Buscar

Woody

Woody. La biografía

David Evanier

Madrid, Turner, 2016

Trad. de Guillermo Ortiz

476 pp. 24 €

image_pdfCrear PDF de este artículo.

David Evanier, que tiene una trayectoria demasiado sólida y contrastada como para trabajar de negro, afirma que Woody Allen reaccionó con cautela cuando le escribió para contarle su proyecto: «Aunque siempre se ha mostrado cordial y amistoso, en ningún momento ha aceptado colaborar en esta biografía ni ha dado el visto bueno a ninguna de sus partes» (p. 449). No parece, por tanto –y el tono del libro lo confirma?, que esta reciente biografía de Woody Allen sea producto del oportunismo, ni que haya sido pactada ni escrita por encargo, algo que siempre resulta sospechoso, como una mancha que no impide la lectura, pero que nunca deja de verse al fondo del papel. Conviene aclarar este aspecto porque el libro se ha publicado en Estados Unidos cuando ya parecían calmadas las furias del escándalo que volvió a zarandear al cineasta en 2014. Como se recordará, cuando Woody Allen se ganó ese año el aprecio de crítica y público con la película Blue Jasmine, con la que consiguió un Globo de Oro y Cate Blanchett el Oscar a la mejor actriz, Dylan Farrow, la hija adoptiva de Allen y Mia Farrow, publicó una carta acusándolo de abusos sexuales cuando era una niña, renovando las acusaciones vertidas por la actriz veinte años antes.

El libro parece fruto de la admiración y el interés de David Evanier por un creador imprescindible en la historia del cine. Para escribir una buena biografía uno no tiene por qué amar necesariamente al biografiado ni convertirse en su guardaespaldas literario. Puede que incluso un aprecio excesivo haga perder la objetividad y sea perjudicial para el resultado final. Tras la lectura del libro, no hay duda de que David Evanier admira profundamente a Woody Allen, pero esa admiración no le ha impedido reflejar con precisión su carácter y su obra, ni le ha hecho indulgente con sus errores o con sus películas fallidas.

Junto a esta primera virtud, aparece el defecto, si bien menor, del título elegido, Woody. Aunque es lógico que el nombre del biografiado encabece la portada de su biografía, en este caso resulta presuntuoso al sugerir que basta el nombre de pila para identificar al personaje. Esa impresión se acrecienta con el artículo determinado del subtítulo, La biografía, como si fuera la única válida y definitiva, cuando en este género, y más aún tratándose de un personaje vivo, nunca está dicha la última palabra. En teoría, ochenta años es una edad adecuada para escribir la biografía de cualquiera, pero con Woody Allen no todo está cerrado. Se trata de un hombre que sigue en plena forma creativa, con una salud de hierro y una sorprendente vitalidad. De hecho, desde la redacción del libro en 2015 ya ha escrito, dirigido e interpretado una serie para televisión, Crisis in six scenes, la película Café society (2016) y está en proceso de terminar una nueva película.

David Evanier ha recurrido sobre todo a dos fuentes: por un lado, a conversaciones con quienes rodearon o rodean al cineasta –amigos de la infancia, agentes, compañeros de trabajo, productores, técnicos?, que enriquecen su imagen con recuerdos y anécdotas, por más que los lectores tradicionales no estemos acostumbrados a considerar la entrevista como un asidero documental demasiado firme. Por otro, al análisis de sus películas como si fueran textos, recurso muy coherente cuando se trata de un cineasta que, utilizando máscaras confesionales, ha reflejado su biografía en las pantallas, «por mucho que él se empeñe en negarlo» (p. 263), y ha vivido «siempre en el confuso límite entre el personaje que interpreta y la persona que realmente es» (p. 13). Woody Allen siempre ha hecho cine de autor y, encastillado en su querido Manhattan, ha mantenido su independencia y un control total sobre su proceso creativo, pues nunca ha encontrado ningún atractivo en la embriaguez de la fama o en el musculoso cine de Hollywood, donde impera el espectáculo y el star-system por encima de la autoría. Se entiende que Evanier no haya recurrido más ni haya hecho especial hincapié en sus textos para el teatro o en sus libros de relatos. La lectura de los cuentos de Pura anarquía no aporta un mayor conocimiento de su autor ni de su mundo: son variaciones sobre los mismos temas y personajes.

David Evanier declara que su libro «no es la típica biografía crítica ni pretende analizar cada circunstancia al detalle […]. Mi intención es aportar lo que aún no se ha dicho sobre su obra a la vez que esbozo algunas pinceladas esenciales de su vida y de su carrera» (p. 51). Y, en efecto, no se trata aquí de la clásica hagiografía que comienza con la fecha, el lugar de nacimiento y el nombre de los progenitores. De hecho, hasta la página 92 no conocemos que Woody Allen nació el 1 de diciembre de 1935, con el nombre de Allan Stewart Konigsberg. El nombre «Woody» lo adoptó en sus primeros tiempos del nombre del perro de la primera chica de que se enamoró.

De acuerdo con ese propósito, Evanier organiza el libro de forma original. A la larga introducción, que ya ofrece un retrato muy completo sobre la personalidad del cineasta, le siguen doce capítulos, más o menos ordenados cronológicamente, que analizan un determinado aspecto de su trabajo o de su vida, apoyándose en paralelo en secuencias y películas que aluden al mismo tema. Así, por ejemplo, el segundo capítulo se centra en su infancia en una familia judía y en Días de radio, pues muchas de las cosas que les ocurren a los personajes de la película le habían ocurrido a su autor en la vida real. Tras otros capítulos que muestran sus dudas y titubeos, cuando Woody Allen todavía estaba en la sala de espera del gran edificio del espectáculo y no sabía por qué pasillo podría avanzar, si sería guionista de televisión, monologuista, autor teatral o cineasta, el quinto habla de su afición a la música de jazz, un placer que compara con «bañarse en miel»: desde hace cuarenta y cinco años toca el clarinete todos los lunes con su banda, la New Orleans Funeral and Ragtime Orchestra, en un pub de Manhattan, incluso cuando coincide con las ceremonias de entrega de los Oscars. El extenso décimo capítulo se dedica al escabroso conflicto con Mia Farrow, al noviazgo con Soon-Yi y a las acusaciones de abusos sexuales hacia su hija adoptiva, Dylan Farrow.

De entre sus méritos creativos, Evanier destaca tres virtudes. Por un lado, Woody Allen ha inventado un personaje original que rompe la arraigada preferencia del cine por los hombres de acción, ya sean héroes o delincuentes, por esos tipos sólidos y lacónicos: el suyo es, en cambio, un neurótico pesimista y compulsivo, débil y torpe físicamente, poco atractivo, que no para de hablar y suelta un chiste tras otro para intentar conjurar su inseguridad y su miedo, y que debe hacer un sobreesfuerzo para demostrar que es digno de la chica guapa a la que ama. Cuando resulta tan difícil crear un nuevo arquetipo distinto de los ya existentes, que en el cine comercial no hacen sino combinarse una y otra vez con diferentes máscaras y variaciones, Woody Allen tiene el mérito de haber reconocido sus debilidades, haber sabido convivir con ellas y haberlas convertido en fuentes de inspiración para sus películas.

Por otro lado, ha reflejado de un modo muy certero las neurosis modernas de personajes urbanos y ha introducido en el cine temas que antes nadie había tratado, como el psicoanálisis y las visitas al psiquiatra, cuya influencia llega hasta la serie Los Soprano. Finalmente, ha visibilizado en las pantallas a la minoría judía. Hasta la irrupción de Woody Allen, los judíos habían tenido mucho peso en la industria cinematográfica, pero limitado a la trastienda y a las oficinas de producción, no como actores y directores. Sin embargo, esa visibilidad del judaísmo y las ocasionales referencias al Holocausto no han ido acompañadas de un compromiso político contra cualquier otro ataque a la libertad, por más que –sospecho? una buena parte de su público aplaudiría esa manifestación. Allen es el típico liberal-demócrata estadounidense, pero nunca ha soñado con utopías sociales, no se ha alineado con grupos de presión, no ha secundado causas particulares de candidatos y siempre ha defendido «la vida solitaria e independiente del artista» (p. 18). Sus críticas se han limitado a la política de Nixon o a la Asociación Nacional del Rifle.

Una carrera tan brillante, en la que ha hecho de guionista, actor y director cuando parecía que su ingeniosa e incontenible verborrea lo condenaban a un fatigoso destino de monologuista y que su físico lo obligaba a hacer muchos movimientos para expresar algo, cuando los más grandes actores dicen mucho moviéndose muy poco, lo ha llevado a ser nominado a los Oscar en nada menos que veinticuatro ocasiones en uno u otro apartado y a «estar siempre de actualidad sin necesidad de estar a la moda» (p. 13). Paradójicamente, sus únicos fracasos han sido aquellas películas en que intentó imitar a Ingmar Bergman, el cineasta que siempre fue su referente. Interiores, Septiembre u Otra mujer no son precisamente sus mejores películas, porque renuncia a ser él mismo y pierde su peculiar sentido del humor en busca de una trascendencia que resulta impostada. Pronto, sin embargo, desistió de ese empeño en ser un nuevo Bergman y siguió haciendo grandes películas. A veces es necesario imitar a los maestros a quienes se admira y descubrir que uno no es como ellos para así poder encontrar definitivamente el propio camino.

En cuanto al relato de su agitada vida sentimental, Evanier no duda en dar toda la información contrastada, pero tampoco cede al morbo escudriñador de su intimidad ni colabora con su libro a aumentar la presión de unos tabloides dedicados a la búsqueda de carnaza. Como ocurre en tantas ocasiones, tampoco en Woody Allen la inteligencia profesional o artística parece haber ido de la mano con la inteligencia emocional. Sus dos matrimonios anteriores al actual con Soon-Yi y su larga convivencia con Diane Keaton acabaron en fracasos. Pero fue turbulenta sobre todo su relación con Mia Farrow, con enfrentamientos y querellas que no parecen haber terminado y que alcanzaron su peor momento en 1992, con su imagen pública muy deteriorada y con la sensación de que su creatividad también decaía.

En definitiva, Evanier ha buscado la voz verdadera del cineasta, la que permanece más allá de las manifestaciones artísticas –películas, relatos, monólogos? y de los géneros cinematográficos que ha ido practicando, consciente de que la voz no es lo mismo que el acento: la voz no cambia, no engaña, forma parte del alma de su dueño. Y aunque nos habría gustado que hubiera profundizado en la esencia y el misterio del propio Woody Allen más que en las relaciones de Woody Allen con el mundo, resuelve con éxito el desafío que presenta toda biografía, es decir, el de condensar en unas pocas horas de lectura la dilatada experiencia temporal que siempre es una vida. Evanier ha escrito un buen libro, ha ordenado todos los datos conocidos, ha consolidado otros al analizarlos a la luz de sus películas, señalando algunos códigos autobiográficos, y aunque no aporta grandes revelaciones, consigue que nos olvidemos del biógrafo para interesarnos únicamente por el biografiado. De paso, su lectura provoca un grato efecto colateral: que deseemos revisar sus mejores películas, ver las que no vimos y acudir a YouTube para recordar algunas secuencias memorables.

Eugenio Fuentes es autor de un volumen de cuentos, Vías muertas (1997), otro de artículos periodísticos, Tierras de fuentes (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2010) y de los ensayos literarios La mitad de Occidente (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2003) y Literatura del dolor, poética de la bondad (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2013). Su detective privado Ricardo Cupido ha protagonizado sus novelas La sangre de los ángeles (Alba, Barcelona, 2001), Las manos del pianista (Barcelona, Tusquets, 2003), Cuerpo a cuerpo (Barcelona, Tusquets, 2007), El interior del bosque (Barcelona, Tusquets, 2008), Contrarreloj (Barcelona, Tusquets, 2009) y Mistralia (Barcelona, Tusquets, 2015). Es autor también de Venas de nieve (Barcelona, Tusquets, 2005) y Si mañana muero (Barcelona, Tusquets, 2013).

image_pdfCrear PDF de este artículo.
img_blog_1470

Ficha técnica

7 '
0

Compartir

También de interés.

¿Qué es la melancolía?

Recorramos el principio de la Anatomía de la melancolía de Robert Burton como el que pasea…