Buscar

Viaje a ninguna parte a través del Mediterráneo

Desciframiento, origen y extensión de la lengua ibérico-tartésica

JORGE ALONSO GARCÍA

Tartesos, Barcelona, 1997

400 págs.

7.211 ptas.

El origen de los vascos y otros pueblos mediterráneos

ANTONIO ARNAIZ VILLENA, JORGE ALONSO GARCÍA

Editorial Complutense, Madrid, 1998

160 págs.

1.731 ptas.

Traducción de nuevos textos ibéricos

JORGE ALONSO GARCÍA

Fundación de Estudios Genéticos y Lingüísticos, Madrid, 1998

Desciframiento de la lengua etrusca

JORGE ALONSO GARCÍA

Fundación de Estudios Genéticos y Lingüísticos, Madrid, 1998

464 págs.

2.800 ptas.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

«Y si todavía pretendiendo tildarme de chiflado me hace la honra alguno de creer que es tan agudo mi ingenio y tan feliz mi fantasía, que he logrado hacer decir a todas las leyendas ibéricas descifradas en esta obra, que son casi todas las conocidas y por de contado las más largas e importantes, las lindas sentencias de todo género, los refranes, los epitafios dignos de figurar en la Antología griega, y los dos trozos dramáticos de Alcoy y Puchol, le responderé con toda cortesía que haga él otro tanto interpretándolas con el valor que se le antojare dar a los signos en cualquiera otro idioma del mundo.» Así escribía don Julio Cejador en 1926 Julio Cejador, «Ibérica. I Alfabeto e inscripciones ibéricas», Butlletí de l’Associació Catalana d’Antropologia, Etnologia i Prehistòria, 4, 1926, pág. 37 de la separata., en el contexto de uno más entre los innumerables intentos de interpretar los textos ibéricos que se publicaron antes y después del desciframiento de la escritura ibérica por obra de don Manuel Gómez Moreno en 1923, y que todavía siguen publicándose sin variar en lo esencial ni de método ni de resultados.

Cejador tiene sin embargo el mérito, aparte de poseer conocimientos de gramática vasca que casi siempre faltan en quienes deciden traducir textos ibéricos con ayuda de un diccionario vasco, de mostrar una cierta ingenuidad que desarma cuando asegura sin reparo que sus traducciones, producto exclusivo de su imaginación contra lo que él parece creer, tienen un gran valor literario. Otros practicantes de su mismo arte suelen ser más cautos si no en su forma de proceder sí en su modo de expresarse, posiblemente para no asustar innecesariamente al posible y despistado lector.

Insisto en que se trata de un arte muy común, practicado por multitud de personas en general tan bien intencionadas como ignorantes, aunque entre ellas se mezcla a veces algún desaprensivo, incluso procedente del mundo académico, que sólo busca un interés concreto a corto plazo. Este arte común ha sido caracterizado recientemente como «el enfoque Bongo-Bongo»: «»¡Ea!, he cazado unas cuantas palabras vascas que se parecen un montón a algunas palabras en Bongo-Bongo». En otras palabras, estos experimentos, casi sin excepción, consisten simplemente en la reunión de algunas semejanzas casuales entre el vasco y cualquiera otra lengua o lenguas que haya atraído la atención del investigador, acompañada de la declaración de que esas semejanzas deben tener un importante significado. Pero este tipo de trabajo carece de sentido» R. L. Trask, «Origin and Relatives of the Basque Language: Review of the Evidence», J. I. Hualde, J. A. Lakarra, R. L. Trask (eds.), Towards a History of the Basque Language, Amsterdam/Philadelphia, 1995, pág. 66.. En realidad hay varias formas de practicar el bongo-bonguismo; en la cita anterior al profesor Trask le preocupaba sobre todo la que pretende establecer una relación genética entre el vasco y otras lenguas; aquí nos afecta la que pretende utilizar el vasco para traducir textos en una lengua no comprensible o escasamente comprensible como el ibérico o el etrusco.

La operación exige normalmente un desconocimiento total de la lingüística vasca y del estado actual de conocimiento sobre la lengua que se quiere traducir, aunque hay que señalar que el ánimo de ciertos descifradores y su capacidad de autoengaño es tan grande que algunos han conseguido seguir adelante sin el primer requisito. Después se elige un texto de la lengua a traducir y un diccionario vasco; afortunadamente el estudio de la etimología vasca, aunque muy desarrollado, no ha dado lugar a obras de síntesis asequibles donde el descifrador pueda encontrarse con indicaciones rápidas sobre el origen latino, gascón, francés o español de muchos términos vascos, lo que reduciría lamentablemente sus posibilidades. A la vez que se busca en el diccionario formas que suenen parecido a lo que se lee en el texto a descifrar se va adaptando la segmentación de éste a lo que se encuentra en el diccionario, operación simplificada porque se ha prescindido de antemano de todo lo que se pueda saber sobre la gramática de la lengua en cuestión. Finalmente se obtiene una lista de «trozos» fonéticos y de «significados», y se procede a organizar éstos en una o varias frases guiándose por lo que al descifrador le parece arbitrariamente un sentido posible, es decir se actúa como esos malos estudiantes de lenguas que cuando tienen que traducir un texto complejo se empeñan en acudir lo primero al diccionario y luego combinar los significados, en vez de analizar primero la estructura gramatical y buscar luego los significados que se adecuen a ella. Aunque los malos estudiantes saben al menos que su diccionario es el adecuado para el texto que deben traducir.

Los libros de J. Alonso García son un típico ejemplo del procedimiento que acabo de describir. Baste un ejemplo. Tenemos información abundante sobre los nombres de persona ibéricos que además nos ha llegado en buena medida por intermedio del latín, es decir sin el más mínimo problema de comprensión. Por ello cuando en la parte conservada de una inscripción sepulcral del Museo de Bellas Artes de Valencia leemos balkeatin: isbetar;tiker: ebanen tenemos una serie de problemas de interpretación sobre el segundo y tercer término que no es el caso discutir aquí, pero no tenemos ninguna duda de que el primero es simplemente el nombre de un ibero, probablemente el difunto. Para Alonso, que si se ha informado sobre la onomástica ibérica procura ocultarlo cuidadosamente, la situación es distinta; para él el nombre se transcribe Balce-Atin que equivale a vasco Baltz-Atean, «obscuridad-en la puerta», lo que a su vez se traduce por «en la puerta de la obscuridad» y se refiere a concepciones de los iberos sobre el más allá, cuya puerta sería la tumba. Se trata de uno de los ejemplos menos detestables que he podido encontrar y donde la acumulación de errores no es tan excesiva como en otros, pero aun así la serie es notable. Alonso parece desconocerlo todo sobre la fonética ibérica, y no parece consciente de las implicaciones del viejo sistema de transcripción de algunos de nuestros eruditos que utilizaban la «c» como hoy día utilizamos «k», es decir para transcribir los signos ibéricos con los valores fonéticos de /k/ y /g/, lo que le permite encontrar parecido entre balke y vasco baltz, sin ser consciente de que balke podría pronunciarse /balge/ –aunque en este caso tiene suerte porque, sin que él sea consciente de ello, existen indicios que garantizan la pronunciación /balke/, lejana de baltz pero menos que /balge/–, y sin por supuesto molestarse en explicarnos qué pasó con la e final de la palabra ibérica. Pero tampoco advierte que baltz, que no significa «obscuridad» sino «negro», no es normal en vasco sino forma secundaria y exclusiva del vizcaíno frente a beltz del guipuzcoano y otros dialectos, forma más antigua que a su vez deriva de *beletz o *beretz y que curiosamente es uno de los pocos casos en que tenemos indicios de que se trata de una palabra común al ibérico y al vasco antiguo. Pero por supuesto la forma ibérica posiblemente relacionada por préstamo no es balke sino beles. En cuanto a atin, dejando aparte el que la elección de «puerta» entre los varios sentidos de ate sea totalmente arbitraria, no existe ninguna justificación para saltar de atean a atin, a no ser que el autor sea un decidido partidario de la teoría atribuida a Voltaire según la cual la etimología es una ciencia en la que las consonantes importan poco y las vocales nada. Finalmente de la secuencia de hipotéticos significados, de los cuales sólo el segundo va provisto de una marca gramatical –y es más de lo que el autor suele concedernos–, saltamos a una frase en la que «obscuridad» modifica a «puerta» por gracia de la voluntad libérrima del autor, sin que en su propia versión del texto exista el más mínimo indicio gramatical de tal relación. En resumen, un juego de salón para gente desesperada por el tedio de la existencia pero que no guarda con la lengua ibérica ni con la vasca más relación que la que podría guardar el nombre citado con el español «va el alce a ti» o el inglés «ball coating» (por supuesto «with paint»).

Con este método, normalmente en versiones mucho más atroces que la del ejemplo aducido, el autor «traduce» textos ibéricos, celtibéricos y del SO sin enterarse de que ha cambiado de lengua y sin ser consciente de que en ocasiones ha entrado en escrituras aún no adecuadamente descifradas pero sí lo suficientemente conocidas como para que no quepa duda de que sus transcripciones son incorrectas, pasa luego al etrusco sin que parezca sorprenderle demasiado el que su modo de proceder con el ibérico dé ahora los mismos resultados, y finalmente llega a las inscripciones cretenses en escritura lineal A, tan sólo distantes unos mil cuatrocientos años de la mayor parte de los textos ibéricos de los que se ha ocupado, para una vez más obtener similares resultados. La operación es lógica si se toma la precaución de ignorarlo todo sobre las diversas lenguas en cuestión, y desconocer por ejemplo que la estructura gramatical del ibérico y la del etrusco son tan distintas como las del alemán y el chino; desde el momento que el procedimiento consiste en detectar parecidos y atribuirles arbitrariamente algunos de los sentidos posibles en la lengua conocida, en este caso el vasco, es válido para traducir cualquier cosa. Es cierto que el autor cree que sus traducciones se comprueban en textos diferentes, pero la comprobación sólo se daría si el sentido supuesto pudiera independientemente deducirse del análisis interno de los propios textos. Mientras la supuesta comprobación consista en volver a encontrar una forma fonética parecida de sentido desconocido lo único que obtenemos es una repetición del primer error, y un error repetido cien veces no se convierte en un acierto sino en cien errores, que por otro lado podríamos aplicar sucesivamente a cien lenguas diferentes, aunque naturalmente los practicantes de este método se abstienen de traducir por él lenguas perfectamente comprensibles como el inglés o el francés. Lo curioso es que en general suelan comportarse con modestia y limitarse a una sola lengua incomprensible como el ibérico; J. Alonso pertenece al grupo de los atrevidos que extienden el juego a varios campos, como el propio Cejador que tras su «desciframiento» de los textos ibéricos tradujo también los textos etruscos y otros textos de la Italia antigua, o como cierta dama albanesa, que tras traducir por el no atestiguado albanés antiguo las inscripciones etruscas y las del SO de la Península Ibérica, se planteó con cierta lógica que si en Alemania había inscripciones antiguas también debería poder traducirlas, y en efecto tradujo por el albanés las inscripciones… griegas de Albania.

El autor es consciente sin embargo de que existe un mundo profesional que se ocupa de estos temas y que tal vez no sea muy receptivo a sus éxitos, y tiene buen cuidado de citar el desciframiento de la escritura lineal B por el arquitecto Ventris, que según él encontró el rechazo de los profesionales incapaces de comprender su método. Debo reconocer que soy tan sensible como cualquiera a las virtudes literarias de la pareja formada por el estúpido inspector de Scotland Yard y el inteligente aficionado que resuelve finalmente el crimen, pero también debo confesar con pena que el caso de Ventris no se aplica aquí. Ventris no era un profesional académico, pero utilizó –eso sí, con extraordinaria inteligencia y tenacidad– una metodología completamente profesional, que ya venía aplicando al mismo material una académica, Alice Kober, prematuramente desaparecida. Los resultados de su trabajo fueron casi unánimemente aclamados desde el primer momento, y de hecho se publicaron en la revista profesional más prestigiosa de su país dentro del terreno de su investigación, que excepcionalmente además rompió con el riguroso orden de publicación de los artículos según fecha de entrada a la vista de la evidente importancia del trabajo de Ventris.

No, el trabajo de J. Alonso no es por desgracia una genial contribución desde fuera del sistema, es un desastre sin paliativos que en principio no debería ser reseñado. Personalmente siento por el autor y por quienes desinteresadamente practican el mismo juego de salón que él una simpatía irracional no exenta de un malestar por la pérdida de un esfuerzo que bien empleado podría haber sido útil, y lamento tener que decir con crudeza la total inanidad de sus esfuerzos, pero es necesario decirlo por dos circunstancias hasta cierto punto ajenas al propio autor.

En primer lugar una parte de su obra se ha publicado en colaboración con un biólogo que, según parece, conoce su oficio y no carece de un cierto prestigio. La colaboración de lingüistas y biólogos es sin duda deseable, y juega un papel en una línea de investigación actual sobre la comparación lingüística remota muy discutible, de posibilidades aún muy poco claras, pero que en todo caso debe ser afrontada con el máximo de competencia posible. El trabajo sobre genética de poblaciones emprendido por A. Apraiz tomando en consideración sus posibles implicaciones para la lingüística es, a juzgar por lo que ha publicado en colaboración con J. Alonso, muy superficial en sus supuestos históricos y lingüísticos generales, y no parece muy informado de la situación actual en el terreno de las relaciones entre biología y lingüística histórica Un buen panorama crítico muy al día en P. Sims-Williams, «Genetics, linguistics, and prehistory: thinking big and thinking straight», Antiquity, 72, 1998, 505-527., pero aun así podría haber tenido un interés y merecería el respeto que todo intento interdisciplinar serio merece; ha quedado sin embargo totalmente frustrado porque su base lingüística es peor que no existente, es una aberración en el método y en los resultados. Pero el problema fundamental no es éste, con ser muy grave; el problema a mi modo de ver es el grado de incomunicación entre disciplinas a que hemos llegado; hace no tanto tiempo sería impensable que un biólogo competente pudiera admitir la validez de un trabajo de ciencias humanas carente del más mínimo valor y a contrapelo no ya de la metodología científica más elemental sino del simple sentido común. Si esto es ahora posible habrá que empezar a sospechar que la especialización actúa como un virus disolvente que fuera de lo que es nuestro campo de trabajo estricto nos impide advertir lo que cualquier hombre común, sin formación científica, no tardaría en advertir a la luz de una simple inteligencia despierta.

El segundo problema alarmante que plantea la obra de J. Alonso es que en parte ha sido publicada por la Editorial Complutense. Que la situación institucional de la ciencia en España no acaba de ser buena no es un secreto para nadie; los responsables institucionales de la investigación que, bien como administradores bien como investigadores, no cumplen su misión con un mínimo de competencia son demasiado numerosos, pero así y todo resulta difícilmente creíble que una editorial universitaria haya podido publicar tan extraordinario centón de sinsentidos sin buscar el más mínimo control ni asesoramiento. Que se haya desviado dinero público para la edición de supuestos trabajos lingüísticos cuyo interés científico es el mismo que el de la práctica de conjuros ante un muñeco de cera para la curación del cáncer, cuando tesis de considerable valor permanecen inéditas y sus autores tienen que buscar salidas académicas fuera del país es algo peor que una estupidez, es un crimen del que debe existir un responsable al que se debiera pedir cuentas.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

9 '
0

Compartir

También de interés.

TEATRO MEDIEVAL 2

Epicentro. ¿Es posible un debate nuclear sin retórica?

En el número correspondiente al otoño de 2009, la revista Agenda Viva, publicada por…