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El mar interior

Verdades a medias

PEDRO CASARIEGO CÓRDOBA

Espasa Calpe, Madrid

223 págs.

2.300 ptas.

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Pedro Casariego Córdoba (19551993) pertenece a una larga estirpe de poetas o escritores de rara intensidad (José Luis Hidalgo, Aníbal Núñez, Eduardo Haro Ibars, por citar sólo a los más próximos), todos ellos muertos en la plenitud de su vida y con un trabajo creador aun despuntando, casi en ciernes.

Pe Cas Cor forma parte, también, de esa raza de escritores de talante casi autista, suspicaces, incluso, con el mismo hecho de la escritura, recelosos de esos sus colegas tan seguros y funcionarios, capaces de «explicar el mundo y sus alrededores» cuando escriben. Artista, en fin, a impulsos, a trancos, urdidor de poemas y fábulas moteados siempre de destellos azulados en los que desgrana una mirada llena de «humor frío» y serenidad melancólica.

Ahora, su hermano Antón, también escritor y guionista, ha recopilado con sentido unitario una serie de textos (relatos, piezas teatrales, poemas, prosas de varia invención, una entrevista) que, bajo el título del primero, un manifiesto sui generis y sumamente interesante, pretenden dar una imagen cabal del escritor tan particular que fue.

Verdades a medias parte del hecho de que el verdadero artista no es el «impío artista exterior», ese, mayoritario, que desparrama sus intuiciones desmigajadas en centenares de páginas repletas de lugares comunes e intercambiables con cualquiera de los otros «impíos». No, el verdadero artista es el que «crea hacia adentro», el que es dueño, como el protagonista de su alucinatorio relato Qué más da, de un «mar interior y tempestuoso», poblado de peces a los que alimentar y proteger de la trivial realidad exterior. Un escritor así, completamente libre y hacia adentro, es el único, dice Casariego, capaz de arrostrar sus incomunicables verdades, seguro de su solitario privilegio.

El artista es quien en verdad intuye la infinita insatisfacción del hombre: poseedor de una semilla o sueño de trascendencia, germen y causa de todas sus angustias posinstintivas. El artista, paladín de ese humano ebrio de inmortalidad, se enfrenta, irredento, a un Dios ausente o torpe para suplicarle que baje los precios (inasequibles) del espíritu o haga, al menos, que nos contentemos con esta nada.

Como se puede observar, estamos ante un escritor «diferente», necesario en su lucidez desapegada, lleno, por lo general, de un humor muy fino y una mirada muy diáfana, como de niño perenne, a quien hasta los excesos se le perdonan, salvo cuando, raramente, decae en esos chistes, si se me permite, como de La codorniz, de un surrealismo hispano un punto rancio («tú me has enseñado / que la carne de mujer / no es lo mismo que la carne de vaca. Luego hablaría de la ternura y la ternera…»).

El nexo de unión de todos estos textos tan dispares es la fina ironía, por un lado, que le lleva a observaciones y juegos fónicos y semánticos chispeantes casi siempre, y, por otro, la profunda ternura y piedad con que «acaricia» y conduce no sólo a sus personajes, sino también a las ideas que expone.

¿Cómo explicar entonces lo «turbio» que se advierte? Creo que su piadoso mar interior no tiene salidas, es un estanque cerrado al que van a parar ideas y palabras y formas insólitas de mirar la realidad que, una vez allí, se pudren, consumidas por la inanidad tantálica del empeño: «Convencer a otro de algo, y os remito a uno de mis poemas más desconocidos, es el suicidio por excelencia, por cuanto sólo tenemos nuestros errores, y éstos son tan pocos que compartirlos no es de buen cristiano silencioso, sino de cura parlanchín anclado a la sequía del púlpito».

Verdades a medias se presenta, pues, como una taracea de textos que, al cabo, conforman el espíritu indolente de un escritor nada obvio y moteado de fugaces iluminaciones. El curioso lector podrá acercarse a un escritor pródigo en intuiciones tan brillantes como poco operativas, bien alejadas del costumbrismo ramplón que perpetran los «artistas impíos» de nuestros tiempos. El conocedor de la obra de Casariego tiene, a la mano, una buena muestra de su quehacer en una edición sumamente asequible, si se compara, sobre todo, con la dificultad de acceder al reguero de publicaciones minoritarias en las que Pe Cas Cor fue desgranando su insólito, bizarro e inquietante mar interior.

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