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El espíritu de la contradicción

CLARO Y DIFÍCIL

José Bergamín

Fundación Santander Central Hispano, Madrid

384 pp.

20 €

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No se puede ser historiador sin ser curioso, y Andrés Trapiello es uno de esos merodeadores que, lejos de universidades y academias, lo quieren saber todo, con la ventaja de que además sabe hacer y hacerse las preguntas adecuadas, sin importarle que algunas de ellas puedan ser incómodas o incluso impertinentes para determinados intereses. Como un Sócrates contemporáneo, va metiendo sus dedos (esos dedos que tanto y tan bien escriben) en llagas donde pocos se atreven a explorar, lo cual hace que muchos le estemos agradecidos y muchos otros le teman.

En esta ocasión le ha tocado hacer balance de la dimensión literaria de José Bergamín, pero ha aprovechado la primera página de su sabrosa introducción para repetir sus dudas ante la atención continua y minuciosa que recibe desde hace décadas la llamada «Generación del 27», a la que Trapiello considera, con no poca osadía, «algo literaria y políticamente no sólo frágil sino a menudo endeble» y «uno de los más increíbles espejismos que la propia literatura española haya conocido en toda su historia». Podría pensarse que no era éste el lugar más adecuado para tales opiniones, ya que Bergamín no formó en principio parte de ese grupo (aunque compartiese tantas cosas con aquellos poetas y estuviese en el homenaje sevillano a Góngora de 1927), pero casi nunca está de más la controversia y, sobre todo, la heterodoxia desobediente que se atreve a debatir asuntos que a veces parecerían oficialmente indiscutibles.

Pero Claro y difícil (estupendo título para antologar a alguien que siempre supo titular muy bien) entra pronto a analizar a su protagonista, un escritor al que Nigel Dennis (uno de los que más horas y palabras han dedicado a Bergamín) consideraba en 1987 una figura «polémica, desconcertante, contradictoria, fascinante». Sobre ese carácter pendular hay otro testimonio reciente en el sorprendente y hermoso libro La desesperación del té. (27 veces Pepín Bello), de José Antonio Martín Otín, donde Bello cree que «Pepito Bergamín era un chaquetero, un hombre tan desigual que podía cambiar de identidad dos veces en un día». Trapiello también se refiere en su prólogo («Bergamín o el cubo de Rubik»: otro gran título) al «juego en el que las palabras podían significar una cosa aquí y la contraria en la página siguiente», mientras que José-Carlos Mainer ha escrito que «Bergamín perteneció a un mundo literario que asoció el mérito a la obtención de una frase feliz o al hallazgo de una intuición divertida», y tal vez en esos casos pueda merecer la pena contradecirse.

Trapiello considera que Bergamín fue fundamentalmente un poeta (aunque llamativamente tardío), y con una buena muestra de su poesía se abre Claro y difícil. En ella encontramos ocurrencias más bien intrascendentes («Los árboles son muy raros: / se desnudan en invierno / y se visten en verano») con versos en los que parece latir una poética general («Lo más raro y singular / es todo lo que no tiene / nada de particular») y, en general, estrofas mínimas muy emparentadas con los «proverbios y cantares» machadianos. Él mismo da cuenta en uno de los poemas de sus referencias inmediatas: «Con Bécquer y con Machado / (y con Ferrán) tengo un huerto / que por mi mano he plantado»; y, si bien Trapiello aplaude que «su mayor originalidad fue precisamente la de renunciar a ser original» y hay varios momentos altos, es muy difícil pensar desde nuestros días que a esa poesía no le falta algo de vida, de gracia o de acierto (incluso en el ritmo métrico, que a veces se le desestabiliza).

El principal problema de la sección de «Textos taurinos» es precisamente ése, que son taurinos, y por tanto bastante irrelevantes, anecdóticos, aunque en ellos se incluyan vibrantes aforismos o reflexiones (a veces graciosas, como la figura de don Tancredo, ese bartleby castizo que decide «no hacer nada ante la vida y, por consiguiente, ante la muerte; pero por no hacer nada en absoluto, por no hacer absolutamente nada: ni moverse siquiera»). La selección de «Aforismos», procedentes de El cohete y la estrella, La cabeza a pájaros y Aforismos de la cabeza parlante, incluye algunos muy célebres («Existir es pensar; y pensar es comprometerse») junto a algunos esperanzadores («El aburrimiento de la ostra produce perlas») o desconcertantes («No existe nada más estúpido que un orfeón»), otros muy discutibles («Ser cínico es la única manera moral de ser sincero»), algunos indignantes y felizmente caducados («Una mujer que no se hace esclava de un hombre solamente lo es de todos») y unos pocos que ojalá fuesen perogrulladas («Lo primero para hacer música es no hacer ruido»). Y, finalmente, la antología de «Ensayos literarios» es, con diferencia, la que ocupa más páginas, tal vez porque son muchos quienes opinan que en ellos se muestra el mejor Bergamín, el más penetrante y certero. Son perspicaces acercamientos a clásicos, casi todos españoles, entre La Celestina y el 98, pero también hay escritos sobre pintura (Zurbarán, Velázquez, Murillo…). Hubiera sido bueno conocer la procedencia exacta de estos textos, sobre todo por datar las opiniones del autor sobre determinadas obras, que en ocasiones fue evolucionando o matizándose. Pero siempre guardó devoción por Fernando de Rojas (y sus continuadores), Cervantes, Lope, Galdós, Unamuno o los poetas nombrados más arriba, y en estas filias no quiso ser ambiguo alguien a quien siempre le gustó jugar a la contradicción y la paradoja. Un escritor completo que, como cree Trapiello, «fiel a una idea, era capaz de sacrificar por ella incluso la realidad».

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Ficha técnica

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