Buscar

Un pensador sin obra

DEL CULTO A LA CULTURA. ELEMENTOS PARA UNA CRÍTICA DE LA RAZÓN HISTÓRICA

Jacob Taubes

Katz, Buenos Aires

Trad. de Silvia Villegas

398 pp.

28,50 €

image_pdfCrear PDF de este artículo.

No habrá un Opera Omnia de Jacob Taubes. Y, sin embargo, no hay como la lectura de sus artículos dispersos para percibir los límites del «Mare Nostrum» en que se mueven la filosofía y la (cripto)teología establecidas. No hace falta siquiera tomar rumbo al (antes) Lejano Oriente; porque en este Occidente hay demasiado debajo de la alfombra, y demasiada alfombra también.

Sería erróneo querer encontrarle un casillero a Taubes. Porque hay una casilla fácil y evidente: pensador judío. Pero «pensamiento judío» es el nombre de una quimera definitoria, porque sólo se produce como imagen lejana de algo excluido, pero casi insondablemente extenso y profundo; y, sobre todo, que, siendo excluido, no nos es externo, sino que en parte penetra, en parte abarca la cultura de genealogía –digámoslo así– cristiana.

Taubes fue un judío atípico en un sentido preciso: el de haber llevado al extremo la experiencia histórica colectiva e individual de la ausencia de Dios. Experiencia repetida de la expulsión de su tierra otrora prometida, traumática expulsión moderna de su tierra España, holocausto nazi y retorno a la tierra prometida, pero como indeseados en Europa y reproduciendo en su criminalidad externa y destrucción interna el destino de Caín.

No, Taubes no es un «pensador judío», como tampoco lo fue Freud. Sin embargo, su canto extra chorum presenta como una tesitura especial. Su acuerdo con Marx es profundo; pero no es de genealogía marxista. Se apoya en Hegel; pero no es de genealogía hegeliana. Conoce y admira la gran teología protestante de los siglos XIX y XX; pero no parte de ella. En lo hondo lleva la memoria irrevocable, constitutiva de la nada. Y con ella examina nuestra, su cultura. Frente al ilustrado optimismo progresista sobre la plantilla criptocristiana de una humanidad al fin redimida, Taubes es un gnóstico, para quien el Creador habría sido algún Demiurgo poco benigno con los hombres; la única liberación: hacia la nada, solo nombre posible para un Dios impredecible, inasequible, impredicable. El gran cabalista Isaac Luria –de madre sefardí– había abierto con su doctrina del «tzimtzum» la idea de un mundo cuya comunicación con Dios se habría roto ya antes de la creación por una contracción divina. Es una genealogía de Taubes; pero también ella está reinterpretada en el contexto de la «revolución copernicana», como expone la competente introducción de Aleida y Jan Assmann y Wolf-Daniel Hartwich al presente libro.

Jacob Taubes, hijo del Gran Rabino de Viena (de Zúrich en el exilio), rabino él mismo por formación, hizo pronto el recorrido a la conciencia desarraigada de la vanidad del mundo, de la teoría, de la religión, como elemento integrante e integrador de la cultura, de la «obra». Si escribió, fue en polémica constante con la verdad establecida; la primera, la opinión que puedan tener los judíos del cristianismo y los cristianos del judaísmo. Ahí, en la polémica, en el examen de la convención admitida, es donde Taubes resulta tan disolvente como respetuoso, convencido (como Derrida, quien fue su amigo personal y filosófico) de que también la disolución de lo establecido lo reproduce. Hasta el extremo de resultar iluminador para los límites inconscientes del pensamiento «occidental» (no digamos del católico, personalista y castizo que tapó en España el hueco de lo expulsado). Ésta ha sido una gran efectividad de la hermenéutica de Taubes, nada gadameriana –es decir, independiente de la gran genealogía protestante–, aunque desde el centro más riguroso de la cultura posguillermina, y siempre en pequeñas, medidas dosis. Dejando aparte su tesis, Abendländische Eschatologie (Escatología occidental), su magna obra, traducida recientemente gracias a la editorial Trotta, La teología política de Pablo, fue en realidad una serie de conferencias publicadas póstumamente.

El gran atractivo de Taubes estuvo en su enseñanza oral, de la que disfruté y que ha rememorado aún hace poco su antiguo discípulo Henning Ritter en páginas emocionadas de la Frankfurter allgemeine Zeitung. Su figura pálida y menuda, vestida invariablemente de negro, contrastaba con el flujo constante, brillante, de su pensamiento socrático. En las largas sesiones de «Kolloquium» en el Instituto de Hermenéutica, seguidas de aún más largas tertulias, no pasaba por una encrucijada sin pararse y preguntarnos como a compañeros de aventura; pero es que, sobre todo, era un zahorí en descubrir esas encrucijadas bajo los recorridos previamente trazados. Su relación con el movimiento estudiantil fue intensa; pero, como le ocurrió a Adorno, no le faltó rechazo en la dirección dogmáticamente marxista que terminó siendo dominante en Alemania. Nunca he podido determinar exactamente qué ocurría con los grandes exiliados que, como él en 1966, trataron de volver a su tierra de origen, aunque tuve ocasión de verlo también en algunos exiliados españoles en el caso algo análogo de la Transición.

No sé si hacerme ilusiones también sobre una posible recepción, ciertamente tardía, de Taubes en España. El espacio reflexivo de libertad que abrió el protestantismo y que, pese a todo, siempre se ha mantenido en el judaísmo, es tradicionalmente ajeno a la cultura católica, no sólo al nacionalcatolicismo. Esto ha hecho de España un suelo especialmente yermo, quizá no para el pensamiento sin más, pero sí al menos para la filosofía moderna. Por eso la discusión promovida por Taubes entre dos grandes religiones íntimamente emparentadas reviste aquí un potencial ilustrado casi insoportable para hábitos inveterados de dogmatismo e incapacidad para asumir realidad (ante todo la propia).

Ya el artículo de 1953, «La controversia entre judaísmo y cristianismo», con su defensa final de una identidad religiosa judía frente a su contaminación cristiana, presenta un nivel de reflexión y tanteo de las posiciones en conflicto que el catolicismo ha solido considerar inaceptable más que innecesario. Lo mismo vale de los atentos estudios de teología protestante recopilados en la tercera parte del libro, agrupados bajo el epígrafe «La teología después del giro copernicano», entre los que me parece sobresalir el temprano «Sobre una interpretación ontológica de la teología» (1949). Con todo, son los artículos posteriores reunidos en la segunda parte («Extrañamiento del mundo. La gnosis y sus consecuencias») sobre la pérdida de Dios y el gnosticismo los que muestran el destino de un pensamiento tan riguroso como libre, pero también su capacidad para intervenir en el proceso filosófico del siglo XX; me refiero sobre todo al comentario, en disputa con Ernst Tugendhat y Rudolf Carnap, de la lección inaugural de Heidegger «¿Qué es metafísica?» (pp. 167-181). A este respecto merecen especial mención también dos artículos tardíos incluidos en la cuarta parte («Religión y cultura»): «Cultura e ideología», de 1969 (escrito en el contexto de la revuelta estudiantil) y «Sobre el auge del politeísmo» (1983). Pero posiblemente el núcleo de la colección de ensayos y su máxima sutileza se encuentre en el artículo de título ya paradójico «El mito dogmático de la gnosis» (pp. 103-117), en discusión con Hans Blumenberg.

Queda una cuestión abierta sobre la presentación de Taubes en forma de antología. Toda selección es problemática, como lo es su forma de presentación, bien sea cronológica –la más neutra, al menos en apariencia– o temática, como es aquí el caso. Pese al interés de los textos seleccionados, debemos encomendarnos al criterio de los editores, toda vez que nos falta la capacidad de cotejar la antología con el total de textos, que no han sido (re)editados. Por de pronto faltan referencias sobre los lugares de publicación (un elemento importante de contextualización) y a veces también los datos cronológicos o de origen. De agradecer es, en todo caso, dado el carácter de estos ensayos, el índice de nombres y el empeño, más bien raro, en buscar las traducciones disponibles de sus obras citadas. Ello, unido a la honradez y legibilidad de la traducción, hace de la edición un texto cuidado y cortés con el lector.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

5 '
0

Compartir

También de interés.

Conjeturas y refutaciones presocráticas

Miguel de Unamuno: la pasión de San Manuel Bueno, mártir (I)

Durante décadas, Miguel de Unamuno gozó del prestigio reservado a los autores que adquieren…