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Bolaño: un borrador

El espíritu de la ciencia-ficción

Roberto Bolaño

Madrid, Alfaguara, 2016

223 pp. 18,90 €

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La fecha que aparece al final del manuscrito de El espíritu de la ciencia-ficción, de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003), es 1984. El autor siguió intentando terminar esa obra. Nunca se sintió satisfecho y parece haberla dejado abandonada. La publicación estuvo rodeada de polémica. La controversia implicó al crítico y experto en la obra de Bolaño, Ignacio Echevarría, y a la esposa del narrador, Carolina López. Valerie Miles, que también estudia la obra del autor de 2666, explica que «yo sólo he visto la versión que se ha publicado recientemente, que está fechada en el 84 y firmada por él, escrita a mano en tres cuadernos que formaron parte de la exposición sobre sus archivos».

Como señala en el prólogo el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael –que considera que la gran aportación de Bolaño fue «variar la noción de futuro en la literatura moderna»–, El espíritu de la ciencia-ficción hace pensar en Los detectives salvajes, y en algunos aspectos podría considerarse un embrión de esa novela. Los protagonistas son dos chilenos adolescentes que viven con pocos recursos en Ciudad de México en los años setenta: «Pensé que era una escena ideal alrededor de la cual podían girar las imágenes o los deseos: un joven de un metro setenta y seis, con jeans y camiseta azul, detenido bajo el sol en el bordillo de la avenida más larga de América». Uno de ellos, Remo Morán, tiene aspiraciones literarias y gana algo de dinero escribiendo en revistas. El otro, Jan Schrella (que, leemos hacia el final de la novela, es otro nombre para Roberto Bolaño), apenas sale de la buhardilla donde viven y escribe cartas a autores estadounidenses de ciencia ficción. La novela tiene una estructura fragmentaria, que combina las cartas, el relato en primera persona de Remo, conversaciones de los dos protagonistas (a menudo sobre sueños) y una entrevista a un escritor. Los tonos y los tempi de esos fragmentos también son diferentes.

El ambiente, los temas y las peripecias recuerdan a la primera parte de Los detectives salvajes. Como en la obra de 1998, en El espíritu de la ciencia-ficción hay caminatas y conversaciones por la ciudad, extrañas veladas con alcohol, discusiones y sexo, y un romanticismo desvalido. A veces, da la sensación de que todo el libro comparte la expresión de orgullo y desamparo que adopta uno de los personajes.

La Ciudad de México de la novela es un lugar lleno de poetas y revistas. En una trama pseudodetectivesca, que anticipa otras pesquisas literarias realizadas por personajes de Bolaño, Remo busca a un autor de un inventario de las numerosísimas revistas de poesía de la ciudad. El doctor Carvajal explica: «En los Estados Unidos les está dando por el video, tengo buenos datos. En Londres los adolescentes juegan durante algunos meses a ser estrellas de la canción. Y no pasa nada, por supuesto. Aquí, como era de esperar, buscamos la droga o el hobby más barato y más patético: la poesía, las revistas de poesía». El mecánico Mofles, cuenta Remo, «nos preguntó si queríamos escuchar algunos poemas». «Un poeta de La Nación que trabajaba en la sección de deportes» recomienda a Remo que vaya al taller de poesía de filosofía y letras. Será la manera de relacionarse con «gente joven, gente de tu edad y no borrachos de mierda, fracasados que lo único que quieren es estar en plantilla». Sobre todo lo más interesante que puede encontrar son «poetisas». No conoce a ninguna al principio, pero se hace un amigo gracias al que llega a conocer a algunas chicas.

El espíritu de la ciencia-ficción tiene muchas referencias literarias: por supuesto, a la ciencia ficción, y a autores como Philip K. Dick, Ursula K. Le Guin, Ray Bradbury, James Tiptree Jr. o Philip K. Dick, pero también a Octavio Paz (que tenía un cameo en Los detectives salvajes), a frases de Rimbaud («Algún día perderá su vida por delicadeza»), a una Historia paradójica de América Latina o a otras obras del propio Bolaño. Incluye elementos de humor: «Me doy de plazo un año para ser famoso y tener unos ingresos similares a los de un funcionario en el peor lugar del escalafón», dice un personaje. A veces casi roza el slapstick: «Hacía una noche clara y la luna en aquel barrio, más que luna, parecía una sábana puesta a secar en la ventolera del dormitorio. La moto, como de costumbre, se había vuelto a estropear y la arrastrábamos turnándonos cada dos cuadras».

Es una novela de formación con un aire perequiano (el escritor francés protagoniza una de las anécdotas que se cuentan en el libro, «la historia donde se explica cómo el niño Georges Perec evita el duelo a muerte entre Isidore Isou y Altagor en un barrio perdido de París»), una influencia también presente en otras obras del autor de 2666. Hay una fascinación por la imaginería del nazismo, y un componente onírico y paranoico.

Al igual que en obras y declaraciones de Bolaño, aparece una conciencia de lo latinoamericano, visible en las cartas que destina Jan a los autores estadounidenses, donde a veces habla del Comité Norteamericano de Escritores de Ciencia Ficción Pro Damnificados Totales del Tercer Mundo: «Considere que le escribe un escritor de ciencia ficción de América Latina», escribe a James Hauer, a pesar de que «Tengo diecisiete años y aún no he visto publicado uno solo de mis textos». Le pregunta: «¿Cree usted, ahora, que podemos escribir buena literatura de ciencia ficción? ¿Su comité, Dios los bendiga, está sopesando la posibilidad de conceder becas ?becas Hugo, becas Nébula? a los nativos del Tercer Mundo que mejor describan un robot?» Esta conciencia está teñida de fatalismo. A Ursula K. Le Guin le escribe: «Intento aprender, estudiar, observar, pero siempre vuelvo al punto de partida: es duro y estoy en Latinoamérica, es duro y soy latinoamericano, y es duro y para terminarla de amolar nací en Chile». «En Latinoamérica el sueño, me temo, está en relación con otros demonios», añade este personaje encerrado, con algo de Herzog de serie B («No creo que muchas de mis misivas lleguen a sus destinatarios, pero mi deber es esperarlo con todas mis fuerzas y seguir enviándolas»), que se pregunta si ha enloquecido por haber leído demasiadas novelas de ciencia ficción.

Los fragmentos más oníricos resultan confusos y tediosos. Algunas cartas de Schrella son brillantes, pero otras construyen juegos que parecen entretener más al autor que al lector. Funciona mejor la forma en que Bolaño retrata un impulso ingenuo adolescente, tanto en el terreno literario como en el sentimental. Remo se enamora rápido, cree que para siempre, y luego se justifica ante la chica (que ha conocido esa misma noche): «La culpa es de mi educación; estoy profunda y verdaderamente enamorado». Las páginas que muestran la fascinación amorosa y la inseguridad sexual se encuentran entre lo más inolvidable del libro. El mejor episodio probablemente es el desasosegante epílogo, «Manifiesto mexicano», que aparecía con algunas variaciones en el manuscrito de La Universidad Desconocida, y transcurre en unos baños públicos.

El espíritu de la ciencia-ficción es una obra fragmentaria y deslavazada, apenas un bosquejo o un amago. Muestra el lado más caricaturizable de la escritura de Roberto Bolaño: los ambientes y algunos temas, la combinación de literatura y marginalidad, su curiosa mezcla de pasión y apatía. Tiene momentos ingeniosos y logrados, pero la mayor parte del tiempo es un libro sin centro: nunca acaba de defenderse por sí mismo, salvo cuando anuncia de vez en cuando un mundo y una forma de contarlo.

Daniel Gascón, editor de la revista Letras Libres en España, es autor de Entresuelo (Barcelona, Literatura Random House, 2013).

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Ficha técnica

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