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Místicas cristiana y no cristianas en diálogo

Cristianismo y mística

Olegario González de Cardedal

Madrid, Trotta, 2015

360 pp. 25 €

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Asistimos hoy en día a un retorno de lo sagrado y a una emergencia de la mística y de la espiritualidad. Para autores como Andrew Greeley o Ernest Gellner, se da hoy en día un aumento y proliferación de experiencias religiosas. O, en términos de Thomas Luckmann y Robert Bellah, asistimos a un desplazamiento de lo sagrado. Parece, pues, que la religión no ha muerto, al menos en muchas sociedades modernas. Y esto se comprueba al detectar el sustancial aumento de las formas de religión regresivas; el recurso sociológico al concepto de «religión invisible» o «implícita»; las teorías de la oferta religiosa en un ambiente plural; o la fuerte influencia de la religión en el ámbito social y político, entre otros factores. Así se explican las formas culturales, filosóficas, metafísicas, estéticas y religiosas de mística y la creciente demanda de espiritualidad.

En este marco y contexto, el libro de Olegario González de Cardedal Cristianismo y mística, publicado por la editorial Trotta, constituye una obra de referencia obligada para el estudio de la recuperación y redescubrimiento de la mística como dimensión esencial del cristianismo. El autor es garantía indiscutible de solidez teológica, densidad filosófica, claridad conceptual y humanismo cultural. Doctor en Teología por la Universidad de Múnich, catedrático en la Universidad Pontificia de Salamanca, miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, fundador y director durante muchos años de la Escuela de Teología Karl Rahner-Hans Urs von Balthasar en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, fue miembro de la Comisión Teológica Internacional del Pontificio Consejo para la Cultura, consultor del Consejo Pontificio para el diálogo con los no creyentes y asistente al Concilio Vaticano II. Es maestro de teólogos, Premio Espasa de Ensayo en 1984 y Premio de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger 2011, entre otros reconocimientos y galardones, amén de amigo personal del papa emérito Benedicto XVI.

En esta obra, el autor señala cómo cierta proposición de mística fácil, vulgarizada y a bajo coste tiene puntos de sombra que es necesario describir con tanto amor como rigor (p. 37) y cómo la renovación del interés por la mística en la Iglesia contemporánea es una posibilidad de gracia a la vez que un peligro. En efecto, uno de los retos importantes para los cristianos es precisamente cómo anunciar la fe cristiana en los nuevos areópagos. No se trata de despreciar las creencias no cristianas, ni tampoco de asumirlas o integrarlas sin más: ni integrismo ni sincretismo. Se trata de ofrecer y proponer la fe cristiana como oferta humanizadora del sentido último de la vida desde el Dios de Jesucristo.

Y para ello se requiere el desarrollo de una serie de imperativos para la Iglesia y la teología que expone magistralmente el autor en esta obra, como son: clarificar la naturaleza de la experiencia originaria fundante del cristianismo, relatada en la Biblia y en los primeros testimonios normativos de la Iglesia; la relación entre la experiencia cristiana común y la extraordinaria narrada por los místicos; clarificar la relación entre mística natural, mística no cristiana y mística cristiana; entre naturaleza y gracia, creación y encarnación, de forma que podamos reconocer valor a las experiencias místicas extracristianas y clarificar el valor de este anhelo contemporáneo de experiencia mística, discerniendo lo que es muestra de la apertura del hombre a lo de algún modo absoluto de lo que es degradación de ese anhelo (p. 25).

Muchos proponen hoy la experiencia mística como medio para la superación de un liberalismo teológico religiosamente vacío, de un moralismo estéril, de un dogmatismo autoritario y de una situación espiritual de increencia e indiferencia (p. 34) Y, en ese sentido, la emergencia de la mística constituye ciertamente un nuevo acento de interioridad para vivir el cristianismo como encuentro gozoso y personal con Jesucristo y como medio de atracción para las gentes que buscan algo mejor que lo que ofrecen la política, la técnica y el mercado. Pero esta propuesta hay que unirla a la propuesta doctrinal, moral, comunitaria, litúrgica e institucional del cristianismo, ya que, de lo contrario, se caería en alguno de los tres cristianismos insuficientes que señala Gabino Uríbarri, citado por González de Cardedal en esta obra: emocional, ético y de autorrealización (p. 34).
 
Era necesaria una obra como esta, ya que en el panorama teológico español no contábamos con un estudio de estas características. El fenómeno místico sí ha sido estudiado con amplitud y densidad por Juan Martín Velasco, alma mater de la fenomenología de la religión en español, pero faltaba un tratado histórico y analítico de la mística en español desde el punto de vista de la filosofía sistemática y desde la teología dogmática. Yo mismo pude comprobarlo cuando me dediqué, a finales de los años noventa, a estudiar el lenguaje de los místicos en la filosofía analítica y en la teología sistemática y publiqué Los lenguajes de Dios. Prácticamente todas las monografías estaban en italiano, inglés, francés y alemán. Bienvenida sea una obra como esta, en la que se presentan las estructuras de la experiencia mística en el cristianismo y en la filosofía, se analizan las cuestiones epistemológicas y el marco filosófico de la mística en Occidente, se describe la filosofía sin mística en la era moderna y la presencia de la mística en Martin Heidegger y Ernst Tugendhat, y se nos ofrecen claves de interpretación para vivir adecuadamente la dimensión mística del cristianismo.

Esta obra, además, resulta de interés para el diálogo contemporáneo entre la fe y la cultura, diálogo que siempre ha cultivado González de Cardedal con sus numerosos artículos, conferencias, como director de los cursos de verano en la Universidad Internacional Ménendez Pelayo de Santander y con su presencia pública en los medios de comunicación y culturales. Precisamente la mística es uno de los campos que más curiosidad ha despertado en el ámbito de la filosofía y de las ciencias del lenguaje. Bertrand Russell decía que el modo místico de sentir las cosas nos proporciona una cierta sabiduría que no podríamos alcanzar de ningún otro modo. Y una de las preocupaciones centrales de Ludwig Wittgenstein fue siempre la de expresar lo inexpresable que, tal y como él mismo confesaba a su querido amigo Paul Engelmann, responde a un intento desesperado de satisfacer la eterna instancia metafísica del hombre. Este paradójico intento de expresar lo inexpresable caracteriza a la filosofía y a la teología y así se comprende que Wittgenstein sitúe en ese ámbito la dimensión de lo que él llama lo místico al final del Tractatus logico-philosophicus, donde dice que el sentimiento del mundo como todo limitado es lo místico. Wittgenstein otorgaba una gran importancia a la perspectiva mística sobre las cosas, más allá del sentimentalismo devoto, que muchas veces se pone como criterio de religiosidad. Aunque Wittgenstein no fuera sensu stricto teísta, sí que permaneció ciertamente siempre abierto a las cuestiones de ultimidad. Aparece así como un aliado de la filosofía de la religión y de la teología fundamental, a pesar de los resabios fideístas que suelen caracterizar a los herederos de la tradición wittgensteiniana.

Por su parte, el neopositivista A. J. Ayer, a pesar de incluir los lenguajes de las religiones y de la metafísica en el ámbito del sinsentido, muestra una cierta simpatía por las expresiones de los místicos. El místico y el poeta, al no pretender dar ninguna información descriptiva, no son víctimas de las insidias del lenguaje. Ante el desafío planteado por el célebre autor neopositivista, Eric Lionel Mascall reacciona acusándolo de haber limitado el campo del significado lingüístico a la experiencia fundada en la intuición sensible (sense-data), como si ésta fuera el único tipo de experiencia posible. John Wilson afirma que el lenguaje de los místicos es en cierto modo verificable, ya que aporta una serie de conocimientos acerca de la realidad. De este modo, Wilson cree poder superar todas las dificultades lógicas que impiden conceder un valor cognitivo a los enunciados de los místicos. Pero parece que su verificabilidad es una verificabilidad muy reducida, confusa y ambigua, basada en una consideración más sociológica que cognitiva. Este autor deja así abierta la cuestión acerca del contenido cognitivo de las aserciones de los místicos y muestra la centralidad de las categorías paradójicas en el cristianismo, cuestión abordada desde la relación filosófica entre mística y poesía por autores citados en esta obra de González de Cardedal: Evelyn Underhill, Henri Bremond, Jacques Maritain, Emil Brunner y Michel de Certeau, entre otros.

El místico, al igual que el poeta, necesita de un lenguaje vibrante, lleno de emoción, capaz de expresar lo inexpresable, de sugerir más que de informar, de simbolizar más que de representar, de poner en comunicación con el misterio o con la belleza más que de describir objetivamente aquello que la realidad es en sí misma. Por eso, ambos recurren continuamente a las metáforas, a paradojas, a superlativos y a antítesis. Así, el lenguaje de los místicos es paradójico, como lo es en general, el cristianismo: «Hablar de Dios en cristiano exige […] explicitar el contenido de esas categorías paradójicas, por aparentemente antitéticas, y finalmente exponer cómo esa afirmación de unas y otras en Dios, por vía de eminencia, recoge, a la vez que trasciende, experiencias, anhelos y dimensiones de la realidad humana, cuando esta se ha mantenido abierta y no ha sido reducida a una comprensión técnica y funcional, mundana y desacralizada», decía González de Cardedal en su obra titulada Dios (Salamanca, Sígueme, 2004, p. 92) El cristianismo debe conciliar, por tanto, apofatismo y catafatismo, misterio y afirmación. Excluye la equivocidad extrema y la univocidad perfecta. Es preciso asumir una tensión, incómoda para muchos de nuestros contemporáneos, que buscan una confortable instalación existencial anestesiando toda pregunta de ultimidad, pero inevitable para el ser humano: la tensión ineludible entre el contenido infinito que quiere expresar la divina realidad y la forma limitada de toda formula lingüística, tal y como han señalado, entre otros, Frederick Ferré, Ronald W. Hepburn, Bernard Williams y Cleanth Brooks. 

Decía Jean Lhermitte que de ninguna palabra se abusa tanto hoy en día como de la palabra «mística», cuando señalaba cómo se habla de mística de la paz, de mística de la guerra, de mística económica o de mística científica. En esta obra de González de Cardedal encontramos un análisis preciso y precioso, numinoso y luminoso de los elementos comunes y diferenciadores entre la mística cristiana y otras místicas, ya que el autor afirma acertadamente que sólo consideramos místicos a aquellos a quienes Dios, además de los dones extraordinarios de conocimiento, de amor y de experiencia, les concede la capacidad intelectual de interpretarlos e integrarlos en su vida cristiana, así como la potencia conceptual y verbal necesaria para traducir esos dones en un lenguaje significativo, de forma que sirvan a los demás de testimonio a favor de Dios, repercutan en gloria de los propios hombres y les ofrezcan aliento y luz para servir de guía en el camino hacia Dios. La mística implica gracia divina, experiencia humana y palabra creadora (p. 318).

Ojalá esta obra de plenitud teológica del profesor Olegario González de Cardedal contribuya a superar las amenazas más sutiles al cristianismo, que hoy no vienen sólo del materialismo, sino de los movimientos gnósticos y esotéricos, que olvidan los «esenciales» del cristianismo: positividad, particularidad, sacramentalidad, autoridad (p. 167). Gracias a esos «esenciales», los místicos cristianos han llegado a universalizarse en el tiempo y en el espacio más allá de los condicionamientos propios del origen en que nacieron. Ojalá esta obra sirva también, como indica el autor, para que el hombre redescubra su vocación divina, se percate del misterio que es su vida, y se abra a Aquel en quien encontrará la luz, el amor y la paz.

Vicente Vide es catedrático de Teología en la Universidad de Deusto-Bilbao. Sus últimos libros son ¿En qué Dios creemos? (Madrid, PPC, 2008), ¿Por qué vende tanto la religión? (Madrid, PPC, 2009) y Comunicar la fe en la ciudad secular (Maliaño, Sal Terrae, 2013).

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