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González-Ruano, en busca y captura

El marqués y la esvástica: César González-Ruano y los judíos en el París ocupado

Plàcid García-Planas y Rosa Sala Rose

Barcelona, Anagrama, 2014

512 pp. 24,90 €

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En 1984, Mapfre Vida dedicó una exposición al escritor César González-Ruano titulada Retrato a medias. En el catálogo, el director, documentalista y montador de la exposición, Francisco Rivas, traza una cronología sencilla pero jugosa, y en la entrada correspondiente a 1942 escribe: «En el mes de junio es detenido por la Gestapo e internado en la cárcel de Cherche-Midi. Culmina aquí uno de los períodos más misteriosos y desconcertantes de su vida».

Treinta años después aparece El marqués y la esvástica, escrito por la germanista Rosa Sala y el periodista Plàcid Garcia-Planas. Ambos autores tratan de completar ese «retrato a medias» de César González-Ruano, personaje y persona fundidos en uno, empeñado en seguir el consejo que en su día le dio Vargas Vila: «Cuide mucho de tener una leyenda, joven. Si no tiene difamadores, haga por tenerlos. Si no tiene usted una leyenda monstruosa, horrible, no será nunca nada».

Su leyenda se acrecentó con la sospecha de que su detención se debía a la estafa que había urdido para apropiarse de los bienes de familias judías que trataban de huir de los nazis. Sobre los años parisienses de Ruano, los que van de 1940 a 1943, se habían escrito dos libros interesantes, aunque demasiado enredados en las brumas literarias de Patrick Modiano como para redactar una crónica fiel de los hechos basada en fuentes archivísticas. En 2007, José Carlos Llop publicó París: suite 1940 y, cinco años más tarde, Fernando Castillo Cáceres hizo lo propio con Noche y niebla en el París ocupado.

Ninguno de los dos profundizó en un testimonio que Rosa Sala y Plàcid Garcia-Planas toman como punto de partida de su investigación: el de Eduardo Pons-Prades, escritor anarquista que había formado parte del maquis en los Pirineos. Durante algunas semanas de 1942, él y su grupo habían observado el misterioso paso de camiones por la frontera entre Francia y Andorra. Tiempo después encontraron a un herido de bala, un judío apellidado Rosenthal. Este les contó que él y su familia habían gestionado la huida de Francia a través de un funcionario de la embajada española, a quien habían pagado una fortuna. Una vez en los camiones, y ya en Andorra, los responsables del convoy hicieron bajar a los judíos y los fusilaron en plena montaña. Rosenthal pudo salvarse de milagro. Uno de los compañeros de Pons Prades lo acompañó a París para identificar al funcionario, que respondía al nombre de «don Antonio». Por lo que detalla Pons Prades en sus memorias, Los senderos de la libertad, se trataba de César González-Ruano.

Rosa Sala y Plàcid Garcia-Planas se lanzaron a una investigación portentosa, exhaustiva y agotadora que, no obstante, ha dado como resultado, según se ve tras leer su libro, más de cuatrocientas preguntas y apenas un par de respuestas. La principal de éstas, como reconocen los propios autores en el epílogo, es que les ha sido imposible demostrar que Ruano estuvo implicado en matanzas de judíos en Andorra, como sostenía Pons Prades, un hombre que juraba en 1982 haber sido abducido durante siete horas por los extraterrestres (así lo publicó en El mensaje de otros mundos, editado por Planeta).

No es el único fracaso que se constata en el libro, pero, a cambio, los autores sí han tenido alguna recompensa tras más de tres años de búsqueda y unos veinticinco archivos consultados en todo el mundo. Como le responde Sala a Garcia-Planes, «hemos podido demostrar que Ruano traficó con salvoconductos y que engañó a judíos que acabaron en los campos. Que delató a sus compañeros de celda en Cherche-Midi, los mismos que después utilizaría para escribir una novela».

No es poco mérito convertir ese «retrato a medias» en un «retrato a tres cuartos», y cabe agradecer a los autores su esfuerzo. Han logrado hacerse con algunos documentos de indudable valor biográfico, aunque como fuentes resulten ser poco fiables. Tal es el caso del informe de 1938, redactado por un agente de la policía política italiana, que desvelaba los pasos de Ruano en Roma. Cotilleos, andanzas y bienaventuranzas junto a su compañera Mary de Navascués, el excéntrico magnate Alejandro Mac-Kinlay, y su amante Carmen de Navascués, tía de Mary. El informe sirve para acrecentar la leyenda de un González-Ruano que se vendía al mejor postor, pero hay algunas imprecisiones o datos erróneos que hacen desconfiar de la narración del agente, fiado a rumores y acusaciones de terceros difíciles de confirmar. Es el caso, por poner un ejemplo, de la supuesta afiliación de González-Ruano a Falange con el carné número 4, que lleva a los autores a indagar acerca de esa afiliación y a preguntarse, cómo no, si era en verdad el 5 (que al parecer pertenecía a Ernesto Giménez Caballero, con quien se encontró también en Roma) o el 9. Páginas y más páginas, enredado el lector en la sospecha y en una narración suspicaz y acusadora, para concluir que seguramente jamás tuvo uno de los primeros carnés de Falange.

Otro de los documentos importantes localizados por los autores es la copia del proceso que se siguió contra González-Ruano en París, una vez acabada la guerra. Un juicio sin garantía alguna, pero que sirve a Sala y a Garcia-Planas para cargar más las tintas contra el escritor y, esto es lo primordial, para conocer quiénes fueron los compañeros de celda de Ruano. No obstante, y una vez más, tampoco resulta ser una fuente fiable con la que transformar las sospechas en certezas.

El marqués y la esvástica es una suerte de reportaje biográfico, una quest. Se trata de una fórmula un tanto delicada: el narrador se inmiscuye como protagonista y la búsqueda casi alcanza la misma importancia que la biografía del personaje por quien se muestra interés. La quest requiere un equilibrio sutil que permita el juego entre perseguido y perseguidor, sin que el primero alcance un protagonismo estelar. Y es aquí donde El marqués y la esvástica, independientemente de sus aciertos o fracasos documentales, se descalabra por completo. Es cierto que hay algunos pasajes interesantes, y aun relevantes, de las pesquisas de Rosa Sala, pero las apariciones de los investigadores son excesivas o intrascendentes. El mayor problema del libro estriba en su composición y en las intenciones de los autores. Aunque gran parte de sus conjeturas terminan en saco roto, se extienden detallando sus pesquisas en una suerte de trama excitante con la que avivan sus sospechas. Crean una tensión que sería muy efectiva si se obtuviera algún resultado final, pero la mayoría de las veces el fracaso es rotundo.

Aunque cabe agradecer la inclusión de las notas al final, sin llamadas en cada una de las páginas (un método ágil que facilita la lectura de una quest), el libro está desordenado, lleno de personajes sobre los que se habla muchísimo, aunque no dejen de ser secundarios y aun irrelevantes, plagado de hilos que se siguen y que, subitáneamente, quedan en las manos, cortados sin que nadie sepa a qué lugar guiaban. En cualquier caso, el reguero de páginas que el lector deja atrás, un tanto frustrado, está lleno de preguntas sin respuesta, a veces cándidas y a veces prepotentes, y de la constatación cada vez más evidente de algo que ya lo era mucho antes: que González-Ruano era un cínico y un canalla. Nada que no dijera él de sí mismo.

En la película Mr. Klein (1976), dirigida por Joseph Losey, Alain Delon (el señor Klein a que se refiere el título) hace el papel de un anticuario que se enriquece a costa de los judíos que tratan de escapar de la Francia ocupada por los nazis y que le venden a un precio ridículo valiosas obras de arte. Tras una serie de peripecias y equívocos, monsieur Klein terminará encerrado en un tren, camino de un campo de concentración. Esta suerte de justicia poética, o venganza poética más bien, es la que han parecido perseguir Rosa Sala y Plàcid Garcia-Planas. No se han contentado con la publicación de su libro y continúan a la caza y captura de Ruano.

El ayuntamiento de Sitges planea retirar de su paseo marítimo la placa de homenaje al escritor, que había dedicado a la ciudad numerosas páginas de elogio y cariño desde que comenzó a residir allí en octubre de 1943. La prensa local da la noticia y la apuntala con algunos artículos de opinión que se muestran a favor de la medida, entre ellos uno del historiador Roland Sierra y otro de la exdirectora de la Biblioteca de Cataluña, Vinyet Panyella. Ambos agitan como motivo este libro, El marqués y la esvástica. Sierra se muestra cauto: «Si cogemos una balanza, habrá que ver qué pesa más, si los elogios que César González-Ruano dedicó a nuestro pueblo o el pasado filonazi del periodista». Panyella es más expeditiva. Después de comentar que el libro ha sido «el detonante que ha puesto de actualidad un tema tan luctuoso como la estafa [de Ruano] a los judíos que querían salvar la vida, finaliza así: «Los libros de González-Ruano continuarán formando parte de las bibliotecas públicas y privadas. Pero su presencia en el espacio público no tiene justificación alguna». A Rosa Sala la medida le parece correcta, como ha señalado en su cuenta de Twitter. Ha apoyado la retirada de la placa y la desaparición de César González-Ruano del espacio público. O casi. Porque una biblioteca también es un espacio público y, en consecuencia, Rosa Sala debería sugerir también la retirada de los libros de Ruano. En la biblioteca municipal de Sitges, dependiente de la Diputación de Barcelona, el catálogo señala la existencia de veinticinco títulos del escritor. Sala ha argumentado que no es necesario desalojar a Ruano de las bibliotecas. Su razonamiento es que una placa conmemorativa «te sale al encuentro», pero en la biblioteca uno ha de ir exclusivamente a por el libro. Resulta curioso que una excelente investigadora como Sala confunda el papel de las bibliotecas. Sus fondos se ofrecen a los lectores en las estanterías a su alcance, por lo que a cualquier ciudadano puede salirle un Ruano al encuentro cuando menos se lo espere. Resultan un tanto contradictorias, pues, esas ansias de que Ruano desaparezca del espacio público. Que lo haga, pero sólo un poco, parece ser la conclusión final.

Comenzaba con Francisco Rivas y termino con él. En 1983, la editorial Trieste publicó una antología poética de Ruano. En el prólogo del libro, de primorosa edición, como todas las de aquella editorial, Rivas escribió acerca de la esencia de las biografías: «Las mejores biografías –de artistas y escritores al menos–, no son por fuerza las más documentadas o exactas, sino las más apasionadas, aquellas cuya música ilustra el trasfondo de una creación, prolongándola naturalmente aun en sus momentos más oscuros o desfallecidos».

Sergio Campos Cacho es bibliotecario, coautor de Aly Herscovitz y colaborador de Arcadi Espada en su libro En nombre de Franco: los héroes de la embajada de España en Budapest.

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