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Martin Heidegger: del «ruido y la furia» al examen tranquilo

Fenómeno e interpretación. Ensayos de fenomenología hermenéutica

Ramón Rodríguez

Madrid, Tecnos, 2015

262 pp. 20,40 €

Ser y tiempo de Martin Heidegger. Un comentario fenomenológico

Ramón Rodríguez (coord.)

Madrid, Tecnos, 2015

448 pp. 25,50 €

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Quizá sea demasiado pronto para valorar el impacto que la obra de Martin Heidegger (1889-1976) ha tenido y está teniendo sobre la filosofía y el pensamiento de los siglos XX y XXI. Las obras del «portentoso» (en palabras de un acérrimo enemigo de su obra, como es Stanley Rosen) pensador de Messkirch siguen editándose y traduciéndose a multitud de idiomas, continúan celebrándose congresos y simposios internacionales dedicados al estudio y profundización en su trabajo, y su presencia en los planes de estudio de las universidades es (de manera bastante desigual, según los barrios) en general una constante, con especial énfasis en Latinoamérica y Asia (en tendencia descendente, probablemente, en Europa). En buena medida, es muy difícil todavía una recepción tranquila de la obra de Heidegger por parte de los investigadores, dados el «ruido y la furia», totalmente comprensibles e incluso necesarios, que el triste y sonoro episodio del «rectorado» ejerce todavía sobre la obra de Heidegger en su totalidad. El episodio de la relación entre Heidegger y la institución universitaria en el momento de máximo ascenso del nazismo, presente en el «Discurso», y también en algunos otros cursos dispersos publicados (el curso sobre Lógica del semestre de verano de 1934, traducido y editado por Víctor Farías, y finalmente los «Cuadernos negros», recientemente publicados en castellano), ejerce de altavoz que paraliza la recepción tranquila y el estudio atento de su compleja obra en nuestro momento presente. He aquí que en este momento (que dura ya un par de décadas) de «ruido y furia» por parte de los diversos «comisarios políticos» que pretenden incidir sobre qué hay que leer y qué no hay que leer, aparecen dos obras que se proponen, la primera, un análisis sistemático (un «comentario», como reza su subtítulo) del libro más importante de Heidegger (Ser y Tiempo, 1927) y, la segunda, un análisis más interpretativo y global de su obra y de su influencia (se presenta con el subtítulo de «Ensayos»), redactados ambos desde una atmósfera que invita a un «examen tranquilo».

La obra de estudio e investigación de Ramón Rodríguez (1950), reconocida con el premio internacional Franco Volpi (2013) por su «profunda influencia en varias generaciones de estudiosos de Martin Heidegger y de la fenomenología y la hermenéutica, así como por su indagación rigurosa y profunda, expresada en un lenguaje directo y preciso», es un ejemplo de este trabajo de «recepción tranquila» que se ha venido llevando a cabo lejos de focos y debates, y que desde el más silencioso y reposado desapasionamiento se ha dedicado durante décadas a la lectura y asimilación de la siempre compleja obra heideggeriana (Heidegger y la crisis de la época moderna (1987), Hermenéutica y subjetividad (1993), La transformación hermenéutica de la fenomenología (1997), Del sujeto y la verdad (2004). El primero de los volúmenes aquí comentados se presenta en la forma de un «comentario» que se interpreta a sí mismo como una «ayuda de lectura». Siendo cierta la habilidad de Heidegger para revivir viejos problemas de la filosofía que habían acumulado formol académico en sus planteamientos, no es menos cierto que el lenguaje fenomenológico que el propio Heidegger aplica a la resucitación y revivificación de los problemas de la tradición ha acusado también el paso de los años, con el agravante de que su institucionalización universitaria lo ha alejado de la comprensión a que podría llegar un lector no especializado en filosofía. Así que, en cierto sentido, es necesario hacer, respecto al lenguaje de Heidegger (que es el de la fenomenología, enriquecido con gran abundancia de neologismos de su propio cuño), lo que este lenguaje pretendió a su vez respecto de los planteamientos filosóficos de la tradición: aclararlo, vivificarlo y acercarlo, desde su circulación académica universitaria, a la experiencia de la vida misma. El comentario que aquí se desarrolla cumple con creces esta función, con suerte desigual según los capítulos, como veremos. A esto, y no a otra cosa, obedece que el comentario se presente como «fenomenológico». Como el coordinador indica en la presentación (p. 11), que un comentario sea «fenomenológico» quiere decir tres cosas.

En primer lugar, es inmanente a la experiencia o conjunto de experiencias de las que el texto habla. Estas experiencias no son reconducidas a algo externo a ellas mismas, como si su encuadramiento en unas premisas fenomenológicas determinara de antemano su sentido. Esto nos lleva a la segunda consideración, que el comentario intenta siempre preservar: la indisociabilidad entre método y tema como característica propia del pensamiento fenomenológico en ejercicio. El método fenomenológico/hermenéutico no es externo al campo temático que él mismo desbroza, sino que se presenta él mismo como el campo desbrozado al mismo tiempo que el tema va tratándose. Esta es probablemente una de las características más específicas de la autocomprensión metodológica de la escuela fenomenológica. De aquí se pasa a la tercera consideración: el intento (verdaderamente ambicioso) de captar el «todo» de Ser y Tiempo en su articulación, más allá de los intentos externos de aproximación, basados simplemente en dedicarse a detectar incongruencias o inconsistencias entre la primera parte y la segunda. Que el comentario es «fenomenológico» querrá decir, pues, también que lo es en todo su recorrido y no tan solo en algunas de sus partes, y será necesario poner de manifiesto cómo unas remiten a otras con el fin de que su articulación aparezca a medida que las descripciones van llevando de unas vivencias a las siguientes, y de unos desplazamientos temáticos a otros, trazando un recorrido en todo momento significativo.

Un comentario de tal magnitud requiere en buena medida de la participación colectiva de un grupo de expertos, versados en el estudio de la fenomenología de Heidegger, y con cierta bibliografía publicada ya sobre los diversos temas de Ser y Tiempo. Este carácter colectivo podría plantear un reto serio al carácter unitario a que debería aspirar un comentario fenomenológico como el que se pretende. Este reto es advertido por el propio coordinador en la presentación (p. 11) y lo cierto es que, con alguna salvedad en general, juzgamos que se ha resuelto satisfactoriamente. La polifonía de voces no es polifonía de enfoques, de perspectivas, y el adjetivo «fenomenológico» que debería acompañar a los análisis de todos los comentaristas ayuda a mantener, en la mayoría de las ocasiones, una tonalidad común.

Ahora bien, el planteamiento polifónico, imprescindible en un comentario de tal magnitud, implica siempre una toma de decisiones respecto a la distribución del trabajo. Nos referimos a la cuestión de cómo se parte o se trocean los parágrafos a comentar en bloques temáticos que se encargarán a cada uno de los diversos comentaristas. Así, podemos encontrar parágrafos de la obra de Heidegger a los que se le dedica un capítulo entero (el parágrafo metodológico [7], al que François Jaran dedica todo el capítulo segundo) al lado de «agrupaciones de parágrafos» (los parágrafos [1]-[6], a los cuales Jean Grondin dedica un magnífico análisis), que no obedecen a la agrupación por capítulos de Ser y Tiempo. Esto vuelve a suceder de manera menos importante con el «plan del tratado» (parágrafo [8]), que se cuela en los análisis del primer capítulo, sobre la exposición del análisis preparatorio del Dasein. No serían objeto de análisis quisquilloso estas agrupaciones de no ser porque alguna vez en ellas se esconden algunos matices de la «polifonía» constitutiva del comentario: el magnífico esquema de Ramón Rodríguez sobre los cursos a partir de los cuales podría completarse de manera no traumática y «sin representar un grave inconveniente» el «plan del tratado» (pp. 52-53), incluyendo su hipotética tercera parte, parece convivir con la propuesta de Grondin según la cual la no publicación de la tercera parte testimonia un «fracaso», o al menos un «fiasco literario» (p. 32), que repliega la obra de Heidegger hacia la destrucción de la historia de la ontología, preparando la nueva perspectiva posterior al «giro»Es el «fracaso» en la conclusión de Ser y Tiempo lo que conduce a un cambio de perspectiva en la posterior obra de Heidegger, que el autor mismo denominará con la expresión «giro» (Kehre) del pensamiento: la plena asunción de la historicidad del Ser y el abandono de un planteamiento que, por muy arraigado que estuviera en la facticidad, conservaba todavía un estilo trascendental..

Grondin se aleja, al parecer, de reconstrucciones a posteriori a partir de cursos publicados y deja misteriosamente abierta una puerta a una posible aparición algún día de esta tercera parte. Obviando estos pequeños desajustes, el comentario presenta en general una estructura sólida y unitaria que consigue levantarse sobre su posible polifonía y supone una muy interesante guía de lectura, no solo de «aproximaciones rápidas», función para la que presta un valioso servicio, sino como fuente de posteriores profundizaciones. Al tercero de los aspectos anejos a un comentario «fenomenológico», el de la continuidad y unidad inmanente a la obra misma en la articulación entre su primera y segunda parte, se dedica el capítulo central del comentario, en manos de Alejandro Vigo, que viene a desempeñar el papel que los capítulos primero, segundo y tercero del comentario desempeñaban respecto a la primera parte. Más allá de juzgar lo convincente de la propuesta heideggeriana, lo cierto es que la articulación entre los análisis de la primera parte y el proyecto en su despliegue hacia el análisis de las estructuras de la temporalidad del Dasein de la segunda parte, en la que aquellos análisis deberían fundamentarse, se presenta con toda la estructuración de la que un comentario fenomenológico sería aparentemente capaz. Es necesario también remitir esta explicación sobre la tensión en la elección del punto de partida de los análisis con los medulares y certeros comentarios de Roberto Walton a los últimos parágrafos (muchas veces de los menos leídos y comentados de la obra), especialmente los parágrafos 71 y 78-81, en los cuales se explicita la recuperación del punto de partida de la cotidianidad desde la perspectiva del análisis de las estructuras temporales de la ocupación del Dasein.

Obra muy diferente, pero igualmente importante, Fenómeno e interpretación recoge, desde una perspectiva mucho más personal, algunos de los temas más candentes y difíciles a la hora de afrontar la lectura de Ser y Tiempo, así como su legado en la filosofía del siglo XX. Los ensayos se agrupan en dos partes: una primera con el título de «Filosofía teórica» y una segunda con el título de «Filosofía práctica». Los cuatro primeros capítulos de la primera parte se presentan como «ensayos» de encuadramiento de algunas de las polémicas más relevantes en la exégesis tranquila de una obra que ya puede considerarse como un clásico del siglo XX: los dos primeros capítulos se dedican a pensar la relación de Heidegger con la «escuela» fenomenológica (Heidegger cultivó siempre una noción muy flexible de la fenomenología), y a cómo cabe pensar tanto su apropiación de la fenomenología (especialmente el primer capítulo) como su posterior ampliación (nosotros preferimos esta denominación, aunque Ramón Rodríguez haya utilizado a menudo la para nosotros menos precisa, y desde luego más polémica, «transformación») hermenéutica. Especialmente afortunado es el parágrafo 3.2, sobre la «inflexión hermenéutica del sentido» de este segundo capítulo, con un comentario muy lúcido a la resistencia de Heidegger a considerar la analítica existencial de Ser y Tiempo como una antropología (y a pensar lo sesgado de las acusaciones de Edmund Husserl que avanzan en esa dirección).

El capítulo tercero fija con una precisión encomiable uno de los temas en los que el autor puede presentarse como una autoridad: el tema de la evolución, hasta Ser y Tiempo, del concepto de una «indicación formal» de la facticidad, entendiendo por ésta una estructura que permite, a través de la interpretación del sentido del tiempo, el acceso al mundo histórico del texto investigado. El autor muestra de manera muy convincente que, por mucho que la noción de «indicación formal» no aparezca en el famoso parágrafo metodológico de Ser y Tiempo ([7]), un análisis más detallado de algunas descripciones del libro de Heidegger muestra su presencia operativa a través de la importancia que los conceptos del haber previo (Vorhabe), el ver previo (Vorsicht) y el concebir previo (Vorgriff) desempeñan en muchos de los análisis más decisivos de la obra. El capítulo cuarto, encarando ya los temas del segundo grupo de ensayos, incide en la relación que los análisis clásicos de la fenomenología han dado al papel de la percepción (Husserl o Maurice Merleau-Ponty, sin ir más lejos) y cómo cabe encajar este papel en la corriente de pensamiento que, desde Nietzsche, ha pensado el sentido desde el concepto de «interpretación», en una verdaderamente iluminadora comparación entre el sentido de «interpretación» tal y como es utilizado en la obra de Heidegger y este mismo sentido en la obra de Gadamer. Los tres últimos ensayos de esta primera parte se dedican a la confrontación entre el concepto heideggeriano de «interpretación» y las filosofías de Xavier Zubiri, Paul Ricoeur y Gianni Vattimo, dedicando un ensayo a cada uno de los autores. Suponen los tres ensayos otros tantos ejercicios de filosofía comparada muy notable, mostrando una gran precisión y una gran capacidad de matización de aspectos que a menudo se presentan como embrollados o confusos, así como un conocimiento profundo de las obras de los autores comentados.

Con la denominación de «filosofía práctica» parece el autor referirse, sin demasiadas precisiones, a la cuestión de la ética (asociación que a estas alturas debería ser menos obvia de lo que podría parecer). En este sentido, se afronta la cuestión, muy manida, de la «ética implícita» en Ser y Tiempo. El tratamiento de los dos primeros ensayos de esta segunda parte (capítulos 8 y 9) es un buen ejemplo de cómo afrontar la cuestión huyendo del «ruido y la furia» que las grandes proclamas sobre el «nacionalsocialismo» de Ser y Tiempo han acostumbrado a difundir. Los capítulos décimo, undécimo y duodécimo suponen una muestra de cómo, sin abandonar las posibilidades expresivas y las herramientas conceptuales potentísimas de la filosofía de Heidegger, pueden llevarse a cabo intervenciones de un estilo muy personal y muy valiosas a la filosofía moral (capítulo décimo) y a la filosofía de la educación (capítulo duodécimo), dos capítulos de deliciosa lectura en los cuales se muestra una voz personal, un tratamiento muy agudo de las problemáticas prácticas del ejercicio filosófico y un ejemplo muy adecuado de lo que debería ser, a partir del momento en que la fenomenología ha devenido ya en tradición y objeto de estudio académico e institucionalizado, una «aplicación» real de la metodología fenomenológica a los problemas de nuestro presente.

Joan González Guardiola es profesor de Filosofía en la Universitat de les Illes Balears. Es autor de La mesura del temps. Una investigació fenomenológica (Barcelona, Societat Catalana de Filosofia, 2007) y Heidegger y los relojes. Fenomenología genética de la medición del tiempo (Madrid, Encuentro, 2008).

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