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Adiós, hasta mañana

Adiós, hasta mañana

William Maxwell

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Es curiosa la historia de esta breve novela. Según su autor, un día, ya sexagenario, estando en el campo, sentado ante su escritorio, recordó que, cuando tenía quince años, se cruzó en los pasillos del instituto con un muchacho cuyo padre cometió años atrás un asesinato por motivos pasionales y después se suicidó. El autor lo había conocido siendo niños, de modo casual, y luego al chico se lo llevaron a vivir a otra ciudad tras el drama. ¿Tanta es la fuerza emocional de aquel cruce, como para escribir una novela? Es evidente que aquel gesto sin importancia aparente contiene mucho más. El William Maxwell que se cruza con Cletus Smith, el hijo del asesino, lo que hace es no saludarle. Es un gesto inesperado que le culpabiliza, pues si había sido su compañero de juego en un tiempo de especial soledad, un compañero silencioso pero cercano, el hecho de no saludarle implicaba un rechazo que sin duda sería entendido por el otro como un triste recordatorio de la lacra que lleva encima a causa de su padre. Al sentido de culpabilidad de Maxwell se une el de injusticia. Tampoco es motivo suficiente. En realidad, lo que sucede es que la novela se dedica a desvelar todo lo que hay detrás de ese gesto y, como cuando se tira del cabo acertado del ovillo, éste se desenrolla sin dificultad aunque, en este caso, deberíamos añadir que con emoción. El problema al que Maxwell se enfrenta a través de la memoria está, naturalmente, en él y no en Cletus Smith. La clave quizá estuviera en una frase admirable: «La razón de que la vida sea tan extraña es que muchas veces la gente no tiene elección». Esto, que es aplicable a la situación de Cletus, también puede serlo para él desde que sucede algo que le conmociona profundamente: la muerte de su madre, cuando tiene diez años. Es un asunto sin remedio que considera así: «Lo peor que podía pasar ya había pasado y las cosas perdieron todo su esplendor». Incapaz de aceptar, de asumir, la muerte de su madre, se embarca en una soledad que, según vamos sabiendo, le acompañará toda su vida. Es en el nacimiento de esa soledad cuando conoce a Cletus –otro solitario– y ambos se hacen muda compañía mientras recorren un día y otro la casa en construcción del padre de Maxwell; pero esa compañía en silencio les resulta grata a los dos: no anula la soledad de ninguno de ellos, pero su amistad se basa en que comparten mudamente el sentimiento. Por eso la negación a reconocer a Cletus al cruzarse en el pasillo deja un poso de culpabilidad en Maxwell. Al no saludar a Cletus tampoco se saluda a sí mismo. Y el problema de Maxwell es no haber asumido la muerte de su madre, es haberse refugiado en todo lo que ella se llevaba consigo; de manera que perdió a su madre y el mundo ensoñado en torno a ella, pero más tarde niega al único que compartió su soledad y teme ser malentendido, pues lo que fue resultado de una mezcla de sorpresa y desconcierto (el encuentro en los pasillos) sabe que el otro lo tomará como una negación. La pregunta que se hace constantemente es: ¿por qué no fui capaz de volverme, alcanzarle y saludarle? Y al hilo de esa pregunta se va desenrollando otra: ¿por qué no soy capaz de superar aún la muerte de mi madre? Finalmente lo explicitará: «Otros niños pudieron soportarlo, lo soportaron. Mi hermano mayor lo soportó, más o menos. Yo no pude». Y estamos en la escritura. La razón de ser de esta novela es que el único modo de soportarlo era integrar ese pesar insoportable en territorio propio. Lo que sí ha sido capaz de hacer Maxwell es escribir, su territorio nuclear en la vida es la escritura, es un territorio ganado, conquistado, es un territorio que le pertenece; pues bien, sólo llevando allí su pesar, su incapacidad de asumir, sería posible integrarlo. Así nace esta novela. La novela está concebida, pues, como un proceso personal que, al objetivarse, alcanzará vida propia y eso, a su vez, tendrá un valor terapéutico, bien como exorcismo, bien como sublimación, bien como acuerdo de paz consigo mismo. Esto convierte a la novela en un acto de valor personal. Está concebida en dos partes: en la primera cuenta los recuerdos que es capaz de arrancar a la memoria; en la segunda, advierte que imagina aquello que no ha podido reconstruir. Es una curiosa e interesante actitud de autor-narrador. Durante todo el proceso de escritura, el mundo perdido de la madre volverá a recorrerle y a pesarle. Ahora es un Vía Crucis con la perspectiva de toda una vida. ¿Cambia la mirada del autor? No. Cambia la mirada del lector. Ese es un hallazgo formidable. Al descubrir el autor todas sus cartas, quien tiene que jugar es el lector. A Maxwell le corresponde un ejercicio de honestidad y de escritura que debió dejarle en carne viva. Pero mantiene la convención narrativa y su respeto al lector es máximo. Éste es quien va descubriendo paso a paso una historia del Medio Oeste americano que es el escenario de un drama de pasiones, que se convierte en tragedia para el hijo del asesino, que se convierte en un alter ego trágico de algo que atormenta al autor, pero que no es sino un drama de soledad arrastrada en un recuerdo insuperable. Tenía todos los elementos para ser una biografía, pero quiso que fuera una novela. El genio narrativo de su autor la organiza sobre el paralelismo entre Cletus y Maxwell; ese modo de distanciamiento es la luz que ilumina las zonas oscuras de la historia, tanto las subjetivas como las aparentemente objetivas. Ahí nace esta hermosa narración.

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Ficha técnica

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