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Testigo de excepción

LA SEGUNDA REVOLUCIÓN CHINA. UNA DÉCADA COMO EMBAJADOR EN BEIJING

Eugenio Bregolat

Destino, Barcelona

440 pp.

22 euros

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Estamos, sin duda, ante el mejor libro sobre China que se ha escrito en España en los últimos años. Su autor fue embajador en Beijing en 1985-1991 y en 1999-2003 y, por tanto, testigo privilegiado de los cambios del país, así como de acontecimientos como los de Tiananmen en 1989. El libro, en el que abundan las cifras y el análisis, es detallista e incluso puntilloso, lo que es de agradecer cuando, en la información sobre China en España, incluida la académica, suelen abundar errores, tópicos, generalidades y falta de datos.

La primera parte del texto es un balance de treinta años de una reforma económica que ha tenido un éxito extraordinario y cuyo inicio fue en gran medida responsabilidad de Deng Xiaoping, a cuyo pragmatismo el libro dedica merecidos elogios. El autor resume de manera accesible los efectos económicos de esa «segunda revolución», siendo naturalmente la primera la de Mao de 1949. El crecimiento económico y la reducción de la pobreza han sido espectaculares, aunque también se han registrado algunos importantes inconvenientes, como son, entre otros, el aumento de la desigualdad personal y territorial en la distribución de la renta o el ya muy grave deterioro del medio ambiente.

Especialmente interesante es el análisis de los efectos sociales y políticos de la reforma, con la aparición de una numerosa clase media y un aumento de las libertades individuales. Según el autor, China está dando pasos hacia el Estado de derecho, con cotas de libertad nunca vistas, pese a que obviamente subsiste un fuerte autoritarismo en el marco del régimen de partido único. El éxito económico ha tenido ­dice Bregolat­ un efecto paradójico sobre ese régimen: por una parte, ha legitimado parcialmente al Partido Comunista y, por otra parte, está sentando, aunque lentamente, las bases de una transición a la democracia. No se han repetido protestas como las de Tiananmen y el movimiento opositor no parece que sea particularmente fuerte. Sin embargo, el cambio económico genera cambios sociales, mentales y, a la larga, políticos. El desarrollo de la clase media, los cientos de miles de estudiantes en el extranjero, la proliferación de teléfonos móviles, el desarrollo de Internet (que, pese a los esfuerzos del gobierno, es imposible de censurar totalmente, salvo aislando al país), el auge del turismo extranjero, el fuerte aumento del turismo chino fuera del país, etc., son todos factores que debilitan el monopolio político del Partido Comunista Chino. No cabe descartar que los Juegos Olímpicos de 2008 tengan un efecto de liberalización que podría incluso, siendo optimistas, asemejarse al que tuvieron los de Seúl en 1988, que contribuyeron mucho a la democratización de Corea del Sur. En cualquier caso, todo parece indicar que la transición china a la democracia será lenta y se hará desde dentro del propio sistema.

Desde el punto de vista internacional, el autor señala que los treinta años de reforma han situado al país en el camino de convertirse en una gran potencia mundial, en el plano económico desde luego (es ya la cuarta mayor economía mundial y está a punto de alcanzar a Alemania), pero también en los terrenos político, cultural o militar. Por ejemplo, empieza a ser apreciable la voluntad de China por hacerse un hueco en sectores de alta tecnología. No hay que olvidar que ya es el segundo inversor mundial en I+D, sólo por detrás de Estados Unidos. Es decir, China, que ya es la fábrica del mundo, aspira también a convertirse en el centro de investigación del planeta. Bregolat argumenta, con razón, que la única forma de que Occidente y Japón hagan frente al desafío de China (a la vez amenaza y oportunidad) es mediante más inversiones en educación y en I+D. El proteccionismo que piden algunos sectores es inútil y contraproducente. Para España, que está en el pelotón de cola de los países ricos en educación e investigación, la competencia china puede ser particularmente intensa y, según el autor, de que hagamos bien los deberes en ambos terrenos dependerá que sea más oportunidad que amenaza.

El libro incluye también una interesante comparación con la transición económica de Rusia, país en el que Bregolat fue embajador en 1992-1997. A principios de los años noventa, Moscú, a diferencia de China a finales de los setenta, optó por la terapia de choque y la liberalización indiscriminada en lugar de por el gradualismo y la experimentación y, por tanto, fracasó.

Un interesante capítulo final se dedica a las relaciones entre España y China. El autor reitera su conocida tesis de que la escasa presencia comercial e inversora de España en el país asiático es un «error estratégico» que, sin embargo, puede estar en vías de ser corregido si las inversiones del BBVA o de Telefónica, así como de otras grandes empresas, y los recientes esfuerzos de la Administración (entre los que figura el vigente Año de España en China) suponen un punto de inflexión.

Por ponerle un único pero a este excelente libro, los desafíos demográficos de China no son suficientemente explorados, pese a ser verdaderamente importantes. Es muy posible que China se haga vieja antes de hacerse rica y eso no parece bueno para los intereses de Pekín, especialmente cuando la joven India viene ya empujando.

 

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Ficha técnica

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