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Visiones

Observaciones a la mina de plomo

CARLOS BARRAL

Lumen, Palabra en el Tiempo, 343 págs.

Prólogo y edición de Jordi Jové

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En Años de penitencia, primer título de la trilogía memorialística que completaría con Los años sinexcusa y Cuando las horas veloces, Carlos Barral (1928-1989) elabora una teoría sobre el escritor que acumula verbalmente el conocimiento del mundo, de las cosas y, sobre todo, de sí mismo: «Se produce, en gran parte, a través del filtro de un mundo habitual que el sujeto estima como íntimo, privado. Los objetos y los aconteceres de ese mundo operan como modélicos, como referencias, y acaparan, congelan, en una especie de ejemplaridad necesaria, las adherencias semánticas del lenguaje, sus posibilidades poéticas, una parte de su fuerza creativa». En esa insularidad léxica enraizada en la experiencia y los orígenes del propio lenguaje habita el Barral poeta, memorialista y articulista, tres facetas arrolladas por su voluminoso protagonismo como editor.

Colaborador de la prensa, Barral seleccionó en 1982 sus artículos y descubrió que «la regularidad de las recurrencias era mucha y de que buena parte de los textos se agrupan naturalmente en unas pocas esquinas de la curiosidad por la vida diaria o por los nombres de sus dones y accidentes». En la fungible prensa periódica Barral manifiesta una vieja obsesión por aprehender entre las redes del lenguaje los peces más diminutos de la realidad, esa ímproba tarea que ya adivinó el Nietzsche filólogo. El sistema barraliano se atisba en el título de la recopilación, Observaciones a la mina de plomo, polisemia emparentada con su condición de poeta. Como advierte Jordi Jové en el prólogo, la «mina de plomo», aludiría al lápiz, «o la mina de plomo con que Max Ernst frotaba hojas de papel, el stilus, punzón, o estilete que importa en cuanto que el poeta juega con las ocurrencias, equivalencias, paralelismos, oposiciones y términos vinculados».

En estas 78 «Observaciones», divididas en cinco secciones, Barral abre su «casa del ser» o, al menos, deja entornadas las puertas de su lenguaje, invitándonos a pasar, con la seguridad del anfitrión que guía al recién llegado. En De los gestos y lo acostumbrado, recopila visiones sobre la vida cotidiana, sus obras y sus pompas. Se mesa las barbas de viejo lobo de mar y observa con fastidio la bahía mesocrática surcada por zodiacs «que repiten incansablemente la misma vuelta»; las elucubraciones sobre la enfermedad se hacen más graves en la sala de espera de un médico cuya fría decoración «invita al miedo»; medita sobre la pérdida del pasado en busca de un futuro ilusorio y echa a faltar en las avenidas esas estatuas que vegetan en museos que nadie visita; se revuelve contra la prohibición de fumar que reivindica como «valor semántico» de las personas…

En Del lenguaje y las orillas delhabla, se revela –y se rebela– un Barral sociolingüístico, que transita –sin pies de plomo– sobre la espinosa identidad lingüística y política: «Así que en España, ese país que los nacionalistas histéricos de sus naciones periféricas designan con la monstruosa abstracción jurídica de Estado español, llamar español al castellano es o muy de derechas o muy centralista o muy extremista y separatista, muy antiespañol, es curioso, y decir castellano es no sólo lo correcto sino lo moderado y sensato, pese a los académicos y a los fabricantes de diccionarios». La polución léxica es su «tema», tal como él apunta: su «porfía, manía, obsesión». Las expresiones «tema», «a nivel de» y «en base a», entre otras excreciones de la jerga paratecnocrática, le sacan de quicio: «Es curioso que "tema" que en el fondo significa manía se convierta en mí en una obsesión maniática, pero no puedo reprimir el volver sobre el asunto, el volver sobre la manía, sobre el tema, exactamente», apunta.

La topografía humana recorre unos Apuntes para retrato, que se abren con el aliño indumentario de los políticos de la transición. En su galería de gestos recobrados rinde tributo a Roger Caillois, Antoni Tàpies, Franco Basaglia, la tumba de Machado en Colliure y sus compañeros de generación poética: Alberto Oliart y Gabriel Ferrater.

En El Dimoni se va resurge el mito de Calafell. En Raimundo, el pescador enfermo que aguarda a la muerte con estoicismo, Barral reencuentra los arenales de su insularidad léxico-existencial. No falta el escritor polemista que descerraja su artillería antiborgiana cuando la enésima boutade del autor de Ficciones, esta vez sobre los vascos, le lleva a denunciar los «pavorosos pantanos de ignorancia» que quiebran la cultura del «supuesto genio bonaerense».

Las Bestias pasantes y rampantes componen un peculiar muestrario zoológico. La muerte de su perra, los atavismos anticaninos del habla cotidiana y las lecturas del naturalista Gerald Durrell se cierran con la extinción de las ballenas, punta de iceberg de una depredación que abarca a todas las especies marinas. Desde la playa de Calafell, se despide de su amigo «el Dimoni» y de un mar sobreexplotado que cada vez depara menos capturas.

Para afrontar un presente tan esquilmado por la ignorancia, le quedan a nuestro autor los Símbolos y metáforas del pasado. En este apartado, Barral recurre a la genealogía de la Historia y las más remotas legitimidades que disecciona con minucioso manierismo aristocratizante. Denosta las adulteraciones de la política y observa con lupa el pasado de Barcelona, una Ciudad Condal que «no guarda memoria de sus condes, de los fundadores de su esplendor político y honra, en cambio, a numerosos personajes políticos, de dudosa reputación, de su historia moderna». Pasa revista a los entuertos coloniales de España en África, historias que acaban mal a costa del pueblo español. Tras el 23-F, el socialista y republicano Barral confiesa en La Vanguardia que el mensaje televisado de don Juan Carlos había extinguido su emotividad republicana: para él, como en tantas otras cosas, operaba «la legitimación hacia lo remoto, de que, efectivamente, no era este rey, ni siquiera un rey, quien nos había hablado, sino el rey».

En conjunto, estas Observaciones… constituyen el microfilm de una obra –poética, memorialística-que se sumerge en las profundidades de la historia y viaja al centro del lenguaje, a la fragua de las palabras frente a las adulteraciones de la banalidad. En esos artículos recobramos al poeta que navegó por Las aguas reiteradas y el memorialista que reta a las «horas veloces». Un inmenso escritor que había permanecido durante años camuflado bajo una faz de lobo de mar y un apellido colonizado por el mundo editorial.

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Ficha técnica

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