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Un Gracián ad usum delphinum

El hombre en su perfección

BALTASAR GRACIÁN

Edición de J. Ignacio Díez Fernández

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En los últimos años, el pensamiento de Gracián, esa «prudente reflexión sobre las cosas» materializada en preceptos para hacer varones eminentes, ha tenido una inesperada difusión en sectores sociales donde la competencia y la rivalidad presiden las relaciones humanas y donde el ideal del triunfo a toda costa convierte en fríamente pragmática cualquier conducta, ya que todas están gobernadas por el mismo propósito. La forma de los principales tratados de Gracián, marcadamente aforística, permitía, además, editar compendios, antologías y «trozos selectos» que recogieran, como en pastillas, lo más significativo de la ideología gracianesca, a fin de ofrecer unas muestras o sugerencias de comportamiento a esas personas ocupadísimas que siempre se quejan de no tener tiempo para leer. Descuartizar una obra con esta iconoclasta y utilitaria mentalidad de Reader's Digest exige tergiversarla sin remedio, lo que no puede complacer a ningún lector que lo sea de verdad; pero la tendencia simplificadora de estos últimos decenios es evidente y, además, se expande con ritmo avasallador. En esta lamentable corriente que parece imparable hay que situar esta edición, que recoge El héroe, una selección de El discreto y algunos aforismos del Oráculomanual y Arte de prudencia, convertido aquí caprichosamente en El arte de la prudencia por el editor. Porque conviene advertir que, además de despedazar pasajes y fragmentos unitarios, se ha pretendido «hacer legible un texto cuya dificultad es un rasgo de estilo» (pág. XLIII ), para lo cual, «y siempre en aras de la legibilidad, el texto ha sufrido distintas transformaciones (se rehacen frases, se simplifica notablemente la sintaxis, se modifican términos anticuados o de difícil comprensión, se añaden artículos…». Por lo visto, es ilegible esto que escribe Gracián en los preliminares de El héroe: «Emprendo formar con un libro enano un varón gigante, y con breves períodos inmortales hechos». Por ello el editor lo «mejora» así: «Quiero formar con un libro pequeño un hombre gigante, y con párrafos breves unos hechos inmortales» (pág. 3). Escribe Gracián: «Para esto forjé este espejo manual, de cristales ajenos y yerros míos». Y traduce el moderno adaptador: «Para esto he forjado este espejo de mano, hecho con cristales ajenos y con mis yerros» (pág. 3). Et sic de ceteris. ¿Valía la pena un trabajo así, tan esforzado y, sin duda, tan penoso? En la portada de la obra se nos anuncia un manjar exquisito, pero luego, al examinar el producto, resulta ser un sucedáneo, poco menos que de plástico. ¿Cómo calificaríamos este hecho si en lugar de un libro se tratara, sin ir más lejos, de un alimento? Por otra parte, como sucede con todas las traducciones, en ésta no deja de haber alguna infidelidad. «El varón de todos ratos es señor de todos los gustos», escribió Gracián para que, tres siglos y medio más tarde, alguien lo tergiversara de este modo, en versión para yuppies: «El hombre de todas horas es señor de los gustos de todos». Pero salta a la vista que no es lo mismo. Traduttore traditore. Y no es necesario decir que el ritmo de la prosa de Gracián, sus paralelismos y antítesis, el inconfundible estilo del escritor, en suma, sufre un destrozo inimaginable. Donde Gracián había escrito, por ejemplo, «proceden grandes efectos de gran causa, y portentos de hazañas de un prodigio de corazón», esta versión dice: «Los grandes efectos tienen una gran causa: las hazañas portentosas proceden de un corazón prodigioso» (pág. 14). Nada se opone a la utilización libérrima de los textos literarios con propósitos no estéticos. Cada uno puede hacer con ellos lo que quiera: entretenerse, emocionarse, extraer enseñanzas, rebuscar citas ad hoc para sus discursos o apoyar con fragmentos aislados posturas que el autor no hubiera imaginado siquiera. Todo es válido, a condición de respetar escrupulosamente los textos. Pero esta trivialización ad usum delphinum, esta reducción a niveles escolares de las grandes creaciones va más allá de lo tolerable. Por este camino acabaremos reescribiendo «Don Quijote de Castilla-La Mancha», y la frase del Buscón en que Quevedo alude ferozmente a las relaciones de su madre con «casi todos los copleros de España» deberá ser modernizada citándolos como «la práctica totalidad de los copleros y las copleras de este país». En este florilegio gracianesco, donde la selección de los pasajes se ajusta muy bien a los propósitos de la edición y revela un buen conocimiento del autor, la alteración gratuita y burda de los textos echa por tierra cualquier otra virtud, por sobresaliente que pudiera ser. Pero tampoco lo demás se eleva muy por encima de la medianía.

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Ficha técnica

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