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Disonancia cognitiva

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Poderoso caballero

Posiblemente Xi Jinping sea, desde Mao Zedong, el dirigente comunista chino más tentado por la ambición. Esto significa dos cosas. La primera, que tiene grandes planes: por eso es ambicioso. La ambición –querer algo con vehemencia– no es, de suyo, una pasión insana. Que llegue a serlo depende de sus fines y, sobre todo, de los medios con que se despliega. La segunda –y este es el problema–, que los planes de Xi y su grupo dirigente se resumen en devolver a China el papel central que desempeñó durante siglos en el Este de Asia y del que, en la versión nacionalista que los comunistas comparten con sus antiguos enemigos del Kuomintang, fue desposeída por los tratados desiguales impuestos por las potencias coloniales. Ese siglo de humillaciones, insisten, se ha ido para nunca más tornar, cosa cierta de la que a continuación deducen que ha sonado la hora global de China.

Colmar esa ambición es tarea de largo alcance. China quiere recuperar su antiguo cetro de potencia indisputada en su zona de influencia: toda Asia, desde la primera línea insular en el Pacífico hacia el Oeste y, en la versión más ansiosa, tambiénEuropaAlice Ekman, China’s multilateralism. Higher ambitions, París, European Union Institute for Security Studies, 2016. . El proyecto se propone sustituir la hegemonía sobre la enorme masa continental eurasiática que Estados Unidos ha ejercido desde el final de la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, desde el hundimiento del imperio soviético. En los términos que maneja su diplomacia, China tiene que ver reconocido su papel de gran potencia regional en un mundo multipolar. Más allá, en un horizonte aún impreciso, China debería ampliar su función rectora al mundo entero, llegando a ser el centro de un imperio global que hiciese bueno su antiguo nombre de Imperio del Centro.

Los dirigentes comunistas chinos de la quinta generación (Xi Jinping la encabeza tras las representadas por Mao Zedong, Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao), a diferencia de sus antecesores inmediatos, no ponen límites a sus ambiciones globales. La vieja guardia tenía proyectos estratégicos distintos y más urgentes: poner en orden la casa tras el estrepitoso fracaso de la colectivización impuesta por el Gran Timonel, que redobló la miseria en China. Su participación en la vida internacional era mayormente comedida, dejándose llevar por la corriente, y su política se resumía en la no injerencia en los asuntos internos de cada país, algo que aplicaban rigurosamente al propio. Lo que sucediese dentro de las fronteras de China sólo podía ser decidido, ejecutado y juzgado por los chinos, es decir, por el Partido Comunista que se arrogaba su representación. En esa etapa, el interés privilegiado de China era su propio y rápido desarrollo económico y lo que sucediese fuera de sus fronteras no despertaba especialmente su atención.

Los éxitos conseguidos entre 1980 y 2010 han convencido a la quinta generación de que ha llegado el momento de participar activamente en la esfera global y de hacer valer el peso económico de China para reclamar el papel de gran potencia que le corresponde. Para ello, sus dirigentes confían en el uso de dos palancas fundamentales. Sus fuerzas armadas son la primera. Tienen razón los dirigentes chinos cuando consideran que ésa es la última garantía de supervivencia si se produjese un conflicto militar. Pero la amenaza de recurrir a la violencia, por sí sola, no es más que un arma disuasoria que no puede crear las condiciones suficientes para una hegemonía perdurable. La otra gran palanca es su diplomacia entendida en sentido amplio: ganar la confianza y la buena voluntad de los demás requiere ofrecer valores, instituciones y modelos de convivencia que despierten el deseo de imitarlos. La diplomacia de un país que aspira a ejercer su hegemonía resulta tanto más eficaz cuanto más consigue extender ese deseo.

Y a China eso le resulta muy difícil porque, con Xi Jinping, adolece de una disonancia cognitiva propia de los trastornos de bipolaridad. En la fase maníaca da buenas palabras, hace grandiosas promesas, se presenta como el mejor ejemplo para los países emergentes. «La Nueva Ruta de la Seda que incluye responsabilidad, beneficios recíprocos (win-win) y un auténtico impulso hacia el desarrollo común, ofrece al mundo la respuesta de China a los problemas de hoy: un modelo de desarrollo equilibrado, justo e inclusivo», escribía hace poco el Diario del Pueblo en uno de los muchos ríos de prosa que ha derrochado para exaltar ese proyecto señero del presidente. Pero, al mismo tiempo, la actitud de China en su fase depresiva contradice esas promesas y el modelo se aplica de forma opuesta a la esperada.

En general, en sus relaciones internacionales, tal y como lo hace en casa, China recurre con demasiada frecuencia a apabullar a quienes se resisten a seguir los dictados de sus gobernantes. Es difícil, por ejemplo, cohonestar el desarrollo equilibrado, justo e inclusivo con el intento de Pekín de adueñarse del Mar del Sur de la China sin otro título legal que su real gana. Y la depresiva es la fase que parece ser la constante de fondo de su política. Las buenas palabras de la fase maníaca no logran tapar que China sólo está dispuesta a hacerlas efectivas cuando le permiten hacer realidad sus intereses. El Gobierno chino ofrece inversiones y ayuda a los países emergentes, pero exige para desembolsarlas que los receptores cumplan al milímetro sus instrucciones. Poderoso caballero es Don Dinero.

Xi Jinping

Cuando se trata de relaciones entre naciones, las finanzas no están nunca lejos de la política, pero China destaca en hacer valer las primeras para reforzar la dependencia de sus deudores. China articula así su mercantilismo con su antigua tradición tributaria, en la que el emperador aparecía como el benefactor de otros pueblos que conservaban su relativa independencia a cambio de un tributo anual por la protección que China les ofrecía. A veces, su valor era inferior al de los favores que el Hijo del Cielo dispensaba a cambio de la sumisión formal. En la actualidad, por ejemplo, Camboya, un gran beneficiario de las inversiones chinas, ha conseguido hacer imposible que ASEAN, la asociación de cooperación de los países del sudeste asiático, adopte resoluciones críticas con China en la disputa sobre el mar de Sur de la China. La política comercial de China y su diplomacia pública ofrecen buenos ejemplos de esa conducta contradictoria.

¿Globalización?

El 17 de enero pasado, tres días antes de que el presidente Trump inaugurase su mandato con un estentóreo discurso nacionalista y proteccionista en la escalinata del Capitolio de Washington, Xi Jinping se presentaba como el único campeón legítimo del globalismo en el Foro de Davos 2017. Las reuniones anuales del World Economic Forum han buscado desde sus inicios llamar la atención y, cada año, esas expectativas se han visto colmadas por las ocurrencias de los ponentes, muy celebradas por la ilustre cofradía.

Entre conseja y conseja del inexhaustible refranero chino, Xi sostenía que «culpar a la globalización de la existencia de problemas en el mundo es una frivolidad», pues «hablando con la lengua de la filosofía, nada es perfecto». En China también hubo dudas, «pero llegamos a la conclusión de que la integración en la economía global es una tendencia histórica». La desigualdad de rentas y desarrollo son problemas reales pero la innovación, «la fuerza impulsora del desarrollo», permitirá a todos alcanzar ganancias recíprocas (win-win).

Volvía a lucirse el mejor Xi reformista, que se había ganado a la davosía y a su cámara de eco progresista desde su llegada al poder. China luchará por mantener su crecimiento económico; impulsará la vitalidad de los mercados; activará un entorno financiero que facilite la inversión; contribuirá al desarrollo de un contexto de apertura y progreso colectivo; no tiene intención de mejorar su competitividad devaluando su moneda; y, menos aún, se plantea desatar una guerra comercial de la que nadie saldría ganador: «Entregarse al proteccionismo es como encerrarse en una habitación oscura. El viento y la lluvia no penetrarán, pero tampoco lo hará la luz», advertía lapidariamente al nuevo mandatario estadounidense.

Ese arranque lírico tiene poco que ver con una repentina conversión a las ventajas de la globalización y no deja de chocar con la realidad china, bastante más prosaica, Durante 2016, el número de quejas de compañías, organizaciones sin ánimo de lucro internacionales y ONG extranjeras por los obstáculos opuestos a su actividad no dejaron de aumentarLa memoria de actividades del año 2015 de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, publicada a principios de 2016, recogía que, además de un entorno económico difícil, sus miembros se enfrentaban a un creciente sentimiento de hostilidad gubernamental hacia las empresas extranjeras. De las 496 empresas encuestadas, el 77% se sentían peor tratadas que en 2015, en comparación con un 47% en 2014 y un 44% en 2013. Las empresas de tecnología eran las que lo notaban más, con un 83% de percepción negativa. Sus colegas europeos se hacían eco de la misma preocupación meses después. Un 55% de sus miembros estimaban que los años dorados de su actividad en China habían llegado a su fin y protestas similares aparecían entre las compañías japonesas.. La globalización, en la versión del presidente Xi, no es otra cosa que el triunfo de sus intereses políticos sobre la economía.

Es una disonancia cognitiva típica del mercantilismo. Por más que apareciera como una opción económica, el mercantilismo no era otra cosa que la primacía de la política. Si en los siglos XVII y XVIII los mercantilistas europeos se interesaban por vender en el exterior tanto como pudiesen, al tiempo que proponían limitar la llegada de mercancías al propio país mediante el arancel, ello se debía ante todo a la ambición de convertir a su nación en la corona del sistema interestatal poswestfaliano. La meta de los mercantilistas se resumía en la persecución de la hegemonía del propio país en aquel entorno multipolar.

En China, durante siglos, esa necesidad no se había manifestado. El Imperio del Centro no tenía serios competidores en el Este de Asia y, pese a la existencia de importantes vínculos comerciales con otras partes del mundo, su sistema era básicamente autárquicoRichard von Glahn, The Economic History of China. From Antiquity to the Nineteenth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 2016., una caracterización que sirve también para definir la política económica de Mao Zedong en los años de su dictadura.

El mercantilismo perdió parte de su atractivo en Europa durante el siglo XIX. No se extinguió, pero cambió de nombre y de prácticas. Lo que llamamos proteccionismo conjuga la dimensión política con el reconocimiento de la creciente importancia del comercio exterior en las economías nacionales y del papel de unos mercados cada vez más complejos. El proteccionismo trata de mantener, pues, un mayor equilibrio entre los intereses económicos y los políticos, reconociendo una amplia autonomía a los primeros. Las luchas hegemónicas, que no han dejado de existir en la etapa de la Guerra Fría y tampoco en los años finales del siglo XX, cuando Estados Unidos se convirtió en la hiperpotencia, han cedido espacio a las exigencias de los mercados internacionales a la hora de impulsar el crecimiento nacional y mundial.

Pero el mercantilismo a secas era y es una estrategia muy tentadora para los países que inician su despegue económico. De hecho, durante el siglo XIX, Estados Unidos estuvo mucho más cerca del mercantilismo histórico que del proteccionismo moderno y los Estados asiáticos que han ido convirtiéndose en sociedades desarrolladas a partir de 1945 también echaron mano de él. No es una sorpresa, pues, que de resultas de las reformas en China, Deng y sus seguidores trataran de aplicarse la receta de la forma en que más pudiese beneficiarles. En su caso, además, el mercantilismo devenía en imprescindible por las limitaciones al consumo interior que ellos mismos imponían a un país de suyo pobre. Pekín necesitaba y necesita vender buena parte de su producción nacional en los mercados internacionales.

Inicialmente, las exportaciones chinas se nutrían de materias primas, productos textiles y bienes de escaso valor añadido, pero, con el tiempo, China ha mejorado su portafolio internacional. Al tiempo que se esfuerza por mantener su tradicional cartera de productos y su presencia en los mercados extranjeros que sostienen a buena parte de su industria y de sus trabajadores, China se ha propuesto entrar en sectores de mayor valor añadido y, para dar ese paso, ha adoptado una estrategia mercantilista que sólo resulta posible si otras naciones mantienen políticas librecambistas y aceptan comprar sus excedentes. Se crea así una dinámica bipolar que, al tiempo, defiende el proteccionismo local y reclama libre cambio de sus competidores, como hace el Gobierno de Xi Jinping.

Entre 1995 y 2016, la balanza de pagos china ha dado un formidable salto adelante, con un superávit que pasó de 79,8 millardos (109) de dólares al medio billón de 2016. En el último año, las exportaciones ascendieron a 2,1 billones (1012) de dólares, mientras que las importaciones se quedaron en 1,6 billones. China es hoy el primer país exportador y el segundo mercado importador del mundo. Sus relaciones comerciales se extienden a casi todos los países y sus diez principales clientes pueden verse en la Tabla 1.

Tabla 1
Principales socios comerciales de china en 2016 (exportaciones)

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La Tabla 2 recoge el peso absoluto y porcentual de las exportaciones de cada uno de esos diez países a China, es decir, el valor de lo que China importa de ellos. Resulta necesario recordar que, aunque no aparezcan en la tabla porque el volumen de bienes y servicios que importan de China es menor que el de los diez principales, en otros países asiáticos el porcentaje de sus exportaciones a China es muy alto. Así sucede con Taiwán (26,4%); Malasia (12,5%); Tailandia (11%); Filipinas (11%); Indonesia (10%). Para Australia sube a 32,6Algo similar sucede con muchos países africanos. Aunque el total de sus exportaciones a China sea relativamente pequeño, en porcentaje tiene un peso enorme sobre sus economías y otorga a China una capacidad de influencia política no siempre resaltada. Véanse Chris Alden, China in Africa, Londres, Zed Books, 2012; Howard French, China’s Second Continent. How a Million Migrants Are Building a New Empire in Africa, Nueva York, Vintage, 2014.. Es decir, sus economías son fácilmente vulnerables ante las decisiones comerciales y políticas que pueda adoptar China.

Tabla 2
Principales socios comerciales de china en 2016 (importaciones)

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No es mi propósito analizar aquí la balanza de pagos de China, sino destacar el enorme peso relativo que sus importaciones le otorgan y, con él, su creciente capacidad de influir en beneficio propio sobre las decisiones ajenas. Para los dirigentes chinos, esa dimensión política del fenomenal desarrollo económico de su país es una palanca que no dudan en utilizar en su carrera por la hegemonía regional que acarician para el medio plazo. Son perfectamente conscientes de que el poder duro que les otorga su capacidad militar no basta para obtenerla. El poder blando de la persuasión es complementario y, a menudo, más eficaz para ganar las mentes y las voluntades ajenas. No es, pues, un azar que, desde la llegada de Xi al poder, China haya avanzado febrilmente una panoplia de iniciativas –sobre todo económicas, pero también culturales– para mejorar su imagen y dar mayor credibilidad a su diplomacia. Pero su disonancia cognitiva no tarda en manifestarse.

Un ejemplo reciente y perentorio ha sido la actitud ante Corea del Sur con motivo de la disputa sobre el THAAD (Terminal High Altitude Area Defense), un sistema defensivo que permite destruir cohetes de corto, medio y largo alcance proyectados contra un área geográfica antes de que impacten. La protección de THAAD fue ofrecida a Corea del Sur por el presidente Obama en 2013 para defender al país de un eventual ataque nuclear que partiese de Corea del Norte y el sistema ha comenzado a instalarse en marzo de 2017. Pekín se opone a su despliegue por considerar que «causa grave daño a los intereses estratégicos y de seguridad de países vecinos como China y Rusia, además de desestabilizar el equilibrio estratégico en la región». Para su buen funcionamiento, THAAD cuenta con una capacidad de radar que penetra considerablemente en territorio chino.

Sin una decisión formal del gobierno, Pekín inició un boicot clandestino de sus relaciones con Corea del Sur que se extendió desde una reducción de las rutas aéreas al país hasta la supresión de programas de televisión de esa procedencia y una ofensiva contra las ventas locales de Lotte, una importante compañía de almacenes y restaurantes coreanos con fuerte presencia en China.

Como una seda

No había cumplido aún Xi su primer año como dirigente supremo cuando desplegó unos aparatosos fuegos de artificio financieros y comerciales. Hasta ese momento, China se había limitado a nadar a favor de la corriente en sus tareas económicas internacionales: participación en Naciones Unidas, en el G-20, en la Organización Mundial del Comercio, en el Fondo Monetario Internacional, en el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo, su sucursal en la zona. En su condición de país emergente, esa relativa pasividad le había reportado claros beneficios, pero impedía al mismo tiempo que se tomase en serio su aspiración al liderazgo regional y global. Uno de los primeros pasos hacia esta última meta fue su activa participación en el grupo BRIC, un acrónimo de los países que lo formaban (Brasil, Rusia, India, China), más tarde llamado BRICS tras la inclusión de Sudáfrica. Esa organización de cooperación de las grandes potencias emergentes cuya meta era establecer un orden internacional más equitativo y multipolar ha resultado ser, sin embargo, una aspiración carente de objetivos plausibles. China aprendió la lección y, desde entonces, su actividad multilateral ha buscado que las agendas de sus socios en las organizaciones de todo tipo que ha impulsado se alineen claramente con sus propios intereses nacionales y tuviesen a Pekín por ancla organizativa y financiera.

Las dos grandes iniciativas anunciadas por Xi Jinping a finales de 2013 fueron la creación de un ambicioso proyecto de desarrollo de infraestructuras en la región euroasiática conocido como Cinturón y Ruta (B&R u OBOR –One Belt, One Route– en su acrónimo inglés, aquí referido como Nueva Ruta de la Seda) y la fundación del Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales (AIIB, por sus siglas en inglés). Ambos programas reflejan una enorme ambición geopolítica por parte de sus creadores y, de obtener sus objetivos, representarán un fuerte impulso a los deseos de convertir a Pekín en uno de los grandes centros internacionales de decisión, eventualmente en paridad con Washington.

La nueva Ruta de la Seda terrestre y marítima

La Nueva Ruta de la Seda se presenta como una iniciativa de cooperación que incluirá a un amplio número de países de Asia y Europa. Los más beneficiados serán los de Asia Central, pero, en su diseño marítimo, incluirá al sudeste y al sur asiáticos (en total, sesenta países) y se extenderá hasta el África Oriental. Sus terminales europeas llegarán a España y Gran Bretaña. El anuncio de 2013 se formalizó en la reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico celebrada en Pekín en 2014.

La Nueva Ruta de la Seda se propone contribuir a la creación de una red de infraestructuras que permitan a la región mejorar sus redes de transportes y comunicaciones. China confía en que esta estrategia acelere las construcciones de redes ferroviarias de alta velocidad, oleoductos y gaseoductos, autopistas, nuevos aeropuertos y depósitos aduaneros que faciliten los transportes de mercancías. Las deficiencias que afectan a esos sectores son un obstáculo de grandes proporciones para el desarrollo de la zona y China cuenta con un buen número de empresas con gran experiencia en esos menesteres. De paso, si tiene éxito, la Nueva Ruta de la Seda apoyará el crecimiento de las regiones menos desarrolladas del Oeste de China:Yunnan, Tíbet y Xinjiang. Por más que Pekín haya fomentado una emigración masiva de miembros de la etnia Han, la mayoritaria en el país, hacia todas ellas, en cada una de esas enormes extensiones el Gobierno central se enfrenta a serios problemas de nacionalismo local y a una fuerte oposición a su política de integración forzosa en asuntos culturales y religiosos. Los jerarcas de Pekín recurren en este punto a una muletilla repetida hasta la saciedad que exalta sus planes como una estrategia de beneficio recíproco (win-win).

La Nueva Ruta de la Seda se financiará con un fondo de cuarenta millardos de dólares. En los planes del Gobierno chino, el 65% del fondo saldrá de sus reservas de divisas. Es una forma de obtener un rendimiento mayor que el que le ofrecen sus actuales depósitos en bonos«Pekín quiere encontrar inversiones alternativas para sus enormes reservas de divisas: cerca de tres billones de dólares en 2016 a pesar de las salidas de capital que marcaron el año 2015. En vez de invertir en bonos de bajo rendimiento del Tesoro estadounidense, más le vale financiar proyectos de infraestructura a intereses de un 5 o 6%, especialmente si eso redunda en ventajas para los exportadores y los constructores chinos», en Tom Miller, China’s Asian Dream. Empire Building along the New Silk Road, Londres, Zed Books, 2017, loc. 475. del Tesoro estadounidenses y europeos. El resto correrá a cargo de la Corporación Nacional de Inversiones –el fondo soberano del Gobierno–, con un 15%, y de dos bancos estatales de inversión: el Banco de China para el Comercio Exterior (15%) y el Banco de Desarrollo de China (5%). Si la demanda lo exige, el fondo de la Nueva Ruta de la Seda se ampliará con nuevas aportaciones.

La Nueva Ruta de la Seda es el proyecto estrella, pero las ambiciones inversoras de China no se paran ahí. China se ha comprometido a financiar proyectos de infraestructura en otras regiones del mundo. El programa político de los BRICS no se vio coronado por el éxito, pero, sacando fuerzas de flaqueza, sus componentes anunciaron a finales de 2014 la creación de un Banco para el Nuevo Desarrollo con un capital de cien millardos de dólares y sede en Shanghái. Permitir a sus miembros capear eventuales crisis financieras y fomentar planes de infraestructuras en países emergentes son sus principales misiones.

Junto al banco de los BRICS, China ha acelerado en los últimos años la concesión de créditos con fondos propios y para fines similares en Latinoamérica Los dos bancos estatales de inversiones de China concedieron créditos por valor de veintinueve millardos de dólares en la región en 2015. Esa cantidad triplicaba la ayuda combinada del Banco Mundial y otras instituciones multinacionales. y África. Para la primera, el monto total de sus plataformas inversoras llegó a treinta y cinco millardos de dólares en 2015. La ayuda a África a través de financiación de proyectos venía de más antiguo. En 2006, Hu Jintao impulsó un fondo para el desarrollo del continente dotado con cinco millardos de dólares, pero en una visita a Sudáfrica a finales de 2015, el presidente Xi se comprometió a contribuir con sesenta millardos de dólares adicionales para infraestructuras, educación y financiaciónGlobal Times, una publicación filial del Diario del Pueblo http://www.globaltimes.cn/content/955186.shtml, se apresuraba a negar que esa ayuda fuera otra forma de colonialismo: «Ningún chino administra ningún país africano y ningún gobierno de China ejerce una influencia determinante sobre lo que sucede en el continente. Algo que no puede decirse de algunas instituciones financieras internacionales encabezadas por Occidente».. Ni siquiera Europa está ausente de la lista. A finales de 2014, Li Keqiang, el primer ministro, anunciaba la creación de otro fondo –más austero, sólo tres millardos de dólares, cinco más tarde– para que los países de Europa central y meridional mejorasen sus infraestructuras y su sector energético. Entre otras cosas, sugería la creación de un tren de alta velocidad entre Belgrado y Budapest.

La lluvia de millardos de dólares no paraba ahí. Más importante a largo plazo, China apostaba por la creación de un banco internacional –el ya mencionado Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales– para fines similares. pero dotado de mayor capital. El objetivo era generar cien millardos de dólares para proyectos infraestructurales que tendrían en la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) su principal destinatario. De entrada, China se comprometía a suscribir la mitad de su capital inicial y sus cincuenta millardos de dólares no eran precisamente la pacotilla del sobrecargoEn 2014, al tiempo que China anunciaba ese desembolso, el Fondo Monetario Internacional financiaba 75,3 millardos; el Banco Mundial, 65,6; y el Banco Asiático de Desarrollo, 21.. El resto del capital estaba abierto a la suscripción por parte de terceros países.

La gestación del proyecto no fue fácil. Aunque rápidamente presentaron su candidatura a convertirse en miembros fundadores los países que se verían más directamente beneficiados por sus actividades, otros sopesaron su decisión con mayor cuidado. Estados Unidos manifestó pronto su falta de interés, pero en un triunfo de la diplomacia china su ausencia no impresionó a sus tradicionales aliados occidentales. Alemania, Francia, Gran Bretaña, Australia y Corea del Sur se decantaron por la participación. Finalmente, en junio de 2015, el Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales se constituyó con cincuenta miembros, dejando la puerta abierta a sucesivas incorporaciones. Desde el principio, el Gobierno chino ha querido hacer patente su voluntad de apertura. Hablando en el foro económico y político de Asia que anualmente se celebra en Boao, una ciudad de la isla subtropical de Hainan, Xi Jinping prometía que «los programas de desarrollo serán inclusivos, no excluyentes. Serán fruto de un verdadero colectivo que incluirá a numerosos países».

Con estas palabras, Xi contestaba a las objeciones formales planteadas por Estados Unidos. Aunque, legítimamente, el presidente Obama recelaba de una maniobra dirigida a la creación de un orden financiero en competencia con el de Bretton Woods y dudaba que el Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales pudiera actuar independientemente de los intereses políticos de China, las críticas norteamericanas se habían centrado en la gestión del futuro banco y las garantías para su independencia. No dejaban de ser razonables. La parte china prefirió inicialmente contestar a los detalles concretos de funcionamiento con evasivas. Posteriormente, los estatutos del nuevo banco han incluido amplios poderes de gestión para la parte china. Junto a una serie de medidas conciliadoras (el Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales será gobernado por un consejo de administración que, a diferencia del Banco Mundial, no cobrará por sus servicios; su lengua oficial será el inglés; los proyectos de financiación podrán ser presentados por países que no sean socios suyos), Pekín se guardaba ases en la manga. Uno: la sede del banco estará en Pekín y su primer director será chino, es decir, persona de confianza del Partido. Dos: los asuntos más importantes habrán de ser aprobados por el 75% del capital del banco y, como China contará con una participación de 25-30%, eso le asegura un efectivo poder de veto. A cambio, el Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales prometía actuar de forma menos burocrática que las instituciones con que se propone rivalizar«Hay una percepción generalizada entre los países en desarrollo de que el proceso crediticio de los actuales bancos multilaterales para el desarrollo es ineficaz, burocrático y reacio a los intentos de reformas»: John Ickenberry y Darren Lim, China’s emerging institutional statecraft. The Asian Infrastructure Investment Bank and the prospects for counter-hegemony..

Un millardo aquí, otro millardo allá y pronto estamos hablando de dinero en grande. Entre unas promesas y otras, se diría que China fuera a contribuir de forma casi inmediata las espectaculares cantidades que se han mencionado, casi un cuarto de billón de dólaresEsto genera riesgos: «Al igual que el Banco Mundial, el Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales no obtiene sus fondos de contribuciones directas de sus socios, sino de capital generado en los mercados financieros internacionales como préstamos garantizados por las contribuciones de sus miembros. El Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales tiene, pues, que obtener beneficios de sus propios préstamos que los intereses que paga para recaudar fondos» (Ickenberry y Lim, op. cit., p. 14).. Li Keqiang, el primer ministro, era aún más optimista. A finales de 2015, en otro de esos foros multilaterales que China ha convocado sin tregua en los últimos años, Li presumía de que las inversiones internacionales de China alcanzarían un billón de dólares en los próximos cinco años.

¿Se cumplirán sus buenos deseos? La situación real de esos proyectos dista mucho de ser tan radiante como la han pintado los medios de comunicación chinos y muchos de los globales. En la cuenta NRS «hay una disparidad significativa entre el capital escriturado de cuarenta millardos y el desembolsado que es de diez. Aunque el fondo de la Nueva Ruta de la Seda invirtiera todos sus fondos disponibles hasta 2020, el monto no superaría los dos millardos anuales»Miller, op. cit., loc. 581.. Algo semejante sucede con el Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales, que «no tiene planes de prestar más de dos billones anuales en sus primeros cinco años de operación, menos que otros bancos multilaterales de desarrollo y una bagatela por comparación con los grandes créditos firmados habitualmente por los bancos de inversiones chinos. El Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales tiene un capital autorizado de cien millardos de dólares, pero la parte desembolsada es notablemente inferior»Miller, op. cit., loc. 558.. Aunque pueda parecerlo a primera vista, la competencia que pueda hacer el Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales al Banco Mundial y a sus filiales regionales no será abrumadora.

Si China quiere lograr un impacto global con sus inversiones internacionales, no necesitaría más que ordenar a sus dos grandes bancos estatales que asumiesen la tarea

Si el Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales y el Banco para un Nuevo Desarrollo (el banco BRICS) llegasen a desembolsar entre 45% y 70% de su capital nocional, en la década de los veinte y treinta de este siglo sostendrían un volumen anual de crédito de entre quince y veinte millardos de dólares, una cantidad similar a la que prestaba el Banco Mundial en 2014. Es «una suma sustancial, pero de ninguna manera hará temblar la tierra»Miller, op. cit., loc. 550.. Es cierto que el Banco de China y CITIC (otro de los cuatro grandes bancos públicos de China) han anunciado su disposición para financiar respectivamente con cien y ciento trece millardos de dólares los proyectos de la Nueva Ruta de la Seda, pero esas promesas resultan menos lucidas si se tiene en cuenta que presentan como tales cualesquiera operaciones que financien fuera del país.

Si, como apunta Tom Miller, China quiere lograr un impacto global con sus inversiones internacionales, no necesitaría más que ordenar a sus dos grandes bancos estatales, el Banco de Desarrollo de China y el Banco de Comercio Internacional (Exim Bank), que asumiesen la tarea. Especialmente al último, que en 2015 desembolsó 151 millardos dólares en operaciones internacionales, el equivalente al PIB de Bangla Desh: «La contribución del Exim a los planes de actividades internacionales de China, incluyendo la Nueva Ruta de la Seda, es seguramente superior a la que el Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales y la Nueva Ruta de la Seda harán dentro de una década […]. China tiene a su disposición una gran cantidad de dinero para mantener su diplomacia infraestructural, incluso si no se tiene en cuenta al Banco Asiático de Inversiones Infraestructurales»Miller, op. cit., loc. 601..

¿Cómo explicar entonces la enorme publicidad que China genera con estas iniciativas, a menudo repetidas sin asomo de crítica por muchos medios internacionales? Es difícil creer que estemos ante un repentino arrebato filantrópico de su Gobierno. Se trata, ante todo, de una operación de diplomacia pública de carácter multidimensional. Su primer destinatario es la opinión doméstica. Poner el foco en fondos específicos para países emergentes limita el impacto negativo que esos gastos tendrían si se contabilizasen en conjunto. Para una sociedad que aún tiene enormes deficiencias económicas propias y quisiera ver mayor inversión pública en salud y pensiones, el impacto de un número tan contundente sería difícil de justificar.

Hay más. El plan de inversiones exteriores funciona como un mensaje ultrasónico para las empresas públicas y privadas. No se trata, como dicen los entusiastas, de que saluden la sensatez de obtener mayor rentabilidad para las reservas internacionales del país. Los cuarenta millardos propuestos para la Nueva Ruta de la Seda son poco más que una gota de agua entre los tres billones de dólares que China tiene invertidos en bonos de otros países. El sector exportador ve, sin duda, más allá. La creación de esos fondos significará una importante ampliación de sus mercados para muchas empresas que soportan la relativa desaceleración del crecimiento doméstico de los tres últimos años.

Más aún. La audiencia más importante para los dirigentes chinos es, ante todo, internacional y en un sentido doble. Los países emergentes que ven en el desarrollo chino un espejo en el que quisieran verse reflejados esperan que el reguero de dólares llegue hasta ellos. A cambio de qué es una cuestión aún no aclarada. Por supuesto, si se trata de créditos, los beneficiarios tendrán que devolverlos a plazo y con interés. Cuáles serán uno y otro dependerá de las condiciones del mercado y de la solvencia de los peticionarios, algo habitual en estas transacciones. ¿Se extenderán esas condiciones objetivas a otros aspectos de los proyectos? En concreto, ¿recibirán un trato de favor aquellos cuya dirección y/o suministradores sean empresas chinas? Aunque no sea posible aún responder a la pregunta por falta de ejemplos específicos, el interés de las instituciones controladas por el Gobierno chino en llevar negocio a sus nacionales es obvioEn realidad, las «inversiones» chinas no son tales. La Nueva Ruta de la Seda tiene mucho que ver con la posibilidad de obtener contratos de ingeniería a la medida de las empresas estatales chinas y financiados en parte por los propios gobiernos beneficiarios con fondos provenientes de otros préstamos chinos; más la creación y posterior propiedad de los bienes financiados. El Ministerio de Comercio chino mantiene que las firmas chinas invirtieron directamente 14,8 millardos de dólares en cuarenta y nueve países […] pero, al tiempo, firmaron cuatro mil contratos de ingeniería, suministros y construcciones en otros sesenta países por un valor mucho mayor: 92,6 millardos» (Miller, op. cit., loc. 703)..

Los otros destinatarios de estos planes de inversión son los países rectores del actual orden económico internacional, en especial Estados Unidos. Obviamente, China ve en su intento de ofrecer alternativas al sistema de Bretton Woods una forma de desafiarlo y de establecer otro propio, en principio complementario, pero indudablemente alternativo a la hegemonía económica norteamericana y del que se derivará una afirmación de su estatus de gran potencia. Hay muchas dudas de que pueda conseguirlo en breve plazo. Esa opción tendría un coste económico que difícilmente un país de rentas medio-bajas como China podría financiar: «Un hipotético “Consenso de Pekín” –un orden internacional que se acomodase (o incluso promoviese) un modelo de organización económica y política alternativo y divergente del de las democracias capitalistas y liberales de Occidente– necesitaría alcanzar una gran número de éxitos simultáneos para poder “acabar” con Occidente en esa competencia»Ickenberry y Lim, op. cit., p. 17..

Puede que esta reflexión optimista de unos analistas de la Brookings Institution sea correcta, pero olvida que la aspiración china a ocupar el lugar prominente que sus dirigentes no dudan en asignarse depende también de la respuesta de los países con que se propone competir. Es pronto para saber hacia dónde van a marchar las relaciones entre China y Estados Unidos durante la presidencia de Trump, pero Pekín ganó a su antecesor el primer set en el partido de las relaciones públicas internacionales.

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Suele llamarse diplomacia pública a la comunicación dirigida por un país a audiencias públicas extranjeras con el fin de ofrecer una imagen positiva de sí mismo y ganarse la buena voluntad de los destinatarios. La diplomacia pública suele correr a cargo de agencias gubernamentales especializadas (por ejemplo, British Council, Alliance Française o Instituto Confucio), pero, para evitar una deriva burocrática, resulta conveniente que en esas iniciativas participen también empresas nacionales activas en el exterior. Otra opción, más indirecta, consiste en asentarse en los medios de comunicación extranjeros o participar en su capital. Por todos estos canales circulan informaciones favorables; imágenes atractivas; modos de vida deseables; los valores que el emisor quiere impulsar; su solución a los dilemas éticos; y, por supuesto, publicidad y propaganda. Directa e indirectamente, una diplomacia pública exitosa tiene un importante papel en la percepción exterior del propio país. Una buena imagen permite generar un caudal de influencia que legitima sus instituciones y hace que otros deseen imitarlas.

Los gobernantes chinos son conscientes de la importancia del poder blando y han sacado las consecuencias. Desde la llegada al poder de Xi Jinping, la diplomacia pública china, apoyada en el éxito económico y la mejora de las condiciones de vida del país, ha redoblado sus esfuerzos para hacer más atractiva la percepción de China por parte de la opinión mundial. Uno de sus objetivos básicos ha sido influir y, eventualmente, hacerse con el control de algunos medios de comunicación de gran repercusión internacionalLa inversión no se limita sólo a los medios de comunicación, sino que alcanza también a actividades deportivas y de entretenimiento. En 2016, China aumentó casi al doble su participación en ese tipo de acontecimientos..

En los últimos años se ha producido un asalto chino a Hollywood. La producción cinematográfica estadounidense se ha tornado global, no ya por la difusión que alcanza fuera de sus fronteras, sino también por necesidades financieras. En 2007, los ingresos combinados de los grandes estudios se situaban en 42,3 millardos de dólares, de los que solamente un 10% provenía de la exhibición en cines de Estados Unidos. El 90% restante derivaba de lo que en la jerga del medio se llama el backend –el trasero–, donde se incluye la venta de DVD, la distribución internacional, derechos de televisión y descargas en tiempo real (streaming)Edward J. Epstein, The Hollywood Economist 2.0. The Hidden Financial Reality Behind the Movies, Nueva York, Penguin, 2012, capítulo «Hollywood’s Invisible Money Machine».. Esa tendencia se ha reforzado en los últimos diez años y es en buena medida la causa de que los productos de Hollywood sean cada vez más espectaculares e insustanciales. La búsqueda de grandes audiencias que prefieran un mínimo común denominador –adolescentes estadounidenses y públicos de distintos países emergentes– favorece las producciones de pirotecnia visual por encima de la narración de los episodios personales o los conflictos sociales que han nutrido al cine durante años.

Pero si lo que cuenta es llegar a grandes audiencias, China ocupa un lugar decisivo con su más de un millardo de espectadores potenciales. El total de taquilla en 2016 ascendió a 6,6 millardos de dólares, el segundo mercado del mundo tras el estadounidense (11,4 millardos). Pero el futuro se presenta aún más optimista. Mientras el número de espectadores se mantiene estable en Estados Unidos, en China se ha disparado y todas las proyecciones apuntan a que en pocos años se convertirá en el primer mercado mundial. A finales de 2016, China superó ya a Estados Unidos en número de salas de cine. El interés de los inversores chinos, ya sean compañías estatales o privadas, por controlar el negocio cinematográfico les ha llevado a contribuir con millardos de dólares a la industria estadounidense.

Wang Jianlin, presidente del grupo Wanda

El abanderado de la expansión china ha sido el grupo Wanda, inicialmente el mayor promotor inmobiliario del país, que ha ampliado su presencia comercial hacia las industrias del ocio. En China, Wanda es el gran competidor de Disney en parques temáticos y cuenta con numerosos hoteles, salas de karaoke, cadenas de cine y otras actividades recreativas. Wang Jianlin, su presidente, y propietario de la mayor fortuna de la China continental, es un miembro destacado del Partido y, a lo que parece, en él se ha delegado la tarea de introducirse en la fábrica de sueños de HollywoodVéase Aine Koikas, Hollywood Made in China, Berkeley. University of California Press, 2017.. En 2012, Wanda adquirió AMC, la segunda cadena de salas exhibidoras en Estados Unidos, por 2,6 millardos de dólares y a esa primera compra le siguieron las de las productoras Legendary Entertainment (3,5 millardos) y Dick Clark (1 millardo)La compra de esta compañía encalló por las dificultades impuestas por Pekín a la salida de divisas del país a finales de 2016 .. Wang está detrás de Qingdao Oriental Movie Metropolise, unos gigantescos estudios cinematográficos que abrirán sus puertas en 2017 y con aspiraciones de convertirse en los más importantes del mundo. A sus usuarios se les anima a producir allí con el reclamo de una reducción de 40% en los costes de sus películas y series televisivas.

Las aspiraciones del grupo Wanda y otros que le han seguido en la compra de estudios y productoras estadounidensesDos compañías chinas (Shanghai Film Group y Huahua Media) aportaron recientemente un millardo de dólares a la Paramount. Jack Ma, el creador de Alibaba, y Tencent, la gran compañía de telecomunicación, han buscado también la forma de participar en la compra de compañías de Hollywoodvan más allá del deseo de hacerse con una parte de sus negocios y sus beneficios mediante la suscripción de capital. Hay aquí, como en otros sectores, un claro deseo de aprender, imitar y superar a los campeones internacionales. Al Gobierno chino le gustaría que las producciones chinas, hechas en China, rivalizasen y derrotasen a las de Estados Unidos en su país y, eventualmente, en el mundo entero.

Y no sólo por razones financieras. El Gobierno quiere utilizar esa poderosa herramienta para extender por China y por el mundo el papel de la cultura nacional tal y como la entiende el Partido Comunista: «Tenemos que hacer del patriotismo la principal melodía de la literatura y la creación artística; guiar al pueblo estableciendo y defendiendo la visión correcta de la historia, de la nación, del país y de la cultura; y fortalecer su resolución y su orgullo de ser chinos», explicaba Xi Jinping en 2014.

Desbancar la hegemonía cultural estadounidense forma parte de esa estrategia, pero es un objetivo difícil de alcanzar. Es el eterno problema del dirigismo cultural. En su bipolaridad, el Gobierno chino querría emular y suplantar a Hollywood en el gran negocio de la cinematografía, pero carece de los medios para hacer atractiva su oferta. Por mucho que Wang Jianlin insista en que él quiere hacer películas rentables y no se propone censurar su contenido, ya se encarga su Gobierno de hacerlo. Y, cuando lo hace, las películas que el neomandarinato patrocina no consiguen los favores del públicoUn ejemplo reciente ha sido el fracaso de crítica y público en 2016 de una coproducción (La Gran Muralla) que contaba con toda la ayuda del aparato de propaganda estatal y la presencia de Matt Damon como protagonista y Zhang Yimou como director. Esa historia de ciencia ficción situada en los siglos XI-XII y orientada a defender los valores chinos de armonía frente a la competitividad occidental fue producida por Legendary Entertainment, una de las compañías adquiridas por Wanda. La productora gastó 150 millones de dólares en producción y el coste total ascendió a 450 millones (incluyendo mercadeo y otros gastos) pero sólo recaudó 330 millones..

Las películas chinas no se hacen para ganar dinero. Pueden hacerlo, pero siempre que, según la Ley para la Promoción de la Industria Cinematográfica aprobada a finales de 2016, sirvan al pueblo y al socialismo, den prioridad a los beneficios sociales y coordinen los impactos sociales con los económicos. Como toda la legislación orwelliana para estabular a los medios de comunicación, la nueva ley se preocupa poco de la promoción de la cinematografía y mucho de poner obstáculos a la creación libreLos guiones que incluyan asuntos «significativos», es decir todos, necesitan ser previamente aprobados. Los que inciten el odio y la discriminación étnica, distorsionen la historia nacional o sus protagonistas, dañen los sentimientos nacionales o minen la unidad nacional, quedan prohibidos, al igual que los que promuevan las supersticiones, la pornografía, el juego, las drogas, la violencia y el terror., al tiempo que quiere estimular la creatividad imponiendo serias restricciones a la exhibición de películas extranjeras. En su afán censor, la ley llega a ordenar que las noticias sobre el mundillo del cine y sus celebridades que aparezcan en los medios respeten la ideología del Partido y ofrezcan una imagen positiva. Las informaciones sobre estilos de vida occidentales, las vidas de los famosos y los detalles de su vida privada, ya sean romances o disputas de familia, deben ser eliminadas.

Aunque el negocio cinematográfico sea la meta más perseguida por los inversores chinos, otros medios no han sido ajenos a su interés. En 2015, Jack Ma, el creador del grupo Alibaba, se hizo con la propiedad del South China Morning Post por 266 millones de dólares. Este diario fue fundado en 1903 y es uno de los medios de lengua inglesa más prestigiosos en Asia. Alibaba es una compañía privada y, a diferencia de Wang Jianlin, no consta que Ma sea miembro del Partido. En cualquier caso, en China es imposible erigir una empresa tan poderosa sin servir a sus intereses y contar con su beneplácito. Que Ma cerrase la compra del diario justo al año de la ocupación de Hong Kong por parte de miles de manifestantes durante más de dos meses, y cuando el Partido necesita utilizar en la excolonia todos los resortes de diplomacia pública a su alcance, hace más que sospechosa la nueva línea editorial: «Cuanto más discurro sobre la percepción de China en el exterior, más me parece […] que los medios no ofrecen una imagen cabal […]. Como medio responsable que somos, tenemos la obligación de establecer puentes. Esta publicación puede ayudar a sus lectores a obtener una perspectiva más completa sin saltar a conclusiones precipitadas». No es necesario leer entre líneas.

Pero si hay un medio donde la disonancia cognitiva del Gobierno chino se desborda, ese medio es Internet. El Gobierno celebra con una mano la rápida expansión de la economía digital y, al tiempo, limita con la misma mano –en esto es por completo manco– el intercambio de información. A finales de 2016, el número de usuarios llegó a 731 millones. El índice de penetración es del 53% y, aunque no ha alcanzado a Estados Unidos (90%), Japón (91%) y Corea del Sur (86%), el medio conoce un crecimiento vertiginoso del 6% anual en los últimos años. 695 millones de chinos, o el 95% de los usuarios de Internet, acceden al servicio por medio de su teléfono móvil. Como hay más de 1,3 millardos de teléfonos móviles en China (uno por persona), es de suponer que el crecimiento de Internet seguirá a fuerte ritmo. La red no sólo sirve para obtener información y establecer contactos. Una aplicación como WeChat permite enviar mensajes escritos y orales, fotos y vídeos; pero también se ha convertido en un medio de pago que permite una rápida expansión de servicios contratados digitalmente (taxis, bicicletas, compras de toda clase de bienes y servicios, incluyendo la compra en el supermercado).

Las películas chinas no se hacen para ganar dinero. Pueden hacerlo, pero siempre que sirvan al pueblo y al socialismo

Lógicamente, el Gobierno chino ve en Internet un serio obstáculo para su infatigable esfuerzo por conseguir que la comunicación retenga el carácter jerárquico y piramidal que los comunistas defienden para todos los medios. Desde el inicio de Internet, que es el que peor se adapta a ese designio, el Gobierno chino se ha afanado por establecer una rígida censura de sus contenidos –la Gran Muralla digital– con un presupuesto de actuaciones desorbitadoEl coste original de implementar la Gran Muralla digital (bloqueo de acceso a proveedores extranjeros) se estimó en más de cien millones de dólares. Pero no ha dejado de aumentar con los avances de hardware y software necesarios para mantenerlo en buena operación. Otra actividad adicional de censura (Golden Shield), que cuenta con la participación de los proveedores locales de Internet, tiene costes mayores, entre otros el de personal. Los propios medios gubernamentales han señalado que emplea a más de dos millones de asalariados que persiguen las opiniones no autorizadas en los microblogs locales. The Economist estimaba en 2013 que el presupuesto de Golden Shield hasta ese año había sido superior a 1,6 millardos de dólares.. También aquí aparece una vez más la disonancia cognitiva del Partido Comunista. Por un lado, China muestra su deseo de contribuir al desarrollo de Internet, porque acelera la innovación y acelera la comunicación entre compañías y usuarios; por otro, impone una información piramidal y defiende su extensión al mundo entero.

Desde 2014, el Gobierno ha organizado anualmente en Wuzhen, una localidad de la provincia de Zhejiang, una Conferencia Mundial para Internet. Su objetivo es definir y popularizar el concepto de soberanía cibernética que, en palabras de Xi Jinping, es «el derecho de cada país a elegir su propio camino de desarrollo y gestión del modelo de Internet». La Conferencia no ha suscitado gran interés internacional, pero ha conseguido atraer, de grado o por fuerza, a gran número de empresas e investigadores nacionales y es de creer que los dirigentes chinos seguirán insistiendo en su propósito en éste y en otros foros. Aunque el proyecto tenga pocas posibilidades de imponerse, es indudable que contará con las simpatías crecientes de los Estados autoritarios que envidian la eficacia de la censura china.

Durante la presidencia de Xi, la soberanía cibernética se ha concretado en una feroz persecución de la expresión libre y su difusión. Las iniciativas se han ido multiplicando y endureciendo a medida que se acerca el Decimonoveno Congreso del Partido Comunista Chino en diciembre de 2017. A lo largo de su mandato, entre otras actuaciones, el Gobierno chino ha bloqueado miles de páginas web adicionales a las ya censuradas; ha obligado a borrar más de sesenta mil cuentas individuales; ha embutido policías en las empresas de tecnología; ha vetado la transmisión en red de ciento veinte canciones obscenas y violentas; ha cerrado quinientas ochenta cuentas colectivas en redes sociales; ha prohibido que las compañías extranjeras de Internet puedan publicar digitalmente; se ha planteado tener una participación del 1% en todas las compañías en red para controlarlas desde dentro; ha dictado órdenes severas para regular la publicidad digital; ha declarado ilegales todas las compañías de proveedores virtuales que no cuenten con autorización administrativa; ha recordado a los militantes comunistas que la lectura del Diario del Pueblo es obligatoria; en abril de 2017 ha dispuesto que las compañías digitales extranjeras necesiten permiso administrativo para transferir datos fuera del país. Aunque el Diario del Pueblo titulase recientemente que «las acusaciones de que China quiere aumentar el control de los medios carecen de base», hay una verdadera borrachera censora.

Las empresas extranjeras han hecho oír su voz, recordando las dificultades que todas esas medidas acarrean a sus actividades y a la propia economía nacional, pero sus quejas no han tenido respuesta. Por el contrario, la presión gubernamental sobre grandes compañías como Microsoft y Apple para que adapten a sus necesidades Windows 10, en el primer caso, o su sección de noticias, en el segundo, es continua. Google lleva años en el ostracismo por haber tenido el valor de negarse a esa manipulación.

¿Cómo opera la censura china? La censura no puede y, al parecer, no quiere permanecer en la sombra. En junio de 2015, cincuenta de sus principales centros abrieron cuentas en redes sociales chinas. El comunicado del Ministerio de Seguridad que daba la noticia resumía sus funciones en detectar información ilegal y dañina; impedir el uso en red de palabras inapropiadas y de informaciones peligrosas; proteger al público de los criminales cibernéticos; y difundir consignas. Y añadía que en ese año se habían borrado setecientas cincuenta y ocho mil informaciones criminales y perseguido setenta mil delitos informáticos. Pero la censura no se limita a tareas negativas. También da consejos al público para mejorar las relaciones entre internautas y policía, animando a denunciar transgresiones que hayan escapado la atención de sus miembros.

La persecución de informaciones no controladas tiene límites, a menudo queridos por los propios censores. En un trabajo académico publicado en 2013, un grupo de investigadores estadounidenses abrieron un total de cien cuentas en diferentes redes sociales, publicaron mil doscientos blogs de noticias y siguieron su pista para saber cuáles habían sido borrados. Alrededor del 40% fueron manipulados por la censura y, de ellos, el 63% nunca aparecieron en red. Para su sorpresa, muchos blogs que criticaban al Gobierno chino y a sus dirigentes o trataban de asuntos sensibles como Tíbet sí se publicaron. Por el contrario, los que se referían a sucesos concretos, tales como acciones colectivas o protestas, eran censurados, aunque defendiesen la actuación del Gobierno. Según los autores, esas críticas tienen gran valor para las autoridades porque les permiten evaluar el trabajo de los gobiernos locales.

Fuentes oficiales han hablado de que se dedican a tareas de censura alrededor de dos millones de personas, lo que, de ser cierto, explicaría el brutal presupuesto con que cuentan. Calculando una remuneración media de diez mil dólares per cápita, sólo éste renglón asciende a veinte millardos de dólares anuales. Por supuesto, no todos los censores son personal fijo. Informaciones recientes han puesto el foco sobre los trolls, antiguos espíritus malignos en la mitología escandinava que han dado nombre a los activistas a destajo (conocidos como el partido de los cincuenta céntimos, porque cobran medio yuan –alrededor de ocho céntimos de dólar– por cada insulto o trola publicada) que se dedican a atacar a usuarios de Internet críticos con las políticas del Gobierno o a defenderlas a capa y espada a los dictados de sus superiores. Este ejército de censores hacia el exterior es responsable de unos 488 millones anuales de informaciones falsas y se calcula que está formado por entre doscientos cincuenta y trescientos mil miembrosGary King, Jennifer Pan y Margaret Roberts, «How the Chinese Government Fabricates Social Media Posts and Strategic Distracction, not Engaged Argument»..

Hablando de disonancia cognitiva…

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Ficha técnica

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