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Una radio estalinista

Las cartas de La Pirenaica. Memoria del antifranquismo

Armand Balsebre y Rosario Fontova

Madrid, Cátedra, 2014

592 pp. 25 €

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El título de este libro describe con exactitud su contenido. No se trata de historia (que requiere que las pruebas sean cuidadosamente sopesadas), sino de memoria (recuerdos personales y colectivos). Pero mientras que el título sí resulta apropiado, el objeto del libro –Radio España Independiente (REI)– tiene un nombre que no responde a la realidad. REI tuvo una escasa independencia, si es que tuvo alguna, dada su estrecha conexión con el Partido Comunista de España (PCE). Balsebre y Fontova resumen y citan centenares de cartas seleccionadas de entre las más de quince mil recibidas por la emisora comunista. Las misivas, que se encuentran actualmente depositadas en el archivo del PCE, contenían invariablemente ataques al régimen de Franco.

REI emitió inicialmente desde la Unión Soviética (1941-1945) y más tarde desde Bucarest (1955-1977). Cuando la posesión de aparatos de radio se extendió en España durante los años cincuenta y sesenta, la audiencia de REI también aumentó. Respaldado por la tecnología y el apoyo de Estados Unidos, el régimen de Franco intentó –en ocasiones con éxito– interferir y bloquear su señal. La audiencia de REI alcanzó su punto más alto durante el período 1962-1966, cuando recibió el 86% de sus 15.429 cartas. Las misivas llegaban tanto desde España como enviadas por emigrantes españoles que vivían en otros países europeos. Los corresponsales –la inmensa mayoría de ellos comunistas y sus simpatizantes– descubrieron que REI era su mejor tribuna pública, un papel que desempeñaron los partidos comunistas legalizados, como el Parti communiste français o el Partito Comunista Italiano, en las democracias europeas durante la posguerra y que ejercen en la actualidad el Front National y otros partidos europeos xenófobos y de extrema derecha de menor éxito.

Radio España Independiente ejercía periódicamente su influencia. Divulgó la severa represión y recaudó fondos para los mineros en huelga de Asturias en 1962 y 1963. En aquella época mostró una consciencia precoz de las terribles indignidades de las fosas comunes en que yacían enterradas «como animales» (p. 123) miles de víctimas de los nacionalistas. REI desempeñó también un importante papel a la hora de levantar la moral de los presos comunistas que estaban en las cárceles del régimen. Los presos y sus simpatizantes otorgaban tanta importancia a los noticiarios de la emisora que copiaban su contenido en papel y corrían grandes riesgos introduciendo clandestinamente en las cárceles esas hojas escritas a mano. Los militantes comunistas demostraron una solidaridad, una inventiva y unas aptitudes organizativas dignas de encomio en su lucha por conseguir información. Este contexto de largas penas de prisión impuestas a los activistas antifranquistas permite valorar el impactante poema de Marcos Ana, «Mi corazón es patio» (p. 284):

Mi vida
os la puedo contar en dos palabras:
Un patio
y un trocito de cielo por donde a veces pasan
una nube perdida y algún pájaro
huyendo de sus alas

El método del que se valen Balsebre y Fontova, que citan por extenso las cartas de los militantes, cuenta con la ventaja de resucitar chistes antifranquistas (p. 541):

Cierto día Franco daba una vuelta en avión junto a su familia, sobrevolando Madrid. De pronto, Franco saca un billete de 1000 pesetas y lo arroja por la ventanilla, diciendo: «Así haré feliz a una persona». La mujer le dice: «Mira, Paco, podrías haber tirado dos de 500 y hubieras hecho felices a dos personas». Entonces su hija dijo: «Pues mira, papá, tirando 10 billetes de 100 pesetas serían diez las personas felices». De pronto, el piloto del avión también interviene: «Pues mire, Excelencia, tírese usted y hará felices a 31 millones de personas».

Balsebre y Fontova demuestran con perspicacia que la línea cambiante del Partido Comunista desalentó la (fracasada) lucha armada a favor de una estrategia más pacífica y ecuménica para derrocar al régimen. Los autores critican el triunfalismo del Partido, que llegó a postular la caída inminente de la dictadura. Ofrecen relatos esclarecedores de los diversos y tristes destinos de republicanos ejecutados y de sus hijos.

Los autores suelen compartir las perspectivas de quienes escribieron las cartas y se toman su vocabulario al pie de la letra. Los obreros explotados aparecen repetidamente descritos a lo largo del texto como «esclavos», trivializando, por tanto, la experiencia esclavista al eclipsar la diferencia fundamental entre el trabajo asalariado y la esclavitud. Del mismo modo, la represión del régimen aparece calificada continuamente de «genocidio», como si los asesinatos políticos de aproximadamente ciento cincuenta mil izquierdistas y cincuenta mil derechistas –suficientemente horribles por sí mismos– pudieran equipararse al exterminio étnico/religioso de 1,2 millones de armenios durante la Primera Guerra Mundial y de 5,8 millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Los autores repiten –sin ningún comentario crítico– la ecuación que establecen los escritores de las cartas entre los campos de internamiento para refugiados republicanos en Francia y los campos de exterminio para judíos en Europa Oriental. Sin embargo, el uso de un español coloquial por parte de un corresponsal seguía asociando a los judíos con la inmoralidad. En 1964, un «luchador incansable» de La Roda (Albacete) recordaba «el corte de pelo a las mujeres a las que [los franquistas] iban sacando a una habitación y desnudas como cuando nacieron hacían miles de abusos y juderías con ellas» (p. 161). 

Balsebre y Fontova piensan que la construcción comunista de la imagen superheroica de Julián Grimau es «un mito» y afirman que sus superiores infravaloraron los riesgos de enviarlo a España. Sin embargo, dan a entender que era «inocente» de cualesquiera crímenes (pp. 101 y 238). De hecho, parece que Grimau estuvo seriamente involucrado en la represión de trotskistas y quintacolumnistas durante la Guerra Civil, del mismo modo que Santiago Carrillo estuvo implicado en los asesinatos de estos últimos. La tortura y posterior ejecución de Grimau en 1963 provocó, comprensiblemente, protestas en todo el mundo durante un período de tolerancia creciente por toda Europa Occidental, e incluso también de Europa Oriental.

Los autores muestran una tendencia a sobreestimar la influencia de la emisora comunista, que afirman –valiéndose de una muy ortodoxa jerga marxista– que prosiguió con «su eficaz labor de concienciación de la clase obrera» (p. 402).  Carrillo, que tuvo una importante responsabilidad en la decisión de permitir que Grimau regresara a España, acuñó el eslogan «Vengaremos a Grimau con la huelga general» (p. 265); sin embargo, la huelga nunca se llevó a cabo. Los obreros expresaron, al parecer, públicamente a gritos en sus fábricas su rechazo de la ejecución. Las afiliaciones al Partido Comunista supuestamente aumentaron y padres izquierdistas pusieron el nombre de Julián a sus nuevos hijosPara un tratamiento más matizado de estos temas, véase Luis Zaragoza Fernández, Radio Pirenaica: La voz de la esperanza antifranquista, Madrid, Marcial Pons, 2008, pp. 187-197.. Los autores también reproducen –sin comentario– la acusación de que Julián Grimau fue asesinado por «los judíos y Franco» (p. 221). Sin embargo, cuando mujeres corresponsales de Aragón acusaron a la Iglesia y al presidente Kennedy de ser los responsables del «monstruoso asesinato» (p. 250), los autores señalan correctamente que estaban equivocadas. También se interesan por las actitudes anticuadas de «germanofobia» y «homofobi[a]» (pp. 314 y 541) de la «España antifranquista».

La comprobación de datos queda relegada a un segundo plano frente a la aceptación de las acusaciones formuladas por los anónimos escritores de cartas. REI era la «única emisora española sin censura de Franco» (p. 11), pero la BBC, «Radio París» e incluso Radio Pekín –cuyos transmisores también se ubicaban en el extranjero– emitían asimismo programas en español. La acusación de que «muchos campesinos y braceros se morían literalmente de hambre» (p. 50) a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta requiere una mayor clarificación y elaboración. Los demógrafos calculan que, entre 1939 y 1945, alrededor de doscientas mil muertes fueron causadas por el hambre, pero las víctimas fueron principalmente niños pequeños y ancianos del sur de España que no eran ni asalariados habituales ni campesinosAntonio Cazorla Sánchez, Fear and Progress: Ordinary Lives in Franco’s Spain, 1939-1975, Malden, Wiley-Blackwell, 2010, pp. 58-65..

Las interpretaciones del libro pecan en ocasiones de escasa solidez. Oyentes –con el aparente consentimiento de los autores de este libro– afirman repetidamente que REI era «Radio Libertad» y «Radio Verdad» (pp. 22, 57, 60, 112 y 145), que estaba luchando por la «democracia» (pp. 67, 143 y 295) y la «libertad» (pp. 291 y 295).  Estamos ante afirmaciones que resulta difícil tomarse en serio, especialmente en la década posterior al aplastamiento de la Revolución Húngara de 1956. En los años sesenta, Stalin «todavía recibía de los oyentes un tratamiento respetuoso» (p. 14).  Su leal seguidora, La Pasionaria, seguía manteniéndose como la «principal estrella» (p. 22) de los oyentes, y Balsebre y Fontova se refieren a sus discursos como «piezas maestras» (p. 246). Además de los antiguos héroes, muchos oyentes encontraron uno nuevo en Fidel Castro. Balsebre y Fontova no acaban de percibir la ironía no deliberada de los deseos expresados por varios emigrantes en Francia cuando escribieron: «¿Cuándo en nuestra España podremos ser libres como en Cuba?» (p. 445). Un Castro español, afirmaron varios corresponsales, sabría cómo alimentar al pueblo. Balsebre y Fontova tampoco reconocen la paradoja de que una fotografía de Lenin –el fundador del Estado policial soviético– «aportó una inyección de coraje y fuerza a los detenidos [comunistas]» (p. 285). Al aceptar el modelo soviético, la audiencia de REI consideraba a los estadounidenses el enemigo que permitía mantenerse en el poder al supuestamente impopular régimen de Franco.  

El tratamiento que dan los autores a la presencia militar estadounidense en España y a los acontecimientos internos dentro de Estados Unidos resulta impreciso. Los corresponsales de REI se mostraron horrorizados ante la conducta miserable, lasciva y borracha de las tropas estadounidenses, a las que tanto ellos como los autores llaman «marines». Sin embargo, los marines son una fuerza de combate de elite con una escasa presencia en España. Los autores los confunden con los marinos estadounidenses que –junto con los miembros de la fuerza aérea– integraban la abrumadora mayoría de las tropas estadunidenses establecidas en España. Los corresponsales de REI y la propia emisora se opusieron vigorosamente a la intervención estadounidense en Vietnam, como hicieron a su vez muchos estadounidenses. Balsebre y Fontova se refieren a «las protestas de centenares de miles de jóvenes norteamericanos en contra del reclutamiento obligatorio» (p. 442). Pero las masivas protestas estudiantiles en Estados Unidos contra la Guerra de Vietnam fueron mucho más allá de reclamar la desaparición del servicio militar obligatorio e insistían en una retirada total e inmediata de las tropas estadounidenses del sureste de Asia.

El libro ofrece un análisis parcial del rápido declive de Radio España Independiente a partir de 1966. Los autores sostienen que sus programas culturales conservadores, aunque formativos, no consiguieron atraer a los oyentes jóvenes. El hecho de que la emisora difundiera la cultura republicana suprimida resultaba laudable, pero su rechazo de la revolución cultural de los años sesenta –que asoció sólo, de manera contraproducente, con el capitalismo estadounidense– limitó su audiencia a los amantes de los clásicos (aprobados por la Unión Soviética). En la estela de la Unión Soviética y sus satélites, la emisora y muchos de sus oyentes rechazaron «la música pop anglosajona» (p. 450), limitando, por tanto, su audiencia a los sectores de más edad de la población. Los retratos alternantes de héroes y víctimas propagados por los comunistas excluyeron el hedonismo multicultural, que pasó a ser una  parte intrínseca de la cultura juvenil internacional de los años sesenta. Así, muchos corresponsales condenaban la conducta desinhibida («libertinaje») de los turistas extranjeros ligeros de ropa.

Balsebre y Fontova subrayan los fracasos del régimen de Franco y la miseria del proletariado. Sus descripciones de los numerosos asentamientos de chabolas en los suburbios españoles evocan las de Benito Pérez Galdós. Los autores insisten en que «el hambre fue una de las peores lacras del franquismo para la clase obrera y campesina» (p. 452). En 1965, REI lanzó la acusación de que «una familia de cada dos no come lo suficiente» (p. 453). Aunque los autores admiten –en contraste con una serie de cartas que citan– que el régimen hizo grandes progresos en la erradicación del analfabetismo, subrayan con acierto las limitaciones de la escolarización franquista. Sin embargo, al centrarse casi exclusivamente en las quejas a menudo justificadas de los comunistas y sus simpatizantes, los autores no consiguen captar algunos de los enormes cambios culturales y sociales –crecimiento del consumo, movilidad social y secularización– que se produjeron en España durante el período de existencia de Radio España IndependienteVéanse las contribuciones de Nigel Townson, Pablo Martín Aceña, Elena Martínez Ruiz, Sasha Pack y Walter L. Bernecker, en Nigel Townson (ed.), Spain Transformed: The Late Franco Dictatorship, 1959-75, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2007.. Estas transformaciones suelen acompañar a las sociedades en desarrollo, ya se trate de la Gran Bretaña del siglo XIX, la Unión Soviética del siglo XX o la China del siglo XXI.

Este atractivo volumen, plagado de fotografías de contemporáneos y de las cartas propiamente dichas, constituye una excelente fuente primaria. Pero Balsebre y Fontova entremezclan con demasiada frecuencia historia y memoria. Y carecen por ello del necesario distanciamiento crítico respecto a su objeto de estudio, independientemente de que sean dirigentes comunistas o anónimos autores de cartas.

Michael Seidman es catedrático de Historia en la Universidad de Carolina del Norte. Su último libro publicado es The Victorious Counterrevolution. The Nationalist Effort in the Spanish Civil War (Madison, The University of Wisconsin Press, 2011), publicado en 2012 por Alianza Editorial como La victoria nacional. La eficacia contrarrevolucionaria en la Guerra Civil.

      Traducción de Luis Gago

Este artículo ha sido escrito por Michael Seidman
especialmente para Revista de Libros

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Ficha técnica

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