A propósito del largometraje documental Mañana

Luis Gago trajo a nuestra atención el largometraje documental Mañana, que se exhibe en el circuito comercial y que trata de mostrar iniciativas concretas que, a juicio de sus directores, Cyril Dion y Mélanie Laurent, podrían constituir parte de la solución ante la amenaza de un cambio brusco del estado de la biosfera. Según declara el primero de ellos, el punto de partida ha sido un estudio de Anthony Barnosky y Elizabeth Hadly publicado en la revista Nature en 2012. En realidad, el mencionado trabajo no es un «estudio» primario, sino una «revisión» de la literatura relativa a la no linealidad de los grandes cambios (glaciaciones, extinciones, la explosión cámbrica) que han venido produciéndose en la biosfera a lo largo de miles de milenios, y no tiene sólo dos autores, sino que está firmada por más de una veintena de científicos, entre los que se encuentran varios investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Doñana.

La citada revisión concluye que no sólo los sistemas ecológicos localizados sufren transiciones abruptas e irreversibles cuando son forzados más allá de ciertos umbrales críticos, sino que también el ecosistema global en su totalidad puede reaccionar de la misma forma y seguramente está aproximándose a un cambio de ese tipo como consecuencia de la actividad humana. Los autores alertan además sobre la necesidad de mejorar el conocimiento de los mecanismos y las relaciones causa-efecto que ligan el forzamiento humano a las perturbaciones de la biosfera. Estas conclusiones están en línea con los sucesivos informes del Panel Internacional sobre Cambio Climático de Naciones Unidas y no modifican las tesis dominantes sobre un problema cuya aceptación está cada vez más generalizada en lo que se refiere a diagnósticos, mientras que existen numerosas controversias y faltas de acuerdo práctico respecto a los cursos de futuras acciones.
Como sucede con los programas de los partidos políticos, en el documental que aquí comentamos, el divorcio entre diagnósticos y soluciones es bastante evidente para cualquier espectador crítico. Sus planteamientos son plausibles, pero las posibles soluciones que propugna son meros cuentos de la lechera, ejemplos marginales que se edulcoran para el espectador como si fueran mensajes publicitarios. El sistema capitalista liberal, que, según nos dicen, requiere una economía que crezca exponencialmente para que pueda promoverse el bienestar humano, es por su propia definición insostenible: sólo puede conducir a una cadena de sucesivas explosiones incontroladas que llevan a la devastación de la biosfera. Lo que se requiere es toda una alternativa global que hasta ahora nadie ha sido capaz de formular y lo que se ofrece es un mosaico de microrretales inconexos, muchos de los cuales no pasan el más elemental examen de idoneidad ni son susceptibles de ser generalizados. La agricultura, la energía, la economía, la educación y la política son los grandes capítulos que se abordan con pequeños ejemplos de una gran ingenuidad.
Si nos fijamos en el capítulo que más tiene que ver con este blog –el que se refiere la nutrición y los alimentos–, podemos ilustrar lo que acabamos de escribir. El documental gravita principalmente sobre actividades alternativas en países prósperos, aunque en ocasiones el paisaje pueda ser ciertamente desolado. Los ejemplos son difícilmente representativos de los sitios donde verdaderamente se dan los problemas: una jueza en el fértil Mediodía francés cuenta que colgó la toga para dedicarse a la agricultura ecológica; alguien que canta bajo plástico las bondades de su actividad y parece ignorar que hay verdaderos continentes de plásticos que ciegan los océanos; los olvidados habitantes residuales de ese Chernobyl que es Detroit cultivan los jardines de las casas abandonadas y usan para ello agua del grifo; pueblos diminutos experimentan con el autoconsumo de proximidad y de estación cuando una humanidad creciente se acumula en las megaurbes, hasta el punto que para el medio siglo más de las tres cuartas partes de los humanos habitarán en ciudades gigantescas.

En términos generales, en el documental se propugna una agricultura artesanal intensa en mano de obra y un abandono de los precios bajos para los alimentos. Se ignora que el de la agricultura es un trabajo duro y, a menudo, esclavo, del que se ha huido siempre que ha sido posible, y que por cada pequeño incremento del precio de los alimentos son miles las personas que se quedan sin comer, ya que uno de los tipos de hambre que predomina es el de quienes no pueden pagar el alimento disponible. La historia de la humanidad a partir de la maldición bíblica ha sido la de una larga escapada de dicha condena.

De lo anterior no quiero que se concluya que no merece la pena ver el documental, ya que los casos y las imágenes con que se presentan son curiosos e interesantes y, en conjunto, se trata de una buena llamada a la reflexión. Vayan a verlo, pero no se dejen arrastrar por la idea simplista de que el problema de alimentar a la humanidad en el futuro van a resolverlo jueces y juezas en excedencia, aunque esté bien que algunos lo intenten.