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La regeneración perdida

Viajes. Crónicas e impresiones

Ramón Pérez de Ayala

Madrid, Fundación Banco Santander, 2013

320 pp. 20 €

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Antaño leídos y aclamados, son decenas y decenas los grandes escritores españoles del pasado siglo que apenas se recuerdan hoy. De Ramón Pérez de Ayala, de quien José García Mercadal dijo que «sus obras no es menester citarlas, pues todo lector de buen gusto las conoce»José García Mercadal, Antología de humoristas españoles del siglo I al XX, Madrid, Aguilar, 1957., habría que ver qué estudiante sería hoy capaz de citar un par de títulos. Pero, por fortuna, sigue habiendo herederos empecinados en la lucha contra el olvido de sus familiares, así como editoriales que asumen la reedición de obras de indudable calidad literaria, aunque la expectativa de ventas no parezca halagüeña a priori. La Fundación Banco Santander presentó el 21 de junio de 1995 la colección Obra Fundamental, una de las ediciones más elegantes dedicadas a reavivar la obra de autores preteridos. Ahora, diecinueve años después, tiene en catálogo más de cuarenta títulos, incluyendo los de la colección hermana Cuadernos de Obra Fundamental, a unos precios más que asequibles, sobre todo si tenemos en cuenta la calidad de la edición. Desde hace poco tiempo, además, la Fundación ha comenzado a editar la versión electrónica de algunos títulos a unos precios aún más baratos que los publicados en papel. Sería de desear –bueno es decirlo aquí– que la edición de estos e-books se haga de forma retrospectiva, con el fin de recuperar aquellos libros que están agotados.

Entre los seis títulos vertidos al formato electrónico se encuentra esta compilación de artículos y crónicas que escribió Ramón Pérez de Ayala sobre sus viajes por Europa y América entre 1907 y 1954. El relato de un viaje podrá llamar a la ensoñación, como si de una novela se tratara, pero sin duda es mucho más interesante la perspectiva que un viajero pueda adoptar sobre una realidad ajena. El autor del Viaje de Turquía, Cristóbal de Vllalón, lo expuso en magnífica síntesis: «Aquel insaciable y desenfrenado deseo de saber y conocer que natura puso en todos los hombres […] no puede mejor ejecutarse que con la peregrinación y ver de tierras extrañas».

Viaje, camino, distancia; y, por tanto, perspectiva. No la que antaño se conocía como «ciencia de los rayos directos», sino la que el Diccionario de la Real Academia define como «visión, considerada en principio más ajustada a la realidad, que viene favorecida por la observación ya distante, espacial o temporalmente de cualquier hecho o fenómeno»; cabría aquí el añadido del Diccionario de autoridades: «especialmente quando es améno ù deleitable».

Son muy pocos los libros de viajes que puedan desestimarse por aburridos. Si alguno se me viene a la mente es porque sus páginas no son más que una sucesión latosa de fechas, monumentos y arquitectos, aderezada con algunos adjetivos sin sustancia. No es lo habitual, y hasta el escritor más ingenuo puede fascinar al lector con algún hallazgo inopinado.

Ramón Pérez de Ayala fue un escritor dotado para la observación aguda: sus inicios en la literatura fueron periodísticos. Había nacido en Oviedo en 1880 y ya en 1903, con veintitrés años, aparece en el Ensayo de un catálogo de periodistas españoles del siglo XIX, de Manuel Ossorio y Bernard. La nómina de periódicos y revistas que lista Ossorio es la siguiente: El País, Revista Ibérica, La Lectura, Hojas Selectas, Alma Española, Helios, Blanco y negro y ABC. A estos títulos cabría añadir el suplemento Los Lunes, de El Imparcial, y El Gráfico, del periodista, mecenas y político Julio Burell, desde el que pasó al ABC de Torcuato Luca de Tena, donde comenzó con la publicación de algún cuento en la revista Blanco y negro. En 1907 fue enviado a Londres como corresponsal y envió crónicas a El Imparcial, primero, y luego al ABC. La primera crónica que envió a este último periódico, en enero de 1908, avanzaba el tono de las que se recogen ahora en este volumen de Viajes. Acusa a los españoles de incuria y egoísmo, y les exhorta a entender que España «está en deuda con el mundo, que tiene crímenes que expiar y gloria que reverdecer». Finaliza así: «El temor a extranjerizarse es ridículo […]. Si tenemos vitalidad como nación, el resultado será una personalidad recia y robusta […]. Labore cada español en su yunque y miremos todos hacia lo venidero, hacia la aurora. En estos sentimientos, lector, han de inspirarse los artículos que desde hoy leerás en esta columna, suscriptos por mi nombre». Y así fueron los que continuaron, como así habían sido los publicados hasta entonces en El Imparcial.

El primer artículo tras su llegada a Inglaterra –el primero también que se recoge en estos Viajes– tiene por título un escueto «Propósitos», y entre ellos sobresale éste: «investigar con ahínco y diligencia las cualidades que a través de la historia han hecho de este pueblo el más poderoso y grande de cuantos hoy existen, y de entre ellas excogitar aquellas que transplantadas a España pudieran enraizar en el suelo de nuestro temperamento y ser cultivadas con fortuna».

El regeneracionismo fue para él un tema recurrente: volvería a tratarlo en muchos textos, en especial en los recogidos en su libro Política y toros, de 1918. Al contrario que los hombres del 98, cuya «mentalidad catastrófica» –en palabras de Ortega– impedía el éxito de la acción regeneracionista, Ayala, al igual que hizo el propio Ortega, se dispuso a «reexaminar concienzudamente los problemas que preocupaban a sus mayores para descubrirles una solución racional positiva»Donald Shaw, La generación del 98, trad. de Carmen Hierro, Madrid, Cátedra, 1997.. La perspectiva de que hablaba antes toma aquí una doble dirección: por un lado, la del viajero (tomado aquí en sentido amplio, pues Ayala era en esa época alguien asentado en Inglaterra) que observa un país extranjero, y la del viajero que, acorde con lo que descubre en su tránsito por tierras lejanas, analiza su propio país, del que no sólo descubre sus carencias, sino que, además, les ofrece una solución. Así cabe entender los siguientes artículos de su periplo inglés, donde habla de los libros y la pasión lectora de los británicos («Medicina para el alma») o de las bibliotecas públicas («Labor de coronista»), pero también del fútbol («La ética del sport») y de las regatas («Un día a regatas»).

El padre de Pérez de Ayala se suicidó en la primavera de 1908. El escritor regresó a España, y no será hasta 1911 cuando tengamos noticias de nuevos viajes. Esta vez será a Italia, y publicará todas sus crónicas en España nueva. Viajó becado para cursar estudios de estética e historia del arte. Además de Italia, recorrería también Alemania, aunque no hay rastro de crónicas viajeras por el país teutón. Los referidos a Italia son textos de apariencia sencilla, donde habla del viaje en barco, de las gentes que conoce a bordo, del carácter de los genoveses… No falta el toque de humor, presente muy a menudo en sus artículos: definirá el turismo como «el cuarto sexo», debido a que los turistas están empeñados en verlo todo siempre aprisa, por lo que caen derrengados en la cama sin dar pie a «los solaces nocherniegos», y a que su indumentaria uniforme impide distinguir entre hombre y mujer. La aparente sencillez no impide descubrir, no obstante, una escritura fina, vagamente poética y de gran inteligencia. Podría decirse que el periodismo en Pérez de Ayala conjugó lo mejor de sus poemas con lo mejor de sus novelas.

Regresaría a Italia en 1916 para cubrir las noticias del frente durante la Primera Guerra Mundial. Sus crónicas dieron pie a un libro extraordinario, sin duda el más hermoso escrito por un autor español sobre la Gran Guerra. Se trata de Hermann encadenado: el libro del espíritu y del arte italianos (1917). Italia entró en guerra junto a los aliados y Pérez de Ayala se ofreció al diario argentino La Prensa para seguir el avatar del país durante la contienda. En este volumen de Viajes se ha hecho una selección de los capítulos más relevantes. Resultan tan extraordinarios que se echa de menos la edición de todo el libro, uno de los más desconocidos de su autor. La objetividad de sus páginas es el hilo que une la grandeza artística de Italia con la devastación de la guerra. Se trata, sin duda, de la lectura más estimulante de toda esta gavilla de textos.

Uno de los descubrimientos más relevantes de esta compilación de crónicas y apuntes está relacionado con los motivos que llevaron a Pérez de Ayala a recorrer países tan dispares, y cómo ello tiene que ver con sus vicisitudes biográficas. Si hasta su segundo viaje a Italia fueron las corresponsalías o el propio interés los que motivaron su marcha, ahora las causas están relacionadas con otras cuestiones ajenas al trabajo periodístico. Así, su primer viaje a Estados Unidos, entre 1913 y 1914, lo hace para casarse con Mabel Rick, una norteamericana a la que conoció en Florencia durante su primera estancia italiana. La selección de los textos «norteamericanos» es excelente (se habían publicado junto a otros en 1959 en el volumen El país del futuro). El contacto con la democracia norteamericana le dará pie a esquiciar de nuevo párrafos de tintes regeneracionistas. Los artículos más llamativos son los que tratan de los usos democráticos en el país, pero muy especialmente aquellos en los que Pérez de Ayala narra un capítulo importante de la historia estadounidense del que fue privilegiado testigo: la ratificación de la llamada Ley Seca. Además de hablar de los antecedentes históricos y las cuestiones legislativas, Pérez de Ayala hace un periodismo potente y atractivo al narrar cómo fue la última noche en que pudo beberse alcohol. La última parte del volumen concentra los artículos y las crónicas de viajes por Argentina y Bolivia. Están fechados a partir de 1940, tras la Guerra Civil que dio al traste con cualquier intento de renovación política, social y cultural en España.

Pérez de Ayala había sido nombrado embajador en Inglaterra al proclamarse la República. Ya había escrito la gran mayoría de sus novelas, e incluso se rumoreaba sobre su candidatura al premio Nobel. Era toda una figura política (también era diputado) y literaria. La victoria de Franco da al traste con todo, con su vida y con la de sus conciudadanos. Se había equivocado al pensar que «puede haber una colectividad de españoles perfecta, irreprochablemente unidos y concordes, cualesquiera que puedan ser sus discrepancias, inevitables y aun convenientes […], que [no es cierto que el español] se vea arrastrado a pesar suyo, como única manifestación de su personalidad, a adoptar posiciones extremas de guerra civil»Discurso en una recepción de la colonia española y radiado en Londres, publicado en El Sol, el 20 de mayo de 1934..

Tras las elecciones de febrero de 1936, Pérez de Ayala dejó su puesto de embajador. Consiguió salir milagrosamente de Madrid en septiembre de ese año junto a su familia, protegidos por la embajada británica. El día 13 de ese mes la prensa publicó su cese como director del Museo del Prado, cargo que había ejercido hasta entonces. La prensa republicana arremetió contra él con dureza, como lo hizo también contra Ortega y Marañón. El 10 de febrero de 1931 habían publicado en El Sol el manifiesto fundacional de la Agrupación al Servicio de la República. Ahora, los hijos de los tres luchaban en el bando franquista y ellos habían abandonado España. El diario La Libertad los llamará «sinvergüenzas» (19 de marzo de 1937); más tarde, «huidos y traidores» (17 de abril de 1937). El 5 de junio le dedican un artículo completo a Pérez de Ayala. Lo titulan «Autorretrato de Pérez de Ayala» y le precede la entradilla «Un gran miserable». En él se comenta un artículo suyo publicado el 25 de marzo en La Prensa, de Buenos Aires, en el que el escritor arremete contra el Frente Popular y alaba a Franco: «Su bondad desemboca en la ternura». La Vanguardia le dio la puntilla en junio: «El escritor murió hará cosa de quince años. Ha quedado el “mangante”. Que viva muchos años». Ese mismo mes, Pérez de Ayala escribió directamente a Franco una carta de adhesión. Eugenio d’Ors quiso llevarlo a Salamanca en 1938; también se le propuso escribir un libro favorable a la causa franquista. No hizo ninguna de las dos cosas. Según Andrés Trapiello, en la correspondencia de Pérez de Ayala con su mujer, que ahora guarda un periódico madrileño sin que se haya hecho pública ni una sola línea, «Ayala no tiene vergüenza ni para declararse partidario acérrimo de Franco ni para olvidar todo lo que dijo que fue»Andrés Trapiello, Las armas y las letras: literatura y guerra civil (1936-1939), Madrid, Península, 2002..

Entre su salida de Madrid y su retorno pasaron trece años. Pudo viajar a Argentina. Ya no contaba sus travesías en barco, sino sus vuelos en avión. Mantenía su prosa limpia, cuidada y con el habitual esplendor léxico, pero había desaparecido el optimismo regeneracionista. España no era un país que remodelar, ni tampoco un lugar perdido para siempre. Se trataba, sencillamente, de la tierra a la que había que regresar. Se había evaporado el ansia por atisbar lo magnífico de las tierras lejanas, aquello que pudiera germinar para bien en suelo patrio. Antaño había hecho lo que Fernando de Rojas había escrito en La Celestina: «Suelen los que de sus tierras ausentes se hallan considerar de qué cosa aquel lugar donde parten mayor inopia o falta padezca, para con la tal servir a los conterráneos, de quien en algún tiempo beneficio recibido tienen». En la España de los años cincuenta aquello era ya imposible. Pérez de Ayala pertenecía ya a la (re)generación perdida.

Comenzó a publicar de nuevo en el ABC, y retornó a España en 1949. Tenía casi setenta años. El recibimiento no fue muy cordial en según qué ámbitos. Baste señalar uno de tantos artículos agresivos que se escribieron contra su retorno. Se titula «Los panegiristas de don Ramón» y fue publicado en la Hoja Oficial del Lunes, el 9 de mayo de 1949. Me permito transcribirlo entero:

Somos oscurantistas, y retrasados mentales. Tal puede ser el juicio de los superhombres, después de leernos. ¡Si es que nos leen los superhombres!

Pérez de Ayala es un hombre de letras, un intelectual. No vamos a rebajarle el mérito ni un milímetro: honradamente. Pero Pérez de Ayala tiene una triste historia: la que con su eficaz ayuda y colaboración contribuyó en mayor medida que muchos al advenimiento de aquella república de «sangre, fango y lágrimas».

Ahora ha llegado a España. Nos parece muy bien, y no nos estorba. Pero lo que nos parece una solemne estupidez es el coro de plañideras y panegiristas que le han salido a don Ramón desde que puso pie en Barcelona.

Nosotros nos inclinamos ante el hombre inteligente, y hasta genial si se quiere, pero nos parece una incongruencia y contraste que los mismos que le atacaron con singular y quizá merecida saña, ahora se hayan convertido en turiferarios baratos. Orden y vergüenza, señores. ¡Que aún hay memoria!

En definitiva: que no les parecía bien el regreso de Pérez de Ayala y que el septuagenario seguía estorbándoles. Y lo haría aún durante unos cuantos años: Ramón Pérez de Ayala murió el 5 de agosto de 1962 en Madrid.

Sergio Campos Cacho es bibliotecario, coautor de Aly Herscovitz y colaborador de Arcadi Espada en su libro En nombre de Franco: los héroes de la embajada de España en Budapest.

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