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Cine

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No deja de ser paradójico que, cien años después del nacimiento del cine, la gran industria de los sueños proyectados haya recuperado con tanta asiduidad el territorio de los efectos especiales, que fueron el principal atractivo del invento cuando comenzó a explotarse como amenidad de barraca de feria. En la paradoja se incluirían también los últimos balbuceos del propio lenguaje del género, que después de una historia breve, pero admirable por el incesante hallazgo de nuevas fórmulas capaces de enriquecer y matizar el significado de la narrativa en imágenes, parece resignarse, cada vez más, a sujetar la atención del espectador por medio de una estética basada en el rápido encadenamiento de breves cuadros escalofriantes, sin que en la mirada del realizador se adivine otra cosa que cinismo, cuando no la franca complacencia.

Sorprendentes artificios visuales, cuerpos humanos enredados en los jadeos de complicadas cópulas o en los dolores de algún atroz castigo y espeluznantes reproducciones de todos los modos posibles de efusión de sangre, componen los elementos de una retórica habitual en el cine norteamericano de los últimos años, servilmente replicada por muchos creadores de otros países, incluido el nuestro, en busca sin duda de la complicidad de un público que, adulto por la edad, parece embelesado en una especie de limbo post-adolescente, sediento de acciones en su punto límite y de imágenes trepidantes. Ahora que el tinglado audiovisual ha descubierto el nuevo mundo de la realidad virtual, las películas de la gran industria intentan crear también sus propias «realidades virtuales», desde la simplista creencia de que tal realidad se reduce a un eficaz engaño de los ojos y de los oídos, en una ceremonia recurrente de exaltación de lo instintivo y lo brutal. En este panorama, resulta grato encontrar una película como La seconda volta, que ha renunciado de antemano a cualquier «efecto especial» y que pretende contar una historia sin truculencias de ningún tipo. Es la primera obra de ficción de un realizador de documentales, Mimmo Calopresti, y tiene mucho de documento vivo, principalmente en el modo de aproximarse, con una frialdad que nunca pierde viveza, a los personajes de la historia que cuenta y al espacio otoñal y urbano en que transcurre.

Los reencuentros dramáticos, sobre todo si están marcados por un intervalo de tiempo y olvido, son conflictos muy atractivos para la ficción literaria. En el caso de Laseconda volta, un profesor de economía, crítico al parecer con el sistema capitalista y vinculado al entorno laboral de la Fiat de Turín, reconoce por casualidad en una transeúnte a la terrorista que intentó matarle de un balazo doce años antes. La película narra cómo el profesor, obsesionado por su descubrimiento, intenta acercarse a la frustrada homicida y al sustrato ideológico que le dio razones y motivos para aquel atentado, esperando recibir una excusa o siquiera una explicación. Paralela a la búsqueda del profesor transcurre la vida cotidiana de la antigua terrorista que, tras diez años de reclusión total, está acogida a uno de esos regímenes carcelarios «abiertos», lo que le permite trabajar durante el día en una oficina. El relato está marcado fundamentalmente por el punto de vista del profesor, aunque con súbitas bifurcaciones, bien resueltas, en que irrumpen los demás personajes, no sólo la antigua terrorista –una muchachona enigmática, entregada ya al fiel cumplimiento de las condiciones de su régimen carcelario, que interpreta Valeria Bruni Tedeschi-sino sus compañeras de trabajo y reclusión, o la hermana del profesor, gente que introduce en la historia principal una referencia a los sentimientos y a la amistad como factores humanos que se mantienen a través del delirio al que pueden llegar las ideas y los comportamientos. Aunque algunas imágenes y elementos tienen a veces cierta sugerencia alegórica –el profesor haciendo remo en dique seco, el río que fluye junto a la ciudad, la bala alojada todavía en el cerebro del profesor, el túnel final–, en toda la narración hay un fuerte sentido de cotidianeidad, y en la presencia de actores y escenarios naturales se puede rastrear una borrosa herencia de Renoir y el neorrealismo. Acaso en la película se insinúe siempre más de lo que se cuenta. Pero ésa es una de las señales de cierta narrativa actual, donde el lector parece estar obligado a rellenar las oquedades más o menos sutiles que dejan los autores. Y si se tiene en cuenta que el productor y actor principal de la película es Nanni Moretti, el director de Caro diario, podemos echar de menos una mayor ironía. Sin embargo, la contención y elegancia narrativa de la película son muy estimables.

En todo caso, lo más interesante de La seconda volta es que da signos de la vigencia de un cine para adultos mentales, capaz de tratar con agudeza y finura asuntos reconocibles, de esos que viven todas las sociedades modernas y que exigen ser planteados en un medio de masas como es el cine, porque forman parte de los entresijos mismos de nuestra vida colectiva. Un cine, en fin, felizmente alejado de la barraca de feria, de la consagración de lo irracional y de la papilla encefálica.

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