a la manera de Comte, sino elaboración empírica de los datos históricos. Por un lado, lleva a cabo una reflexión neokantiana, influida muy directamente por Heinrich RickertPeter-Ulrich Merz, Max Weber und Heinrich Rickert. Die erkenntniskritischen Grundlagen der verstehenden Soziologie, Wurzburgo, Königshausen & Neumann, 1985., a quien conocía desde los años del instituto, sobre la fundamentación de la ciencia social, cuyo concepto clave es, sin duda, el de «tipo ideal», a la que se añade otra más original sobre la relación entre «superestructura ideológica» y «estructura económica», que amplía y completa la relación, demasiado simplista, que había generalizado el marxismo de su tiempo. El «parentesco» que establece entre puritanismo y desarrollo del capitalismo, si no se malinterpreta como si el uno originase al otro, es enormemente sugestivo. Ni el capitalismo está en la base de la ruptura protestante, ni mucho menos la teología calvinista produce de por sí el capitalismo, pero como un modo de producción que se basa en la acumulación del capital y en el trabajo libre, únicamente podía emerger en una cultura marcada por un ascetismo, capaz de disciplinar la vida cotidiana, virtudes ambas que han nacido en el monasterio y que seculariza el protestantismo. La religión, lejos de ser «el opio del pueblo», que la ilustración habría convertido en obsoleta, se revela como el elemento fundamental de racionalización de las conductas. La racionalización que comporta el capitalismo tiene su origen en una determinada ética religiosa que configura un modelo de vida ascética: esfuerzo, austeridad, ahorro. Sin ellos no habría nacido el capitalismo.

La tercera fase de la vida y obra de Weber es la más fructífera. En ella escribe la mayor parte y la más importante de su obra, centrada en una visión muy amplia de la sociología de las religiones, tomando como hilo conductor su relación –en unas existente, en otras inexistente– con la aparición y desarrollo del capitalismo, que vincula a su sociología del poder político, contenida en su obra magna Economía y sociedad, que quedó inconclusa. Radkau describe esta tercera fase bajo el título de «salvación e iluminación», dos categorías religiosas que ponen en comunicación la sociología de la religión con la del poder político, sin duda el mayor hallazgo de Weber. La legitimidad del poder no radica en ninguna cualidad personal del que lo detenta –pertenencia a una familia (principio dinástico) o haber sido elegido por la mayoría (principio democrático)–, sino que se basa en la «creencia» de los sometidos de que obedecer a la persona que detenta el poder es la mejor forma de conseguir el bien de todos. El poder, como la religión, se legitima por una «creencia», y religiosa es, por tanto, la categoría originaria de la legitimidad, el carisma, que se traslada del ámbito religioso al político.

Radkau inicia este último período de enorme concentración en el trabajo y gran capacidad de creación en 1909, año en que conoce en junio a Mina Tobler y en otoño se enamora de Else Jaffé. Es el año en que acepta dirigir Grundriß der Sozialökonomik (Fundamentos de economía social), obra colectiva que al final escribe él solo y que se publica póstumamente con el título de Economía y sociedad. La relación con Else se interrumpe en 1910 durante siete años, en los que vuelve a ser la amante de su hermano Alfred. En 1912, Weber inicia una relación amorosa con la pianista Mina Tobler. En la primavera de 1913 y en la de 1914 pasa sus vacaciones en Monte Verità (Ascona)Sobre Monte Verità, véase, Robert Landmann, Ascona Monte Veritá. Auf der Suche nach dem Paradies, Fráncfort, Ullstein, 1979., la colonia de artistas, teósofos, espiritistas y anarquistas que querían vivir en armonía con la naturaleza, libres de los convencionalismos de la sociedad burguesa, algo verdaderamente sorprendente para quien en la etapa anterior había sido el apóstol del ascetismo puritano. En cuanto goza de la sexualidad, cesan todos los síntomas de la enfermedad y desarrolla una capacidad de trabajo impresionante. Vive una profunda de­si­lu­sión al comprobar que durante la guerra nadie recurre a tan vehemente patriota, ni se presta la menor atención a los consejos que publica en la prensa o manda en memorandos al Gobierno (el tema en que insistió más fue en que, si Alemania seguía con la guerra submarina, Estados Unidos entraría en la contienda, lo que significaría una derrota segura). Paradójicamente, la incapacidad de influir en los acontecimientos le proporciona una energía increíble. Luego de haber servido un año en la administración de los hospitales militares, Weber pasa los años siguientes encerrado en las bibliotecas. En 1915 publica su estudio sobre confucianismo y taoísmo, y en 1916-1917 los que dedica al hinduismo y el budismo. Asombra que en plazo tan corto dominase la cultura china y la hindú, con trabajos que, pese a sus errores y deficiencias, son reconocidos por los especialistas.

El 14 de octubre de 1919 muere su madre; unos meses después, el 14 de junio de 1920, Max Weber fallece de una pulmonía. Cuando muere, aparte de algunos opúsculos y largos artículos de revista, como La ética protestante y el espíritu del capitalismo, que por su tamaño hoy consideraríamos libros, en este formato no había publicado más que la tesis doctoral y la habilitación. El hecho de que el reconocimiento de Weber haya sido tardío se debe a que la mayor parte de su obra, y sin duda la principal, se publicase después de su muerte en ediciones, como la primera de Economía y sociedad, bastante caóticas y poco fiables. Después de la interrupción que impuso el nazismo, el Weber que hoy conocemos tendría que esperar a los años cincuenta a la publicación de la abundante obra inédita o sumergida en revistas o periódicos de díficil acceso. Pocos han escrito tanto con tanta energía y originalidad, y que se hayan ocupado menos de hacerlo asequible a los lectores potenciales.

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