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En el taller de Bolaño

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Al visitar la exposición dedicada a Roberto Bolaño en la Casa del Lector no resulta difícil sentirse en el interior de uno de los relatos del autor chileno. Los libros de Bolaño están llenos de escritores excéntricos, de pequeñas sectas literarias, de búsquedas y huidas. La muestra adapta la que se presentó en 2013 en el Centro de Cultura Contemporánea e Barcelona e incide en ese juego. Tres años después del fallecimiento de Bolaño, su viuda, Carolina López, comenzó el trabajo de organización de los materiales del archivo: treinta y tres archivadores con más de catorce mil páginas distribuidas en ochenta y cuatro libretas, cuarenta y dos carpetas, setenta y siete archivos de hojas sueltas y veintiún archivos de libros montados; doscientas setenta revistas como material de consulta; casi mil cartas recibidas y un disquete con ciento cuarenta y cuatro enviadas por él; un archivo con ciento ochenta y cinco entrevistas; el disco duro de su ordenador en setenta y seis disquetes; un archivo con los recortes de prensa; cuarenta juegos de estrategia y militares; fotografías. Esa es la base de una exposición que se centra en el tiempo que Bolaño vivió en España: el período que pasó en Barcelona, adonde llegó en 1977, se presenta bajo el título «La Universidad desconocida»; su estancia en Gerona, que se prologó hasta 1980, centra «Dentro del caleidoscopio»; la parte dedicada a Blanes, donde residió desde 1985 hasta su muerte en 2003, se titula «El visitante del futuro».

Todo lo que se escribe sobre Bolaño se escribe sobre su leyenda: el narrador extraterritorial, como lo definió Ignacio Echevarría, albacea literario y uno de los grandes conocedores de su obra; el joven detenido durante el golpe de Pinochet y salvado por azar; el enfant terrible en México y el escritor secreto en España, que malvive haciendo mil oficios, en los márgenes de la pobreza y en los arrabales de la literatura, hasta que es descubierto y se hace justicia; el hombre que se define como latinoamericano y representa la literatura en estado puro y, al mismo tiempo, encarna un reciente pasado hispanoamericano de violencia, exilio y desamparo; el enfermo que espera el trasplante de hígado que podría salvarlo y escribe obsesiva, frenéticamente; el escritor insobornable, auténtico, capaz de hacer desplantes y echar broncas en público a quien hiciera falta. Muere joven; deja numerosos inéditos. Se convierte en un escritor discutido, pero también admirado y seguido: un autor de culto y un autor de éxito (el fracaso gusta, pero sobre todo si acaba en triunfo). Juan Villoro ha propuesto tres razones para la acogida comercial de un narrador que no parecía destinado a las mayorías: su trayectoria biográfica, una estética que es una «caja de resonancia de esa forma de vida», gracias a la cual «Los detectives salvajes se ha convertido en un manual de comportamiento de los jóvenes latinoamericanos», y el hecho de que «su novela más conocida es una obra colectiva, narrada por voces que entran y salen del libro como la multitud que entra y sale de un estadio».

Uno de sus amigos, el narrador argentino Rodrigo Fresán, ha destacado que su tema era el exilio y que era «el escritor menos autofabulador que he conocido»: «Bolaño era todo un personaje y había experimentado muchas aventuras y padecido muchas desventuras en muy diferentes latitudes y de muy variadas longitudes, sí; pero poco y nada hablaba de su historia, de lo que había vivido y por lo que casi había muerto. Para eso estaban los libros y no las entrevistas». No sólo sus libros, sino también –y esto ocurre cuando se produce una fabulación realmente buena– los libros de los otros: Roberto Bolaño se convertiría en personaje de la exitosa Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas. El brillo de esa irrupción extraordinaria dificulta valorar del todo una obra desigual, poderosa, original e influyente, pero la realidad desmiente algunas aristas del mito: algunos textos de Entre paréntesis matizan la insobornabilidad de Bolaño, «el apóstata», como lo llama, de manera un tanto desconcertante, Insua en el catálogo de la exposición. Archivo Bolaño parece aspirar a documentar y prolongar esa leyenda. Pero, viendo la muestra y sus paratextos, también da la impresión de que Bolaño –que se enfadó en alguna ocasión con amigos que no elogiaban suficientemente sus libros– era uno de esos marginales obsesionados por el momento en que podrían ocupar el centro.

El tiempo que vivió en México fue determinante para la formación estética de Bolaño, como muestra la importancia de ese país en sus dos obras mayores, Los detectives salvajes y 2666, que pueden leerse como dos novelas de aventuras literarias. Se hizo célebre como narrador, pero su prosa y su actitud conservaron un componente poético. Aunque la exposición se centra en el período europeo de Bolaño, esa primera época es relevante. Aparecen, por ejemplo, «Déjenlo todo, inmediatamente», el primer manifiesto del infrarrealismo, el movimiento que fundó con Bruno Montané y Mario Santiago, y que transformó en el realismo visceral de Los detectives salvajes («La verdadera imaginación es aquella que dinamita, elucida, inyecta microbios esmeraldas en otras imaginaciones. En poesía y en lo que sea, la entrada en materia tiene que ser ya la entrada en aventura»); cuadernos y poemas de los inicios del autor de Estrella distante, su primer libro –Reinventar el amor–, el mecanoscrito de La memoria histérica. Un epistolario o una reseña de Islas a la deriva, de José Emilio Pacheco (siendo «una escritura de la conformidad», «su poesía es lo más digno que produce ese conglomerado académico de poetas tanto de izquierda como de derecha»), provista de una petulancia que Bolaño nunca llegó a perder del todo y que quizá fuera también uno de los componentes de su encanto.

Frente a la abundancia de documentos «del taller», la parte gráfica es decepcionante. Hay obras audiovisuales inspiradas por la literatura de Bolaño –«Prosa del otoño en Gerona», Estrella distante– y pueden leerse las entrevistas. La exposición traza un mapa de su mundo. Entre sus influencias, aparece una tradición que viene del malditismo y cierto romanticismo alucinado, que incluye a Lautréamont, Rimbaud, Baudelaire o Poe, pero también a los beats y al rock & roll. Los grandes autores latinoamericanos del siglo XX (Vallejo, Borges, Cortázar y poetas chilenos como Enrique Lihn y Nicanor Parra) conviven con la literatura de ciencia ficción y se mezclan con las novelas encadenadas y esa manera de llegar al fondo a través de la forma y de sugerir el dolor por medio del juego que supo encontrar Georges Perec. A través de esa estética asimilaba un caudal literario muy variado, que incluye textos canónicos presentes, a menudo con un toque paródico, en su obra.

Hay matrículas de la Escuela Oficial de Idiomas y de la Escuela de Bellas Artes, fotomontajes donde Bolaño aparece con Pound o Joyce, imágenes de las calles en las que vivió, fotografías de un viaje a Marruecos en 1982 (con dos modelos: Laurence Sterne y Arthur Rimbaud), el juego de mesa «Rise and Decline of the Third Reich», fragmentos de correspondencia con Efraín Huerta, Jorge Herralde o Enrique Lihn. Y se ve el rastro de ciertas amistades, tanto en la muestra como en el catálogo: entre ellas destacan la de Enrique Vila-Matas, muy cercano a Bolaño en algunas afinidades electivas, pero al mismo tiempo totalmente distinto, y sobre todo la de la A. G. Porta, a quien conoció en Barcelona en 1979 y con quien escribió un cuento y una novela a cuatro manos. A Huerta le escribía: «Quisiera escribir cosas tristes para ti. De catástrofes y pequeñas tristezas supongo que estamos hasta el cuello». En otro lugar le contaba que había «trabajado en las vendimias». La muestra también deja algunas incógnitas, tanto literarias como personales. Entre ellas está la razón de la interrupción de su amistad con Javier Cercas, quien escribe un bello texto en el catálogo, o la ausencia de la última pareja de Bolaño, Carmen Pérez.

Lo más interesante de la exposición, sin duda, son los manuscritos y mecanoscritos, que permiten observar las metamorfosis de temas y personajes de Bolaño, así como algunos de sus proyectos (por ejemplo, la revista y luego editorial Rimbaud, vuelve a casa). Los cuadernos no sólo enseñan los borradores y las transformaciones de una versión a otra del texto –a veces llamativamente pocas– a máquina, sino también las estructuras de alguno de sus libros, como la de 2666, o dibujos y gráficos que salen en las novelas, esquemas de los escenarios. Ver la caligrafía pequeña y clara del narrador ofrece también cierto placer fetichista. Hay recortes de prensa. Bajo el titular «Un poeta chileno ha sido muerto de hambre por su mujer», se lee: «El poeta chileno Julio Aguirragada Auger, que fue secretario de Estado para la Educación entre 1952 y 1958, murió de hambre en su casa donde lo mantenían (sic) secuestrado su mujer, que tenía perturbadas sus facultades mentales». Otras noticias seleccionadas tratan de «los portentosos ojos de un niño chino», que «ve el interior de las personas y objetos como si fueran rayos X», o señalan que «una extraña criatura parecida a una vaca gigante pero que tiene un pico de pato ha sido vista repetidas veces desde el mes de agosto».

Una de las grandes aportaciones de Archivo Bolaño es que permite ver la cronología creativa de Bolaño: «La secuencia temporal resultante muestra un retrato distinto, o establece una línea argumental que difiere de su historia editorial», ha explicado Valérie Miles. La exposición destaca la unidad de la obra del autor, las transformaciones y recuperaciones de tema y nombres a lo largo del tiempo, y la intensa «conectividad»: «La individualidad de sus escritos, ya sean narrativos o poéticos, se diluye en un territorio de complicidades textuales que nos hablan de una poética aglutinadora de fragmentos», escribe Patricia Espinosa en uno de los textos del catálogo. Es una literatura que no sólo se alimenta de literatura, sino que se alimenta de sí misma, con obras que remiten a otras, con personajes y nombres que reaparecen a lo largo del tiempo (el caso más evidente sería Arturo Belano). En ese sentido, también son interesantes algunas cartas que Bolaño envió a su editor Jorge Herralde. En una le advierte de que la pieza que se convertiría en uno de sus relatos más célebres, «Sentini», basado en Antonio di Benedetto –y concebido, dice un cartel, como una instalación–, había obtenido un premio y quizá no debiera publicarse en Llamadas telefónicas (a cambio prometía piezas iguales o mejores). Más tarde, señalaba las coincidencias entre Estrella distante y La literatura nazi en América.

Esos viajes por el taller del escritor son el mayor valor de Archivo Bolaño: no sólo enseñan la génesis y la evolución de una obra, sino que también muestran la intensidad de la fuerza literaria, la pasión y el método, el cultivo febril y sistemático de las obsesiones creativas, y la posibilidad de ver la literatura como algo gozosamente infantil: un juego tremendamente serio. Su mayor virtud es que empuja al visitante hacia los textos del autor de Los detectives salvajes.

Daniel Gascón, editor de la revista Letras Libres en España, es autor de Entresuelo (Barcelona, Literatura Random House, 2013).

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Ficha técnica

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