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Recuerdos, confesiones y cotilleos

Una memoria

GORE VIDAL

Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1996

Richard Guggenheimer

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Se cumplen en 1996 cincuenta años de la aparición de la primera obra de Gore Vidal (1925), Williwaw, sobre su experiencia militar a bordo de una fragata por las Islas Aleutianas durante la II Guerra Mundial. Nada mejor para celebrarlo que poder leer ahora en español sus memorias de 1995: Palimpsest. A Memoir, título que ha quedado reducido simplemente a Una memoria en esta versión española.

La producción narrativa de Gore Vidal no necesita, desde luego, presentación alguna en España porque casi todas sus obras han sido editadas aquí en múltiples ocasiones y con gran éxito, desde la célebre Juliano el Apóstata, hasta las tres novelas policíacas publicadas bajo el pseudónimo de Edgar Box en los años cincuenta: Muerte en la quinta posición, Muerte en la noche y Muerte improvisada (las tres en Edhasa). Cabría lamentarse tan sólo de que aún sigan sin publicarse en español (que yo sepa) alguna novela importante, como la escandalosa y perseguida The City and the Pillar (1948), de temática homosexual, y ciertas obras de teatro y televisión, especialmente Visit to a Small Planet (1956) y The Best Man (1960). No obstante, la vertiente dramática de Vidal nos es suficientemente conocida a través de sus guiones y adaptaciones cinematográficas: recordemos Ben Hur, o De repente el último verano, entre otras muchas películas.

Esta reciente autobiografía contribuye, sin embargo, a familiarizarnos con ese Gore Vidal que se conoce menos en España, pues Una memoria es el relato –como él mismo nos dice– «de los primeros treinta y nueve años de mi vida vistos veintinueve después» (p. 11), es decir, los recuerdos del período 1925-1964. En 1964 es precisamente cuando se publica Juliano el Apóstata, la obra a partir de la cual empieza a ser conocido como escritor en todo el mundo.

Una memoria es una obra irregular, escrita de forma un tanto desordenada y, en ocasiones, demasiado a vuela pluma, casi como taquigrafía, con esbozos de caracteres y recuerdos apenas elaborados. Pero es también un fruto maduro, y excelente muchas veces, del mejor estilo polémico y provocador de su autor. Ese Gore Vidal periodista, amigo de controversias y disputas con sus contemporáneos, radical en sus juicios sobre el Imperio Americano y la corrupción moral y política, se nos revela aquí en todo su esplendor. Es tal la nómina de grandes figuras de la literatura, el cine, la política, las artes, etc., que desfila por estas páginas, y tal la cantidad de cotilleos, maldades y revelaciones que se vierten sobre ellas, que el lector se siente a veces al borde del vértigo. Truman Capote y Anaïs Nin son, por ejemplo, embusteros compulsivos; Tennessee Williams, al que Vidal prefiere llamar el «Pájaro Glorioso», es obsesivo y celoso; E. M. Forster es un homosexual reprimido que se comporta como un odioso mandarín, desdeñoso y ofensivo con los que considera inferiores, como Christopher Isherwood; los Kennedy son una familia totalmente corrompida, y Jack (John Kennedy) especialmente un hombre frío, superficial y temerario; y así podríamos seguir, con alusiones más o menos extensas a literatos como Proust, Gide, Cocteau y su amante Jean Marais, Bellow, Steinbeck, Faulkner, Mailer, Ginsberg, Kerouac, Burroughs, Paul Bowles, Mary McCarthy, Lionel Trilling, Daphne du Maurier, Evelyn Waugh, Anthony Powell, C. P. Snow, Noël Coward, Roberto Calasso, Martin Amis, o –entre los políticos y gente del espectáculo– Eleanor Roosevelt, los duques de Windsor, la reina Isabel, Hillary Clinton, Greta Garbo, Mankiewicz, Frank Capra, Alec Guinness, Charlton Heston, Marlon Brando, Paul Newman, Joanne Woodward, etc. Gracias al índice de nombres propios y títulos de obras y películas al final del libro el lector podrá encontrar fácilmente todo tipo de chismes más o menos sabrosos sobre una gran cantidad de nombres (¡a James Baldwin los hermanos Kennedy lo llamaban «Martín Lutero Queen»!).

Pero, por fortuna, la obra no se reduce a una colección de anécdotas más o menos escandalosas (su encuentro sexual, con fellatio incluida, con Jack Kerouac, por ejemplo), sino que el talento de Gore Vidal destaca especialmente en la recreación de su infancia y pubertad: el colegio, la vida familiar (espléndida es la visión de su abuelo materno, el influyente senador ciego Thomas P. Gore); así como en la del círculo político que rodeó la campaña electoral, y luego la administración, de John F. Kennedy. No menos interesantes son el retrato del mundo variopinto de Broadway y Hollywood, que Gore Vidal conoció tan bien en los años cincuenta, así como la descripción de la vida italiana y especialmente de Roma y de su casa en Ravello, en un acantilado sobre el golfo de Salerno. Creo que aquí está el mejor Vidal: agudo, penetrante, sentimental a veces, pero siempre directo y sugestivo en sus confesiones y confidencias.

Quizá el principal argumento que recorre estas memorias es su confesado homoerotismo, que se esfuerza insistentemente en separar de la homosexualidad, a pesar de tantos incidentes promiscuos como cuenta aquí y allá. De hecho, un elemento recurrente en toda la obra es el recuerdo afectuoso de su amigo adolescente Jimmie Trimble, muerto muy joven en la guerra, con quien nos dice que conoció el amor, y junto al que quiere ser enterrado, ¡para lo que ya tiene comprada su parcela en el cementerio de Rock Creek Park de Washington, que compartirá con su compañero desde hace cuarenta y cuatro años, Howard Austen!

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