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Jared Diamond sobre pájaros, vides y cambio climático

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Hace siete años señalaba yo en Revista de Libros que no es tan sencillo discriminar los efectos de los cambios climáticos sobre ecosistemas que están de por sí en constante cambio y fluctuación y que sufren múltiples agresiones no mediadas por el clima, aunque sí por el hombre. De hecho, la sección que se refería a estos cambios, ligados al de la temperatura y al del nivel del mar, en el informe del International Panel on Climate Change (IPCC), era con diferencia la parte más débil del documento, pues en ella se mezclaban hallazgos significativos, bien documentados, con otros cuya solidez se exageraba y cuyo fundamento estadístico se manejaba con cierta alegría, diluyendo así el mensaje que de los primeros podía derivarse. Además, el apresuramiento para utilizar datos recientes, que no habían sido todavía decantados, llevó de hecho a que ciertas conclusiones del informe sufrieran críticas y bruscos vaivenes. Esperemos que el nuevo informe, que se hará público este año, nos exponga menos a las nubes de humo y la tinta de calamar del lenguaje burocrático.

Se empezaban ya entonces a discernir con claridad ciertos efectos del calentamiento global sobre el medio natural y el entorno humano más inmediato que han ido confirmándose a lo largo de los últimos siete años. En efecto, se ha acelerado la fusión de los hielos en distintas regiones del mundo, con una rápida reducción de hábitat para muchas especies; hay mayor evidencia de que la primavera está adelantándose progresivamente en muchos lugares; los satélites detectan antes el reverdecimiento de la superficie terrestre; los glaciares y los picos nevados realizan cada vez más pronto su máxima descarga de agua a los ríos; la aparición de la primera hoja y la floración de muchas especies vegetales, así como la migración o la deposición de huevos en ciertas especies de pájaros o la subida de los ríos por determinadas especies de peces, ocurren cada vez más temprano. Numerosas especies vegetales y animales están desplazando sus hábitats hacia el norte y hacia arriba en los sistemas montañosos; y la abundancia y las zonas de distribución de algas y plancton están sufriendo cambios discernibles. En este contexto, un reciente artículo de opinión de Jared Diamond discute datos precisos relativos a los efectos del cambio climático sobre la distribución de distintas especies de pájaros y sobre las propiedades varietales de las vides.

El calentamiento global afecta la distribución de las especies animales y vegetales tanto de forma directa como indirecta, tanto en función de las temperaturas máxima y mínima que una especie dada tolera como por el efecto que el cambio de temperatura tiene sobre las especies que le sirven de sustento. Ejemplos típicos son los desplazamientos ocurridos en tiempos recientes de los hábitats de especies tropicales hacia los polos. Cuando Diamond, pajarero desde niño, vuelve a su Boston natal encuentra pájaros como los cardenales y los ruiseñores, que jamás había avistado en su barrio. Sin embargo, estos cambios pueden obedecer a múltiples causas y se necesita observarlos en situaciones en las que la subida de temperatura pueda ser enfocada como causa principal. Este es el caso de ciertas poblaciones de pájaros en las laderas de las montañas.

Benjamin Freeman y Alexandra M. Class Freeman  han vuelto a investigar dos montañas situadas en dos islas de Nueva Guinea que habían sido investigadas por Diamond en 1965 y 1969. Casi medio siglo después, las nuevas prospecciones abarcaron los intervalos de altitud de más de un centenar y medio de especies de pájaros y constataron que éstas se habían desplazado montaña arriba entre 95 y 153 metros, desplazamiento ligeramente superior al que se hubiera esperado si se hubiera tratado exclusivamente de mantener el intervalo de temperaturas de hace medio siglo.

En una comparación con los datos publicados para un total de veintiocho montañas en clima templado y siete en clima tropical, los mismos autores concluyeron que las especies de clima tropical se desplazaron montaña arriba un tercio de lo que lo hicieron las de clima templado, resultado que puede explicarse por la mayor uniformidad de temperatura en que viven las primeras en comparación con las segundas, lo que, al parecer, las hace menos capaces de adaptarse al cambio climático y más vulnerables al calentamiento.

La huida hacia arriba de una montaña que es cada vez más estrecha implica una progresiva reducción de su hábitat hasta que hábitat y especie llegan a desaparecer. En el desplazamiento hacia los polos de, por ejemplo, especies de insectos vectores de enfermedades humanas, como puedan ser los de la malaria o el dengue, lo que está en juego es la salud humana.

Como buen amante del vino, Diamond no puede dejar de referirse a cómo el calentamiento está afectando a sus vinos favoritos del Sarre, lugar cuyas vides difícilmente producen uva vinificable, pero que dos o tres veces por década producen un vino «ligero en alcohol, seco, ácido, espumoso como un champán en miniatura, delicado pero abrumadoramente aromático y perfumado y con un sabor único a tierra». Dejando a un lado la delirante literatura enológica de Diamond, y aunque estamos lejos de que en Edimburgo pueda producirse un buen jerez, lo cierto es que en un país vinícola como el nuestro, las fechas de maduración están adelantándose y la duración del ciclo de nuestras variedades, acortándose, alterando así los planteamientos enológicos y las características definitorias de las denominaciones de origen, que son dones divinos, según algunos.

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