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Miscelánea veraniega sobre vicios y placeres

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A menudo sucede que los vicios vencidos se convierten en nostalgias enquistadas en el alma. Ahí tienen el tabaco, por ejemplo. Sabemos que, tras décadas de admoniciones, advertencias y terrores, en los países del Primer Mundo el porcentaje de fumadores ha descendido significativamente. Nada queda ya de la consideración modernista de accesorio placentero que alguna vez tuvo el cigarrillo: aquel placer sensual e imprescindible del cuplé y de las heroínas en chaise-longue de Julián del Casal. Los grandes fabricantes, vapuleados por sentencias aleccionadoras, vuelven sus ojos a los mismos lugares que el Pentágono, pero por distintas razones (o no tan distintas): el porvenir del vicio y el crecimiento del negocio están en Oriente y en el Sur, donde la gente sencilla no está maleada por las campañas de Sanidad, no acudirá a los tribunales para lograr indemnizaciones de infarto y continúa fumando con ingenuidad. Y donde también tienen su sede los Estados gamberros: que los pobres se maten fumando. En los países más desarrollados, el descenso del tabaquismo (con excepciones: miren a su alrededor) ha llevado a los antiguos viciosos a recordar su hábito con una cierta nostalgie de la boue (como diría Jaime Gil de Biedma). De ahí la proliferación de libros sobre el antiguo vicio, ilustrados con glamurosas fotos de ídolos del cine o celebridades dándole al pitillo (un placer perfecto, según Oscar Wilde, porque es exquisito y deja insatisfecho). Desde que dejé de fumar mi biblioteca se ha ido enriquecido de forma no premeditada con una pequeña sección dedicada a la nicotiana tabacum, sus variedades, su historia y sus liturgias sociales. Entre los últimos volúmenes que he incorporado está Cuando fumar era un placer (Lumen), de la novelista uruguaya Cristina Peri Rossi, que es una divertida memoria personal acerca de su larga relación con el tabaco, y La diva nicotina (Vergara), de Iain Gately, que es una historia más o menos canónica de la planta que algunos hemos fumado (bueno, con sus correspondientes alquitranes y venenos añadidos) durante muchos años. Ninguno, sin embargo, tan sugerente como Cigarettes are Sublime (Duke University Press), de Richard Klein, una verdadera joya, cuya traducción española (hoy casi inencontrable) publicó ¡Tabacalera! En él fue donde encontré los versos de Byron que repito automáticamente cada vez que me vienen ganas de encender un cigarrillo:

¡Oh sublime tabaco que de Este a Oeste
alientas al marino en su faena o al turco en su descanso!

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Soy lo que los dependientes de la sección de caballeros de El Corte Inglés describirían como «un señor fuerte». Es decir, soy gordo. Y no precisamente lo que se llama un gordo feliz, de manera que he intentado a lo largo de los años buscarle explicaciones no simplistas a mi sobrepeso. He probado múltiples dietas, he acudido a todo tipo de especialistas, zahoríes y farsantes, he leído cantidad de libros acerca de la obesidad y cómo evitarla. Y he logrado, nunca de modo definitivo, modificar periódicamente en varios puntos mi IMC (Índice de Masa Corporal), razón por la que poseo un copioso y variado vestuario capaz de cubrir las desnudeces de varios tipos humanos de diferente complexión. La obesidad es, como se sabe, una epidemia global. El número de gordos aumenta en todo el planeta, no sólo en los países ricos. De hecho, la gente rica está mejor preparada para combatir el problema, porque una dieta sana resulta cada vez más cara. La comida rápida y artificialmente sabrosa, basada en féculas, fructosas y grasas de ínfima calidad es mucho más económica y apetecible: colores, sabores, texturas. En Estados Unidos, el 61% de la población padece sobrepeso y el 26% (unos 60 millones de personas) es obesa sin paliativos. Los estados con mayor porcentaje de gordos mórbidos son, precisamente, los que tienen mayoría de población negra (es decir, pobre): Alabama, Georgia, Mississippi, etc. Recorriendo sus ciudades y pueblos es muy frecuente cruzarse con monstruosas montañas de carne que ponen en cuestión nuestro concepto de lo humano. El coste del tratamiento de las enfermedades relacionadas con la obesidad le supone al sistema sanitario norteamericano más de 100.000 millones de dólares anuales, ya más que los gastos provocados por el tabaquismo: encontrarán otros datos interesantes en la página www.obesity.com . La lucha contra la obesidad en Estados Unidos se enfrenta con un doble estándar moral genuinamente norteamericano: se culpabiliza y se aterroriza al enfermo (algunas compañías aéreas pretenden penalizarlos obligándoles a adquirir dos billetes) al tiempo que no se controlan debidamente los peligros que entraña la comida basura (junk food), especialmente para los niños y los adolescentes. Todo eso en medio de la feroz competencia de las multinacionales del sector para atraerse a la clientela ofertando –a precios irrisorios– raciones cada vez más grandes de basura comestible: «más por su dinero» es el lema que tanto engaña a los norteamericanos más pobres. El concepto jumbo (el marbete de lo enorme) se aplica ya normalmente a los productos de comida rápida: ya nadie se conforma con una ración normal si por el mismo precio puede obtener otra mayor. El pobre se alimenta mal, pero abundantemente: de manera que ellos también se van convirtiendo en jumbo-pobres. Supongo que llegará un día en que determinados alimentos llevarán en su envase un aviso semejante al que ostentan las cajetillas de cigarrillos. Hasta entonces, y para gordos y no gordos, les recomiendo vivamente Fat Land: How Americans Became the Fattest People in the World (editorial Allen Lane, Londres, 9,99 libras, 240 páginas), de Greg Critser, un estupendo libro en el que se explica, entre otras cosas, por qué cada vez más americanos piensan delgado y comen gordo.

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Tiempo de vacaciones, tiempo de fugarse. Para Yi-Fu Tuan, educado en China y, hoy, uno de los más importantes geógrafos del mundo desde su cátedra de Wisconsin, toda la cultura humana es una bendita forma de escape. Su primer libro publicado en España, Escapismo, formas de evasión en el mundo actual (Península, 22 , 302 páginas) es, desde ese punto de vista, una auténtica celebración de optimismo: la evasión es un fenómeno positivo presente en todas las culturas históricas. El análisis de las formas en que ese deseo humano se ha manifestado, y la deconstrucción de los tópicos catastrofistas y desencantados que convierten al mundo y a la naturaleza en un valle de lágrimas sin esperanza es lo que conforma este hermoso libro, a la vez veraniego y serio. Que lo disfruten.

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