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Fisiología de las fuerzas misteriosas

La democracia sentimental. Política y emociones en el siglo XXI

Manuel Arias Maldonado

Barcelona, Página Indómita, 2016

448 pp. 24,90 €

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«Lo que ha ocurrido […] es un asunto del mayor alcance […]. Lo que ha ocurrido es bastante simple. Los segmentos de la población brutos y estúpidos (estos atributos suelen ir emparejados) se han confabulado contra el resto. […] La causa fundamental del problema es que en el mundo moderno los estúpidos van sobrados, mientras que a los inteligentes les acobardan las dudas». Estas palabras resuenan en las páginas de Manuel Arias Maldonado; pero mientras él se ocupa de nuestro presente inmediato, Bertrand Russell las escribía en mayo de 1933, avisando: «Lo que ha ocurrido en Alemania puede suceder también en cualquier otra parte»Mortals and Others. Bertrand Russell’s American Essays, 1931-1935, Nueva York, Routledge, 1998, vol. 2, p. 28.. Lo que sucedió allí ha sido calificado como «emocracia». Una víctima del nazismo se preguntaba: «¿Qué será esa fuerza negra, insidiosa, perversa, que consigue arrastrar a toda una humanidad?» Hitler conocía la respuesta: son las emociones las «fuerzas misteriosas» capaces de arrancar de cuajo los sentimientos de humanidadJesús Casquete, «“Emocracia”. Propaganda y martirio en el nacionalsocialismo», Anthropos, núm. 224 (2009), pp. 80-91; Hanna Lévy-Hass, Diario de Bergen-Belsen, 1944-1945, trad. de María Cordón y Malika Embarek, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2006, p. 118; Adolf Hitler, Mi lucha, Múnich, Editora Central del Partido Nacional Socialista, 1938, p. 248..

Siguiendo con las emociones, se ha conjeturado que en la elección de Trump puede haber influido la aversión a la traición por la elite: mejor elegir a los malos que no tener que sufrir al ser defraudados por los buenos. Una tesis que complementa la socióloga Arlie Russell Hochschild con esta conclusión paradójica: los más perjudicados por las políticas conservadoras son sus principales votantesRafael Di Tella y Julio J. Rotemberg, «Populism and the Return of the “Paranoid Style”. Some Evidence and a Simple Model of Demand for Incompetence as Insurance against Elite Betrayal»,; Arlie Russell Hochschild, Strangers in Their Own Land. Anger and Mourning on the American Right , Nueva York, New Press, 2016..

Sesgos y paradojas sazonan el ensayo de Arias Maldonado. Para iluminar cabalmente su campo de interés, nada mejor que escuchar la salva de preguntas liminares:

¿Y si, además de los efectos desestabilizadores de la crisis, hubiera algo más? ¿Y si el problema residiera en los permanentes desajustes entre los presupuestos ideales de la organización política y su realidad práctica? Más aún, ¿y si las democracias liberales, debido a su menor atractivo propagandístico, estuviesen en desventaja frente a las fuerzas que las socavan? ¿Es el liberalismo demasiado frío, demasiado cool, para la articulación contemporánea de las pasiones políticas? ¿Acaso no hay un conflicto perpetuo, subyacente, pero ahora bien visible, entre las dimensiones racional y sentimental de la democracia? ¿Y no se agudiza este conflicto como efecto de los acelerados cambios sociales tardomodernos, con la digitalización a la cabeza? ¿En qué medida podemos seguir concibiendo al ciudadano como un sujeto autónomo, soberano y racional, sin atender como es debido al conjunto de emociones, afectos y sensaciones que influyen sobre su desenvolvimiento perceptivo y su capacidad de decisión?

La introducción presenta el estado de la cuestión: estamos al final del «tránsito entre el sujeto ideal del liberalismo kantiano […] y el sujeto real que nos describen las ciencias naturales y sociales tras el giro afectivo». El nuevo sujeto destronado es el sujeto postsoberano. La base biológica de las emociones, las patologías de la racionalidad ejemplificadas por la conducta del votante, la importancia de los elementos mediacionales, la influencia de la ideología y la función envolvente del mundo simbólico son las coordenadas inciertas que despliega la primera parte. La segunda se ocupa de las consecuencias de la afectividad en la política. Desautoriza las posiciones representadas por el romanticismo político, el populismo y el nacionalismo; muestra la ambivalencia del resentimiento y de las nuevas tecnologías digitales, que configuran un ciudadano-espectador más proclive a las coaliciones negativas, y concluye con una visión favorable de las emociones capitalistas. Con esos antecedentes, la tercera parte se sitúa en una perspectiva propositiva que pasa revista a planteamientos como los del paternalismo libertario y ofrece sugerencias para una educación de las emociones en una línea ya exploradaXabier Etxeberria, Por una ética de los sentimientos en el ámbito público, Bilbao, Bakeaz, 2008; Victoria Camps, El gobierno de las emociones, Barcelona, Herder, 2011.. Tras desechar las concepciones agonistas de la política, concluye con una revisión detallada de la deliberación pública. Si bien asume la necesidad de incorporar el afecto a la ecuación del nuevo paisaje democrático, sostiene que los teóricos del afecto no han logrado construir una alternativa a los ideales liberales. La cuarta parte contiene las aportaciones más pertinentes. La paradoja del sujeto postsoberano consiste en sacar partido de la conciencia de sus propias limitaciones. Cabe destacar unas ideas fuerza que pautan un repertorio bien nutrido de fuentes:

1. Los diseños institucionales son determinantes para el funcionamiento democrático.

2. El autoconocimiento debe incorporar los nuevos hallazgos de la psicología y las neurociencias sobre el papel de las emociones y de los sesgos cognitivos.

3. La democracia es a la vez un ideal regulativo y un metavalor o metaficción, en cuanto que permite la convivencia de diferentes tribus morales con la condición de que renuncien a presentarse como vocabularios finales.

4. El pathos del sujeto postsoberano mezcla ironía, escepticismo, melancolía, estoicismo y contingencia. El devenir de la democracia depende de una socialización que aumente el número de ciudadanos provistos de esta sensibilidad.

5. Las creencias son a menudo sobrevenidas y sirven para conferir racionalidad a decisiones impulsadas por los motivos más diversos.

El último punto ilustra un supuesto reiterado en el libro: los seres humanos somos más racionalizadores que racionales; buscamos explicaciones para conductas que no reúnen los requisitos de la racionalidad epistémica (criterio de verdad), económica (relación coste-beneficio) o instrumental (relación fin-medios). A veces esas explicaciones adoptan la forma de relatos. Jerome Bruner figura en la avanzadilla de este giro narrativo al distinguir entre un buen relato y un argumento bien construidoJerome Bruner, Actual Minds, Possible Worlds, Cambridge, Harvard University Press, 1986. También «The Narrative Construction of Reality», Critical Enquiry, vol. 18, núm. 1 (otoño de 1991), pp. 1-21.. Pero seguramente el trabajo que mejor representa los fallos de la racionalidad es Irrationality, en el que Stuart Sutherland recolecta una abultada cosecha de los tropiezos de nuestras decisiones, de resultas de la cual formula esta enmienda a la totalidad a Aristóteles: «La conducta irracional es la norma y no la excepción»Stuart Sutherland, Irrationality, Londres, Pinter & Martin, 2007 [1992]..

Arias Maldonado tiene buen cuidado de no dejarse seducir por la lógica del péndulo y tempera el alcance de las novedades. En esta línea enfatiza la ambivalencia de las emociones y la influencia recíproca entre estas y la razón; a las que hay que añadir el contexto. El concepto de interacción es determinante: lo decisivo no es el comportamiento de las distintas piezas, sino su funcionamiento sistémico. Sólo desde esta visión integrada, fisiológica, se entiende que determinadas emociones y discursos sean más probables en determinados momentos. En ocasiones cabe incluso hablar de compensación entre los distintos planos. El carácter misterioso deriva de la dificultad de abarcar el espectro resultante de las posibles interacciones.

Hay quizás una cierta exageración en el realce de los giros, los prefijos «pos-» o la épica de los hitos cronológicos (siglo, milenio). Recordemos que la sospecha escéptica es tan antigua como el pensamiento. Y ya que la referencia de Arias Maldonado es la Ilustración, cabe señalar que no faltan en ella ni partidarios de la sospecha ni visiones encontradas de la racionalidad. Así, si Hume no ve «contrario a la razón preferir la destrucción del mundo a un rasguño en un dedo» (racionalidad alguedónica), Montesquieu –como Stuart Mill después– establece una escala jerárquica antitética: el género humano, Europa, la patria, su familia y, por último, él (racionalidad utilitarista)David Hume, Treatise II.3.3.6; Pensées, París, Pléiade, 1950, p. 981..

En las preguntas inicialmente citadas, Arias Maldonado se refería a los efectos desestabilizadores de la crisis. Ninguna mención a ellos en el libro. Se nos recuerda al final que «diga lo que diga la crítica tremendista, la especie y sus sociedades mejoran progresivamente en aspectos fundamentales: reducción de la pobreza, descenso de la violencia, incrementos de la tolerancia». Esta observación merece más acotaciones que las que aquí caben, empezando por señalar la incomparecencia de la desigualdad o la (in)justicia, unas variables mucho más determinantes que la pobreza absoluta para las respuestas emocionales. Thomas H. Marshall muestra las diferentes lógicas que rigen para la ciudadanía y para la estratificaciónThomas H. Marshall, Class, Citizenship, and Social Development, Nueva York, Doubleday, 1964, p. 84.. Su coexistencia es delicada. Como ha admitido Warren Buffett: «Ha habido una guerra de clases y la hemos ganado». En un tratado sobre la afectividad se echa en falta una sensibilidad hacia los perdedores. El sufrimiento no comparece en estas páginas. Se nos dice que es la lectura de novelas lo que permite comprender la crueldad y combatir por los derechos (p. 352). En El ángulo muertoBarcelona, RBA, 2016. Para un tratamiento analítico, véase Antonio Madrid, La política y la justicia del sufrimiento, Madrid, Trotta, 2010., Aro Sáinz de la Maza traza un cuadro que complementa esta importante carencia de La democracia sentimental. La brecha trágica no es tanto la de cómo contentar a todos, sino la de cómo hacer valer la noción del interés común (el ethos de la politeia) frente al poder de los intereses privados que ponen en peligro el lazo social. La figura de Donald Trump ilustra esta captura, que fue prefigurada por Friedrich Hayek –citado en el libro– cuando apoyó a Pinochet argumentando que prefería una dictadura liberal a un gobierno democrático (El Mercurio, 12 de abril de 1981). La desigualdad creciente lo es también en la correlación de fuerzas entre la democracia y la plutocracia: too big to fail; too big to jail. En sus últimos años de vida, el politólogo Robert Dahl no dejó de avisar del riesgo que suponía para la democracia la creciente concentración del poder económico. Uno puede dudar de las virtudes balsámicas que se atribuyen a las emociones capitalistas, pero es difícil dudar de que las ambiciones de este poder fáctico son más determinantes para la suerte de la democracia liberal que los descubrimientos de las neurocienciasHe tratado estos asuntos en «No tenemos sueños baratos». Una historia cultural de la crisis, Barcelona, Anthropos, 2015; y en «Las garras del poder medio», Claves de razón práctica, núm. 229 (2013), pp. 48-59. .

Son cuestiones polémicas. Hay, sin embargo, un dato que la psicología y la economía conductual han mostrado sobradamente y que avala la tesis general del libro, pero no este extremo: la pobreza no se experimenta en términos absolutos, sino relativos. El elemento comparativo es esencial en el comportamiento social y los humanos preferimos en términos generales opciones que marquen la diferencia con otros a aquellas más ventajosas en términos absolutos (por no hablar de casos como preferir un mal si el vecino recibe el doble)Stuart Sutherland, Irrationality, p. 51..

Por lo demás, el libro ofrece un menú variado y apetitoso que merecería un índice minucioso, por lo menos onomástico. Hay que convenir con la recomendación del autor: lo razonable es sacar las consecuencias de la propia irracionalidad, para, como Ulises, suspender las decisiones cuando se surcan aguasm procelosas con cantos de sirena. Finalmente, cuando bautizamos una anomalía como sesgo, por una suerte de performatividad paradójica, la hacemos entrar en el recinto de la racionalidad por la puerta de atrás. La última ironía del sujeto postsoberano.

Martín Alonso, profesor de instituto jubilado, es doctor en Ciencias Políticas y licenciado en Psicología y Filosofía. Es autor de Universales del odio. Creencias, emociones y violencia (Bilbao, Bakeaz, 2004), El catalanismo, del éxito al éxtasis (2 vols.) (Barcelona, El Viejo Topo, 2014 y 2015) y «No tenemos sueños baratos». Una historia cultural de la crisis (Barcelona, Anthropos, 2015). Ha investigado sobre las retóricas de la identidad, el nacionalismo y la violencia política. Fue miembro del grupo de expertos del área de paz de Bakeaz (Bilbao) y participa en el proyecto Sufrimiento social y condición de víctima. Dimensiones epistémicas, sociales, políticas y estéticas, del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

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