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Auge y ocaso del centrismo liberal republicano

Ciencia y política. José Giral Pereira

Francisco Javier Puerto Sarmiento

Madrid, Real Academia de la Historia, Boletín Oficial del Estado

932 pp. 42 €

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José Giral fue presidente del gobierno de la República en julio de 1936 y, brevemente ya en el exilio, en el llamado «gobierno de la esperanza» entre septiembre de 1945 y enero de 1947. Nacido en Cuba en 1879, su biografía política recorre la primera mitad del siglo XX, entre 1910 y su muerte en diciembre de 1962. Catedrático universitario, masón y científico, Don José siempre se definió con gran modestia como un burgués liberal que ejercía la profesión de boticario. Giral fue, sin duda, el principal lugarteniente de Manuel Azaña, a quien animó en el inicio de su compromiso político, siguiéndolo hasta su muerte en 1940. Fue, además, rector de la Universidad de Madrid, ministro de Marina en 1931 y 1936, ministro de Estado en 1937 y ministro sin cartera tanto con Francisco Largo Caballero como con Juan Negrín. Sin embargo, se retiró de la vida política, regresando al mundo universitario siempre que pudo, por ejemplo, entre 1933 y 1936 en la Universidad de Madrid, y, tras la muerte de Azaña, entre 1941 y 1944 en El Colegio de México.

Acusado por la propaganda franquista de sanguinario, y caracterizado desde una mirada exterior como el Aleksandr Kérenski español, Giral perteneció a una cultura política que podríamos definir como demócrata radical o, en otros términos, populista democrática, que realizó su acción política en alianza con el PSOE desde la Semana Trágica hasta, al menos, 1947. En efecto, la colaboración entre republicanos y socialistas no terminó con la Guerra Civil, sino que se extendió durante los años cuarenta en el seno de la Diputación Permanente de las Cortes, la Junta de Auxilio a los Republicanos, la Junta de Liberación y en plataformas antifranquistas posteriores, como la Unión de Fuerzas Democráticas de 1961. Sin embargo, a partir de los años cincuenta, el PSOE entendió que podría desarrollar en un futuro democrático su proyecto con autonomía política sin depender de formaciones centristas. Los republicanos liberales terminaron aceptando en 1957 el proyecto de transición mediante un gobierno provisional sin signo institucional definido que consultara al pueblo mediante elecciones constituyentes o un referéndum y crearon un partido unitario, Acción Republicana Democrática Española (ARDE), pero no consiguieron conectar con la generación de hijos de la guerra.

En efecto, la nueva oposición democrática moderada surgida en España a partir de 1956 no quiso saber nada de la República, defendiendo la monarquía como salida del franquismo, por mucho que se definiera como «accidentalista». Su proyecto de monarquía y democracia les permitió formar parte de la coalición Unión de Centro Democrático durante los años de la Transición en colaboración con los reformistas del franquismo. Más adelante, las tentativas de revivir el centrismo como fuerza política relevante no tuvieron éxito hasta llegar al momento actual de cambio del sistema de partidos.

En realidad, podríamos definir a Giral como una de las últimas personalidades vivas del republicanismo liberal. A pesar de su cercanía con respecto a Azaña, discrepó en ocasiones en lo relativo a la mutua dependencia política del republicanismo y el obrerismo socialista. Defensor como era de la legalidad y la legitimidad republicanas, no aceptó nunca los planes de transición y consulta popular sobre la forma de gobierno de su amigo Indalecio Prieto. Desengañado ante la no intervención de las potencias occidentales, su antifranquismo y pacifismo le condujeron a colaborar con los comunistas en el Movimiento Internacional por la Paz. Solamente la entrada de España en la ONU en diciembre de 1955, sin la oposición de la Unión Soviética, le llevó a desligarse de ese movimiento internacional. Quizá sea esta tardía colaboración con los soviéticos durante los años cincuenta, en plena Guerra Fría, lo más singular de la trayectoria de Giral, a diferencia del claro alineamiento occidental de sus correligionarios republicanos liberales, de los nacionalistas y de la mayor parte de los socialistas.

Giral era hasta ahora una de las últimas personalidades relevantes de la Segunda República española en carecer de una biografía profesional, si bien su hijo Francisco publicó una en el año 2004. El depósito de sus documentos en el Archivo Histórico Nacional en 2009 ha permitido al catedrático de Historia de la Farmacia de la Universidad Complutense, Francisco J. Puerto Sarmiento, publicar el libro aquí reseñado. Es de esperar que se solucione la dispersión de los fondos contemporáneos con la digitalización de los mismos a través de algún nuevo centro de documentación nacional o de una institución parlamentaria, como el Senado, que permita promover la memoria y una cultura política democrática.

Se trata de una voluminosa biografía personal, profesional y política que cuenta con más de novecientas páginas y ha sido publicada con apoyo de la Administración central a través de la editorial del Boletín Oficial del Estado. El autor ha realizado un esfuerzo por conocer el estado historiográfico de la cuestión para los dos primeros tercios del siglo XX glosando multitud de documentos del archivo del biografiado. Además, discute los temas más polémicos de la gestión de Giral, como su responsabilidad en la violencia frentepopulista durante el verano de 1936 o la financiación del exilio. Francisco Puerta considera que Giral acertó con la neutralización de la sublevación en la Armada, aunque fue incapaz de controlar la violencia de la marinería contra los oficiales. En la misma línea, se pregunta por qué no utilizó el par de centenares de marineros fieles a la República, en servicio en el Ministerio, para detener la masacre perpetrada por las milicias contra detenidos derechistas en la cárcel Modelo de Madrid o en la estación de Atocha en agosto de 1936. Tras la ocupación por los sublevados de las ciudades de Talavera e Irún, su dimisión de la presidencia del Gobierno a comienzos de septiembre de 1936 sería más resultado de la impotencia que de la asunción de responsabilidades políticas.

Puerta Sarmiento considera la creación de tribunales populares de urgencia el fin del Estado de Derecho republicano sin contextualizar adecuadamente la destrucción del Estado por la sublevación y por la revolución «sindical». Se suma así a las tesis de Julius Ruiz, entre otros, que discuten el carácter presuntamente incontrolado de la represión frentepopulista. Si bien ahí Giral no tuvo la fuerza necesaria para detener la violencia de la retaguardia republicana, cayendo en la inactividad y la impotencia ante la violencia de los incontrolados, a partir de su salida de la presidencia en su breve gobierno de apenas de cuarenta días, dedicó buena parte de sus esfuerzos, aunque sin gran éxito, a los canjes de prisioneros o a la protección de los asilados en las embajadas. Se opuso a Juan Negrín, junto al ministro nacionalista Manuel de Irujo, en lo referente a las penas de muerte de los tribunales especiales en el verano de 1938. Del mismo modo, fue favorable a los planes de suspensión de hostilidades que acariciaron el presidente de la República, Manuel Azaña, y el ministro de Defensa, Indalecio Prieto, desde el otoño de 1937.

En cuanto al tema de la financiación del exilio, puede decirse que el archivo de Giral ha sido uno de los últimos, de entre los directamente relacionados con las instituciones republicanas, que han sido depositados en un centro de documentación y abiertos a la consulta, como antes lo fueron en la década pasada los de Indalecio Prieto, Juan Negrín, Pablo Azcárate o Carlos Esplá. Quizá sea éste uno de los temas más polémicos en la literatura histórica, y ha sido revisado recientemente, en el ámbito historiográfico, sobre todo por un grupo de investigadores de la UNED en diversas publicaciones.

Hoy se conoce que siempre coexistió la acción política con la ayuda humanitaria, incluso cuando aparentemente se habían acabado los fondos, como ocurrió con la ayuda brindada por el doctor Puche a la negrinista Unión Democrática de 1941, con Prieto y las publicaciones de la Junta de Liberación en 1944, o con la comisión administradora mexicana y Diego Martínez Barrio y la reconstrucción de las instituciones republicanas. Finalmente, los remanentes del Vita y de otros efectos sirvieron para auxiliar a los mutilados de guerra en los años cincuenta y sesenta, pero también para financiar a los seguidores de Rodolfo Llopis tras la escisión del PSOE en 1972. En el libro Ciencia y política no hay nuevas aportaciones relevantes respecto al tema: el autor presenta algún detalle adicional, pero sin entrar en el fondo de la cuestión ni en el desglose del presupuesto de su gobierno en el exilio.

Entre las deficiencias de la nueva biografía habría que destacar la necesidad de una contextualización algo más precisa, dado que el autor presenta de manera esquemática y sin mayor elaboración una serie de hechos según aparecen en los documentos conservados. El libro habría ganado, por otra parte, con una poda de paginado si el autor hubiera renunciado al propósito de aunar la biografía política con la personal y profesional. El largo itinerario vital de Giral no queda del todo agotado, como ocurre con las biografías de personalidades como Indalecio Prieto o Rodolfo Llopis, o las tesis todavía inéditas que se ocupan de alguno de sus coetáneos, como Julio Álvarez del Vayo y Manuel Portela Valladares, entre otros.

Abdón Mateos es catedrático de Historia Contemporánea en la UNED y es director del Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia Española (CIHDE). Sus últimos libros son Historia de UGT. Contra la dictadura franquista (Madrid, Siglo XXI, 2008), La batalla de México. Final de la guerra civil y ayuda a los refugiados, 1939-1945 (Madrid, Alianza, 2009), Historia del antifranquismo. Historia, interpretación y uso público (Barcelona, Flor del Viento, 2011) y Exilios y retornos (Madrid, Eneida, 2015).

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