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Enorme pero accesible

Noviembre de 1918 (Burgueses y soldados; El pueblo traicionado; El regreso de las tropas del frente; Karl y Rosa)

Alfred Döblin

Barcelona, Edhasa, 2011-2014

Trad. de Carlos Fortea

512, 576, 640 y 832 pp. 32,50 €, 37,50 €, 37,50 € y 39 €

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En 2015 terminaron las conmemoraciones de la Guerra del 14, dejándome una resaca de libros sin o a medio leer, que demostraba una vez más que la Historia con mayúscula no es disciplina para diletantes. Debo confesar que, al final, sólo me quedó un recuerdo imborrable: Putain de guerre!, novela gráfica de Jacques Tardi y Jean-Pierre Verne, y la mejor descripción que conozco de aquella carnicería indescriptible.

La tetralogía ahora comentada no tiene que ver en realidad con la Guerra del 14, sino con lo que pasó después de esa guerra. Y con el surgimiento de aquella peculiar República de Weimar, de la que se suele saber poco y que, al menos en retrospectiva, no auguraba nada bueno.

Sin embargo, quisiera decir antes algo de Alfred Döblin, aunque el riesgo de repetirme sea inevitable. ¿Cómo es posible que Alfred Döblin, uno de los gigantes de la novela universal, siga siendo conocido sólo por esa obra maestra, sin paliativos, que es Berlín Alexanderplatz? Algunas editoriales se arriesgan a veces a publicar cuentos suyos, calificados siempre, lo sean o no, de expresionistas, pero casi nadie se entera. Entretanto, la inmensa obra novelística de Döblin sigue inédita en español. (Una excepción reciente: Wadzek contra la turbina de vapor, muy bien traducida por Belén Santana, pero despachada apresuradamente por la crítica como «predecesora» de Berlín Alexanderplatz). ¿Dónde están las ediciones en español de Los tres saltos de Wang Lun, Manas, Montañas, mares y gigantes, Wallenstein, Amazonas…? ¿Hasta cuándo? Mucho me temo que hasta siempre. Por eso, la publicación de Noviembre 1914 debe ser saludada como un acontecimiento afortunado.

La verdad es que Döblin era un escritor extraño. Judío por los cuatro costados, se convirtió al catolicismo (o a un cristianismo parecido), lo que, durante algún tiempo, ocultó porque le daba vergüenza. Berlinés hasta la médula, sin haber nacido en Berlín, llegó un momento en el que no pudo soportar ya a Alemania. Realista y salvaje a veces, en sus novelas el realismo mágico se anticipa en decenios y hay momentos en que el lector se encuentra dialogando, sin darse cuenta, no sólo con ángeles, sino con el mismo Satán. Para Döblin, el «montaje» eisensteniano es innato y puede codearse muy bien con Joyce o Dos Passos. La crítica, mayormente, no suele saber qué decir, pero los escritores sí, y la lista de quienes lo consideraron y consideran como un maestro es inacabable. Resulta casi ocioso mencionar a Günter Grass, que así lo reconoció en un famoso ensayo y creó un premio literario que todavía hoy lleva el nombre de Alfred Döblin.

Con todo, ahora hay que hablar de este libro o, mejor dicho, de estos libros, porque son cuatro, y la verdad es que no es fácil decidir por dónde empezar. Döblin dijo una vez que una novela era como un gusano: si se partía, sus distintos trozos debían seguir viviendo. Quizá una crítica de Döblin debiera ser también así.

Y antes de que se me olvide: Carlos Fortea, el traductor de esta obra (no sé cuánto habrá tardado), ha hecho con ella una labor sólida y artísticamente impecable, lo que tiene su mérito porque Noviembre de 1918, escrita a lo largo de varios años, no deja de tener vaivenes y cambios de estilo, amén de una inmensa variedad de voces. Debo reconocer también que no leí esta obra de Döblin con regularidad, sino con innumerables intermedios y sobresaltos. A veces volvía a releer partes para recordar personajes o alegrarme de su reaparición. No es una obra para un fin de semana, ni siquiera para unas vacaciones. Sin embargo, creo que nadie que se meta en ella dejará por mucho tiempo sus páginas, porque produce adicción.

En la primavera de 1938, Döblin recorre Alsacia. Hacía tiempo que pensaba en una gran novela, que acabaría siendo esta, que Gabriele Sander, su mejor crítica, ha descrito como la cima de la dedicación del escritor a la novela histórica. Burgueses y soldados, la primera parte, la publican las editoriales Bermann-Fischer de Estocolmo y Querido de Ámsterdam dos meses antes de que estalle la Segunda Guerra Mundial (1939). Y en la primavera de 1943, en Estados Unidos, Döblin termina por fin Karl y Rosa, la cuarta parte de la tetralogía, que, en su opinión, refleja «una nueva concepción del mundo». Buscará para ella editor durante mucho tiempo. Burgueses y soldados no se reeditó después de la guerra porque su temática alsaciana impedía su difusión en la zona francesa de Alemania. Los otros tres volúmenes se publicaron en Múnich entre 1948 y 1950, pero, según Döblin, fueron «silenciados y arrinconados por un crítica hostil». «Llevo encima todo el peso del exilio», dice al volver a Europa después de muchos años. Envidia a Thomas Mann, Franz Werfel y Lion Feuchtwanger, que han sabido desenvolverse en América mucho mejor que él.

Döblin había concebido en 1937 una gran obra, cuyo tema principal sería «las trágicas consecuencias de la revolución alemana de 1918». Antes había escrito ensayos sobre la República de Weimar y en su novela utilizó sus propias vivencias como médico militar en Alsacia, en 1917 y 1918. El segundo volumen tiene como protagonista a Friedrich Ebert (que fue presidente de la República en 1919-1925) y Döblin acabó de escribirlo antes de huir a Francia, pasando por Suiza, en mayo de 1940. Siguió escribiendo en California, y la tercera y última parte (Karl y Rosa) la terminó en la primavera del 1943. Entonces decidió dividir en dos la segunda, que había crecido desmesuradamente. Llamó a los volúmenes El pueblo traicionado y El regreso de las tropas del frente y luego escribió: «Así aparecen en la obra, puestos como colores uno junto a otro y uno frente a otro, lo histórico, lo fantástico, lo trágico y lo burlesco, para ofrecer el retrato de una época terriblemente tensa».

La obra narra, en definitiva, el fracaso de la revolución socialista alemana, con su aplastamiento por las tropas del siniestro Gustav Noske, que sería el primer ministro de Defensa de la República de Weimar. En el primer tomo, cuya acción transcurre en las dos intensas semanas que siguen al 9 de noviembre de 1919, aparecen una serie de personajes de distintas clases sociales. Döblin refleja sus notas personales en el personaje de Friedrich Becker, al que hará atravesar la «Puerta del horror y de la desesperación» (véase Dante) y cuya historia recorrerá toda la tetralogía como un hilo rojo.

Becker es primero paciente de un hospital militar. Antes de la guerra fue profesor de Filología en Berlín, pero, a consecuencia de una grave herida recibida, sufre depresiones y alucinaciones, y se plantea sin cesar la cuestión de la culpa y responsabilidad de la guerra. Por si fuera poco, se imagina conversaciones con el místico medieval Johannes Tauler. Al volver a Berlín, intenta reanudar su vida de docente, pero pierde a su amante, enfermera en el hospital en que había estado, cuando ella se entera de que se ha querido suicidar. Luego vagabundeará durante muchas páginas hasta morir en un atraco, y su alma se elevará a los cielos.

La historia del dramaturgo Erwin Stauffer parece, al principio, sobrar. Stauffer es, en cierto modo, trasunto de Döblin, y personifica a una literatura burguesa conservadora cuya inoperancia fustiga el autor, que utiliza con él la parodia y la ironía. Döblin va mezclando capítulos sobre personajes históricos y su trama va centrándose en Berlín, es decir, en la lucha entre revolucionarios y reaccionarios. El muy odiado Karl Liebknecht no conseguirá movilizar a las masas para hacer una revolución proletaria al estilo ruso. Friedrich Ebert, que dirige el consejo de los representantes del pueblo, pacta a sus espaldas con la cúpula militar y Döblin lo presenta como un falsario que impide un nuevo comienzo radical. De paso, expresa su profunda desilusión ante la socialdemocracia alemana, el SPD, al que en Berlín Alexanderplatz había atacado ya por su ineficacia, como «partido de la traición a los principios», pero el título de la segunda parte de esta tetralogía no se refiere sólo a la traición de los socialdemócratas, sino a las relaciones entre el Gobierno y el pueblo alemán.

En la segunda parte del segundo volumen se describe el retorno de las tropas del frente en Berlín. El protagonista es el joven teniente Johannes Maus, amigo de Becker en el hospital. Maus es un pequeñoburgués que, al principio, simpatiza con las ideas socialistas de los revolucionarios, pero luego se pasa decididamente a los «blancos». En definitiva, Döblin muestra cómo el pueblo se traiciona a sí mismo y la gente dilapida con insensatez su futuro.

En el tercer volumen aparece Rosa Luxemburgo, sin duda el personaje más importante de la tetralogía, como una mujer no sólo inteligente y astuta, sino claramente psicópata. Rosa se imagina encuentros con su amante muerto e incluso con el propio diablo. (Döblin se documentó ampliamente sobre ella en sus Cartas a Karl y Luise Kautsky y en sus Cartas desde la cárcel).

Bertolt Brecht, otro admirador de Döblin, llamó a esta gran narración histórica «una obra política y estética única en la literatura alemana y obra de consulta para todo el que escribe». Por su parte, Armin Arnold, autor de un excelente ensayo sobre Brecht, se plantea la pregunta de en qué se asemejan los personajes de Döblin a los de Kafka. La respuesta es que ningún personaje actúa como cabría esperar de él. Lo que hacen no suele ser lógico ni inteligente y lo decide sólo el autor: «Quien crea que una novela tiene que estar construida de forma lógica y psicológicamente plausible, que se olvide de Döblin». Y señala que, a diferencia de, por ejemplo, Fontane o Joyce, Döblin pertenece a los improvisadores: Günter Grass, Henry Miller, Thomas Wolfe… (¿No habría necesitado Döblin un buen «editor» de sus textos, como tuvo la suerte de encontrar Wolfe?).

El 10 de mayo de 1933 se quemaron los libros de Alfred Döblin en muchas ciudades alemanas. El decía que se habían quemado con razón: «[…] tal vez se pueda expresar mejor por escrito la política, de una forma intelectual y moral, más precisa, dura y abierta que antes». En 1953, decepcionado de su país, Döblin se va a vivir a Francia. En una carta a su amigo Theodor Heuss dice: «Mis libros son demasiado pesados, demasiado gruesos, están demasiado llenos y son demasiado herméticos. No soy fácil, no soy suficientemente claro […]. Me he sobrevivido sin haber sentido realmente que vivía. No espero ya nada. No tengo esperanzas».

Los últimos años de su vida los pasa, obligado por la enfermedad, en clínicas y sanatorios que apenas puede pagar con su mísera jubilación, primero en París y luego en el sur de Baviera. Muere en junio de 1957 y su mujer, Erna Döblin, se suicida en septiembre del mismo año.

He aquí una lista resumida de los contemporáneos que supieron apreciar a Döblin, aunque no siempre lo entendieran: Robert Musil, Ludwig Marcuse, Stefan Zweig. Heinrich y Thomas Mann, Gottfried Benn, Bertolt Brecht, Peter Rühmkorf, Hans Henny Jahnn, Wolfgan Koeppen, Arno Schmidt, Günter Grass, Uwe Johnson, Hubert Fichte… Y de los que todavía hoy lo aprecian: Friedrich Christian Delius, Reinhard Jirgl o Ingo Schulze. Arno Schmidt afirmó en cierta ocasión que Alfred Döblin era un «ganz grosser Prosameister», un grandioso maestro de la prosa.

Miguel Sáenz es académico de la Real Academia Española y Premio Nacional de Traducción. Ha traducido Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin, así como numerosos libros de Thomas Bernhard, Günter Grass, Franz Kafka, Arthur Schnitzler, Bertolt Brecht, Salman Rushdie y Henry Roth, entre muchos otros.

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