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Una camisa de once varas

La Tierra de Ana

Jostein Gaarder

Madrid, Siruela, 2013

Trad. de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo

192 pp. 14,90 €

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Estamos ante una fábula sobre el medio ambiente y el clima de nuestro planeta, escrita por el autor noruego Jostein Gaarder, cuya fama se debe al gran éxito de ventas de su texto El libro de Sofía, una fabulada introducción a la filosofía para adolescentes. Esta misma fórmula se repite en el libro aquí reseñado que, aparte de tener un propósito didáctico, pretende ser una llamada a la acción.

Hay dos protagonistas femeninas, Ana y su bisnieta Nova, y la historia va y viene entre las adolescencias de una y de otra. El 12 de diciembre de 2012 cumple Ana dieciséis años en una Noruega que empieza a sentir los primeros indicios del cambio climático, indicios que disparan su exuberante imaginación hasta secuestrarla por completo. No piensa en otra cosa y su mente bullente empieza a recibir señales de otra realidad, de otra era, hasta el punto de preocupar a sus padres, que la llevan al psiquiatra, el doctor Benjamin, quien, lejos de considerarla afectada de patología alguna, le confirma que comparte con ella esas visiones y que quien en realidad está enferma es la Tierra, sometida a un calentamiento antropogénico progresivo y en trance de perder rápidamente su biodiversidad. El médico va tocando sucesivamente todos los tópicos medioambientales al uso y termina animando a la adolescente para que se implique activamente en la lucha para atajar los mencionados males.

El 12 de diciembre de 2082, en otra realidad, setenta años más tarde, Nova, bisnieta de Ana, vive en un mundo que ya no es fértil, verde y bello como el de Ana, sino un desierto extremo. Por esa Noruega transfigurada ya no transitan los trineos tirados por renos que en las Navidades subían a las familias hasta las granjas de verano, sino que circulan, en ausencia de tráfico rodado, caravanas de camellos guiadas por árabes «refugiados del cambio climático». Eso sí, hay unos «automóviles blancos» que albergan verdaderos zoos holográficos en los que los humanos supervivientes pueden contemplar las más variadas especies animales extintas. En torno a su cama dispone de toda una parafernalia electrónica que le permite recrear visualmente el pasado e indagar en tiempo real sobre el curso de los acontecimientos actuales, ya sean extinciones de especies animales y vegetales, ya sean eventos climáticos catastróficos o destrucciones progresivas de los pocos hábitats vírgenes que van quedando. En un momento de calma, Nova decide contemplar el mundo tal como era cuando su bisabuela cumplió dieciséis años, antes de «el calentamiento global que hizo estragos hace ya varias décadas», y se pone furiosa contra las generaciones precedentes que le robaron su presente.

El libro se compone de más de una treintena de breves capítulos con título que se suceden en una letanía de temas distintos, saltando de una época a la otra sin que pueda vislumbrarse un orden lógico o una estructura coherente. La escasa acción se interrumpe a menudo por disquisiciones programáticas que emanan de las protagonistas o de otros personajes, como Jonás, el novio de Ana, o el doctor Benjamín. Aunque el texto va dirigido a los adolescentes, parece que el autor pretende que trascienda ese ámbito para convertirse en libro de cabecera para «adultos de joven espíritu».

La Tierra de Ana no merecería una reseña si no fuera porque, tras la estela de El mundo de Sofía, amenaza con convertirse en una perniciosa pandemia capaz de perturbar seriamente una eficaz concienciación de los jóvenes respecto a los problemas más acuciantes a que se enfrenta actualmente la humanidad. El texto está plagado de errores garrafales y de importantes omisiones que hacen imposible cualquier tipo de construcción lógica, por elemental que sea.

«No me extrañaría que menos del 1% de la población de este país fuera capaz de explicar el equilibrio del ciclo del carbono», dice a Ana el doctor Benjamín. Gaarder no parece estar entre el selecto grupo de los iniciados, a juzgar por lo que se permite escribir: «Por equilibrio del ciclo del carbono se refería sobre todo al singular equilibrio entre la cantidad de CO2 que llega a la atmósfera con las erupciones volcánicas y la que se descompone con los vientos y las lluvias, para acabar ligada a la corteza terrestre». Si fuera por las emisiones volcánicas, no habría ni ciclo ni equilibrio. No hay forma de que el carbónico que emitan o dejen de emitir los volcanes pueda volver a ellos cíclicamente, como ocurre, por ejemplo, cuando una zona de bosque sufre un fuego. ¿No emiten CO2 el propio señor Gaarder y otros animales? ¿De verdad cree que el CO2 «se descompone con los vientos y las lluvias»? ¿No conoce el papel del mundo vegetal en los flujos del carbono?

No explica, aunque sea sucintamente, en qué consiste el «efecto invernadero» ni cuáles son los gases que lo provocan; se limita a escribir que «cuanto más CO2 hay en la atmósfera de la Tierra, más calor hace» y ve el calentamiento global, desde la perspectiva de 2082, como un fenómeno puntual que «ocurrió hace unas décadas», motivado por la quema de petróleo y otros combustibles fósiles, y para nada menciona la quema de bosques que viene produciéndose desde hace milenios con la puesta en cultivo de nuevos suelos, o el metano que emiten los rumiantes, domésticos o salvajes, y que se producen en los inundados y anaeróbicos campos de arroz desde tiempo inmemorial. Según Gaarder, que para escribir este libro no se ha debido leer ni siquiera el de Al Gore o los informes de la ONU, la prevista subida del nivel del mar no se medirá en milímetros sino en «decenas de metros» y su escenario para 2082 es mucho más terrible que cualquiera de los conjeturados científicamente para el fin del siglo. Sus ideas sobre la mitigación del cambio climático son igualmente pueriles y descabelladas.

Gaarder ve la naturaleza como algo estático que sólo ha sido alterado recientemente por la actividad humana: «[el ser humano] tiene derecho a que la naturaleza en la que vive esté intacta», y afirma que «somos la primera generación que realmente devasta el medio ambiente de nuestro propio planeta», sin referirse en ningún momento al crecimiento demográfico o a un sistema económico que requiere un explosivo crecimiento para asegurar el bienestar y el empleo.

El libro está, además, muy mal escrito, pero ese otro aspecto lo dejo para mejor ocasión.

Francisco García Olmedo es miembro de la Real Academia de Ingeniería y del Colegio Libre de Eméritos. Ha sido catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Politécnica de Madrid (1970-2008). Sus libros de divulgación más recientes son El ingenio y el hambre (Barcelona, Crítica, 2009) y Fundamentos de la nutrición humana (Madrid, UPM Press, 2011). En Revista de Libros escribe semanalmente el blog Ciencia al alioli.
 

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Ficha técnica

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