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De Europa meditatio quaedam

Tragedia y razón. Europa en el pensamiento español del siglo XX

JOSÉ MARÍA BENEYTO

Taurus, Madrid, 349 págs.

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«El gran proyecto de la España del siglo XX ha sido la europeización.» Beneyto tiene la virtud de condensar en la primera frase del libro la médula y el sentido de su ensayo, un recorrido por los múltiples matices de la aspiración europeísta en la España contemporánea, que toma como referentes a representantes indiscutibles (aunque no estén todos los que son) del ensayo español de este siglo. Abarca así desde los noventayochistas (Costa, Ganivet y Unamuno) hasta diversos personajes del exilio interior y exterior (Madariaga, Laín, Marías, Zambrano), pasando naturalmente por Ortega, protagonista indiscutible de estas páginas hasta el punto de que puede decirse, casi sin exageración, que polariza el debate europeísta que aquí se nos presenta, y se convierte en un punto de referencia indispensable para entender cabalmente tanto el antes (pues da la impresión de que los autores anteriores están básicamente interpretados como precedentes de la síntesis orteguiana) como el después (en una línea similar, continuadores de aquel legado pese a ciertas discrepancias).

La europeización, se apresura a declarar sin ambages Beneyto desde la primera página, entendida y asumida «como reconstitución y refundación de España», no ha sido tan sólo una aspiración política al uso, sino el objetivo supremo, la gran utopía, el anhelo común de los españoles de este siglo, por encima o por debajo de los avatares históricos concretos, las disputas partidistas y las diferencias ideológicas. Ha sido –y es– así porque sólo de un modo subsidiario o accidental se ha planteado en términos superficialmente políticos o interesadamente económicos, sino como una cuestión cultural en su más profundo sentido, el gran problema cultural de España. Tal es, enfatiza Beneyto, «el eje central de las preocupaciones» de los autores aquí convocados: el «ensayo español» encuentra en la cultura «el gran cauce de asimilación, incorporación e integración de la realidad española y la realidad europea» (pág. 311). Una aspiración, como todo el mundo sabe, reiteradamente frustrada a lo largo de buena parte del siglo, en gran medida por culpa hispana (si es que cabe hablar de culpabilidad en este sentido), pero también, aunque en el ámbito peninsular esta faceta se haya oscurecido gracias al franquismo, por la propia crisis de la civilización europea que destacados intelectuales españoles pusieron de relieve casi desde los albores de la centuria: no ya sólo las consabidas guerras fratricidas del 14 y el 39, sino el auge de los totalitarismos, la ausencia de una auténtica conciencia común o, a un nivel más modesto, la incapacidad para alcanzar una voz propia, específica, en temas trascendentales. De este modo, en el ensayo español, tal como lo conciben Ortega y sus epígonos, la crisis peninsular se hermana con la más amplia fractura continental, se inserta dentro de ella, y requiere en definitiva una solución bipolar: buscando su propia salida, «España puede mostrar a Europa la vía de la salvación» (pág. 155); o la orteguiana razón histórica «como salvación española de Europa» (pág. 231).

Tanto o más que España, apunta Beneyto (quizás con cierta desmesura), Europa necesita reconstituirse, refundarse, encontrarse a sí misma en un pasado asumido sin traumas. No en vano el siglo XX europeo que quiso ser, a sones de fanfarria, la centuria de la racionalidad desembocó pronto en la mayor de las barbaries conocidas. Así pues, tensión permanente, conflicto entre lo viejo y lo nuevo, entre la tradición y el progreso, o también «tragedia y razón» como dice el título, pero no sólo para España sino para todo el continente. Recalamos de nuevo en Ortega: europeización y españolización, lejos de repelerse, se necesitan mutuamente como términos complementarios, constituyen las dos caras de la misma moneda. Desde una perspectiva más amplia, Europa sólo podrá ser ella misma si es capaz de integrar la dialéctica señalada, pues en ella está su propia esencia. Si se prefiere un horizonte más político, la Europa que necesitamos, dice el autor, no resultará de la mera disolución de los Estados nacionales, sino de una integración capaz de recuperar, asumir y reconocerse en la historia.

Esta voluntad de síntesis, flexible, conciliadora, que comprende y acepta que el juego de identidades (tanto a nivel español como europeo) no es algo cerrado, estático, definido de antemano, constituye en opinión de Beneyto una de las aportaciones clave «del ensayo español» de este siglo. Y si habla así, en singular, es porque el libro, de una coherencia irreprochable pese a que parte de un conjunto de conferencias, traza un panorama absolutamente homogéneo del pensamiento español de dicho período, sin apenas voces discordantes: los autores que aquí aparecen pueden tocar diversos instrumentos pero indudablemente interpretan, hábilmente dirigidos por Beneyto, la misma partitura. El sonido, la sinfonía resultante no puede ser más armónica: los planteamientos dispares se hacen complementarios, y dentro de un mismo autor (y a fe que los hay, cuando menos, paradójicos) los vaivenes se convierten en simples «guiños sibilinos», los silencios prudencia, las contradicciones «gestos bifrontes» o las incoherencias, exploración de otros caminos.

En esta línea, encontramos un Costa con una sostenida «estrategia europeizadora», un siempre preciso Unamuno o un Ortega que con la mayor naturalidad sigue hablando en tono neutro de la salvación de Europa (con España bajo el franquismo); el énfasis en el liberalismo de Madariaga apenas deja un resquicio para reconocer en el insigne diplomático al defensor de la democracia orgánica y al fustigador del sufragio universal, del mismo modo que sorprende que apenas merezca mayores comentarios que Laín se empeñe en buscar al «mejor Ortega» en los escritos joseantonianos. El autor trata con tanto mimo a sus autores, casi sus personajes, construye cual impecable mosaico su discurso europeísta a partir de las palabras ajenas, que le cuesta dar cabida al distanciamiento, a la discrepancia, a la crítica. Nos encontramos, para dar una referencia reciente, en las antípodas del tono iconoclasta de La libertad traicionada (José Mª Marco). Lo que en éste era un desabrido ajuste de cuentas con el maximalismo intelectual desde la óptica de un liberalismo posibilista y conservador, en Tragedia y razón es un académico, sosegado y respetuoso –a veces hasta demasiado respetuoso– recorrido por el mejor pensamiento español de este siglo.

No es uno de los menores valores de esta obra la precisa y siempre discreta contextualización que se hace de cada pensador, situándolo no sólo en su particular circunstancia vital, sino integrando vida y pensamiento, biografía y perspectiva intelectual: podemos seguir así la formación y el desarrollo de cada uno, el impacto de determinados acontecimientos clave y en última instancia comprendemos mejor lo que supuso para casi todos ellos el desfase y el choque entre sus propuestas y una realidad extraordinariamente renuente, áspera y hostil. Porque la mayoría de estos intelectuales identificaron su persona con la colectividad, el yo y la nación. Proyectaron su frustración al país –¿o fue al revés?–, hicieron del dolor de España sus propias dolencias –o viceversa–. La mayor parte de ellos fueron conscientes al final de su vida de ese fracaso de la convivencia nacional que ellos interiorizaron también como un cierto desengaño personal. Sorprende hasta cierto punto que de tantos descalabros individuales y colectivos perdure un pensamiento tan vivo, un mensaje tan vigoroso y actual.

La lectura-rescate que nuestro autor hace de ese pensamiento (recuérdese, siempre en singular) es, como ya se ha apuntado, discutible en distintos aspectos. O, si se prefiere, una de las posibles, la más amable o complaciente. La interpretación, sin embargo, no degenera nunca en este caso en manipulación. El cuadro que traza Beneyto rezuma autenticidad, aunque por eso mismo y por la propia especificidad del «ensayo hispano», en múltiples páginas el lector encuentre también motivos para unas apreciaciones quizás no contrapuestas, pero sí ligeramente discordantes.

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