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La salud en Europa: 1750-1900

La conquista de la salud en Europa, 1750-1900

Calixte Hudemann-Simon

Madrid, Siglo XXI, 2017

Trad. de Juan Pablo Díaz Chorne

240 pp.18 €

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La eclosión de la sanidad moderna, pública y privada, tiene una historia compleja en un continente como el europeo, que incluye las más dispares situaciones políticas, económicas y sociales, que van de las correspondientes a países como Inglaterra, Francia o Alemania, en un extremo, hasta la Rusia profunda en el otro. Este libro nos habla de la revolución de la medicina y la higiene que se produce a lo largo de siglo y medio, manteniéndose en el plano de la salud pública y privada con alusiones puntuales a la revolución científica subyacente. El autor se centra en tres países clave ?Inglaterra, Francia y Alemania? y ocasionalmente saca a colación al resto de países europeos.

El texto está dividido en dos partes. La primera se refiere a la progresiva profesionalización de los médicos y la segunda a la senda hacia una salud pública. El proceso en general se caracteriza por unos descubrimientos fundamentales que incidirán rápidamente sobre el conocimiento médico y luego, con lentitud, en la práctica médica, esto último muy condicionado por la propia profesionalidad de los médicos, que cambiará de forma un tanto azarosa, y por la también cambiante actitud y creciente confianza de los enfermos respecto a la ciencia y sus practicantes.

Es de resaltar la rapidez de la difusión de los grandes descubrimientos médicos en una Europa en la que existe un fluido intercambio científico gracias, principalmente, a la itinerancia de los grandes eruditos. Esto permitió, al parecer, que países notablemente atrasados, como Rusia, superaran en poco tiempo «retrasos abismales». Sin embargo, una cosa era el conocimiento y otra una aplicación que casi siempre se dilataba en el tiempo, incluso en el propio país donde la novedad teórica se había producido. A pesar de todo, a finales del siglo XIX, ya el conjunto de Europa había completado en esencia su revolución médica.

Durante la Ilustración se dan los primeros pasos de la profesionalización de la medicina. Con alguna excepción, como la de Inglaterra, fue el Estado el que intervino para ordenar los estudios médicos en contra de los charlatanes, aunque la distinción entre médicos legales e ilegales respecto al arte de curar seguiría siendo tenue. La práctica médica sufriría una profunda transformación tanto por el lado del médico como por el del paciente. Gracias a la evolución de los conocimientos y de su enseñanza, así como a la especialización y a la nueva instrumentación de que carecían los curanderos, el médico adquirió una mayor autoridad sobre sus pacientes, aunque tardó bastante en adquirir el estatus social y económico al que nunca dejó de aspirar. Para incrementar sus emolumentos hubieron de luchar contra las cajas y las mutualidades.

Poco a poco, el hospital va perdiendo su carácter de hospicio y adquiriendo el de institución orientada al tratamiento de enfermos curables y a las demandas de las grandes masas de obreros itinerantes surgidas durante la Revolución Industrial. Se convierte, además, en el lugar de formación del aspirante a médico bajo la nueva y prestigiosa figura del jefe de servicio. Tardó en imponerse, sin embargo, un cuerpo profesional de enfermería cuyo desarrollo se vio frenado en los distintos países, salvo en Inglaterra, debido a la persistencia del sistema de atención auxiliar por las religiosas. Otro fracaso resulta ser el tratamiento de los enfermos mentales, ámbito en el que, a pesar de realizarse avances notables en la reinserción social de estos enfermos, el manicomio siguió siendo el reino de la neutralización de los síntomas mediante terapias de choque.

Surge la noción de la medicina preventiva, inicialmente ante el alarmante índice de mortalidad infantil. En todos los países, excepto Inglaterra, se regula hacia una mayor exigencia de formación médica a quienes atendían los partos, aunque se tardaría bastante hasta que las matronas sin formación fueran dando paso a las comadronas instruidas. Estas últimas acabarán siendo también figuras clave en la difusión de la vacunación antivariólica. Sujeta a controversias, desarrollada entre la persuasión y la coerción, la lucha contra la viruela fue la primera campaña estatal de sanidad pública y afectó a todas las clases sociales, aunque todavía a principios del siglo XX la viruela afectaba principalmente a los más pobres.

Se adquiere consciencia creciente de que la medicina necesita, para cumplir sus objetivos, una mejora urgente de las condiciones de vida y de higiene. Las grandes pandemias de cólera en 1831 y 1892 refuerzan esta idea. Después de enredosos debates sobre la génesis de estos devastadores episodios, se abre paso la demostración de que existe una relación entre enfermedad e insalubridad y de que debe desarrollarse una política de saneamiento de espacios públicos y privados, así como de mejora de las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas.

La conquista de la sanidad pública y privada avanza con distinto ritmo en los distintos países europeos, dándose la paradoja de que la liberal Inglaterra, pionera en la legislación sobre la asistencia médica a los pobres, fue superada por la coercitiva Alemania en la cristalización del modelo de política social moderna. Por contraste, el todopoderoso Estado zarista despreció al cuerpo médico y se desentendió de los problemas de la sanidad pública. Desgraciadamente, el autoritarismo alemán, ya bien entrado el siglo XX, desembocaría en los desmanes médicos del Tercer Reich.

Nada que objetar a lo glosado hasta aquí, que se refiere a los aspectos políticos, sociales y sociológicos de la salud pública y privada en Europa. La autora, catedrática de la Universidad París IV-Sorbonne, y que se ha ocupado de temas tan dispares como la nobleza en la Edad Moderna y el bienestar social, no parece poseer excesiva sensibilidad hacia la emocionante gesta de la ciencia médica durante los siglos XVIII y XIX en nuestro continente. Las aportaciones de Louis Pasteur y Robert Koch, de Ignaz Semmelweis o Edward Jenner, sin las cuales nada de lo que cuenta hubiera sido posible, son tratadas de forma excesivamente perentoria y marginal. A Alexandre Yersin ni se le menciona.

Al holandés Herman Boerhaave (1668-1738), profesor de la Universidad de Leiden, se lo considera el primero en organizar una enseñanza moderna de la medicina, entre el aula y la cama del enfermo, modelo que es extendido por sus discípulos por los distintos países europeos. Sin embargo, estos avances no penetraron fácilmente en la generalidad de la práctica, que siguió aferrándose a toda suerte de dietas, sangrías, sanguijuelas, purgas, lavativas y fumigaciones. Incluso la homeopatía, idea de Samuel Hahnemann (1755-1843), tuvo una fase de popularidad que, por increíble que parezca, ha vuelto a renacer en nuestros días.

Por mucho que la autora haya optado por ceñirse a los aspectos sociológicos de la conquista de la salud en Europa hasta principios del siglo XX, no me parece aceptable que deje de glosar ?aunque sea de forma sucinta, de breves párrafos a breves páginas? la épica del surgimiento de la microbiología médica gracias a Louis Pasteur, Robert Koch, Francis Peyton Rous y otros, la lucha por implantar la idea de asepsia por parte de Ignaz Semmelweis o la aportación de Edward Jenner con la vacunación contra la viruela.

A la evolución de la salud en España, Calixte Hudemann-Simon dedica apenas tres escuetas páginas de las más de doscientas que componen la obra, y en estas tres páginas no cabe, por ejemplo, ni la más breve alusión al papel crucial de nuestro país en la difusión global de la vacunación contra la viruela. Se describe un país en el que, en el siglo XVIII, se traducen libros franceses de medicina, junto a alguno alemán, y los aspirantes a médico han de irse a menudo al extranjero para formarse mientras eminencias extranjeras nos visitan para impartir sus enseñanzas. Los grandes azotes en la península son el tifus, la fiebre amarilla y el paludismo. La práctica médica está bajo el Protomedicato, organismo real que tiene delegados distribuidos por el país y pagados por la Corona.

Como en tantos otros ámbitos, en el de la medicina incide el impulso reformista de Carlos III. La Universidad de Salamanca encabeza el viraje hacia la posibilidad de rivalizar con las mejores del continente. Hacia 1870, la muy centralizada formación médica se encarna en el Colegio de San Carlos, cuyo nivel está a la altura de otros grandes faros europeos. La descentralización de la enseñanza se iniciará con la fundación de facultades en Cádiz y Barcelona. En lo que se refiere a las enfermedades mentales, hubo manicomios españoles, como los de Zaragoza y Toledo, que estuvieron entre aquellos europeos en los que se abrió paso la idea de que las afectaciones mentales eran enfermedades tratables. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que toda la práctica médica estuviera a la altura del Colegio de San Carlos. En suma, España estuvo entre aquellos países en los que el Estado desempeñó un papel importante en el camino hacia la salud, e incluso se adelanta a otros con leyes como la de 1822 sobre protección de las fronteras frente a las epidemias. En 1829, con los Anales de Higiene Pública y Medicina, España se pone incluso a la cabeza de Europa en la difusión de las nuevas prácticas.

Estamos ante un libro notable en lo que trata y tal vez un tanto restringido, tanto al centrarse principalmente en tres países europeos ?cuando el interés por la evolución de la salud pública y privada debería abarcar a todos los países europeos? como al tratar la evolución de la ciencia médica de un modo tan plano y excesivamente escueto.

Francisco García Olmedo es miembro de la Real Academia de Ingeniería y del Colegio Libre de Eméritos. Ha sido catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Politécnica de Madrid (1970-2008). Sus libros de divulgación más recientes son El ingenio y el hambre (Barcelona, Crítica, 2009), Fundamentos de la nutrición humana (Madrid, UPM Press, 2011) y Alimentos para el medio siglo (Madrid, Fundación Esteyco, 2014).

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Ficha técnica

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