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El reino de Dios

2084. El fin del mundo

Boualem Sansal

Barcelona, Seix Barral, 2016

Traducción de Wenceslao-Carlos Lozano

272 pp. 19,50 €

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«Duerma tranquila, buena gente, todo es absolutamente falso y lo demás está controlado», dice la introducción del primero de los cuatro libros en que se divide 2084. El fin del mundo, una distopía ambientada en un mundo que supuestamente ocupa un solo régimen: Abistán. El nombre significa «el país de los creyentes»: tiene una religión oficial, la veneración del dios Yöhla, y un líder político que ejerce de «delegado» de la deidad, Abi. De él se derivan el nombre del territorio y el idioma que se habla (la abilengua). Hay un libro sagrado, el Gkabul («aceptación»: también es el nombre que lleva el culto); el texto incorpora algunos fragmentos. El país surge de una victoria en una «Gran Guerra Santa», en la que oficialmente «el Enemigo» «desapareció sin más. Nadie consiguió jamás hallar en todo el país la menor huella de él, de su miserable paso por la tierra. La victoria había sido “total, definitiva, irrevocable”, tal como se anunció oficialmente».

La presencia de Abi es intensa, pero imprecisa. Su retrato cuelga de todas las paredes, convertido en «la identidad del país». Es un juego de sombras, «un rostro en negativo y, en su centro, un ojo mágico puntiagudo como un diamante». Hay hipótesis diferentes e incompatibles entre sí sobre las razones de esa representación. Lo mismo ocurre con 2084: es un momento señalado, pero no se sabe bien a qué hace referencia. Para algunos, tendría que ver con el fin de la guerra; para otros, guardaría relación con la biografía de Abi; para otros, sería la fecha de fundación del «Aparato», que produjo que se diera a dios un nuevo nombre, porque «había que volver a nombrarlo todo, que reescribirlo todo, para que bajo ningún concepto la nueva vida siguiera estando mancillada por la historia pasada y ya caduca, había que borrarla como si jamás hubiera existido».

Es un régimen totalitario, con un dispositivo de seguridad «desmesurado» y boletines informativos de «Noticias del Frente», que persigue los crímenes de pensamiento y alienta las delaciones entre ciudadanos y donde «no hay más economía que la religiosa». Entre las obligaciones de los abistaníes están la paciencia, la obediencia y la sumisión. Es un mundo inmóvil, un imperio de fealdad. Se impulsan peregrinaciones y se realizan exámenes mensuales de higiene espiritual que incluyen un capítulo autocrítico. Todo gira en torno a la religión: los abistaníes «se han dejado vampirizar por un sistema del que son defensores y víctimas». Los castigos son públicos y brutales. El sistema inventa sus propios disidentes: «El Aparato se excedía a menudo en eso de la manipulación y hacía lo que fuera, hasta inventarse falsos enemigos que se empecinaba en desenmascarar para, llegado el caso, eliminar a sus propios adeptos».

Ati, el protagonista de 2084 –la novela recibió el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa?, pasa un año en un sanatorio alejado de su ciudad, enfermo de tuberculosis, la dolencia más temida en Abistán. Entrevé aspectos que lo conducen a las dudas y, tras un «proceso insidioso», a la rebeldía. Cuando descubre que hay víctimas de escaramuzas, se pregunta si la victoria sobre el enemigo fue tan decisiva ?de hecho, en la situación de pobreza y devastación de Abistán, cualquiera podría pensar que es un país derrotado? y qué es lo que hay al otro lado de la frontera. En el viaje de regreso a su ciudad encuentra por azar a un funcionario que ha dado con un pueblo abandonado. El hallazgo cuestiona algunas de las teorías que Abistán impone a sus habitantes. Al principio son dudas menores que lo atormentan pero, como escribía Christopher Hitchens, no se puede ser sólo un poco herético. Pronto se da cuenta de que el Sistema no quiere que la gente crea, pues «cuando se cree en una idea se puede creer en otra». Incapaz de imaginar la libertad (que «odia más que nada y busca sin desmayo»), sí logra intuirla; también es consciente de que «basta con una palabra para que el mundo se venga abajo». Con otro disidente, que ha llegado a incertidumbres parecidas por otros medios, empieza a investigar. Conocen los guetos de Renegados donde hay grafitis obscenos y mujeres con los cabellos descubiertos; cuando Ati es designado para participar como Imprecador en el juicio de una mujer acusada de blasfemia y condenada sin duda a la ejecución, viajan a la ciudad gubernamental en busca de Nas, el funcionario. Descubren que Nas ha muerto ?al parecer, en un suicidio?, el alcance de su descubrimiento y las luchas políticas entre los clanes, y conocen a Toz, que ha construido un museo del siglo XX. Es un viaje peligroso, que le cuesta la vida al compañero de Ati, y que conduce a la revelación de la falsificación histórica y geográfica: es el desvelamiento de una mentira dentro de otra.

2084 es una novela de ideas, con elementos de tratado de filosofía política y relato de aventuras, que toma como modelo 1984 de George Orwell. La influencia es visible ya en el título, pero también en elementos estructurales y, sobre todo, temáticos. Abistán ha vencido en una guerra al IngSoc de la novela de Orwell; el idioma inventado por el régimen ?bastante tosco, compuesto por monosílabos? se basa en la neolengua. Los fundadores de Abistán tomaron de esa sociedad los tres principios fundamentales del sistema político: «La guerra es la paz», «La libertad es la esclavitud» y «La ignorancia es la fuerza». (Añadieron otros tres: «La muerte es la vida», «La mentira es la verdad» y «La lógica es lo absurdo».)

«Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro», dice el eslogan del Partido en 1984. «Abi ha reescrito y sellado la historia», dice el narrador de 2084. «Los nombres de los lugares, de las personas y de las cosas de las épocas anteriores han sido desterrados, al igual que las lenguas, las tradiciones y lo demás»: esa falsificación de la historia es su fortaleza y su punto débil. Como en la novela de Orwell, el régimen es un elemento invasivo y brutal, pero está paranoicamente obsesionado por su vulnerabilidad y sus enemigos. Los símbolos son sagrados, pero su significado es vago. El mundo que inventa Sansal no es una gran burocracia tecnológicamente avanzada: el escenario se parece más a un planeta arrasado, que ha sufrido una sucesión de guerras, una confrontación nuclear y una catástrofe climática. Está sometido a una teocracia medieval; los viajes son arduos y peligrosos, hay camiones y enclaves rebeldes. Existe una sensación de violencia imprecisa. El Sistema es aterrador pero ineficaz: «pocas leyes se aplicaban realmente».

El paisaje tras la guerra recuerda a Mad Max o incluso a El planeta de los simios, pero la peripecia también tiene que ver con relatos clásicos y de la tradición árabe. Numerosos elementos de la religión de Abistán remiten a corrientes extremas del islam, como la vestimenta reglamentada y sus nombres, el ritmo de los rituales, la sumisión de los creyentes y la unión de política y religión. Aunque la lengua tiene que ver con la obra de Orwell, también hace pensar en la imposición del árabe clásico y la marginación o eliminación de otras tradiciones en su país.

Boualem Sansal ha abordado esas cuestiones en sus novelas y en obras de no ficción como Poste restante. Alger (2003), una defensa de la laicidad y la democracia pluralista que fue censurada en Argelia. En esa carta a sus compatriotas denunciaba que los colonizados se hubieran convertido en colonizadores. Tras la independencia se había impuesto una sola identidad árabe, que negaba otras etnias y lenguas, y que igualaba la identidad árabe a la identidad musulmana. En Gouverner au nom d’Allah (2013), Sansal analizaba el islamismo y su recepción y sus consecuencias en Argelia, donde la guerra civil se cobró cientos de miles de muertos entre 1992 y 2006. Lamentaba el silencio de los intelectuales musulmanes que viven en democracias occidentales y no se atreven a criticar el islamismo. Señalaba el atraso de los países árabes y la designación del árabe como defensor de las posiciones religiosas más conservadoras. En muchos otros lugares, el islamismo ha intentado borrar testimonios de otras culturas: «La historia nos enseña también que el rigorismo y el nacionalismo ardiente son enfermedades graves, engrandecen los pueblos a través del discurso pero en los hechos los echan hacia abajo, y les cierran las puertas del futuro», escribía. 2084 es un experimento narrativo sobre ese diagnóstico.

Frente a otras obras del mismo género ?la distopía totalitaria?, como Nosotros, de Yevgueni Zamiatin, y de su inspiración inmediata, 1984, la focalización que Sansal escoge no se limita al punto de vista del personaje principal. Al principio adopta un tono descriptivo, en apariencia neutral, pero ocasionalmente sarcástico, una forma de narración que a veces recuerda a Jorge Luis Borges y que confiere un elemento de frialdad. Aunque la descripción de la burocracia, la lengua y el funcionamiento de Abistán es ingeniosa, en ocasiones resulta más interesante por su perspicacia analítica y su carácter de advertencia que por su funcionalidad narrativa. 2084 presenta oposiciones más claras y moralmente menos complejas que 1984, donde aparecía la capacidad de la dictadura para doblegar a los hombres y hacerles cometer actos inmorales para sobrevivir: una perspectiva más desalentadora que el fracaso heroico. Los personajes tienen algo de protagonistas de cuento y carecen de las aristas de un personaje de novela (o de la transformación resignada del protagonista de Sumisión, de Michel Houellebecq, un admirador de la obra). Son decisiones del autor que contribuyen a dar a la novela un tono abstracto y distante, pero no cancelan el valor de una obra poderosa, inteligente y audaz.

Daniel Gascón, editor de la revista Letras Libres en España, es autor de Entresuelo (Barcelona, Literatura Random House, 2013).

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Ficha técnica

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