Buscar

España bien vale un partido

Goles y banderas. Fútbol e identidades nacionales en España

Alejandro Quiroga Fernández de Soto

Madrid, Marcial Pons, 2014

328 pp. 22 €

image_pdfCrear PDF de este artículo.

«La comunidad imaginada de millones de seres parece más real bajo la forma de un equipo de once personas cuyo nombre conocemos»: la puntería de este aserto de Eric Hobsbawm puede probarse perfectamente en el campo de pruebas del fútbol español, teatro de identidades siempre en conflicto que ha analizado con académico rigor Alejandro Quiroga Fernández de Soto, profesor en Newcastle y Alcalá de Henares y autor de varios trabajos sobre historia contemporánea de España.

Mucho ha tardado la investigación universitaria en elevar el fútbol a categoría de estudio serio. De hecho, este es el primer ejemplo acabado que conozco, muy alejado del tono banderizo, informal, adocenado y agotador que caracteriza este boom editorial de libros de fútbol que estamos viviendo a rebufo comercial del Mundial de Brasil. Pero lo cierto es que el fútbol constituye una manifestación sociológica de primerísimo orden, tan significativa de nuestro tiempo como la moda o el cine; es quizá la mayor industria de ocio y consumo del planeta, en ascenso constante desde los años veinte del siglo pasado; y es también un poderosísimo canal de propaganda masiva y de construcción nacional. La anomalía era no haberlo estudiado antes. Como dice el autor, «a través de los comentarios futbolísticos, los medios de comunicación han reescrito en los últimos años las narrativas sobre la identidad española». Lo que es España y sus pedazos, o lo que creen ser, o lo que aspiran a ser y no son: todo ello ha quedado en las hemerotecas, retratado en el discurso deportivo que bajo distintos regímenes ha formado y deformado a los españoles, deseosos de identificarse con once personas cuyos nombres conocen y cuyo triunfo o fracaso sienten como historia viva y símbolo propio.

Mediante un escrupuloso rastreo de materiales eminentemente periodísticos, el profesor Quiroga va componiendo el retablo evolutivo de la identidad española desde el origen de la selección nacional de fútbol hasta su brillante presente, pasando por sus tribulaciones legendarias. Hablar de fútbol es una forma de hablar del estado de la nación, en España y en el mundo, e incluso quizá sea la forma más directa de hacerlo en este país atravesado de complejos y suficiencias históricas que, cuando no se exalta, se odia, y viceversa, o a la vez. Así, asistimos primero a lo que el autor denomina «la narrativa de la furia y el fracaso» que a todo aficionado no demasiado joven le resultará familiar: esa ambivalencia apasionada y fulminante que llevaba a los medios, del nodo a El País, a celebrar una épica clasificación para cuartos de final y a deplorar unos días después la enésima eliminación vergonzosa e inevitable. Este estereotipo idiosincrásico que bascula del coraje a la fatalidad dominó el relato del periodismo español –y hasta el extranjero, que se ha mecido cómodo durante décadas en el tópico de la furia roja y el quijotismo individualista de los españoles– durante todo el siglo XX, y solo cedió ante la creciente sofisticación del juego del equipo nacional a principios del siglo XXI, culminada con el ciclo triunfal de 2008 a 2012: dos Eurocopas y un Mundial.

El libro repasa los pocos pero resonantes hitos de que pudo aprovecharse la propaganda franquista para explotar su idea retórica de una España corajuda y heroica, cuya hazaña fundacional fue la plata en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920, gesta que la selección española celebró por las calles de Irún, Bilbao y San Sebastián con inequívoca adhesión local. Más tarde, de hecho, el franquismo aplaudiría el coraje ancestralmente vinculado a la raza vasca como quintaesencia de la «furia española». Esos pocos hitos gloriosos fueron el gol de Zarra en Maracaná en 1950, que dio a la selección su primer paso a semifinales de un Mundial y que motivó un telegrama caluroso de Franco por haber vencido a la Pérfida Albión; el triunfo en la Eurocopa de 1964 nada menos que contra la Unión Soviética, con todo el Bernabéu dando vivas al Caudillo y el nodo vendiendo la gesta como la consabida cruzada anticomunista; o el pírrico pero emotivo 12-1 contra Malta, que no era más que un partido de repesca, pero que sirvió para actualizar el mito de la furia española entre los andares titubeantes de la naciente democracia. A su vez, se evocan como mojones inolvidables del fatalismo nacional la cantada de Arconada ante Francia en 1984, el codazo impune de Tassotti a Luis Enrique en 1994 o el robo arbitral en el Mundial de Corea de 2002, entre tantos otros.

El autor acierta a desmontar con datos algunos mitos persistentes, como el pretendido madridismo de Franco, quien en realidad explotaba propagandísticamente lo mismo las Copas de Europa del Madrid que los triunfos de Bahamontes, Ángel Nieto, Manolo Santana o Paquito Fernández Ochoa. Lo mismo, apunta bien Quiroga, hizo luego la democracia, con Zapatero fotografiándose con «La Roja» en La Moncloa y prometiendo un ministerio de Deportes, o Rajoy acudiendo a Gdansk al debut de España en la Eurocopa de 2012 horas después de anunciar el rescate financiero del país. Especial interés revisten los capítulos que analizan los conflictos identitarios asociados al fútbol en Cataluña y el País Vasco, vehiculados a través de dos clubes que se pretenden más que clubes y lo consiguen: el Barça y el Athletic de Bilbao, el único equipo del mundo que todavía alinea únicamente a jugadores vascos o criados en clubes vascos, apelando a un anacrónico «etnorromanticismo», dice el autor, que quizás hubiera que llamar racismo a secas.

Tanto el Barça («ejército desarmado de Cataluña», en exitosa formulación de su hincha Manuel Vázquez Montalbán) como el Athletic han vertebrado sin rebozo el discurso nacionalista hasta el punto de que un presidente del Barça como Agustí Montal se presentaría luego a senador por CiU en 1982, o que José Antonio Aguirre, exjugador de Athletic, llegara a ser el primer lehendakari, y tantos ejemplos más. El autor, partidario de la compatibilidad identitaria, reconoce la hegemonía apabullante del discurso único nacionalista en ambas sociedades, sólo matizada por las manifestaciones de espontáneo regocijo en las calles tras cada conquista de «La Roja», las cuales fueron a su vez deslegitimadas por los promotores de las selecciones nacionales con titulares como «La Roja también nos roba». El libro desnuda los delirios mediáticos de los nacionalismos periféricos sin excusar los excesos del nacionalismo español, si bien yo tengo mis dudas sobre que el nacionalismo español perdure hoy como algo más que como una nostalgia centralista ya extinguida o minoritaria. De hecho, numerosos historiadores coinciden en el fracaso de España a la hora de construirse una identidad nacional, y de ahí precisamente este remate del sociólogo Enrique Gil Calvo: «Por eso es tan importante el fútbol en España, pues sin fe ni amor a la patria, sólo la fe en el fútbol y el amor a la selección permite sentirse orgulloso de ser español». Josep Ramoneda abundaba en la idea en El País: «Algunos equipos son más que un club, España es menos que una selección». Quiroga afirma que estas visiones se inscriben en la vieja narrativa mítica del fracaso, y se aferra a los éxitos de la selección y a su alto índice de seguimiento en todo el país para ponderar una España al fin racional y organizada, netamente moderna y europea. A mi juicio, el autor subestima por momentos la hondura histórica –un fatalismo, sí– del problema territorial y sobrevalora el poder aglutinante de «La Roja», mientras que desliza una visión catastrofista y de sesgo progresista que incluye la conformidad con aquel reportaje de The New York Times que presentaba a los españoles como neomendigos que huronean por turnos su comida en la basura. Ni vivimos tan mal, aunque la frustración es grande, ni jugamos tan bien, aunque la expectativa es gigante. Ni, sobre todo, estamos unidos.

En cualquier caso, Goles y banderas aporta hechos elocuentes y causas que explican los lodos del antiespañolismo militante: que los éxitos de Barça y Madrid sirvieran durante décadas para canalizar, mejor que una selección mediocre, la adhesión nacional de los españoles; que Josep Sunyol, presidente del Barça y diputado de ERC, fuera fusilado en 1936 por el bando franquista al cruzar por error el frente; que Iríbar, capitán del Athletic, fuera miembro fundador de Herri Batasuna, e Inaxio Kortabarria, capitán de la Real Sociedad, fuera amigo personal del jefe de ETA, Txomin; que San Mamés o Atocha-Anoeta se hayan negado durante décadas a guardar un minuto de silencio por una víctima de ETA alegando que no hay que mezclar fútbol y política, pero los han guardado religiosamente por etarras muertos manipulando bombas o en enfrentamientos con las Fuerzas Armadas; que el Barça iniciara una deriva catalanista durante el tardofranquismo y la Transición sólo amortiguada durante la era Núñez y relanzada con mayor radicalismo por Joan Laporta, atrapado en la contradicción identitaria que suponía la máxima politización del club al tiempo que su conversión en marca planetaria a imitación del Madrid de Florentino; que también es cierto que la afición al Barça y al Athletic ha servido a los foráneos para integrarse en las respectivas ciudades, y que una parte de sus hinchadas no apoyan la politización excluyente; que el abuso publicitario que el franquismo hizo de los símbolos nacionales excitó la disidencia de la rojigualda en la izquierda y en las sensibilidades periféricas hasta el día de hoy, a lo que colaboró la descentralización vertiginosa del sistema autonómico; que los triunfos de «La Roja» con un fútbol creativo y elogiado mundialmente pareció reconciliar a todos los españoles con su equipo –recuérdese el aplaudido y pelín populista eslogan de la campaña de Nike de 2007: «Ser español ya no es una excusa: es una responsabilidad»–, pero que las tensiones territoriales han rebrotado con mayor ferocidad a raíz de la larga crisis económica. Y otras reveladoras y equilibradas aportaciones.

Pero junto a la relevancia de los hechos seleccionados, que pautan un recorrido histórico luminoso y ameno, la mayor contribución del libro es, a nuestro juicio, la condena implícita que cae sobre el periodismo deportivo como instancia conservadora del prejuicio y el mito, el tópico y la intolerancia, la pereza de pensar y la rendición comodona al público bovino y consumista. La «deportización de los medios» –la exhibición de fútbol jugado y fútbol debatido (e incluso fútbol aullado) en la tele y por Internet las veinticuatro horas del días los trescientos sesenta y cinco días del año– está contribuyendo a afianzar el más rancio telón de tópicos que sustentan las mitologías identitarias en liza en España. La globalización no ha diluido –como se esperaba– las identidades nacionales, sino que precisamente las ha exacerbado por reacción, por el miedo humanísimo a perder las tradiciones terruñeras en el magma caótico de la sociedad de la información. Un Mundial es precisamente la apoteosis de los nacionalismos más poderosos del planeta. E, inevitablemente, los locutores volverán a explicar su juego como el fruto natural de idiosincrasias atávicas, mientras los jugadores charlan secretamente en los vestuarios sobre esa oferta mareante por la que están a punto de vender gustosamente sus colores.
Pero así es el fútbol, así es el hombre y así son las naciones: una superestructura de creencias tratando de readaptarse al pragmatismo de la vida.

Jorge Bustos es licenciado en Teoría de la Literatura por la Universidad Complutense. Es periodista freelance.

image_pdfCrear PDF de este artículo.
img_blog_457

Ficha técnica

7 '
0

Compartir

También de interés.

De cómo puede prolongarse el servicio de metro en Washington

Cuatro son los deportes que suscitan grados diversos, pero en cualquier caso importantes, de…

El populismo, en serio

El concepto de «populismo» no es nuevo en el debate público. Al contrario: en…