El libro de Fernando López Agudín se ocupa de peripecias realmente complejas y sobre cuya verdadera naturaleza no es fácil pronunciar un veredicto. Sin embargo, el libro es de intención muy transparente, por lo que atraviesa las procelosas aguas en que al parecer se movió con la simplicidad y la ligereza del rayo. El autor, orgulloso colaborador del biministro Belloch y, muy especialmente, de la secretaria de estado, Margarita Robles, reproduce sus reacciones y comentarios políticos a lo largo de unos meses decisivos ateniéndose a una plantilla política bastante simple: había un problema con Interior (al parecer, la democracia no había entrado en la casa), y había que arreglarlo puesto que Felipe González precisaba esa política y la apoyó de manera decidida frente a la oposición de quien cabe suponer. Ateniéndose con fidelidad a esa partitura, los distintos personajes dibujan un baile elegante: los culpables (del GAL, pero también del presumible descalabro socialista que luego no fue tanto) que se dedican a boicotear los intentos de regeneración de los protagonistas políticos (Belloch, Robles, el autor y otros de menor cuantía amparados en la voluntad de esclarecimiento del líder), los socialistas encubridores de los perversos, los socialistas honestos pero partidarios de mirar para otro lado, Rubalcaba que, como opinaban los escolásticos de los ángeles, agota la especie, y un largo etcétera de jueces, delincuentes, periodistas, que forman el coro del ballet. El libro es, pues, un alegato a favor de la política de Belloch, un relato apologético cuyas implicaciones no está claro que pudieran ser enteramente suscritas por el hoy diputado socialista.
Horticultura
- Por Manuel Rodríguez Rivero
Tranquilos, que todo se va a arreglar. Arrimando el hombro, y entre todos, saldremos…
