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Voces contra el fundamentalismo islámico

Your Fatwa Does Not Apply Here. Untold Stories From The Fight Against Muslim Fundamentalism

Karima Bennoune

Nueva York y Londres, W. W. Norton, 2015

432 pp. $16.95

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Your Fatwa Does Not Apply Here (Tu fetua no se aplica aquí) comienza con el relato de un incidente que se produjo en los años noventa, cuando Karima Bennoune había regresado de Estados Unidos, donde estudiaba, a Argelia para visitar a su familia. La despertaron unos insistentes golpes en la puerta y, temiendo por la vida de su padre, un conocido intelectual de izquierdas, instintivamente agarró un cuchillo de pelar, como si eso pudiese detener a los que amenazaban su vida. Por fortuna, los visitantes nocturnos desistieron y Mahfoud Bennoune no se convertiría en una de las muchas víctimas de los integristas argelinos, pero años más tarde el recuerdo de esa traumática experiencia llevaría a su hija a entrevistar a 286 musulmanes de veintiséis países para escribir un libro que documentase la lucha contra el islamismo. Su título es una línea de una obra del dramaturgo paquistaní Shahid Nadeem sobre la vida del poeta sufí del siglo XVII, Bulha Shah, al que los integristas de su época acusaron de blasfemia.

Bennoune considera la resistencia al islamismo en sociedades de mayoría musulmana una de las luchas globales más importantes, y más ignoradas. Frente al paradigma del choque de civilizaciones, destaca el choque dentro de las civilizaciones, entre los integristas y quienes se oponen a sus imposiciones: progresistas, laicistas, mujeres, artistas, homosexuales, ateos… La autora denuncia una islamización a escala global que se propaga a través de la televisión, la radio, las mezquitas y los medios sociales. Que se alimenta de agravios legítimos como las desigualdades económicas, la opresión política, la corrupción, el neocolonialismo y la ocupación militar. Que financian los países del Golfo –y en ocasiones, las potencias occidentales– para expandir su influencia, combatir otras ideologías (el nacionalismo, el comunismo), y porque el integrismo no cuestiona el statu quo económico, sino que se gana la aquiescencia de los pobres mediante la caridad y las promesas del Paraíso.

Pero Bennoune no limita su crítica a los islamistas, sino que la extiende a la izquierda occidental, que no sólo no los condena con rotundidad, sino que a veces incluso les brinda su apoyo. Ello se debe a varios motivos: en primer lugar, los islamistas se enfrentan a los gobiernos occidentales que esa izquierda critica, a menudo de forma completamente justificada. Además, suelen ser víctimas de la represión de regímenes dictatoriales, por lo que su violencia se percibe como una reacción a dicha represión. Por otra parte, se les considera representantes de la autenticidad cultural frente a la uniformización de la globalización, ignorando el hecho de que tienen su propio modelo globalizador que pretender imponer a un mundo musulmán que tradicionalmente se ha caracterizado por su diversidad. Incluso se califica a ciertos islamistas de «moderados» porque sus tácticas no incluyen el uso de las armas, a pesar de que sus posiciones en cuestiones como la libertad religiosa o los derechos de las mujeres y las minorías no son en absoluto moderadas, y de que frecuentemente crean un ambiente propicio a la aparición de grupos más violentos.

Your Fatwa Does Not Apply Here busca combatir estas actitudes relatando las experiencias de aquellos que han sufrido la violencia islamista. Que han sido blancos de amenazas y ataques, y padecen secuelas físicas y psicológicas. Que en ocasiones se han visto abocados al exilio, pero no han abandonado la lucha. Nos habla de Omara Khan Masoudi, director del Museo Nacional de Kabul, quien, junto con sus colegas, arriesgó su vida para proteger el patrimonio cultural afgano de los talibanes y transmitirlo a las generaciones futuras. De Faizan Peerzada, quien tras un atentado de los talibanes paquistaníes contra su teatro en Lahore en 2008 continuó organizando festivales hasta su muerte, de un prematuro ataque al corazón, porque ceder a su chantaje hubiera significado «sentarse en una esquina oscura». O de Maria Bashir, la primera y única mujer fiscal jefe de Afganistán, que combate tanto la violencia de género como la corrupción, y que debido a amenazas y atentados ha visto aumentar el número de sus guardaespaldas de tres a ocho y a veintitrés.

Bennoune dedica muchas páginas a su Argelia natal. Al igual que la mayoría de los argelinos laicos, defiende la cancelación del proceso electoral que habría ganado el Frente Islámico de Salvación debido a las consecuencias que hubiese tenido la aplicación de su programa. Apoyándose en los testimonios de las víctimas y las afirmaciones de los propios islamistas, rechaza la tesis a que se adhirieron ciertas organizaciones de derechos humanos occidentales –incluida Amnistía Internacional, para la que trabajaba por aquel entonces–, según la cual el Estado argelino era el principal responsable de las matanzas. Nos habla de Cherifa Kheddar, de Djazairouna (Nuestra Argelia), quien se convirtió en activista tras ser testigo de la tortura y asesinato de su hermano y su hermana. Y de Kheira Dekkali, cofundadora de RAFD (que significa «rechazo» en árabe, pero también es el acrónimo en francés de Unión Argelina de Mujeres Demócratas), que explica que no puede llegarse a un compromiso con aquellos que no están dispuestos a hacer concesiones. Sin embargo, no niega los crímenes del Estado argelino y también narra la historia de Nassera Dutour, de SOS Disparus, cuyo hijo es uno de los miles de «desaparecidos».

Nuestra autora también se reunió con activistas iraníes para ilustrar lo que sucede cuando el islamismo se hace con el poder. Como Aida Saadat, una de las organizadoras de la Campaña del Millón de Firmas lanzada en 2006 para intentar cambiar las leyes discriminatorias contra las mujeres. En 2009 participó en las masivas manifestaciones que se produjeron tras unas elecciones que muchos consideraron apañadas, y cuya represión dejó decenas de muertos. Saadat recibió amenazas y se vio obligada a huir del país dejando atrás a su hijo, con el que sólo lograría reunirse tres años más tarde en Estados Unidos. Y como Asieh Amini, una periodista que en 2004 fundó la Campaña para Detener las Lapidaciones Para Siempre tras conocer el caso de una adolescente víctima de abusos sexuales ejecutada por «crímenes contra la castidad». Sus artículos consiguieron salvar la vida de otras mujeres, e incluso que algunas fueran puestas en libertad. Tras las elecciones de 2009, su portal web fue denunciado y muchos de sus colegas, detenidos, y Amini escapó a Noruega. Allí continúa su activismo a pesar de una enfermedad que, según sus médicos, fue provocada por estrés emocional severo.

En Túnez, cuna de la Primavera Árabe, Bennoune habla con activistas como Nadia Hakimi, directora de la Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas, que bajo Ben Ali combatieron la dictadura y ahora temen el avance de los islamistas. En particular, se muestran muy críticos del partido Ennahda, rama tunecina de los Hermanos Musulmanes, que en Occidente suele describirse como «moderado». Rechazan ese calificativo, esgrimiendo un vídeo filtrado en el que su líder, Rached Ghannouchi, pide a sus «hijos e hijas» salafistas que sean pacientes y les promete modificar el Código de Estatuto Personal, el más progresista del mundo árabe. De hecho, Ennahda propuso que la nueva Constitución estableciese que la mujer no es igual al hombre, sino su «complementaria», pero hubo de dar marcha atrás ante las protestas de las tunecinas. Y mientras muchos occidentales alaban a los líderes del partido por no aferrarse al poder, los tunecinos recuerdan que se vieron obligados a abandonarlo tras el asesinato de uno de sus opositores más prominentes, el político de izquierdas Mohamed Brahmi, crimen por el que muchos los consideraban al menos parcialmente responsables.

En Palestina conocemos a Terry Boullata y sus esfuerzos para llevar a los niños del colegio que ha fundado en Abu Dis (Cisjordania) al teatro en Jerusalén Este, para sacarlos del aislamiento impuesto por la Ocupación y de una sociedad cada vez más islamizada. Y de Naila Ayesh, que sufrió un aborto como consecuencia de las torturas israelíes durante la primera intifada y ahora dirige el Centro para Asuntos de la Mujer de Gaza, por lo cual a menudo es acusada de promover ideas occidentales por el Gobierno de Hamás. De hecho, Bennoune regresa a Palestina para concluir su relato a fin de evitar que este sea utilizado para justificar violaciones de los derechos humanos. Por ello, enfatiza la necesidad de denunciar la ocupación y argumenta que no puede tratarse a una población de manera brutal y esperar que florezcan valores progresistas. Explica, asimismo, que los islamistas utilizan la cuestión como un grito de batalla, y que la lucha por una Palestina libre, laica y democrática es fundamental no sólo para llegar a una paz justa, sino también para derrotar al islamismo en la región.

Muchos de los protagonistas de Your Fatwa Does Not Apply Here son mujeres, que son las principales víctimas del integrismo: feministas como la iraní Chahla Chafiq o la nigerina Zeinabou Hadari, que exponen el sexismo del proyecto totalitario islamista. O la veterana argelina Marienne Hélie-Lucas, que cofundó Women Living Under Muslim Laws en los años ochenta. En la actualidad, la asociación conecta a activistas de setenta países, musulmanas y no musulmanas, que comparten el hecho de sentirse afectadas por la discriminación que comporta la aplicación de la ley islámica. Bennoune es una de sus miembros y la considera un ejemplo de las redes que deben crear aquellos que se oponen al integrismo para desarrollar estrategias y ofrecerse apoyo mutuo. Por otro lado, ve crucial que se hable no sólo de la opresión que sufren las mujeres musulmanas, sino también de su resistencia a dicha opresión. Y que iniciativas que promueven los derechos de las mujeres, propugnan la separación de religión y política, e intentan combatir el adoctrinamiento islamista reciban no sólo atención, sino también financiación.

Más arriba hemos hecho alusión a los motivos por los cuales tales iniciativas tienen dificultades para recabar apoyo en Occidente: no interesan a la derecha a menos que tengan valor propagandístico y, en cualquier caso, los activistas sobre el terreno son conscientes del riesgo de ser instrumentalizados. Y entre sus aliados naturales, la izquierda occidental, muchos han adoptado un relativismo cultural que refleja el de los integristas. Así, alegan que los derechos humanos son un concepto occidental, por lo que sería «imperialista» pretender aplicarlos a los musulmanes. Bennoune considera tales argumentos ofensivos y condescendientes, y defiende la universalidad de esos derechos y el deber de adoptar una actitud crítica hacia la cultura de que se forma parte. Por ello, destaca la importancia de organizaciones como Muslims for Progressive Values, que cuestiona la representatividad de la regresiva Organización para la Cooperación Islámica, o de Sisters in Islam, que ofrece una reinterpretación feminista de los textos musulmanes. Al mismo tiempo, aplaude la valentía de aquellos musulmanes que deciden apostatar públicamente y organizan «Comités de Exmusulmanes» como los que existen en Gran Bretaña y Marruecos.

Sin embargo, Bennoune también rechaza los paradigmas simplistas y maniqueos, que considera una característica del integrismo. Por ello, denuncia a regímenes como los de Egipto y Argelia, que han respondido al desafío islamista con arrestos arbitrarios y torturas, y que usan la excusa del terrorismo para reprimir a toda la oposición. Y a los gobiernos occidentales que apoyan a dichos regímenes o se alían con los que financian la difusión del islamismo, como Arabia Saudí y Qatar. Tales políticas tienen un enorme coste tanto ético como estratégico, porque minan la autoridad moral de quienes abogan por los derechos humanos y legitiman el discurso islamista. La estrategia a seguir debe pasar por la promoción del desarrollo de sociedades pluralistas que permitan la participación política de sus ciudadanos, fomenten la justicia social, eduquen en el pensamiento crítico y separen la religión y la política. Una y otra vez, los protagonistas de Your Fatwa Does Not Apply Here rechazan que un grupo determinado se erija en portavoz de Dios para alcanzar el poder. En definitiva, el combate contra el islamismo es también un combate para proteger al islam de aquellos a los que muchos musulmanes no islamistas denominan «mercaderes de la religión».

Ana Soage ha vivido en varios países europeos y árabes, y tiene un doctorado europeo en Estudios Semíticos. Enseña Ciencias Políticas en la Universidad de Suffolk, coedita varias publicaciones académicas y colabora como analista senior en la consultoría estratégica internacional Wikistrat.

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