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Un rebelde en la Unión Soviética

Madrid-Moscú. Notas de viaje, 1933-1934

Ramón J. Sender

Madrid, Fórcola, 2017

324 pp. 24,50 €

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Ramón J. Sender tenía treinta y dos años cuando viajó a la Unión Soviética en mayo de 1933. Ya era un escritor conocido y aclamado en España como periodista y como novelista social. El viaje a Rusia lo llevó a cabo en el epílogo de la transición de una crisis política, cuando abandonó el anarquismo en que había militado hasta pocos meses antes, atraído por la eficacia revolucionaria de los preceptos comunistas (aunque nunca militó en el partido). Sender pretendía que su reflexión teórica sobre la revolución se afianzara con la experiencia directa de la nueva sociedad que estaba construyendo el bolchevismo. El resultado fueron unas crónicas publicadas primero en el periódico La Libertad, y reunidas más tarde en el libro Madrid-Moscú. Notas de viaje, 1933-1934. En él, Sender demuestra un enorme talento como escritor, una gran capacidad reflexiva y un espíritu que quizá fuera atrevido llamar escéptico, y que tal vez fuera sólo suspicaz, propio del periodista que sabe que la verdad es el objetivo rector de su trabajo. Pero la transferencia de la esperanza revolucionaria anarquista a la esperanza revolucionaria comunista era demasiado reciente, y Sender fue incapaz de detectar el gran engaño del comunismo y de vislumbrar que bajo la costra de la bonhomía y el esla rusia fuerzo del pueblo ruso se ocultaba su sumisión a un Estado totalitario. La verdad se le revelaría más tarde, primero en plena guerra civil española y luego en el exilio, de forma dramática y peligrosa para el escritor.

¡También tú, hijo!

Rusia se llenó de curiosos tras la Revolución. Primero fueron los políticos socialistas y anarquistas de muchos países quienes, tras viajar a la Unión Soviética con miras a negociar una posible inclusión en la Internacional, dejaron testimonio de sus impresiones. En España, los primeros fueron Fernando de los Ríos y Ángel Pestaña. Después, periodistas, escritores y gentes de oficios diversos se acercaron a comprobar la magnitud de la construcción de un nuevo modelo de sociedad. La bibliografía de crónicas y libros de viaje es apabullante: Josep Pla, Julio Álvarez del Vayo, Rodolfo Llopis, Pedro de Répide, Diego Hidalgo, Félix Ros, Eloy Montero, Vicente Pérez, Martín Gudell, Rafael Alberti. El notario y marino Luis Hoyos Cascón hizo también la consabida excursión y dejó uno de los libros más notables sobre el tema, El meridiano de Moscú, o la Rusia que yo vi, donde cuenta una anécdota que deja patente el interés febril que despertaba entonces todo lo soviético. Al anunciar a una anciana amiga que marchaba a Rusia, ésta le espetó: «¡También tú, hijo mío, también tú!» No es casualidad que en el viaje que hizo igualmente Stefan Zweig, el primer compañero de vagón que encontró fuera un español.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial se daría otro tipo de literatura sobre Rusia: la de aquellos comunistas que tuvieron que exiliarse a raíz de la contienda fratricida en España

El libro de Sender es relativamente tardío. La mayoría de títulos sobre el tema se publicaron a finales de los años veinte y en los dos o tres primeros años de la República. Tal era el fervor que apareció, incluso, un libro que bajo la apariencia de un viaje real a la Unión Soviética, escondía una sátira contra la moda de aquellos periplos. Curiosamente, pese a su falsedad, resulta ser el libro más interesante y divertido. Se trata de La Rusia inquietante, del pintoresco León Villanúa. Además de los relatos viajeros, los quioscos y librerías estaban bien nutridos de otros títulos sobre la vida en Rusia. En un artículo, «Lo rojo y lo negro», Sender explicaba el surgimiento del «libro revolucionario», el libro social pacifista, laico y racionalista; libros de protesta contra la dictadura y el absolutismo. La colección «La novela roja», dirigida por el aragonés Fernando Pintado, inició su andadura en 1922; poco a poco fueron sumándose otras y creándose editoriales, especialmente gracias a la labor de Rafael Giménez Siles, que difundían y divulgaban el pensamiento marxista y los modos de vida ?prestando especial atención a los sociales y sexuales? en la Unión Soviética. Entre ellas, algunas directamente pagadas por Moscú, como la editorial Europa-América, que servía además como tapadera para financiar al Partido Comunista de España. La distribución de la propaganda soviética se hacía también mediante la difusión de revistas como URSS en construcción o Rusia hoy, soberbios ejemplos de maquetación y composición, herramientas muy poderosas para la difusión de una idea utópica sobre lo que estaba construyéndose más allá de los Urales.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial se daría otro tipo de literatura sobre Rusia, a modo de reflujo del desencanto: la de aquellos comunistas que tuvieron que exiliarse tras la contienda fratricida en España. No sólo en los libros de denuncia escritos por los herejes y renegados del comunismo, sino también en las memorias de aquellos que se adaptaron o resignaron a la vida en suelo ruso, se menciona a menudo la conmoción que causaba llegar a la Unión Soviética y ver que no había rastro de las alegres escenas que habían visto reproducidas en las revistas. La efectividad del agit-prop editorial dio lugar a anécdotas un tanto chuscas. En 1939, en plena singladura camino de Leningrado, había quienes lanzaban por la borda ropa, zapatos y finos pañales de algodón comprados en París, creedores de que nada más arribar a puerto iban a ser pertinentemente vestidos y acomodados. Como en las revistas. Este es, pues, el contexto en que aparece Madrid-Moscú.

Del anarquismo al comunismo

Sender había comenzado a publicar muy joven, con quince años, en periódicos aragoneses. Poemas, crónicas e, incluso, algunas novelas cortas. Marchó a Madrid y continuó colaborando en la prensa con el seudónimo «Lucas La Salle». Mantuvo sus colaboraciones en prensa aun cuando estuvo en la guerra de Marruecos, experiencia que le sirvió para escribir una de sus novelas más conocidas, y quizá la mejor de las suyas: Imán. Fue al regresar del servicio militar cuando Sender se hizo un nombre en el mundo periodístico del momento, con sus colaboraciones en El Sol. Acompasó escritura y compromiso revolucionario. Fue detenido en 1926, cuando se vio metido de lleno en una algarada tras haber declarado Primo de Rivera el estado de guerra. Su experiencia la novelaría en O. P. (orden público), que apareció en 1931. En 1929 comenzó a militar activamente en el anarquismo. Formó parte del grupo «Espartaco» y actuó de enlace entre Madrid y Barcelona, transmitiendo órdenes en clave entre los grupos de una ciudad y otra.  

Más que un progreso ideológico del anarquismo al comunismo, el de Sender fue un cambio táctico. Se produjo entre el verano de 1932, cuando publicó su último artículo en el periódico cenetista Solidaridad Obrera, y los primeros meses de 1933, cuando escribió dos cartas en Mundo Obrero, la voz pública del Partido Comunista, reconociendo que su táctica le resultaba más efectiva en términos revolucionarios que la del anarquismo, aunque se declaraba apolítico. Los anarquistas españoles andaban entonces divididos, y el Partido Comunista había estrenado muy poco tiempo atrás una nueva dirección, guiada directamente por agentes de la Comintern enviados desde Moscú. En 1932 fueron expulsados del partido el secretario general, José Bullejos, y sus compañeros Etelvino Vega, Gabriel León Trilla y Manuel Adame, del Comité Central. Fueron llamados a Moscú, donde se les sometió un proceso de «autocrítica» y José Díaz se hizo cargo de la Secretaría General, «aconsejado» por Ern? Ger? y Victorio Codovilla, agentes de la Comintern. El húngaro Ger?, a cargo de la represión estalinista en Cataluña contra el POUM, llegó a ser vicepresidente del gobierno de su país y secretario general del Partido Comunista de Hungría. Hoy en día puede verse una fotografía suya en los sótanos de la Casa del Terror en Budapest, el museo que denuncia las atrocidades nazis y comunistas en Hungría.

Jornaleros detenidos en Casas Viejas, en enero de 1933, tras el enfrentamiento entre anarquistas y guardia civil

En 1933 se produjo la masacre de Casas Viejas. La Guardia Civil y la Guardia de Asalto reprimieron una insurrección anarquista en el pequeño pueblo gaditano. Murieron varios agentes y veintiún civiles, entre ellos un niño, algunos quemados en sus chozas y otros fusilados tras haber sido hechos prisioneros. Sender fue enviado por La Libertad para informar de los hechos. A Sender, acostumbrado al mundo anarquista de las urbes (Madrid, Barcelona, Zaragoza), que describió admirablemente en Siete domingos rojos, le causó gran impresión la miseria del campesinado andaluz y las condiciones en que se movían los anarquistas en aquella tierra. Lo ocurrido en Casas Viejas fue uno de los motivos que le llevaron a admirar la eficiencia revolucionaria que vislumbraba tras los postulados del nuevo Partido Comunista de España. Por su parte, el partido estaba encantado de recibir a un periodista reconocido que, además, se había enfrentado claramente a la República burguesa tras publicar su crónica de las masacres en Cádiz y denunciar la versión oficial de los hechos.

Compañero de viaje

En 1934, Sender reunió algunos artículos, de los publicados en los últimos años, en un libro de título bellísimo: Proclamación de la sonrisa. Los que hacen referencia a Rusia y el comunismo («Un esteta en la URSS», «El pobre Kerenski», «André Gide en el cenit», «Una biografía de Stalin», «Lunatcharsky»), revelan su adhesión a la causa comunista. Ahora bien, Sender nunca fue miembro del partido y mantuvo cierta reserva, quizá por un instinto natural de independencia, que le impidió formar parte de sus cuadros. En Contraataque, la crónica de sus vivencias en el frente durante la Guerra Civil, hay una extraña afirmación. Recuerda que conoció a Queipo de Llano antes de 1933 y que éste le creía comunista, lo que le había sucedido muchas veces en la vida: «y no tiene nada de particular, puesto que lo soy». La frase aparece tal cual en la primera edición española del libro, en 1938, en su traducción inglesa (anterior, de 1937) y en las reediciones de 1978 y 2016. No deja de ser llamativo, porque en el prólogo de 1978 explica que la frase original era (y recuerda de memoria): «algunos creen que yo soy comunista y me extraña, porque no lo soy». Según él, la manipulación fue obra del comunista Jesús Hernández, encargado de la propaganda del Partido Comunista y por entonces ministro de Instrucción Pública y Sanidad.

Sender acude a la Unión Soviética invitado por la Unión Internacional de Escritores Revolucionarios para acudir a la Olimpiada de Arte Revolucionario a finales de mayo de 1933. Era un «compañero de viaje» reglamentario, dispuesto y entusiasta. Un compañero de viaje era un simpatizante del comunismo no militante, digamos que un intelectual sin antecedentes, «limpio», como se dice en las novelas y series policíacas, utilísimo para lavar la cara del Partido y dignificarlo ante la opinión pública. Fue una figura inventada, o al menos perfeccionada, por Willi Münzenberg, el genio propagandístico del comunismo internacional.

Conviene aclarar que todos aquellos viajeros que arribaban a la Unión Soviética jamás estaban solos. Los turistas iban siempre acompañados de traductores y guías, contratados a través de la agencia estatal Intourist. Visitaban todo aquello que quería el Gobierno: fábricas modelo, granjas modelo, escuelas modelo. Basta echar un vistazo a alguna de las guías del Intourist de aquella época para saber qué es lo que el Estado quería que vieran los turistas. Los más perspicaces, en cualquier caso, aun aprobando algunos de los innegables avances del proyecto bolchevique, especialmente los relativos a la educación y a la erradicación del analfabetismo, se iban del país con ansias de respirar de nuevo en un territorio libre. Y, al fin y al cabo, como aprendió Gide en su viaje a la Unión Soviética, quien le hizo desencantarse del comunismo que antes había alabado, ¿para qué aprender a leer si las lecturas las determinaba el Estado? Periodistas e intelectuales iban asimismo acompañados de traductores y mecanógrafas, a sueldo la mayoría de ellos de la GPU y luego NKVD (la que más tarde se conocería por KGB). Es decir, espías atentos a toda palabra que saliera fuera del país. Los periodistas más tenaces, como Chaves Nogales, llegaron a entrevistar a alguna figura controvertida, como Ramón Casanellas, el asesino de Eduardo Dato. Otros españoles se encontraban en el hotel Lux con Jesús Ibáñez, un asturiano estrafalario, refugiado como tantos otros revolucionarios y terroristas españoles, que también había estado relacionado con aquel crimen. Aquellos contactos les hacían creer que vivían experiencias más auténticas que los turistas habituales.

La de Sender en la Unión Soviética fue de otra índole, más intelectual. Sender era un buen periodista. Lo había demostrado en España y lo demuestra en Madrid-Moscú. Es un narrador cuyo interés mana de los hontanares de su inteligencia y su humanidad. En la Unión Soviética sigue siendo un hombre libre, todo lo libre que le permite la Rusia estalinista, y en las últimas páginas de su libro se permitirá contradecir algunas consignas aprendidas en su periplo y corregir otras. Poco después, por mucho menos morirían fusiladas miles de personas en las enloquecidas purgas que llevó a cabo Stalin. La perspicacia de Sender surge desde los primeros párrafos. De Madrid a Barcelona, repugna del nacionalismo catalán, tan dado a la ostentación de simbología religiosa y medieval, confirmando asimismo su querencia por la Cataluña donde pasó parte de su infancia. Se demora en la descripción del viaje en tren a través de la Alemania nazi o de sus compañeros de compartimento. Sender era optimista entonces: aunque asiste a manifestaciones antisemitas, cuando unos nazis guardan la puerta de un negocio judío para que no entre nadie a comprar, muestra su esperanza de que el antisemitismo remita, ya que hay quien incluso lo toma a broma. Ochenta páginas se van en el viaje de Barcelona a Moscú pasando por Berlín y Varsovia. Una vez en Rusia, todo lo indaga, todo lo describe con amenidad no exenta de meticulosidad. En sus reuniones con escritores e intelectuales, no cae en la anécdota chusca, como Alberti, que describía a un poeta ruso tirado por los suelos, leyendo un poema propio, imitando una locomotora, con bufidos y aspavientos, o se describía a sí mismo toreando una silla para explicar lo que es España. Sender inquiere y pesquisa. Le fascina la capacidad del bolchevismo para erradicar casi por completo el analfabetismo, admira las manifestaciones deportivas, el trabajo de las mujeres, los grandes parques culturales donde se juega al ajedrez o a juegos de ingenio. Viaja a Leningrado, a Georgia, asiste a los funerales de Clara Zetkin y ve de cerca a Stalin en una manifestación en la plaza del Kremlin. Convive con lo cotidiano y profundiza en las condiciones de la construcción de un mundo nuevo que causó tanto asombro como recelo en todo el resto del planeta. Y, como tantos otros viajeros, deja constancia de la resignación del pueblo ruso ante los problemas: la respuesta a ellos es siempre «nichevó», la palabra tótem con que mostrar resignación ante las adversidades: «¡No pasa nada!»

Sender mostró dotes de augur, lo que, unido a su carácter independiente, reflexivo, humanista y libre, no tardaría en generarle serios problemas

Pero sí pasaba. Sender vio a los «besprizornie», los niños callejeros, huérfanos o descarriados, que llenaban las calles de Moscú. Sender se admira de que la policía no actuara contra ellos, y que su actuación se centrara en persuadirles de que fueran a la escuela o a los centros de acogida creados expresamente para ellos. Como los comunistas, creía que su mera existencia era una excrecencia que no tardaría en erradicarse. Lo cierto es que aquella persuasión no funcionó: aumentaron con el tiempo y no pocos niños españoles que llegaron a la Unión Soviética a partir de 1937 como refugiados terminaron uniéndose a bandas de «besprizornie» para acabar muriendo de asco o en el Gulag. El mismo optimismo que le llevó a despreocuparse de las muestras palmarias de antisemitismo en Berlín hace que las explicaciones que le dan sobre el sistema penitenciario le basten para entender que al recluso se le mima y se le redime, no se le castiga. Es admirable la ingenuidad del joven Sender en la Unión Soviética, y de alguna manera hace más atractiva su crónica, pues tal candor actúa como contrapunto de su capacidad crítica y demuestra lo dotada que estaba la burocracia soviética para el engaño, la tergiversación y la manipulación. De la misma manera que Sender aceptó sin inmutarse las explicaciones sobre las cárceles, tragó fácilmente con las explicaciones que le dieron acerca de las hambrunas en Ucrania, el Holodomor, que causaron la muerte de millones de rusos: inventos de la propaganda anticomunista. Apenas dos líneas sobre el tema.

En cualquier caso, al abandonar suelo soviético, Sender se permitió algunos consejos a amigos rusos. El más irreverente, dejar que los diferentes partidos comunistas del resto del mundo se desentendieran de las directrices soviéticas. Así, al final del libro sostiene que no tiene sentido hablarles de «pan, paz y libertad» a las masas comunistas holandesas, beneficiadas con subsidio de paro y propietarias de radio y abonos para el teatro; y que, en cualquier caso, las consignas para ellas deberían inventarse en Holanda y no desde la Unión Soviética: «Si sale de aquí, será la consigna para un tiempo feudal, de esclavitud». Pese a su ingenuidad, Sender mostró por vericuetos algo anfractuosos ciertas dotes de augur, lo que, unido a su carácter independiente, reflexivo, humanista y libre, no tardaría en generarle serios problemas.

Sender dejó buena impresión en Rusia. Su nombre aparece varias veces en el diario Pravda en 1934, especialmente en la edición del 5 de julio, donde se incluye su retrato junto al de otros escritores revolucionarios, entre ellos Henri Barbusse, Ernst Toller y Rafael Alberti. Muchas de sus obras fueron traducidas y se representó en los teatros y en varias ocasiones una pieza teatral. Sender dijo que jamás cobró dinero alguno por ello, aunque es cierto que al menos lo reclamó y su corresponsal en Moscú, el crítico Mijaíl Apletin, abogó a favor, habida cuenta de la importancia de Sender para la causa revolucionaria. De la Unión Soviética se trajo Sender este libro de viajes y otro más, Carta de Moscú sobre el amor (A una muchacha española), también publicado en 1934, un libro íntimo dirigido a su mujer. Trata de un tema habitual en las publicaciones en España sobre la vida en la nueva Rusia, tanto en los capítulos de las crónicas escritas por los viajeros como en monografías concretas (por ejemplo, El amor libre, de Jorge Slezkin, Barcelona, Gassò, 1931; La vida sexual en Rusia, de Henry Fouillet, Barcelona, J. Sanxo, 1932; o El amor en los soviets, de Luis Carlos Royer, Madrid, Javier Morata, 1933).    

La ruptura

A los herejes del comunismo les llegó el desencanto de una forma tan simple como efectiva: la confrontación de sus ideales con la realidad. Esta podía presentarse como verdad palpable, como es el caso de los exiliados comunistas tras la guerra que acabaron en suelo ruso y que veían que sus condiciones de vida se habían degradado, que la propia comunidad española se dividía en clases en el país sin ellas, y que habían sido capaces de deducir que uno de los sinónimos de «comunismo» era «liberticidio» y «autoritarismo». El sueño de juventud de gran parte de ellos, loable y plausible por querer mejorar un mundo que estaba en manos de explotadores, clérigos y terratenientes, quedó enterrado en suelo ruso bajo una gruesa capa de decepciones, si es que no quedaron ellos mismos enterrados en los siniestros campos del Gulag. Sender tuvo la suerte de sufrir aquel baño de realidad antes del final de la guerra, lo que quizá impidiera su regreso a la Unión Soviética, esta vez como exiliado. Los hechos que lo llevaron no sólo a distanciarse del Partido Comunista, sino a enfrentarse a él y a sufrir represalias por ello, nunca han sido esclarecidos del todo.

La historia comienza en Seseña en otoño de 1936, cuando las tropas de Franco presionaban duramente para entrar en Madrid. Aunque cabría decir que la historia comienza con su propia rebeldía. Porque Sender fue siempre un rebelde antes que un revolucionario: el «hijo rebelde de nuestra dictadura» lo llamó Cansinos Assens. Sujeto a la obediencia militar (estaba en el frente como jefe del Estado Mayor de la Primera Brigada Mixta del Quinto Regimiento), pero independiente de los dogmatismos jesuíticos del Partido Comunista. Enrique Líster cuenta que degradó a Sender por haber abandonado el frente para huir a la capital y nombrarse a sí mismo comandante, al pensar que el propio Líster había muerto en combate. Por su parte, Vittorio Vidali se arrogó también el mérito de la degradación de Sender.

La versión del escritor aragonés: tras el fracaso de la operación de los tanques en Seseña, Líster quiso fusilar a varios oficiales compañeros y amigos de Sender, y este se opuso (aunque añade que Líster fusiló a algunos de ellos más tarde, en Belchite). En Contraataque hay menciones a la participación del propio Sender en operaciones en el frente en noviembre de 1936, y en la revista de una de las brigadas en esos días lo elogian por su heroísmo y su capacidad militar, por lo que cabe dudar de las versiones de Líster y Vidali y aceptar la de Sender.

A finales de 1936, Sender se entera de la muerte de su mujer, fusilada por los franquistas en Zamora. Había muerto de la misma manera uno de sus hermanos en Huesca. Sender gestionó la salida de España de sus hijos, por lo que se trasladó a Francia. Una vez dejados a salvo gracias a la Cruz Roja Internacional, regresó a España, donde quedó espantado de la represión que llevaron a cabo los comunistas con los trotskistas. Hasta el final de la guerra escribió en la prensa republicana. Luego, el exilio, como tantos otros, y el desprecio a los estalinistas y el dolor por la muerte de su mujer reflejados en una novela: Los cinco libros de Ariadna.

En una carta a Joaquín Maurín, Sender cuenta que describió pormenorizadamente los motivos que llevaron a los estalinistas a perseguir a algunos intelectuales republicanos y las amenazas que hicieron contra su propia persona. Dice Sender que guardó ese documento en la caja de seguridad de un banco y que tiró la única llave al río Hudson. Su hijo, Ramón Sender Barayón, cuenta también que su padre «decía saber datos y acciones de los comunistas contra los republicanos. Tenía bastante información peligrosa para ellos y conocía lo que llamaba la “traición comunista”». Al leer esto he recordado una mención marginal en la descripción del expediente personal de Líster que se guarda en los archivos de la Comintern. Se hace allí referencia a la preparación de un atentado contra el gobierno de Largo Caballero entre octubre y noviembre de 1936, preparado por Líster, Vidali y Manfred Stern. ¿Qué fue lo que calló Sender? De existir verdaderamente, esos papeles permanecen todavía ocultos. En la correspondencia con Maurín muestra una obsesión por los comunistas, a quienes llama «chinos», y muestra hacia ellos un desprecio constante.

Caballería roja, de Kazimir Malevich (1932)

Enrique Castro Delgado, el gran renegado del comunismo español, dejó un libro áspero, pero de una gran vitalidad y un ácido sentido del humor, sobre su experiencia comunista: Hombres made in Moscú. Luce un sarcasmo cruel contra casi todo el mundo y las descripciones que hace de sus propios camaradas son dignas de antología. Solamente salva a algunos compañeros de sus primeros años en el partido, cofrades idealistas, todavía personas y no robots creados en los laboratorios del Vozd, y a dos o tres más con los que coincidió en la guerra. De los intelectuales, sólo uno: «Posiblemente el único intelectual que mejor comprendió al Partido, que no se dejó engañar por el Partido, al que no envilecieron los halagos, el que no sacrificó su libertad de pensamiento, el que fue la dignidad frente a la indignidad fue: Ramón J. Sender. // Uno».

La edición

Esta edición de Madrid-Moscú se suma a otras obras primerizas de Sender reeditadas recientemente en pequeñas editoriales (¿cuántas veces tendremos que alabarles y agradecerles esta labor de rescate de obras preteridas y olvidadas?) Contraseña ha reeditado en 2016 la crónica Contraataque; en el mismo año, Libros del Asteroide ha publicado Viaje a la aldea del crimen, un libro que amplía la crónica de Casas Viejas; Virus publicó en 2011 O. P (orden público); la Asociación de Libreros de Lance reeditó ese mismo año Siete domingos rojos, con un fabuloso prólogo de Carlos García-Alix (autor también de otro Madrid-Moscú, un recorrido histórico y bibliográfico por la pasión soviética en España y por su propia pasión de aquella época de esperanzas revolucionarias). A todas estas obras hay que sumar la reciente reedición de Crónica del alba llevada a cabo por Alianza, la de La tesis de Nancy por Casals y también por Bambú; Tupac Amaru, por Terapias Verdes; El bandido adolescente, por Contraseña; y el Teatro completo, por la Universidad de Zaragoza. Todo en los últimos cinco o seis años. Sin contar con la ingente labor de rescate de la editorial Larumbe, que ofrece numerosos títulos de Sender, muy bien editados con prólogos muy informativos y nada farragosos.

Reconozco que Fórcola es una de mis editoriales favoritas. No sólo por la calidad y variedad de los títulos que ofrece en sus colecciones (la de este libro, «Colección Siglo XX», es extraordinaria y hay que agradecer la labor de su director, Fernando Castillo Cáceres), sino también por la facilidad que ofrece al lector para adquirir libros electrónicos, y la confianza que deposita en él al venderlos sin protección DRM; y, muy especialmente, por las condiciones de venta fuera de España (los emigrantes somos muy sensibles a estos detalles). Pero, por encima de todo, está la calidad de la edición: papel, tipografía, encuadernado y, en este caso concreto, índice onomástico, revisión del ruso y el documentado prólogo de José-Carlos Mainer, gran conocedor de la obra de Sender y especialista en su época literaria. Esperemos que la editorial tenga también el ánimo de publicar Carta de Moscú sobre el amor (A una muchacha española), que de alguna manera complementa esta crónica de viaje. Ambos libros solamente pueden comprarse en librerías de viejo a precios inalcanzables, o a través del servicio de reproducción de la Biblioteca Nacional (otra institución que hace una labor callada y digna de ser premiada). Le ocurrió también a Sender, como cuenta en una entrevista en 1976 con su libro Imán, desconocido en España hasta que fuera reesitado por Destino. Todavía hoy, pese a sus numerosas ediciones y reediciones, sigue estando esa mítica primera edición a precios altísimos, aunque en los últimos años han ido atemperándose un poco. Satisface ver que uno de los grandes novelistas españoles del siglo XX vuelve a editarse, lo que quizá sea una manera de vislumbrar que también vuelve a leerse.

Bibliografía consultada

Además de los libros de Sender citados y de numerosos libros de viajes por la Unión Soviética publicados entre 1922 y 1936 y de las hemerotecas de Pravda (consultada desde Nationallizenzen) y La Libertad y Luz (consultadas desde la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional:

Rafael Cansinos Assens, «Ramón J. Sender y la novela social», La Libertad, 4 de enero de 1933, p. 8.

Rafael Cruz, El arte que inflama. La creación de una literatura bolchevique en España (1931-1936), Madrid, Biblioteca Nueva, 1999.

José María Jover Zamora, Historia, biografía y novela en el primer Sender, Madrid, Castalia, 2002.

Ramón J. Sender, Correspondencia Ramón J. Sender-Joaquín Maurín (1952-1973), Madrid, Ediciones de la Torre, 1995.

Peter Turton, «Los cinco libros de Ariadna», en Ramón J. Sender in memoriam, Zaragoza, Diputación General de Aragón, 1983, pp. 445-463.

Jesús Vived Mairal, «Sender y Moscú», en Sender 2001. Actas del congreso centenario celebrado en Sheffield, Bristol, HiPLAM, 2002, pp. 39-50. La carta de Sender recibida por Mijaíl Apletin he podido consultarla desde la página web de los archivos soviéticos y gracias a la traducción que me ha hecho Maribel Barros, nacida en Moscú e hija de exiliados comunistas.

Jesús Vived Mairal, «Tres calas en la biografía de Sender», en El lugar de Sender. Actas del I Congreso sobre Ramón J. Sender (Huesca, 3-7 de abril de 1995), Zaragoza, Instituto de Estudios Altoaragoneses y Fundación Fernando el Católico, 1997, pp. 121-140.

Sergio Campos Cacho es bibliotecario, coautor de Aly Herscovitz y colaborador de Arcadi Espada en su libro En nombre de Franco. Los héroes de la embajada de España en Budapest (Barcelona, Espasa, 2013).

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Ficha técnica

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