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El corazón de todo lo visible

Los hemisferios

Mario Cuenca Sandoval

Barcelona, Seix Barral, 2014

544 pp. 20,50 €

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El Ansia es uno de los temas de la nueva novela de Mario Cuenca Sandoval, una obra ambiciosa y compleja, intensa e incluso salvaje en ocasiones, pero también escrita con un lenguaje sutil y delicado. ¿Y qué es el Ansia? Tal vez, la sed de realidad que invade cada vez más claramente nuestros distintos cuerpos, el cuerpo natural, el cuerpo artístico, el cuerpo social; o, tal vez, el precio que pagamos por crear barreras que desvanecen nuestras experiencias, pantallas que remiten a pantallas, realidades intermedias que terminan por suplantar a la que aún no hemos olvidado. Sentimos que la realidad se nos escapa de las manos, y de ahí la proliferación de realities, la moda de los falsos documentales o, en el mundo de las novelas, la tendencia a la autoficción (Vila-Matas, Javier Marías), o el sorprendente magisterio que parece tener Benito Pérez Galdós entre algunos de nuestros más conspicuos narradores, tan diferentes entre sí como Antonio Muñoz Molina, Almudena Grandes, Rafael Chirbes o Andrés Trapiello.

Pero el Ansia de Los hemisferios también tiene que ver con la sangre y con el deseo. El libro lo componen dos novelas en apariencia diferentes, «La novela de Gabriel» y «La novela de María Levi». En la primera, dos jóvenes franceses, Gabriel –de origen catalán– y Hubert –judío–, pasan unos días de vacaciones en Ibiza, «en el verano de la culpa y del frío», donde sufren un accidente de tráfico que tiene como resultado la muerte de una mujer joven: su cuerpo ha atravesado el parabrisas del coche de los dos amigos, y la imagen del cadáver («La Primera Mujer, tendida sobre un manto de cristales con los brazos abiertos, y su cabeza negra y roja, el pelo pegado al cráneo por la sangre, y todo el sol del verano brillando en aquel pelo») se clava en la mente de Gabriel para siempre. La tragedia deja huellas en los dos: Hubert pierde un ojo y Gabriel ve cómo su vida se convierte en una búsqueda interminable de la Primera Mujer, la mujer sin ombligo, origen de todas las demás mujeres, sin saber, hasta muchos años después, que esa necesidad también ha crecido en Hubert. La acción se reparte entre dos espacios fundamentales, Barcelona (en la novela, BCN) y París (en la novela, Panam’). Rayuela es uno de sus modelos literarios, así como la trama y los motivos de Vértigo, pero también se desarrolla el tema del Ángel. La historia explora la relación entre Hubert, su joven y suicida mujer Carmen –el vivo retrato de la Primera Mujer– y el propio Gabriel, al que Hubert ha encargado ocuparse de Carmen mientras él está fuera («que te conviertas por unos días en su ángel de la guarda», le pide), igual que el detective interpretado por James Stewart en Vértigo debía cuidar de Kim Novak, y tratar de salvarla. El tema del Ángel ya desempeñaba un papel esencial en su anterior novela, El ladrón de morfina, y aquí reaparece en la relación de protección y enamoramiento que surge entre Gabriel -el arcángel Gabriel– y el personaje de Carmen.

En «La novela de María Levi», una mujer adulta, la propia María, y su joven amante, Marianne, viajan a Mística (en realidad, Islandia) para –lo averiguamos después– realizar un rito de transformación en el interior del cráter de su volcán más peligroso. El referente literario de esta parte podría ser Viaje al centro de la Tierra, pero su modelo cinematográfico es Ordet, de Carl Theodor Dreyer, y su tema fundamental también es el Ansia, pues parece ser que María es un vampiro, o así se ve ella a sí misma (proliferan los cortes, las cuchillas, lo afilado, el «vino rojo», que es como María se refiere a la sangre: «Dios vive en los objetos punzantes»). Esta parte de la novela transcurre en Barcelona, en el pasado de los personajes, y en la isla de Mística, en el presente. Al igual que en «La novela de Gabriel», los jóvenes Gabriel y María viajan a Barcelona, donde encuentran a Aurora, la primera integrante que conocen de lo que María denomina «la Gran Familia Pálida», los bebedores de sangre dedicados a cultivar el Ansia, como ella misma. Pero Aurora muere en un accidente de tráfico. Así, el triángulo que formaban en la primera parte Gabriel, Hubert y Carmen se ha transformado ahora en Gabriel, María y Marianne, mientras que el tema de la Primera Mujer tiene su equivalente en la obsesión de María de provocar, con el rito volcánico de transformación que persigue, la aparición de la Dona Nova, la Eva Futura que nacerá sin ombligo y será la madre de todas las nuevas mujeres.

Las dos novelas se reflejan la una en la otra. Los hilos que las unen son muchos y funcionan a muchos niveles. Por ejemplo, la voz. La voz es siempre uno de los misterios de las novelas de Cuenca Sandoval. ¿Quién pone las notas al texto, quién añade esos sic que aparecen entre paréntesis de vez en cuando? ¿Quién cuenta la historia? En «La novela de Gabriel», la voz narrativa es desconcertante al principio, hasta que, poco a poco, y explícitamente al final, averiguamos que es el propio Gabriel quien la escribe, obsesionado por encontrar un sentido a todo lo que le ha pasado, obsesionado por ser víctima de una conspiración bien orquestada. En «La novela de María», desde el principio escuchamos a la propia María, pero su voz es aún más extraña, porque se dirige a nosotros desde más allá de la muerte física, sólo como conciencia desvinculada del cuerpo, en lo que ella llama el Tercer Estado. Una conciencia a la que no le queda más cometido que reconstruir su vida en el Supremo Montaje, para lo que cuenta con la ayuda de otra voz, externa, independiente y real, a la que llama el Habla. El Habla ayuda a recordar y a entender; luego, tanto para Gabriel como para María-Hubert, la Realidad sólo es entendible como relato.
El Habla le dice a María que hay cosas que no se pueden cambiar en el Supremo Montaje, a las que llama Núcleos Rígidos. Entre las dos partes de Los hemisferios hay muchos núcleos rígidos, además de los evidentes paralelismos estructurales y temáticos que hemos ido señalando. Pueden ser objetos (una lata metálica con el dibujo de un carguero en la tapa, un chándal de la extinta República Democrática Alemana, una cabeza de toro disecada), situaciones (un espectáculo en el que una joven se corta los muslos con cuchillas, una fiesta orgiástica, el propio accidente de tráfico que enciende la acción), imágenes (gente sentada en un sofá mirando la parpadeante pantalla de un televisor) o identidades fluidas, personajes recurrentes que pueden aparecer bajo diversas formas (que pueden o no incluir cambios de sexo de una «novela» a la otra).

Y estos núcleos rígidos construyen también la novela como un objeto poético. Mario Cuenca Sandoval es de esos novelistas que creen que la novela es uno de los géneros de la Poesía (el autor ha publicado también varios libros de poemas), y la poesía brilla por derecho propio en cada una de sus páginas. Hay frases y párrafos tan bellos e intensos como muy pocos escritores son capaces de lograr: «una lluvia que no es de aquí, que no es de esta ciudad, porque está hecha de materiales sutiles y de una transparencia que la polución vuelve inconcebible»; «en esa espera pasan tres días con sus noches, las tres impregnadas por sueños catastróficos en los que Carmen y él son los únicos supervivientes del planeta y atraviesan ruinas que a veces son restos de nuestra civilización y otras veces son restos de civilizaciones que jamás existieron». Ya hemos señalado que el Ansia que sienten los personajes de Los hemisferios es un deseo por una vida más real, y Cuenca Sandoval parece decirnos que la realidad sólo es accesible desde el recuerdo y, por lo tanto, desde el relato. Y ese relato la literatura lo hace con palabras, que deben buscar ese «núcleo de fuego que habita en el centro de todas las cosas», pues «el corazón de todo lo visible es así, denso y opaco. Pero que lo más real quede más allá del lenguaje no vuelve estéril la tarea de lidiar con el lenguaje».

Tal vez pueda tildarse el estilo de Cuenca Sandoval de excesivamente abstracto. Es cierto que sus imágenes tienden a la carnalidad y la corporeidad: «bajo la clavícula desnuda, casi en paralelo a ella, deja a la vista una larga herida horizontal, una cicatriz roja y palpitante que se hincha y se encoge al ritmo de su corazón»; o: «Astraldi tiene unos dedos largos y finos, de cirujano, lo que le parece propio de alguien familiarizado con instrumentos cortantes, alguien habituado a practicar incisiones, a entrar en la grasa y el músculo de un animal con el acero»; pero el lector encuentra cierta dificultad para sentir como reales los materiales narrativos que se le presentan: gozamos enormemente del lenguaje, pero, en distintas escenas que deberían ser más vívidas, no acabamos de bajar las heladas paredes del volcán con María y su guía Dante, ni asistimos verdaderamente a una espeluznante cogida en la Monumental de Barcelona, ni paseamos por las calles de un París entre alucinado y literaturizado. No obstante, este es un reparo menor en comparación con las fulgentes bellezas que encierra cada una de sus páginas. El autor ocupa ya un lugar destacado en el intrincado y selvático panorama de la novela en español de comienzos del siglo XXI.

Pedro López Murcia es escritor y autor de El asesino temporal (Madrid, SM, 1998).

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Ficha técnica

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